"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

jueves, 30 de junio de 2011

ASUNTOS ECLESIOLÓGICOS / índice y prefacio




ASUNTOS
ECLESIOLÓGICOS

POR:
GINO IAFRANCESCO V.


Índice.


Prefacio

1- Consideraciones acerca de la Iglesia.

2- Acerca del discernimiento del cuerpo del Señor.

3- Acerca del testimonio conjunto del Espíritu, la Escritura, la Iglesia y la tradición.

4- Respuesta al jesuita Don Antonio Colom.

5- Coyunturas históricas para el examen de la falibilidad papal.

6- Breve informe sobre el concilio de Trento.

7- Considerando aspectos del decreto Unitatis Redintegratio del Concilio Vaticano II.

8- ¿Con qué autoridad haces esto?

9- Manifiesto Cristiano Pacifista.

                               
                                  DOCUMENTOS COLECTIVOS
                       (redactados por el autor según delegación):

10- Declaración cristiana de principios en lo tocante a la relación de la Iglesia con el estado.

11-  Nuestras actuales razones de conciencia por las cuales no podemos participar de la personería jurídica de una denominación religiosa.

12-  Al estado nacional.

APÉNDICE: - Premisas a consideración.


PREFACIO

El presente libro: "Asuntos Eclesiológicos", del autor Gino Iafrancesco V., está formado por una colección de ensayos, tratados, artículos y documentos de eclesiología e historia eclesiástica. Con la excepción de un solo capítulo, todos los demás ensayos, tratados, artículos y documentos fueron escritos en la República del Paraguay entre los años 1979 y 1984. El ensayo restante: "Breve informe sobre el Concilio de Trento", fue escrito en Colombia, en el año 1989, por pedido al autor de parte de la comunión de pastores de Bogotá.

En la disposición de los capítulos no se ha conservado necesariamente el orden cronológico, sino más bien temático. Los documentos colectivos incorporados en la parte final de este libro, aunque fueron también escritos por el autor, sin embargo representan el sentir colectivo encargado a la redacción del autor, en base a consideraciones consensuadas; también los documentos fueron examinados, aprobados y subscritos colectivamente.

Algunos de los ensayos, tratados, artículos y documentos tienen en la primera edición de imprenta (fotografiada), su primera impresión; mientras que otros de este libro ya fueron editados anteriormente. Sin embargo, todos han sido ya publicados en internet.

CONSIDERACIONES ACERCA DE LA IGLESIA

CONSIDERACIONES
ACERCA DE LA IGLESIA


ensayo


por: Gino Iafrancesco V.
Cd. Pto. Pte Stroessner (hoy Ciudad del Este), Paraguay,
abril-julio 1982.


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(1) Dios y Cristo.-

El Dios de la gloria, el Dios Único, Yahveh Elohim[i], Creador[ii], Sustentador[iii] y Redentor[iv], se reveló a los hombres[v]. El Único Dios Verdadero[vi], el Padre de gloria[vii], Padre de las luces[viii], Padre de los espíritus[ix], del Cual proceden todas las cosas[x], Ingénito y Eterno[xi], que habita en Luz inaccesible[xii], Inmortal[xiii], Invisible[xiv], se dio a conocer por medio de Su Hijo Jesucristo[xv], que es Su Verbo y Dios con Él[xvi], Cuyo Principado es eterno[xvii], con el Padre[xviii], Heredero de toda Plenitud[xix], Unigénito[xx], Engendrado por la eternidad[xxi], Uno con el Padre[xxii], Imagen de Dios[xxiii], del Dios invisible[xxiv], Resplandor de Su gloria y Carácter de Su hipóstasis[xxv], por medio del Cual todo fue creado[xxvi], y todo es sostenido[xxvii], y para el Cual lo es todo[xxviii]; que siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse[xxix], sino que se hizo carne[xxx], hecho semejante a los hombres[xxxi] desde el vientre de la virgen María[xxxii]; nació en Belén[xxxiii], simiente de Abraham[xxxiv], de la tribu de Judá[xxxv], Linaje de David[xxxvi], en tiempo del emperador César Augusto durante el censo de Cirenio[xxxvii]; creció en estatura, gracia y sabiduría delante de Dios y los hombres[xxxviii], y por lo que padeció, aprendió la obediencia[xxxix]; fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza, pero sin pecado[xl]; Hombre Verdadero y Perfecto[xli], muerto en la cruz por nuestros pecados[xlii], el Mesías de Israel[xliii], Luz de los gentiles[xliv], Salvador del mundo[xlv]; fue sepultado, y en espíritu predicó a los espíritus encarcelados que desobedecieron en los días de Noé antes del Diluvio[xlvi]; resucitó corporalmente al tercer día[xlvii], y fue visto, oído y palpado así por Sus apóstoles[xlviii], a quienes comisionó[xlix]; ascendió corporalmente al cielo[l], siendo, como hombre, mediador entre Dios y nosotros[li], sentado a la diestra de la Majestad[lii], en el Trono del Padre[liii]; intercede por nosotros[liv], y todos Sus enemigos fueron puestos debajo de Sus pies[lv], siendo ya vencedor sobre todos ellos[lvi]. Volverá en gloria y majestad[lvii], corporalmente, con Su mismo cuerpo en que vivió, murió y resucitó en la tierra[lviii], para juzgar y establecer el reino milenial[lix], habiendo arrebatado a Su Iglesia[lx], transformada y resucitada a Su semejanza[lxi], compañera Suya[lxii].

(2) Cristo y Su cuerpo.-

Éste Señor Jesucristo, por medio del cual Dios es revelado[lxiii], Dios y hombre verdadero[lxiv], constituyó a la Iglesia, la cual es Su cuerpo[lxv], depositaria de Su vida y de Su Espíritu[lxvi], del Espíritu Santo que procede del Padre[lxvii], y es Dios[lxviii], el Espíritu de Dios[lxix], el Espíritu del Padre[lxx], y el Espíritu de Su Hijo[lxxi], derramado por el Hijo[lxxii], Dios mismo que es Espíritu[lxxiii], que toma lo del Hijo y nos lo  da a conocer[lxxiv]; y todo lo del Hijo es del Padre, y todo lo del Padre es del Hijo[lxxv]; y así como el Padre está en el Hijo[lxxvi], y el Hijo en el Padre[lxxvii], en Su Seno[lxxviii], así como son Uno[lxxix], así, por el Padre en el Hijo, y el Hijo en el Padre y en nosotros[lxxx], así, por el Padre en nosotros por el Hijo, y el Hijo en nosotros por el Espíritu[lxxxi], así somos Sus miembros que vivimos por Él: Uno[lxxxii], conformando Su cuerpo[lxxxiii]; así somos uno. "Que sean uno en Nosotros", oró Jesús el Señor[lxxxiv].

Somos, pues, la Iglesia, los llamados fuera del mundo[lxxxv], mediante la identificación personal por fe con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección[lxxxvi], ascendidos con Él en lugares celestiales[lxxxvii], justificados, santificados y glorificados en Él[lxxxviii], con las arras, hoy, del Espíritu[lxxxix], garantía y anticipo de nuestra redención completa[xc], incluido el cuerpo[xci]; y luego, todo el resto de la creación será liberada[xcii], excepto los eternamente perdidos, pues los rebeldes serán eternamente castigados con el diablo y sus ángeles[xciii]. Somos, pues, la Iglesia, coherederos con Cristo de la plenitud de Dios[xciv], coherederos también de todas las cosas[xcv]; somos Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo[xcvi]. "Como Tú, oh Padre en Mi, y yo en ellos, que también ellos sean Uno en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado para que sean Uno, así como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mi, para que el mundo conozca que Tú me enviaste y que los has amado a ellos como también a Mi me has amado" (Jn.17:21-23).

La Iglesia, la cual es Su cuerpo[xcvii], aunque es enviada al mundo, no es del mundo[xcviii]; ha sido sacada de él; es iglesia, ek-klesía, distinta del mundo, separada de él, y a él enviada[xcix]. En la unidad vital de este cuerpo, tan solo participan los que el Padre ha dado al Hijo y que han guardado Su palabra, que conocen que todo lo que ha sido dado al Hijo procede del Padre, y han recibido Sus palabras y han conocido verdaderamente que el Hijo salió del Padre, y han creído que el Padre ha enviado al Hijo[c]. A éstos, que no son del mundo como el Hijo no es del mundo[ci], santificados en Cristo[cii], que no aman al mundo sino al Padre[ciii], que aborrecen su vida en este mundo para guardarla para vida eterna[civ], separados en la Cruz de Cristo de los deseos de la carne[cv], los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida[cvi], a éstos ha hecho Dios Uno en Cristo Jesús, donde ya no hay raza, ni nacionalidad, ni sexo, ni clase social[cvii]. Éstos son el cuerpo, visible al mundo[cviii], de Cristo; miembros Suyos, el cuerpo de un solo y nuevo hombre[cix], resucitado de los muertos y repartido cual pan[cx], y en Espíritu vivificante[cxi], para actuar evidentemente en el mundo[cxii], ministrando reconciliación con Dios[cxiii], sometiendo, por Él, bajo las plantas de Sus pies, todas las cosas[cxiv], buscando primeramente el reino de Dios y Su justicia[cxv], cuyo propósito es el de Dios: de reunirlo todo en Cristo Jesús[cxvi]. Éste cuerpo es Uno, porque Dios es Uno y Cristo es Uno[cxvii], y no está dividido[cxviii], porque Dios es amor[cxix] y Dios es su vida[cxx]. "Uno en Nosotros" (Jn.17:21). "Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál.3:28) [aunque los Gálatas eran varias iglesias locales en una región][cxxi].

(3) La unidad del Espíritu.-

Ésta unidad del cuerpo se debe a la unidad del Espíritu que le anima; el Espíritu es Uno[cxxii]: "Un Espíritu" (Ef.4:4). Pablo nos exhorta: "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz"[cxxiii]. Puesto que el Espíritu es Uno[cxxiv], y no puede ser muchos[cxxv], así la unidad del Espíritu en el cuerpo de Cristo es un hecho que guardar con solicitud, y no una meta por alcanzar[cxxvi]. Meta es la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Ef.4:13), mas no la unidad del Espíritu (Ef.4:3).

La unidad del Espíritu en el cuerpo es primeramente un hecho que descubrir. Es algo hecho por Dios que debemos guardar, por medio de lo cual llevará adelante Su propósito[cxxvii], a medida que descubrimos el hecho[cxxviii], nos apropiamos de él, y en él nos posicionamos para actuar a partir de allí[cxxix]. Toda otra acción que no sea todavía a partir del Espíritu, y en el hecho de Su unidad y la de Su cuerpo, en el cual el Espíritu nos sumerge[cxxx], toda acción dislocada, está errada y debe corregirse al conocerse verdaderamente el hecho[cxxxi]. La falta de conciencia del hecho del cuerpo y de Su unidad, no afecta el hecho divino, pero sí nos priva de parte de sus beneficios[cxxxii].

Hay diversidad de dones, de ministerios y de operaciones, pero el Espíritu es el mismo, el Señor es el mismo, Dios es el mismo[cxxxiii]. Por ello, coordinados exclusivamente en virtud de la Cabeza: Cristo Jesús[cxxxiv], debemos solícitamente guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz[cxxxv]. Debe, pues, evitarse toda acción que no sea en el Espíritu, pues atenta, con la carne, contra el hecho divino[cxxxvi], sin anularlo[cxxxvii], pero sí privándonos de parte de sus beneficios[cxxxviii], y oscureciendo ante el mundo el Amor Divino[cxxxix].

(4) La Unidad manifiesta.-

Esta unidad es para que sea visible, como la ciudad sobre un monte que no se puede esconder[cxl]; es para que el mundo crea, para que el mundo conozca[cxli]. Es una unidad profundamente espiritual, cuyas raíces están en el Seno mismo de Dios[cxlii], y sin embargo, tal hecho debe ser manifestado ante el mundo en el amor y la verdad[cxliii]. No hay verdadero amor sin la participación de la verdad; y no hay verdad completa sin el amor[cxliv]. El amor y la verdad no se excluyen; ellos son, en definitiva, el rostro de un sólo Dios que es Santo; Quien, por la Cruz, exhibió Su justicia y Su gracia[cxlv]. No se trata, pues, de una unidad en el error[cxlvi], ni en la carne[cxlvii], ni en lo mundano[cxlviii], unidad complicada con Satanás[cxlix]; no es de esa clase de unidad de la que estamos hablando; mas sí de la unidad del Padre y el Hijo, que por el Espíritu opera en nosotros[cl] desde el Cielo, para revelar en la tierra, por la Iglesia, que es Su cuerpo, la voluntad de Dios[cli].

Satanás también busca una unidad; también él quiere reunir a su alrededor al resto de la creación; el propósito diabólico ha sido sentarse en el Monte del Testimonio[clii] pretendiendo hacerse semejante a Dios, usurpando Su lugar[cliii]. Es por eso que necesitamos ejercer discernimiento[cliv], porque una unidad que sacrifica la verdad, es la pretende el padre de la mentira para sentarse en el Templo de Dios, como Dios, haciéndose pasar por Dios[clv].

La unidad del cuerpo de Cristo brota de la revelación perfecta de la voluntad divina en Cristo Jesús[clvi]. Fuera de Él, aparte de Él, y en otros términos distintos a los Suyos, no hay unidad verdadera[clvii]; es tan solo un sutil fraude del engañador de las naciones[clviii] que se disfraza como ángel de luz y ministro de justicia[clix], pero cuyos deseos son los de sustituir al Padre Dios y al Hijo en la herencia del Trono[clx]. Así que la manifestación de la unidad espiritual y orgánica del cuerpo de Cristo solo es posible al rededor de la revelación divina[clxi], hecha perfecta y exclusiva en el Hijo del Dios Viviente[clxii], repartido[clxiii], actuante y evidente a través de Sus miembros[clxiv]; el Cual Hijo estampó Su Sello en las Sagradas Escrituras[clxv], que son leídas por la Iglesia a través de Él[clxvi], por el Espíritu[clxvii]; y las que, como testigo canónico, nos llevan hacia Él[clxviii], y entonces al mismo Padre, por Cristo[clxix].  Las Escrituras testifican de Cristo; de Su Persona y Su Obra, de Su propósito y Palabra, de Su carácter y mandamientos (grandes y pequeños), de Su ejemplo, Su voluntad y deseo. La Iglesia, la cual es Su cuerpo, no puede menos que aferrarse a Él y seguirle a pie juntillas, como el músculo al cerebro, en espíritu y verdad, en todas las cosas, aún pequeñas[clxx], las cuales también con gozo la Iglesia fiel se interesa en cumplir para expresar la medida cada vez más plena de la belleza de Cristo[clxxi], Su Cabeza[clxxii] y Vida[clxxiii], quien es el contenido que da a la Iglesia la perfecta forma de la gloria de Dios[clxxiv], la cual, un día no lejano, por Cristo y la Iglesia transfigurada, será exhibida cual Amor desbordante como capital del Universo y de Un Reino inconmovible[clxxv]. ¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados! Pero ¡Ay de aquellos que ahora están saciados, porque tendrán hambre![clxxvi]

(5) El modelo neotestamentario.-

El Nuevo Testamento nos muestra un modelo de la forma enchida de Espíritu que va tomando la Iglesia cuando es guiada del Espíritu[clxxvii]; nos muestra Su Vida, Su doctrina, Su práctica, Su administración[clxxviii]. A partir de allí se extiende por el mundo entero[clxxix]; y cuando es combatida por el diablo y sus huestes, cuando es resistida y embarcada en sutiles trampas y desvíos a lo largo de su historia, de parte del enemigo de las almas[clxxx], entonces el Espíritu Santo, que la guía sin bloquear su libertad, la lleva de nuevo a su cauce legítimo, siempre tornándola a la fidelidad a Cristo, enseñada y canonizada en el Nuevo Testamento[clxxxi]. La Iglesia, pues, en su camino y durante sus batallas, retorna por la Vida de Cristo a su modelo original[clxxxii]. Satanás la combate con las persecución desde afuera[clxxxiii], con el pecado, el error y la confusión por dentro[clxxxiv]; intenta corromper su dependencia de la Vida de Cristo, su doctrina, su práctica, su administración; y con aquellos que siguen al maligno, engañados o deliberados, en mucho o en poco[clxxxv], levanta entonces el diablo a la gran Babilonia, la gran ramera madre de fornicarias, un sistema religioso falso que pretende ser el verdadero[clxxxvi]. Con todo, y a través de los siglos, y en medio de la cizaña, el trigo sigue creciendo[clxxxvii], en el mismo Espíritu del principio, el mismo Evangelio, acudiendo siempre a la misma doctrina, retornando a su administración legítima[clxxxviii], saliendo de Babilonia[clxxxix], y aferrándose a Cristo, su único y legítimo esposo[cxc]; siempre perseguida[cxci], siempre difamada[cxcii], siempre malentendida, porque la mentte natural no puede comprender las cosas que son del Espíritu de Dios[cxciii], pues, al contrario del mundo, la pasión de la Iglesia es el reino de Cristo[cxciv]; a él está destinada[cxcv]; y después de haber dado testimonio hasta la muerte[cxcvi], descansa conciente en Su presencia[cxcvii] hasta[cxcviii] el día del segundo advenimiento de Cristo[cxcix]. Entonces, todos aquellos que no querían que Él reinase, vendrán a juicio[cc]. Volvemos entonces al Nuevo Testamento: allí vemos el cuerpo de Cristo manifestado en el tiempo y en el espacio, en el mundo; la Iglesia universal se presenta entonces como "las iglesias de los santos"[cci], "las iglesias de los gentiles"[ccii], "en todas partes por todas las iglesias"[cciii].

(6) La iglesia de la población o localidad.-

En cada localidad o población Cristo espera tener una iglesia[i], establecer un candelero[ii]; y Él mira a ese candelero como una unidad[iii]; Él habla de "todas las iglesias"[iv] y de "las siete iglesias que están en Asia"[v], y se dirige a cada una como a una unidad. Él desea que en ese tiempo específico, y en esa localidad específica, Su cuerpo sea manifiesto en una iglesia local, para testimonio al mundo, a ese sector de la humanidad y la historia[vi]. La iglesia de la población o localidad llega entonces a ser el "cuerpo" en ese interín del tiempo y del espacio[vii], un candelero en la ciudad[viii], una asamblea a la cual se someten los asuntos[ix] y la cual tiene el Nombre de Cristo y Su Espíritu[x] para actuar en Él, por Él y para Él. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la igleesia, tenle por gentil y publicano" (Mt.18:17). "En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor" (Pablo, 1Cor.5:4,5).

No estamos, pues, huérfanos; el Espíritu está con nosotros[xi] y Cristo nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo[xii]. En cada población o localidad se debe reunir la iglesia del lugar[xiii], todos los cristianos renacidos de allí, y tener comunión, manifestando la unidad del Espíritu[xiv]. El Espíritu dirige[xv], el Espíritu vivifica la Palabra de las Escrituras[xvi], el Espíritu levanta a los obispos[xvii], que son  hermanos maduros en el Espíritu para obrar en Cristo[xviii], ancianos que pastorean al rebaño[xix]. En cada ciudad, una sola iglesia[xx]. Y en cada iglesia, un presbiterio de obispos con diáconos[xxi]. No hay un solo versículo en las Escrituras donde aparezca en una ciudad más de una iglesia. No existe autorización bíblica para eso. En la Biblia tenemos: "la iglesia que estaba en Jerusalén"[xxii], "la iglesia que estaba en Antioquía"[xxiii], "la iglesia en Cencrea"[xxiv], "la iglesia de Dios que está en Corinto"[xxv], "la iglesia de los laodicenses"[xxvi], "la iglesia de los tesalonicenses"[xxvii], "la que está en Babilonia"[xxviii], "la iglesia en Efeso"[xxix], "la iglesia en Esmirna"[xxx], "la iglesia en Pérgamo"[xxxi], "la iglesia en Tiatira"[xxxii], "la iglesia en Sardis"[xxxiii], "la iglesia en Filadelfia"[xxxiv]

La jurisdicción de la iglesia local es la ciudad, o población, o localidad, o aldea, o municipio[xxxv]. Un candelero por localidad[xxxvi]. A cada una el Señor le habla como a una unidad. No importa si algunos en la ciudad tienen la doctrina de los nicolaítas, y otros no[xxxvii]; si unos han conocido las profundidades de Satanás, y otros no[xxxviii]; si unos retienen la doctrina de Balaam, y otros no[xxxix]; si unos fornican con Jezabel, y otros no[xl]; si unos han manchado sus vestiduras, y otros no[xli]. Cristo habla no a la iglesia de los nicolaítas, o a la de los no nicolaítas, sino a la iglesia de la ciudad, de Pérgamo, de Tiatira, de Sardis[xlii].

(7) Los vencedores.-

Cristo promete galardones a los vencedores entre ellos en la ciudad[xliii]; y Pablo exhorta (en Timoteo) a estos vencedores a seguir "la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor" (2Tim.2:22). Igualmente exhorta a evitar a los que tienen apariencia de piedad, pero que niegan la eficacia de ella[xliv]; exhorta a guardarse de los malos obreros[xlv]; exhorta a señalar a los que no obedecen lo que los apóstoles dicen en sus cartas, y a no juntarse con ellos, mas no tenerlos como enemigos, sino amonestarlos como a hermanos[xlvi]. Al hombre que cause divisiones en contra de la doctrina apostólica, exhorta Pablo desecharlo después de una y otra amonestación[xlvii], etc. Juan enseña a no recibir en casa, ni decirle "bienvenido" a quien no confiese que Jesucristo es venido en carne. He allí a la iglesia de la localidad con sus vencedores, juntos y unánimes[xlviii], y actuando con disciplina dentro del redil[xlix].

(8) El ministerio.-

En cada ciudad el Espíritu Santo mismo levanta obispos, que son los mismos hermanos ancianos de la iglesia de la localidad o población, y cuya jurisdicción (la de los ancianos obispos) es la ciudad (Hchs.14:23; 20:17,28; Flp.1:1; Hchs.13:1). Ancianos dícese en el sentido espiritual, y no necesariamente en edad física. Jesucristo mismo constituye a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros[l], y da dones a los hombres[li], para que los hermanos entre sí se amen unos a otros[lii], se exhorten unos a otros[liii], se alienten unos a otros[liv], se enseñen unos a otros[lv], y unos a otros, mutuamente, según la actividad propia de cada miembro[lvi], se ministren unos a otros según el don que cada uno ha recibido[lvii]; y que cada uno considere a los demás como superiores a él mismo[lviii], y que el que quiera ser el mayor, sea el servidor de todos, pues el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido[lix]. "Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque Uno es vuestro Padre, el que está en los Cielos. Ni seais llamados maestros (catequistas: modelos), porque Uno es vuestro maestro: el Cristo". "No querráis que os llamen: Rabí, porque Uno es vuestro Rabí, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos" (Mt.23:9,10,8). "Por lo cual, éste es el pacto que haré con la casa de Israel (ver aquí Gál.3:29) después de aquellos días, dice el Señor: pondré mis leyes en la mente de ellos y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mi por pueblo, y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades" (Heb.8:10-12). "Pero vosotros tenéis la Unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoráseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad...Pero la Unción que vosotros recibísteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la Unción misma os enseña todas las cosas y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en Él" (1Jn.2:20,21,27). "Escrito está en los profetas: y serán todos enseñados por Dios. Así que todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de Él, viene a mi" (Jn.6:45). "Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes" (1Pd.5:5). Los ministerios especiales, hombres dados a la Iglesia para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio[lx], aunque son llamados y constituídos por el mismo Señor[lxi], y ungidos por Él[lxii], también deberían ser reconocidos en la conciencia de cada iglesia[lxiii], confirmados por Dios entre el pueblo[lxiv]. Tal confirmación no es un rito meramente carnal, sino un testimonio del mismo Espíritu en las conciencias. Los apóstoles, cuya jurisdicción es la región de su obra[lxv], son enviados por el Señor mismo[lxvi], mas apartados, reconocidos y respaldados espiritualmente por el presbiterio de la iglesia de una localidad bajo el Espíritu[lxvii].

(9) Apóstoles, obispos y santos.-

Los obispos, que son los ancianos de la iglesia en la ciudad[lxviii], aunque también puestos por el Espíritu Santo[lxix], son además reconocidos por los apóstoles[lxx] u obreros de un equipo apostólico[lxxi], y reconocidos por el pueblo[lxxii], confirmados de Dios en la conciencia de la iglesia en la ciudad[lxxiii].

La Cabeza, pues, que constituye y envía es únicamente Jesucristo resucitado y ascendido, dirigiendo por medio del Espíritu Santo[lxxiv]. El atestiguar la confirmación, el reconocimiento, apartamiento, imposición de manos, bajo el Espíritu, corresponde a la iglesia de la localidad por medio de sus respectivos ministros, en el caso de los apóstoles[lxxv]; y por intermedio de los apóstoles o colaboradores, en el caso de los ancianos[lxxvi].

Aparte de los Doce Apóstoles del Cordero[lxxvii], solo doce[lxxviii], testigos oculares de los padecimientos, resurrección y ascención de Cristo[lxxix], El Cristo resucitado y ascendido, por el Espíritu, da a la Iglesia continuamente apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros[lxxx], ungidos por el Espíritu y confirmados entre el pueblo[lxxxi]; ésto, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, según Efesios 4:13. La jurisdicción de los apóstoles es una región con un centro[lxxxii]; la de los obispos, una ciudad, municipio, localidad, población, aldea[lxxxiii]. Los límites de una región apostólica los impone solamente el Espíritu Santo[lxxxiv], quien también escoge los centros de cada región, al cual retornan los apóstoles después de sus giras, e informan[lxxxv]. Con el tiempo, el Espíritu asigna nuevas regiones extendiendo los límites[lxxxvi]. Es el gozo de la causa común lo que motiva tales informes.

También las iglesias de las localidades tienen sus apóstoles designados, tales como Epafrodito[lxxxvii] y los mencionados en 2Cor.8:23 (Tito, Lucas, Aristarco). Los apóstoles administran la obra en la región, y los ancianos u obispos la iglesia en la ciudad[lxxxviii]. Los equipos apostólicos se reconocen mutuamente[lxxxix], igualmente las iglesias entre sí[xc], y se ayudan, trabajando por una sola causa, la del Señor. En la localidad o ciudad, el presbiterio de ancianos, que son obispos, debería estar formado por lo menos por más de uno[xci]. También, como los apóstoles[xcii], así los obispos o ancianos deben trabajar en equipo[xciii]. Unos y otros tiene colaboradores[xciv] y ayudantes[xcv], y su trabajo no es para monopolizar ni anular el ministerio del pueblo del Señor desplazándolos de su sacerdocio[xcvi], sino, por el contrario, perfeccionar débese a los santos para la obra del ministerio[xcvii], cuyo sacerdocio les da acceso directo a Dios[xcviii]. Cada uno debe administrar su propio don[xcix]. Todos partimos el pan[c] y todos bendecimos la copa[ci]; todos, como pueblo adquirido por Dios, anunciamos las virtudes de Aquel que nos llamó[cii]; todos, al migrar, podemos testificar del evangelio del Señor Jesús[ciii]; y en las reuniones todos podemos profetizar[civ], o tener salmo, o doctrina, o lengua, o interpretación, o revelación[cv]; todos juzgamos las profecías[cvi], y todos nos enseñamos y exhortamos unos a otros[cvii]. Los ministerios especiales son dados a la Iglesia para perfeccionar tal ministerio de los santos, y no para usurpar todos o casi todos los derechos del sacerdocio que es universal entre los creyentes. Interprétase como nicolaismo al despojo de los derechos del sacerdocio cristiano, usurpados por parte de hombres que se erigen a sí mismos escudándose en una maquinaria eclesiástica burocrática y desprovista del Espíritu. Por asuntos de orden, alguno preside en cada caso, según el don del Espíritu[cviii], mas el que dirige, hágase como el más joven[cix].

(10) La iglesia de la localidad en las casas.-

Las reuniones pueden hacerse en un solo lugar[cx], o en las casas[cxi], según la necesidad; sin embargo, cada casa no es una iglesia[cxii]. La iglesia, si son pocos en una localidad, puede reunirse como iglesia en una casa, tal como reuníase la iglesia en casa de Aquila y Priscila[cxiii], en casa de Ninfas[cxiv] y en casa de Filemón[cxv]. Los cuatro casos mencionados como "iglesia" en la casa, en las Escrituras. Mas la iglesia sigue siendo una en la ciudad o localidad. El pan es uno solo[cxvi]; por lo tanto no debe haber mesas rivales, sino un pan y una mesa espiritualmente en uno o en varios lugares. No debe dividirse a los hermanos, pues, peleando, se separan sin arreglar sus problemas, y pretenden salir de una llamada "iglesia en una casa", o de un templo sectario, y formar "otra iglesia", o adherirse a otra supuesta "iglesia" sectaria en la misma ciudad, despedazando la unidad visible del cuerpo de Cristo[cxvii], y comiendo indignamenmte, sin discernir, de la Cena que debiera ser la del Señor[cxviii], y no meramente la de una secta[cxix]. Nadie puede escoger "iglesia" en la ciudad, porque a los ojos de Dios no hay dos, ni más, sino solo una que incluye a todos los hijos de Dios, aunque algunos hijos de Dios, por inmadurez, se dividan carnalmente[cxx]. No hay respaldo bíblico para dos "iglesias" en una misma localidad[cxxi]. No se puede escoger iglesia que realmente lo sea; se ha de aceptar a la iglesia única del Señor que está en la ciudad. Se debe recibir a todos los que Cristo recibió[cxxii], pues en Él nos reconcilia en Uno[cxxiii]. Si hay irregularidades en la iglesia de la ciudad, debemos trabajar para corregirlas[cxxiv], sin participar del mal[cxxv], mas sin dividir la iglesia[cxxvi], sino más bien siguiendo la verdad, el amor, la fe y la justicia, juntos y unánimes, con todos los de corazón limpio que invocan al Señor[cxxvii]. Como dice Pablo en 1Cor.11:19: las disensiones en la iglesia de la ciudad manifiestan a los aprobados; pero éstos permanecen en la luz de la comunión del cuerpo. Tal comunión es la misma del principio, que se manifiesta claramente en el Nuevo Testamento.

Debe notarse que la "iglesia en la casa de Aquila y Priscila" era la misma iglesia de Efeso[cxxviii], la cual era una sola, un solo candelero[cxxix]; igualmente acontece con la "iglesia en casa de Ninfas", que, según Colosenses y Apocalipsis, era la iglesia de los laodicenses[cxxx], un solo candelero, el de Laodicea[cxxxi]. Watchman Nee To Sheng nos informa que, según Teodoreto, del siglo V, la casa de Filemón era en aquel tiempo un lugar turístico, porque allí había comenzado a reunirse la iglesia de Colosas [Pláticas adicionales sobre la vida de la Iglesia]. Cuando Pablo escribe a los hermanos en Roma, saluda una sola vez como iglesia a la "iglesia en la casa de Aquila y Priscila"[cxxxii]; después simplemente dice: "y a los santos que están con ellos"[cxxxiii], y "a los de su casa"[cxxxiv]. El más claro ejemplo de que varias reuniones caseras en una sola ciudad no hacen varias iglesias dentro de la misma ciudad, lo tenemos en Jerusalem. Ellos eran muchísimos, más de diez millares[cxxxv], y reuníanse en el templo de los judíos y en las casas[cxxxvi]; pero estaban todos juntos y unánimes[cxxxvii], siendo simplemente la iglesia de la ciudad de Jerusalem[cxxxviii]. Pablo reprende a los corintios por dividirse entre sí y agruparse alrededor de la misión de líderes, en vez de alrededor de Cristo, incluyendo a todos los miembros del cuerpo[cxxxix]. Debieran, más bien, estarse recibiendo unos a otros como un solo cuerpo[cxl]. Ni Pablo, ni Apolos, ni Cefas tienen derecho de reunir alrededor solo de sí mismos, o solo de su misión particular, a la iglesia de Corinto. Ni siquiera los que decían ser de Cristo, sin identificarse con denominación alguna, tenían derecho de pasar por alto a sus hermanos en Cristo que se gloriaban en nombres distintos[cxli]. La falta de madurez produce sectarismo. Tampoco hoy tenemos derecho de hacer lo que le fue prohibido a los santos en tiempos apostólicos. Toda práctica antibíblica es sumamente peligrosa; cruza los límites del Espíritu, y a la postre la aprovechará el diablo. Aún hoy en día debemos comprender que la luz acerca de las jurisdicción de la iglesia de la población, una por ciudad, o municipio, o localidad, o aldea, no mayor, ni dos o más, no es tal comprensión la que nos hace miembros del cuerpo de Cristo, sino la común participación del Espíritu de Cristo[cxlii]
(11) Sin división.-

Es el Espíritu, quien nos bautiza en un solo cuerpo, quien progresivamente nos va guiando a toda verdad. Sin embargo, debemos, sí, ser fieles a la Palabra[i], manteniendo el nivel bíblico[ii] y espiritual, moviéndonos en iglesia local; es decir, aceptando a todos los santos en Cristo Jesús de la ciudad y el mundo, reconociendo todo lo que Cristo ya ha hecho en los hermanos, aunque varios de estos aún moren en el pecado o en el error de la división. No podemos participar del sectarismo, ni tampoco debemos pecar dividiéndonos de lo que sí es de Cristo[iii]. Abrazamos todo lo netamente cristiano, pero procurando no ser enredados en lo ageno. Debemos entresacar lo verdadero de entre lo falso, lo santo de entre lo profano, lo limpio de entre lo inmundo, lo celestial de entre lo carnal. En la fe recibimos al débil[iv], mas sin pecar con él.

No podemos anular el hecho divino de que el cuerpo de Cristo es uno solo[v], al cual pertenecen todos los Suyos, que son los que tienen Su Espíritu, aunque aún algunos no entiendan la jurisdicción bíblica de la iglesia de la localidad. Ese era el caso de hermanos cristianos en Corinto, a los cuales Pablo, aún así, llamaba santos[vi].

Ahora bien, la verdad permanece en las Escrituras, y escrituralmente hallamos solamente una iglesia en cada ciudad, y un presbiterio coordinado en el Espíritu, amor, verdad y libertad[vii], compuesto de todos los ancianos puestos obispos por el Espíritu del Señor[viii]. Un apóstol en su localidad es un anciano[ix]. La administración local, pues, es también una sola: el presbiterio de la ciudad[x]. Santos, obispos y diáconos los ha de haber en la iglesia de cada localidad[xi].

(12) La jurisdicción de una iglesia local.-

Aunque la obra de los apóstoles es regional y tal su jurisdicción[xii], no así con una iglesia local establecida ya en la ciudad; ésta es una unidad, un candelero, y tiene jurisdicción y responsabilidad propia en su ciudad respectiva[xiii]. La iglesia en la localidad incluso prueba a los que dicen ser apóstoles[xiv]. Así que, aunque reconocemos apropiada y suficientemente la jurisdicción regional de la obra apostólica, sin embargo no hallamos en las Escrituras que varias iglesias locales, o sea, de varias ciudades con una iglesia cada ciudad, no hallamos decíamos, que fueran reunidas en una sola "iglesia" denominacional, ni distrital, ni provincial, ni nacional, ni continental, ni mundial. No aparece en la Biblia ninguna iglesia cuya jurisdicción sea mayor a una ciudad. No vemos una iglesia mundial. Vemos, sí, al Hijo del Hombre entre los candeleros[xv] y hablando de "todas las iglesias"[xvi] y de "las siete iglesias que están en Asia"[xvii] ; lo vemos dirigiéndose a cada iglesia local de ciudad como a una unidad[xviii]. Siempre en todo caso, cuando se refiere a provincia, nación, continente, ó mundo, usa la Escritura el plural "iglesias"; nos habla la Escritura de "las iglesias " por toda Judea, Samaria y Galilea[xix], que eran provincias; nunca habla de "una" iglesia denominacional que abarque sucursales en varias ciudades separando grupitos de entre cada iglesia local para formar con los grupitos separados de su jurisdicción bíblica "una" iglesia denominacional. No es tal cosa autorizada por la Biblia. Siempre habla de "iglesias", respetando la jurisdicción de cada ciudad. Las iglesias de Siria y de Cilicia eran confirmadas[xx], las iglesias de los gentiles daban gracias[xxi], las iglesias de Cristo saludaban a los santos de Roma[xxii]; estas no eran denominaciones; Pablo enseñaba en todas partes y en todas las iglesias[xxiii] y ordenaba en todas las iglesias[xxiv] de su jurisdicción; lo cual El Espíritu ha establecido como ejemplo en la Escritura; las iglesias de Dios no tenían tal o cual costumbre[xxv]; en todas las iglesias de los santos las mujeres están sujetas[xxvi]; ordenó a las iglesias de Galacia[xxvii] y escribió a ellas[xxviii] usando el plural; las iglesias de Asia saludan[xxix]; las iglesias de Macedonia abundan en generosidad[xxx]; las iglesias designan, reconocen y envían[xxxi]; Pablo recibió salario de otras iglesias[xxxii] y se preocupaba por todas las iglesias[xxxiii]; las iglesias de Judea oían de la conversión de Saulo[xxxiv]; la iglesia (singular) de Tesalónica (ciudad) llegó a ser imitadora de las iglesias (plural) de Judea (provincia)[xxxv], y Pablo se gloriaba en las iglesias de Dios de los santos de la iglesia en Tesalónica[xxxvi]; El Señor envía mensaje a las siete iglesias que están en Asia[xxxvii] y todas las iglesias sabrán que Él escudriña la mente y el corazón[xxxviii]; el Espíritu habla a las iglesias[xxxix]; Jesús envía Su ángel para dar testimonio de la revelación apocalíptica a las iglesias[xl]. Así que la expresión terrenal del cuerpo de Cristo, en el tiempo y el espacio, solamente es una iglesia en cada ciudad[xli], pues siempre es iglesias en provincias, o naciones, o continentes: Judea, Samaria, Galilea, Siria, Galacia, Macedonia, Acaya, Asia. Y hablando mundialmente, no se habla nunca de una iglesia mundial, sino de iglesias (plural) de los santos[xlii], de los gentiles[xliii], en todas partes[xliv]. Quienes se organizan contrariando el patrón que el Espíritu estableció en el tiempo apostólico y que canonizó en las Escrituras, deben saber que no tienen el respaldo bíblico, y que en algún punto están resistiendo al Espíritu.

(13) La Iglesia universal.-

El cuerpo de Cristo es Uno[xlv], la Iglesia universal[xlvi], la Esposa del Cordero que es una sola[xlvii]; refiérese solamente a la totalidad de los escogidos en Cristo, de todas las edades, desde el primero hasta el último[xlviii]; pero nunca aparece en las Escrituras una iglesia local en cuanto tal, en la tierra, que pretenda jurisdicción universal, ni mundial, en una época determinada[xlix]. Ninguna iglesia local tiene posibilidades de tener jurisdicción sobre la Iglesia universal, pues ésta rebasa el límite temporal y geográfico de su jurisdicción y posibilidades[l]. Solamente la suma de todos los equipos apostólicos levantados directamente por el Espíritu Santo de entre las diversas iglesias locales puede abarcar la jurisdicción mundial en una época determinada; y ésto, hasta el límite de influencia espiritual y auténtica que el Espíritu conceda a cada cual. La influencia espiritual y auténtica que rinda frutos desde la conciencia íntima para Cristo es la única que realmente edifica el reino de Dios. La hegemonía política del poder terrenal tan sólo edifica el reino de este mundo que está bajo el  maligno (1 Jn.5:19); he allí a la gran Babilonia, la gran ramera vestida de púrpura y escarlata, con un caliz de oro en su mano emborrachando a las naciones y fornicando con los poderosos de la tierra (Ap.17 y 18).

Es un error pretender una iglesia nacional o una iglesia estatal, o una iglesia distrital, o una iglesia provincial, o una iglesia continental, o una iglesia mundial,  o una iglesia denominacional; no es bíblico. Tan solo podemos tener aquí en la tierra al cuerpo de Cristo manifestado en muchas iglesias locales, una por ciudad. Para otra cosa no tenemos autorización bíblica.

Jerusalén[li], Antioquía[lii] y Efeso[liii] aparecen como centros regionales de obras apostólicas; sin embargo, Pablo hablaba de no extralimitarse[liv], y Pedro mismo fue reprendido publicamente por Pablo en Antioquía por no andar rectamente conforme a la verdad del evangelio[lv]; Pablo fue hecho apóstol no de hombre, ni por hombre[lvi], y fue reconocido por Jacobo, Cefas y Juan; tal reconocimiento no era una "licencia eclesiástica" sino una mutua concordia de compañerismo, operado bajo la autoridad directa del Espíritu Santo[lvii] y después de ejercido ya el apostolado; no fue una ordenación sino un atestiguar del Espíritu confirmando el apostolado.

(14) La jurisdicción de la obra apostólica.-

Los apóstoles, cuya jurisdicción es regional, y su responsabilidad la obra[lviii], son llamados y enviados directamente por la Cabeza: Jesucristo resucitado, a través de Su vicario que es el Espíritu Santo[lix]. El presbiterio de la iglesia local, centro de la región de la obra, no necesariamente mundial, es suficiente para recibir la confirmación del Espíritu para tal apostolado; y es suficiente su presbiterio o compañía de ministros para apartar y despedir con imposición de manos a los apóstoles[lx]; ese es el caso de Antioquía sin necesidad de Jerusalén. El equipo apostólico salido de Antioquía fue reconocido por el de Jerusalén después de ejercido el apostolado. También Antioquía participó de las deliberaciones en Jerusalén[lxi] habiendo previamente rehusado los errores venidos de allí[lxii]. La verdad es Cristo mismo y Su evangelio suficientemente registrado en las Escrituras. Ni siquiera la suma de todos los equipos apostólicos producen la verdad; ésta ya fue revelada, y es Cristo, a quien debe conocerse personal y corporativamente. La iglesia, cuando es fiel a Cristo, al Espíritu y a la Escritura, contiene  la verdad, pero no la produce. Fue el Espíritu Santo, y no una supuesta autoridad de Jereusalén en cuanto Jerusalén, quien estableció la verdad entre los equipos apostólicos[lxiii]. La verdad brota solo del Espíritu, no de la sede[lxiv]. La historia muestra que en las supuestas sedes se han sentado mentirosos cuya vida misma es mentira. Ninguna sede puede pretenderse inalterable[lxv]. ¿Dónde está Jerusalén hoy?  Donde está el Espíritu Santo hablando, como, donde y cuando quiera, allí está la sede o sedes pues ésta solo puede serlo Cristo. Tan solo cuando Él mismo habla hay verdaderamente fruto para Dios; Él puede usar a cualquiera de los miembros de Su cuerpo[lxvi].

Los centros regionales de obras establecidas por el Espíritu Santo pueden ser varios. Quien ilumina y edifica verdaderamente es el Espíritu[lxvii], hable de donde hable; y Él habla siempre con las Escrituras[lxviii]. Él mismo coordina luego sus diversos movimientos operacionales, como lo hizo con Jerusalén y Antioquía[lxix]. Ninguna iglesia local ni mucho menos un hombre, hoy por hoy puede abrogarse la pretensión de ser autoridad universal[lxx]; primeramente, le es imposible hablar a toda íntima conciencia como sólo el Espíritu puede hacerlo; por lo tanto, es ineficaz, pues solo la realidad espiritual es capaz de edificar el Templo de Dios[lxxi] en el hombre interior[lxxii]; y ésto es prerrogativa exclusiva del Espíritu. El ministerio iniciador de Pedro[lxxiii] fue temporal y limitado, y ya cumplió su función[lxxiv] de abrir las puertas del evangelio a judíos y gentiles[lxxv]. Ya murió Pedro habiendo usado suficientemente las llaves para abrir a judíos y gentiles la entrada al reino[lxxvi]; lo que desde allí en adelante necesitamos es, sí, al cuerpo todo[lxxvii]. No necesitamos sucesores infieles[lxxviii], pero sí santos fieles[lxxix]. No necesitamos títulos de cargos meramente nominales y sin contenido[lxxx]; necesitamos, sí, del contenido espiritual de todo ministerio; vida, y no tan solo forma deformada[lxxxi]. La autoridad espiritual no descansa en el título, ni en el nombramiento meramente humano. Cada apóstol, aunque reconocido en las iglesias locales, debe ser enviado y ungido directamente por Cristo. Cuántas veces los hombres se han apresurado, con motivos y medios reprobados, a constituir para sí a quienes no tenían llamamiento divino, ni ejercían  ministerio verdaderamente espiritual alguno. La manifestación de la verdad en Espíritu y vida, con la Palabra, es lo que establece en las conciencias, para verdadera sujeción a Dios en Cristo, la verdad. Ésta es Cristo mismo, y tan solo la fidelidad a Él, en espíritu, puede comunicarle. Cristo escoge a quienes quiere, y entonces es Él quien confirma a sus escogidos. "La sabiduría es justificada por sus propios hijos"  (Mt.11:19).

(15) Coordinación: ¿Verdadera o falsa?.-

Los apóstoles todos son coordinados solamente por Jesucristo, la principal piedra del ángulo[lxxxii], cuya Voz es el Espíritu[lxxxiii], y cuyo eco la esposa toda. Es inabarcable para un solo hombre el contenido completo y la misión de la verdad y la reconciliación[lxxxiv]. La falacia de unidad que pretende descansar en carne[lxxxv], tan solo sirve a los propósitos malignos de Satanás, quien trabaja en la reunión de las naciones contra Cristo[lxxxvi]. Tristemente la experiencia muestra que los hombres se apartaron de su verdadera Cabeza, siempre cercana, siempre suficiente, Jesucristo, desconociéndole en forma personal, y se postraron ante otra cabeza levantada[lxxxvii]; desconociendo vitalmente a Jesucristo, se entregaron en manos ajenas irresponsablemente, siendo arrastrados, como lo prueba la historia, a la desposesión del sacerdocio práctico, e incluso, en muchísimos casos les fue cerrada la puerta de la genuina regeneración espiritual, sin la cual no se es aún verdaderamente cristiano, hijo de Dios, salvo. Cuántos nacidos meramente de la carne[lxxxviii], y no aún de nuevo en unión espiritual y personal con Cristo[lxxxix], viven practicamente en el pecado, sin la experiencia vital de la gracia[xc], mientras que al mismo tiempo confiesan una vaga creencia en un título prohibido por Cristo que se arroga un nombre al cual ni conocen ni entienden[xci]. Cuántos han heredado meramente una superficial y deformada tradición cultural, apócrifa y antievangélica, pero no han sido aún regenerados, ni convertidos por ni para Cristo[xcii]. He allí la tragedia de los que se pierden sin Cristo, al tiempo que se suponen cristianos[xciii]. "Por sus frutos los conoceréis"[xciv]



[ii] Gn.2:4
[iii] Heb.1:3
[iv] Is.43:14
[v] Ex.3:14; Jn.1:18
[vi] Jn.17:3
[vii] Mt.16:27
[viii] Stgo.1:17
[ix] Heb.12:9
[x] 1Cor.8:6
[xi] Slm.135:13
[xii] 1Tim.6:16
[xiii] 1Tim.1:17
[xiv] 1Tim.1:17; Col.1:15; Jn.1:10
[xv] Jn.1:18
[xvi] Jn.1:1
[xvii] Prv.8:23; Is.9:6
[xviii] Jn.17:5
[xix] Col.1:19
[xx] Jn.1:14,18
[xxi] Prv.8:24,25; Heb.1:5; Jn.5:26
[xxii] Jn.10:30
[xxiii] 2Cor.4:4
[xxiv] Col.1:15
[xxv] Heb.1:2,3
[xxvi] Heb.1:2; Jn.1:3; Col.1:16
[xxvii] Heb.1:3,
[xxviii] Heb.1:2
[xxix] Flp.2:6
[xxx] Jn.1:14
[xxxi] Flp.2:7
[xxxii] Mt.1:20; Lc.1:31
[xxxiii] Lc.2:15
[xxxiv] Mt.1:1
[xxxv] Ap.5:5
[xxxvi] Ap.22:16
[xxxvii] Lc.2:1,2
[xxxviii] Lc.2:52
[xxxix] Heb.5:8
[xl] Heb.4:15
[xli] Is.53:9; Ef.4:13
[xlii] 1Cor.15:4
[xliii] Jn.4:25,26
[xliv] Is.42:6
[xlv] Jn.4:42
[xlvi] 1Pd.3:18-20
[xlvii] 1Cor.15:4-8
[xlviii] Lc.24:36.46
[xlix] Mt.28:18-20; Mr.16:11-18; Lc.24:47; Hchs.1:3-8
[l] Hchs.1:9-11; Mr.16:19
[li] 1Tim.2:5
[lii] Heb.1:3
[liii] Ap.3:21
[liv] Rom.8:34
[lv] 1Cor.15:24-28
[lvi] Heb.2:8,9
[lvii] Mt.24:30
[lviii] Hchs.1:1; Ap.1:7
[lix] Ap.11:15; 20:4,5
[lx] 1Tes.4:15-17
[lxi] Flp.3:21
[lxii] Slm.45:8-17
[lxiii] 1Jn.5:20
[lxiv] 1Tim.3:16
[lxv] Mt.16:18; Ef.1:22,23
[lxvi] 1Tim.3:15; 2Tim.1:14
[lxvii] Jn.15:26
[lxviii] Hchs.5:3,4; 28:25-27
[lxix] Gn.1:2
[lxx] Mt.10:20; Is.48:16
[lxxi] Gál.4:6
[lxxii] Tito3:3
[lxxiii] Jn.4:24
[lxxiv] Jn.16:4
[lxxv] Jn.17:10
[lxxvi] Jn.17:21
[lxxvii] Jn.17:21
[lxxviii] Jn.1:18
[lxxix] Jn.10:30
[lxxx] Jn.17:21
[lxxxi] Jn.14:18-20
[lxxxii] Gál.3:27-29
[lxxxiii] 1Cor.12:12,27
[lxxxiv] Jn.17:21
[lxxxv] Jn.15:19
[lxxxvi] Gál.6:14
[lxxxvii] Ef.2:6
[lxxxviii] Rom.8:30
[lxxxix] Ef.1:13,14
[xc] Ef.1:13,14
[xci] Rom.8:23
[xcii] Rom.8:21
[xciii] Mt.25:41
[xciv] Ef.3:19; Rom.8:17
[xcv] Ap.21:7
[xcvi] Ef.1:22,23
[xcvii] Col.1:18
[xcviii] Jn.17:14-18
[xcix] Jn.15:18,19; 17:18
[c] Jn.17:6-26
[ci] Jn.17:16
[cii] Jn.17:17; 1Cor.1:30
[ciii] 1Jn.2:15
[civ] Jn.12:25
[cv] Gál.5:24
[cvi] 1Jn.2:16,17
[cvii] Col.3:11,27,28
[cviii] Mt.5:14-16
[cix] Ef.2:13-16
[cx] 1Cor.15:47
[cxi] 1Cor.15:45; Jn.14:13-20
[cxii] 1Cor.2:4; 2Cor.2:14,15
[cxiii] 2Cor.5:18-20
[cxiv] 1Cor.15:24-27; Ef.1:22,23
[cxv] Mt.6:33
[cxvi] Ef.1:9,10
[cxvii] 1Cor.8:6; 10:17
[cxviii] 1Cor.1:13
[cxix] 1Jn.4:8
[cxx] 1Jn.5:1,12
[cxxi] Gál.1:2
[cxxii] Ef.4:3,4
[cxxiii] Ef.4:3
[cxxiv] Ef.4:4
[cxxv] Mlq.3:6
[cxxvi] Ef.4:3,4; 2:16; 1Cor.12:12
[cxxvii] 1Cor.12:12,18,27; Rom.12:5
[cxxviii] Ef.3:10,11
[cxxix] Ef.4:22-25
[cxxx] 1Cor.12:13
[cxxxi] Ef.4:25; Flp.1:9; Col.1:9-14; 3:8-15
[cxxxii] 1Cor.3:9-17
[cxxxiii] 1Cor.12:4-6
[cxxxiv] Ef.2:21; Col.2:19
[cxxxv] Ef.4:3
[cxxxvi] Gál.5:3-18
[cxxxvii] Ap.21:5-8
[cxxxviii] Lc.11:23
[cxxxix] Mt.5:13; Jn.13:35
[cxl] Mt.5:14
[cxli] Jn.17:21,23
[cxlii] Jn.17:23; Ef.3:17-21
[cxliii] 1Jn.3:17-18
[cxliv] Ef.4:15
[cxlv] Rom.3:21-26
[cxlvi] Ef.5:11
[cxlvii] Flp.3:3
[cxlviii] 1Jn.5:9
[cxlix] Ap.16:13,14
[cl] Jn.14:18-20
[cli] Mt.6:9-10
[clii] Is.14:12-14
[cliii] Is.14:14
[cliv] 1Jn.4:1
[clv] 2Tes.2:3,4
[clvi] Col.3:10-15
[clvii] Jn.15:4,5
[clviii] Ap.12:9; 20:3
[clix] 2Cor.11:14,15
[clx] Is.14:14; 2Tes.2:4
[clxi] Col.3:10-15
[clxii] Jn.14:6-9
[clxiii] Mt.26:26; Jn.6:54-58
[clxiv] Col.1:29; Ef.5:30
[clxv] Mt.5:17-19; 22:29; Jn.10:35
[clxvi] Lc.24:45
[clxvii] Jn.14:26
[clxviii] Jn.5:39
[clxix] Jn.14:6
[clxx] Mt.5:9; 25:23; Lc.16:10
[clxxi] 1Cor.14:37; Stgo.1:4
[clxxii] Col.1:18
[clxxiii] Col.3:4
[clxxiv] Col.1:27
[clxxv] Ap.21:11; Heb.11:10; 12:28
[clxxvi] Lc.6:21,25
[clxxvii] Jn., Mt., Mr., Lc., Hchs., Stgo., 1y2Pd., 1,2y3Jn., Jd., Gál., 1y2Tes., 1y2Cor., Rom., Flp., Ef., Col.,           Flm., Tito, 1y2Tim., Heb., Ap.
[clxxviii] 2Tes.2:15
[clxxix] Hchs.1:8
[clxxx] Gál.3:1
[clxxxi] Ap.2:5
[clxxxii] Jer.8:4; Ap.2:5; 18:4
[clxxxiii] Hchs.8:1; Ap.2:10
[clxxxiv] Gál.3:1; 2Tim.2:16-25
[clxxxv] 2Tim.2:13
[clxxxvi] Ap.17:3-7
[clxxxvii] Mt.13:36-43
[clxxxviii] Jd.1:3; 3Jn.
[clxxxix] Ap.18:4
[cxc] 2Cor.11:2
[cxci] 2Tim.3:12
[cxcii] Mt.5:11; Jn.16:4; 2Cor.6:8
[cxciii] 1Cor.2:14
[cxciv] 2Cor.4:5
[cxcv] Ef.5:27
[cxcvi] Ap.2:10
[cxcvii] Flp.1:23
[cxcviii] Ap.6:11
[cxcix] 1Cor.15:23
[cc] Lc.19:27
[cci] 1Cor.14:33
[ccii] Rom.16:4
[cciii] 1Cor.4:17
----
[i] Hchs.1:8; Mt.16:15
[ii] Mt.5:15,16
[iii] Ap.1:20
[iv] Ap.2.23
[v] Ap.1:1
[vi] Rom.12:4-8
[vii] 1Cor.12:12-30
[viii] Ap.1:11,20
[ix] Mt.18:17
[x] Mt.18:20; 1Cor.5:4
[xi] Jn.14:18
[xii] Mt.28:20
[xiii] Heb.10:25; 1Cor.14:23
[xiv] Hchs.2:44; 4:32
[xv] Jn.16:13
[xvi] Jn.14:26
[xvii] Hchs.20:28
[xviii] 1Tim.3:1-7
[xix] 1Pd.5:1-4
[xx] Hchs.14_21-23
[xxi] Flp.1:1
[xxii] Hchs.8:1
[xxiii] Hchs.13:1
[xxiv] Rom.16:1
[xxv] 1Cor.1:2
[xxvi] Col.4:16; Ap.3:1
[xxvii] 1Tes.1:1
[xxviii] 1Pd.5:13
[xxix] Ap.2:1
[xxx] Ap.2:8
[xxxi] Ap.2:12
[xxxii] Ap.2:18
[xxxiii] Ap.3:1
[xxxiv] Ap.3:7
[xxxv] Hchs.14:21-23
[xxxvi] Ap.1:1,20
[xxxvii] Ap.2:6,16
[xxxviii] Ap.2:24
[xxxix] Ap.2:14
[xl] Ap.2:20
[xli] Ap.3:4
[xlii] Ap.2:12-29
[xliii] Ap.2:7,11,17,26,27,28; 3:5,12,21
[xliv] 2Tim.3:5
[xlv] Flp.3:2
[xlvi] 2Tes.3:14,15
[xlvii] Tito.3:10
[xlviii] 2Jn.1:7-111; Hchs.2:46,47
[xlix] 1Cor.5:2; Ap.2:2
[l] Ef.4:11
[li] Ef.4:8; Rom.12:6
[lii] Jn.13:34
[liii] Col.3:16
[liv] 1Tes.4:18
[lv] Col.3:16
[lvi] Ef.4:16
[lvii] 1Pd.4:10,11
[lviii] Flp.2:3
[lix] Mt.23:12; 20:25-28
[lx] Ef.4:12
[lxi] Ef.4:11
[lxii] 2Cor.1:21
[lxiii] 2Cor.4:2; 5:11
[lxiv] 2Cor.1:21; 1Cor.9:2; 2Cor.3:5,6; 3Jn.1:12
[lxv] Hchs,13:2; 14:26; 2Cor.10:13
[lxvi] Hchs.13:4
[lxvii] Hchs.13:2,3
[lxviii] Tito.1:5-7; Hchs.20:17,28
[lxix] Hchs.20:28
[lxx] Hchs.14:23
[lxxi] Tito.1:5; 1Tim.5:17,19,22
[lxxii] 3Jn.1:12; Heb.13:7,17; 1Ttes.5:12; 1Cor.16:16
[lxxiii] 2Cor.1:21; 5:11
[lxxiv] Ef.4:1; Hchs.13:2; Gál.1:1
[lxxv] Hchs.13:13
[lxxvi] Hchs.14:23
[lxxvii] Ap.21:14
[lxxviii] Hchs.1:26; Lc.6:13; 8:1; 18:31; 22:30; Hchs.6:2; 1Cor.15:5; Ap.21:14
[lxxix] Hchs.1:21,22
[lxxx] Ef.4:1
[lxxxi] 2Cor.1:21
[lxxxii] Hchs.9:32; 11:1; 13:2; 14:26; 15:36; 118:22
[lxxxiii] Hchs.20:17,28; Flp.1:1; Tito:1:5
[lxxxiv] 2Cor.10:13-16; Hchs.16:6-10
[lxxxv] Hchs.14:26,27; 18:22,23
[lxxxvi] Hchs.16:6-10, Rom.1:10; 15:23
[lxxxvii] Flp.2:25; 2Cor.8:23
[lxxxviii] 1Cor.4:1; 2Cor.8:19-24; Hchs.12:30
[lxxxix] Gál.2:9
[xc] Hchs.12:30; 2Cor.8y9; Rom.15:26; [1Clemente (aceptada como canónica por las iglesias sirias y coptas)]
[xci] Hchs.14:23; Flp.1:1; Tito.1:5; Hchs,20:17; Stgo.5:14
[xcii] Hchs.20:4; 1Tes.1:1
[xciii] Hchs.13:1,2
[xciv] Flm.1:24
[xcv] 1Cor.12:28
[xcvi] Hchs.20:29,30, 2Cor.11:18,20; Ap.2:6; 1Pd.5:3
[xcvii] Ef.4:12
[xcviii] Ap.1:6; Heb.10:19-22; 1Pd.2:5,9,10
[xcix] 1Pd.4:10
[c] 1Cor.10:16; Hchs.2:46
[ci] 1Cor.10:16
[cii] 1Pd.2:9
[ciii] Hchs.11.19-21
[civ] 1Cor.14:31
[cv] 1Cor.14:26
[cvi] 1Cor.14:29; 5:12
[cvii] Col.3:16
[cviii] Rom.12:8
[cix] Lc.22:26
[cx] 1Cor.14:23
[cxi] Hchs.5:42
[cxii] 1Cor.11:22
[cxiii] Rom.16:3-5; 1Cor.16:19
[cxiv] Col.4:15
[cxv] Flm.1:2
[cxvi] 1Cor.10:17
[cxvii] Jd.1:19; 1Cor.1:10, Rom.16:17; Titto.3:10
[cxviii] 1Cor.11:29
[cxix] Gál.5:20
[cxx] Hchs.2:46,47
[cxxi] Ninguna cita del Nuevo Testamento muestra dos iglesias en una misma ciudad.
[cxxii] Rom.14:1; 15:7
[cxxiii] Ef.2:11-22
[cxxiv] 1Cor.5:13
[cxxv] Ef.5:11; 1Tim.5:22
[cxxvi] 1Cor.1:10
[cxxvii] 2Tim.2:22
[cxxviii] 1Cor.16:19; Hchs.18:18,19,26
[cxxix] Ap.2:1
[cxxx] Col.4:15,16
[cxxxi] Ap.3:14
[cxxxii] Rom.16:5
[cxxxiii] Rom.16:14,15
[cxxxiv] Rom.16:10,11
[cxxxv] Hchs,1:15; 2:41; 4:14,28; 21:20
[cxxxvi] Hchs.5:42
[cxxxvii] Hchs.2:42-47
[cxxxviii] Hchs.8:1; 11:22
[cxxxix] 1Cor.1:2; 3:3-7; 1:10-13; 3:21-23
[cxl] 1Cor.12:14-27
[cxli] 1Cor.1:12; 3:5
[cxlii] 1Cor.12:13; Gál.3:14,26; Rom.8:9,10
---------
[i] Ap.3:8; 1Sam.3:19
[ii] Jd.1:3; Ap.2:5; 3:3; 1Tim.1:13,14; 1Jn.2:24; 2Jn.1:9
[iii] 11Cor.1:10
[iv] Rom.14:1; 15:9
[v] Rom.12:5; 1Cor.10:17; 12:12-27; Ef.1:22,23; 2:13-22; Col.3:15
[vi] 1Cor.12:13; 3:16; 6:17
[vii] Hchs.13:1
[viii] Hchs.20:28
[ix] 1Pd.5:1; 2Jn.1:1; 3Jn.1:1
[x] Hchs.13:1; 14:23; Tito.1:5; 1Tim.5:14,17
[xi] Flp.1:1
[xii] Hchs. 13: 4-14; Rom. 16:23; Hchs. 18:23
[xiii] Hchs. 14:21-23
[xiv] Ap. 2:2
[xv] Ap. 1:13
[xvi] Ap. 2:23
[xvii] Ap. 1:11
[xviii] Ap. 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14
[xix] Hchs. 9:31
[xx] Hchs. 15:41
[xxi] Rom. 16:4
[xxii] Rom. 16:16
[xxiii] 1 Cor. 4:17
[xxiv] 1 Cor. 7:17
[xxv] 1 Cor. 11:16
[xxvi] 1 Cor. 14:33
[xxvii] 1 Cor. 16:1
[xxviii] Gál. 1:2
[xxix] 1 Cor. 16:19
[xxx] 2 Cor. 8:1
[xxxi] 2 Cor. 8:18-24
[xxxii] 2 Cor. 11:8; 12:13
[xxxiii] 2 Cor. 11:20
[xxxiv] Gál. 1:22
[xxxv] 1 Tes. 1:1; 2:14
[xxxvi] 2 Tes. 1:1, 4
[xxxvii] Ap. 1:11
[xxxviii] Ap. 2:23
[xxxix] Ap. 2:7, 11, 17, 24; 3:6, 13, 22
[xl] Ap. 22: 16
[xli] Hchs. 12: 22
[xlii] 1 Cor. 14: 33
[xliii] Rom. 16: 3
[xliv] 1 Cor. 4: 17
[xlv] Ef. 1: 22, 23; 2: 16; 4: 4; Col 1: 18; 3: 15
[xlvi] Ef. 1: 22; 3: 19; 5: 23, 24, 25, 27, 29, 32; Col 1: 18, 24; Mt 16: 18; 1 Tim 3: 15
[xlvii] Ap. 19: 7; 22: 17, 9
[xlviii] Ef. 3: 31
[xlix] Col. 1: 17; 2: 6-14
[l] Cant. 1: 6; 8: 11, 12
[li] Hchs. 1: 8; 5: 16; 11: 22; 8: 14; 11: 1-18; 15: 2, 6, 22-32; 16: 4
[lii] Hchs. 13: 1-3; 14: 26 y 27; 15: 36a al 18: 22, 23; 11: 26; 14: 28; 15: 35; 18: 23
[liii] Hchs. 19: 1, 10-12; 20: 17, 18, 31
[liv] 2 Cor. 10: 13-16; Rom. 15: 20; Gál. 2: 7-10; 1 Cor. 12: 6; 12: 14 - 30; Ef. 4: 16; Col. 2: 19; 1 Cor. 3: 5-15, 21, 22; 4: 1-7; 2 Cor. 3: 1-6; 1 Ped. 1: 1; Stgo. 1: 1
[lv] Gál. 2: 11-15
[lvi] Gál. 1: 1, 11, 12
[lvii] Gál. 2: 1-10
[lviii] Ver desde 396 a 402
[lix] Ef. 4: 11; Hchs. 13: 1-34
[lx] Hchs. 13: 1-4
[lxi] Hchs. 15: 1-34
[lxii] Hchs. 15: 1, 2; Gál 2: 4, 5, 10-14
[lxiii] Hchs. 15: 8, 12, 28; 10: 44 - 48; 11: 1, 12, 17
[lxiv] Ver 408; 2 Cor. 13: 8
[lxv] Ap. 2: 5, 7
[lxvi] Jn. 14: 26; 16: 13
[lxvii] Jn. 6: 63; Salm. 127: 1; Flp. 3: 3; 1 Cor. 3: 11-15
[lxviii] 1 Tim. 3: 16; 2 Ped. 1: 20, 21; Jn 10: 35; 14: 26
[lxix] Gál 2: 1-10
[lxx] Mt. 23: 8-12
[lxxi] Ver 412
[lxxii] Ef. 3: 16; 2 Cor. 4: 16
[lxxiii] Mt. 16: 19; Jn 21: 15-19; Hchs. 2: 14, 38; 10: 11-18
[lxxiv] Hchs. 2: 14
[lxxv] Ver 418
[lxxvi] Ver 419; Jn 21: 18, 19
[lxxvii] 1 Cor. 12: 14 - 26
[lxxviii] Hchs. 20: 29, 30; 2 Tim. 4: 10; 1: 15; 1 Jn. 2: 19; Ap. 17: 1-5
[lxxix] Ap. 17: 14
[lxxx] 2 Cor. 3: 1-3; Ap. 2: 2; 2 Cor. 11: 15; 3 Jn. 9, 10, 11
[lxxxi] 1 Cor. 2: 4, 5
[lxxxii] 2 Ped. 2: 6, 20, 21
[lxxxiii] Ap. 22: 17
[lxxxiv] 2 Cor. 2: 16
[lxxxv] Flp. 3: 3; Ap. 16: 13-14; Mt 13: 30, 41
[lxxxvi] Ap. 16: 13, 14; 17: 13, 14; 19: 19
[lxxxvii] Jn. 5: 43
[lxxxviii] Hchs. 20: 28; Ap. 2: 6, 15
[lxxxix] Jn. 1: 12; 3: 5, 6
[xc] Jd. 1: 19; Rom. 8: 9
[xci] Mt. 23: 8-12
[xcii] Mr. 7: 6-9; Jn. 3: 1-6
[xciii] 1 Jn. 3: 7-19; Stg. 1: 26
[xciv] Mt. 6: 15-20