"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

domingo, 19 de junio de 2011

(4) LA ILUSIÓN EVOLUCIONISTA



 CAPITULO 4 

LA ILUSIÓN EVOLUCIONISTA 




Para dar una breve razón sumaria de mi posición creacionista, quepa a esta altura introducir un corto paréntesis para considerar el asunto de la ilusión evolucionista que ha hecho presa de la mentalidad moderna y que encandila como oropel desde el espejismo del materialismo dialéctico. El fervor moderno se ha buscado un sucedáneo ante su crisis de fe por causa de la pérdida de su perspectiva. La ilusión de la hipotética evolución ha sido el paliativo utilizado con mayor frecuencia, de tal manera ya, que se ha erigido en tabú sagrado, y es dogma a priori de fe, lo cual aún así es abiertamente reconocido, entre los creyentes del llamado método científico. Otra ocurrencia temporal de los hombres, bastante ingenua por cierto, aunque con mostachos postizos de aparentada seriedad. Digo ingenua, por su ignorancia de la realidad metafísica y por su auto-limitado sentido de percepción. Este ha sido el siglo en que los hombres han escogido mutilar su porción más sublime. Puesto que algunos han tornado tan en serio el asunto afectando su destino eterno, nos tenemos que tomar entonces la osadía de presentar a su más sensata consideración algunos hechos reales, de manera que el fantasma de la ilusión evolucionista no se hinche tan imprudentemente. La hipótesis ha sido tan vapuleada por los descubrimientos y tan engalanada de falacias que es hora ya de apercibirse contra ella; tan sospechosa es. A la selección natural derriban las relaciones simbióticas. A la generación espontánea los descubrimientos de Pasteur y otros. A las mutaciones, la realidad estadística de cuantiosa degeneración. Comencemos diciendo que el tiempo mismo le ha quedado corto. De ninguna manera ha podido haber el tiempo necesario a la hipótesis, comprobable, para que se desarrollen al azar millones y millones de milagros. Los fósiles aparecen muy desarrollados sin antecesores, y hasta pequeños fósiles ocupan varios estratos terrenos a los que se les atribuyen en la interpretación diferentes épocas; de manera que un solo espécimen, contra toda lógica, participó de alargadísimas eras; alargadísimas en la interpretación, no en la realidad. Fósiles "más nuevos" aparecen en estratos más profundos, y de un mismo estrato se obtienen cosas "nuevas" y "viejas". La infinidad de años que requeriría un mísero cambio, en tan pocos estratos comprobables de registro paleontológico, sumándose a la sinrazón de una mutación casual no dirigida y desechable por falta de inteligencia previsora, y por inutilidad "transitoria", todo junto, es ya una prueba contraria. Ni los fósiles más antiguos, con toda la exageración atribuida al mudo carbono 14, alcanzarían a llenar el tiempo requerido para la formación de complejidades arrolladoras; ni siquiera de magnitudes considerables. Por el contrario, en vez de cambios graduales, la paleontología registra formas y tamaños de fósiles cuya aparición y relación geológica hablan
de irrupción repentina de los géneros. Además, el modelo catastrofista geológico explica perfectamente por selección hidrodinámica en la catástrofe diluviana, la sucesión fósil estratigráfica. El catastrofismo explica también, con más posibilidades que el actualismo, los depósitos sedimentarios, los cementerios f6- siles, las rocas ígneas y otros misterios de la paleontología y la geología. Veo con gran satisfacción que también la paleontología muestra en los estratos terráqueos la confirmación geológica del libro del Génesis; además del diluvio, también la independencia de los géneros y la aparición diferenciada de los reinos naturales. También la embriología y la genética confirman estos últimos ítems mostrando la imposibilidad de convertir a un género en otro. Cuánto más lo comprueba el sentido común al observar hoy vivos y en pie a los géneros básicos, pero como ironía curiosa, no hay rastros de vida de ningún estado intermedio entre los géneros. Las variedades, posibilidad genética original, no cruzan nunca los límites de su género; no evolucionan; tan solo varían dentro de sus posibilidades genéticas demarcadas con exclusividad. Esto es aún así en los especímenes que gozan de apariencia mixta. Faltan justamente todos los eslabones perdidos, y estos son millones. Podríamos detenernos en cualquier punto de la línea y hallar al padre semejante al hijo y al hijo semejante al padre. El abismo entre lo inorgánico y la vida es tan profundo que ni siquiera la ciencia tan compleja, experimentada y manipulada inteligentemente ha podido tener el honor de cerrar fehacientemente su brecha. Cuánto me-nos un azar abofeteado por las evidencias de designio en la naturaleza, hermosamente demostradas principalmente en las relaciones simbióticas. La ley de la entropía, segunda de la termodinámica, es una barrera infranqueable para la evolución de lo inorgánico a lo orgánico. A la entropía, ni el mismo teórico premio Nobel, Prigogine, pudo vencer en el papel, según la refutación de Elmendorf, Morris y Gish. Y aunque el laboratorio llegase a demostrar una ley natural, nadie puede atribuirla llanamente a la casualidad. Las mutaciones y la generación espontánea son el mito más deseado, pero a la vez el más reacio, pues cada vez que aparece una mutación es como si se burlara de la palabra evolución. Cada mutación produce generalmente un monstruo inservible y desechado aun por sí mismo y sus congéneres. Ante tales deformaciones más bien lo que se levanta es gratitud a Dios porque nos tocó la parte normal. Prefiero creer en el gran milagro normal de la creación antes que en los millones de incom-probables milagros del azar. La arqueología, especialmente la relacionada a la cultura egipcia, proclive a embalsamar a los animales que deificó, desentierra de miles de años atrás especies exactamente iguales a las nuestras actuales. Y ¿quién que esté medianamente informado le va a creer sus mentiras al carbono 14 que no mide tiempo sino limitadas descomposiciones orgánicas, sujetas al embate alterador de la radiación cósmica de activi-dad inconstante, y a otros factores desestabilizantes como la humedad, la radioactividad, la desintegración alfa gamowiana, etc., que destruyen la confiabilidad de las constantes?. Además, la atmósfera antediluviana
era diferente debido a la capa que rodeaba la atmósfera, que además era rica en oxigeno, lo cual impediría la formación de ciertas moléculas orgánicas necesarias para el paso por azar de lo físico - químico a lo biológico en caso de una evolución atea y sin propósito. Los llamados relojes atómicos se contradicen unos a otros con diferencias aterradoras. La apariencia de edad en las cortezas y capas de los árboles se explican con la radioactividad. Y ¿qué otros factores desconocidos alterarán mucho más el asunto?. Cuando algo es creado aparece súbitamente en una fracción de tiempo muchísimo menor al que aparenta el desarrollo de su estado actual. Si Adán fue creado joven, pues al instante luciré con muchos años irreales encima; igualmente con toda creación. Por otra parte, hasta la misma presión del petróleo indica a todas luces que la tierra no puede ser tan vieja como se la quiere suponer para poder acomodarla a la hipótesis evolucionista. No hay tiempo suficiente para los eslabones; no hay tiempo para la evolución, a menos que sea en la imaginación. La entropía, la llamada "masa perdida" de las galaxias y sus brazos espirales, la desintegración de los cometas según la investigación de Swimne, el encogimiento del sol según los informes de Kelvin, Helmoltz, Eddy y Boornazian, el efecto Poiting-Robertson, el cálculo de Petterson sobre el tiempo de acumulación del polvo meteórico, la reducida cantidad de polvo hallado en los alunizajes, el campo magnético de la tierra según la ecuación de Lamb, la velocidad de exudación y el contenido de helio en la atmósfera terrestre, los errores de las mediciones antiguas relacionados al factor plomo original en los minerales y relacionado a la lixiviación y a la contaminación de plomo radio-génico y otros plomos anómalos, la neo-datación radiométrica incluyendo todas las constantes y factores, los radio-halos de polonio 218, el modelo catastrofista de fosilización y estratigrafía, los descubrimientos de Gentry acerca de la juventud del carbón, la ya mencionada presión del petróleo, la teoría moderna que reduce las 4 glaciaciones a una sola, la diluviana, los cálculos de radioactividad en los minerales radio-génicos, la erosión de las montañas, etc., etc., todos estos son mazazos sobre la cabeza de la cronología evolucionista. La famosa galería de "antropoides", ya caduca aunque no retirada del mercado como las ediciones viejas, es en su mayoría explicable o fraudulenta; no importa que se trate del anciano artrítico de Neanderthal, del diente de chancho de Nebraska, de los dibujos de Ameghino con sus hipotéticos tripro-homos. Digámoslo de una vez: Razón hay en no llamarle historia a la "prehistoria". Esta Ultima no es en efecto segura y documentada historia. La historia comienza en Mesopotamia y su registro es perfectamente concordante con la declaración y la cronología fundamental de las escrituras sagradas ju-deocristianas. El Verbo de Dios, testigo y vehículo de la creación, que se reveló a los hombres en carne y resucitó históricamente citando así el Génesis, creyó en la historicidad de toda la escritura y la confirmó así. Yo creo también. Y pensar que la geología tan vapuleada por el catastrofismo, la distorsión estratigráfica y el vulcanismo, es la incierta
y endeble base sobre la que descansa el círculo vicioso de interpretación paleonto1ógica, que al fin y al cabo es la única suposición dizque firme del evolucionismo, falso sustento del materialismo dialéctico.