"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

lunes, 29 de agosto de 2016

lunes, 10 de octubre de 2011

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domingo, 10 de julio de 2011

RECENSIÓN DE CARTA DE PLÁCIDO FERRÁNDIZ DE ALICANTE




A PLÁCIDO FERRÁNDIZ DE ALICANTE ESPAÑA

Correo de Plácido Ferrándiz de Alicante, España.
Para: Gino Iafrancesco V.

El 28 de enero de 2009 9:47, Plácido Ferrándiz escribió:


Saludos de nuevo desde Alicante (España), querido hermano Gino. Soy Plácido.

Imagino que debe estar muy ocupado, por otro lado tengo tantos deseos de aprovechar su sabiduría en el Señor... No espero que responda a mis correos inmediatamente, cuando usted buenamente pueda y quiera.

Esta vez quisiera preguntarle sobre un asunto de apologética. Para muchos es un escándalo el Dios del Antiguo Testamento especialmente por esos textos en los que ordena directa o indirectamente ejercer violencia, exterminio, genocidios... La consagración de los levitas en Sinaí a filo de espada, el castigo a la rebelión de Coré, la conquista de Canaán, las leyes sobre el anatema, el genocidio de los amalecitas en 1Sm 15, Elías y los profetas de Baal... por poner algunos ejemplos.
Yo sé que los cristianos vemos esos textos desde la revelación definitiva del verdadero rostro de Dios en Jesús, y que hacemos una lectura 'tipológica', 'espiritual', de esos episodios, muy rica y edificante. Pero la verdad es que eso no anula los hechos históricos que se narran, violencias tremendas que la Biblia afirma ordenadas por Dios, y la pregunta acerca de cómo esa imagen de Dios puede ser compatible con el Padre de Jesús, y no tengo respuesta ante ello.
Si usted tiene algo de luz sobre esto me será de mucha bendición.

También quiero preguntarle si tiene inconveniente en que cuelgue en mi blog algún escrito suyo, citando la fuente por supuesto.

Gracias y que Dios le bendiga mucho en su vida y ministerio.
Plácido Ferrándiz.


Respuesta de Gino Iafrancesco V. 
para Plácido Ferrándiz.

Muy apreciado hermano Plácido, paz a ti en Jesucristo y a toda tu familia. Aquí Gino desde Colombia.

Como escribía Jeremías desde Yahveh: "Así dijo Yahveh: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que Yo soy Yahveh, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Yahveh" (Jer.9:23,24).

Ciertamente mirando nosotros desde la penumbra humana, y desde los intereses y las cosas meramente del hombre, no ponemos la mira en las cosas de Dios, y las tinieblas nos oscurecen todo lo relativo al derecho divino. Vemos parcialmente, pero no desde lo Alto, a menos que la gracia de Dios nos vaya abriendo los ojos para ver un panorama cada vez más completo. Pienso que eso nos acontece a todos los hombres.

Recordaba precisamente el caso de Marción, en la iglesia primitiva, que hasta llegó a pensar que el Padre de nuestro Señor Jesucristo era un Dios distinto al del Antiguo Testamento que apenas sería un demiurgo equivocado. Pero le respondieron muy bien Ireneo, Tertuliano y otros.

Cuando Dios fielmente habló con Abraham y le explicó que su descendencia sería esclava en tierra extraña por unos 400 años, le dio una razón a su amigo, aunque Él no tenga porqué dar cuenta de ninguna de Sus razones; pero le aclaró a Abraham que la espera sería "porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí" (Gn.15:16b). Dios tiene derecho a corregir y castigar la maldad de una nación; y a veces lo hace permitiendo la invasión de otra, que a su vez será también justamente juzgada. Y en el caso de los inocentes que perecen, simplemente fueron trasladados a mejor vida, y librados de circunstancias que les harían más daño. Dios no mandaba la tortura atroz, sino apenas la pena de muerte expedita. En el caso de los amalecitas, ellos habían hecho lo mismo y peor con los inocentes de Israel.

El Juez de toda la tierra nunca hará nada injusto, sino conforme a Su carácter plenamente revelado en Jesucristo. A veces nosotros no le entendemos, y la serpiente procura que malentendamos a Dios (Gn.3:1b, 4, 5); y por eso Pablo nos dice en Romanos que en el Evangelio la justicia es de fe y para fe (1:17). Pero a medida que nuestros ojos van siendo abiertos al soberano derecho y superior carácter divinos, nuestras propias conciencias justifican la sabiduría, rectitud y bondad divinas.

Desgraciadamente el hombre se ha olvidado de los derechos del Dios Soberano, Santo, Fiel y Misericordioso, y no ha puesto la debida atención a Sus razones. Además tampoco hemos tenido en cuenta la continuidad en ultratumba. Por eso nuestros paradigmas cambiantes no incluyen todo lo que Dios incluye, hasta que la gracia y la revelación de Dios opere en nosotros la mente y el sentir de Cristo. Tampoco hemos entendido, por ceguera, lo que significa ofensa de lesa majestad. Pero empezaremos a entenderlo cuando seamos nosotros mismos los ofendidos. Y aquí cabe perfectamente el caso de la contradicción de Coré. Pero también hay preciosos hijos de Coré entre los salmistas, con preciosísimos Salmos.

Amado hermano, te agradezco mucho el que me hayas honrado con tus sinceras inquietudes. No lo merezco. También te agradezco el que desees publicar algo de nuestra parte en tu(s) blog(s). Hermano, el Evangelio y la verdad de Jesucristo es propiedad común de toda la Iglesia.
 Si algo de ello puedes rescatar en mis blogs, pues hermano, de mi parte tienes la plena libertad de publicar lo que desees. Para mi es también otra honra que me concedes.

La paz de Dios en Cristo continúe contigo y los tuyos. Gino.

sábado, 9 de julio de 2011

RECENSIÓN DE LA SINOPSIS DEL LIBRO "EL DIOS EXILADO" DE LA DRA. MARILIA P. FIORILLO


ACERCA DE LA SINOPSIS DEL LIBRO
“EL DIOS EXILADO”
DE LA DRA. MARILIA P. FIORILLO


Correo de Paulo Sergio Almeida para Gino Iafrancesco V. y Arcadio Sierra Díaz.

Amados hermanos Gino y Arcadio:

Me gustaría que me ayudasen con sus opiniones.  Recibí un correo de una persona pidiéndome que divulgase el lanzamiento de un libro en el blog “Hijo Varón”. No conozco a la persona, ni al libro, ni a la autora del libro; y quedé de darle respuesta después, mas aún no he respondido. Entonces fui a pesquisar. El nombre del libro es: “El Dios exilado”, escrito por la profesora Dra. Marilia Fiorillo. Descubrí que ella es la mayor autoridad brasilera en el asunto del Gnosticismo, según lo leí en algunos sitios.

Remito en el anexo un artículo escrito por la mencionada Profesora . No tengan prisa en examinar; y cuando pudieren, si lo pudieren, es claro, díganme su parecer. Abajo algunos datos del libro del que os hablé:


Marilia Pacheco Fiorillo.-

Posee graduación en Ciencias Sociales por la Universidad de San Pablo (1979), especialización en Epistemología del Psicoanálisis en la Unicamp, cursos de extensión en el área de Letras Clásicas, y doctorado en Historia Social por la Universidad de San Pablo (2004), con tesis sobre Historia de las Religiones. Actualmente es profesora doctora, en dedicación exclusiva, de la Escuela de Comunicaciones y Artes de la Universidad de San Pablo. Fue editora de Vea, Esto es y Hoja de San Pablo, y articulista y colaboradora de innumerables publicaciones. Tiene experiencia en el área de la comunicación, con énfasis en Comunicación y Periodismo  e Historia de las Religiones, actuando principalmente en los siguientes temas: Análisis del Discurso Religioso, Lenguaje Periodístico, Historia y Fenomenología de las Religiones, Filosofía política.  


Respuesta de Gino Iafrancesco V.


Amado hermano Paulo Sergio, paz en nuestro Señor Jesucristo. Acabé de leer la Sinopsis del libro “El Dios exilado” de la Dra. Marilia Pacheco Fiorillo acerca del Gnosticismo. El tema de ella me resulta familiar, pues por esas gracias del Cielo poseo y he leído los libros gnósticos de la Biblioteca de Nag-Hamadí a los que ella se refiere, como también he leído  de los libros que eran conocidos acerca de los gnósticos antes del descubrimiento de Nag-Hamadí, y especialistas en gnosticismo y acerca de ellos, tales como F. M. Sagnard, A. Orbe, A. Piñero, J. Monserrat T. y F. García B.; igualmente libros de la cultura clásica helenística, y del moderno psicoanálisis (Las Obras Completas de Sigmund Freud, y también otros autores). Y también, por la gracia de Dios, conozco los escritos de amados hermanos cristianos ortodoxos primitivos, que tuvieron que luchar contra la Serpiente en ellos (los gnósticos). En verdad somos deudores a Ireneo de Lyon, Hipólito de Roma, Tertuliano de Cartago, Epifanio de Salamina y otros como ellos, que desvendaron y refutaron la falsamente llamada Gnosis, como ya antes de ellos lo habían hecho especialmente los Apóstoles de Jesucristo: Pablo y Juan; como también Pedro en su lucha contra Simón Mago, discípulo de Dositeo, gnóstico pre-cristiano. A las consideraciones racionalistas de Adolfo Harnack al respecto, bueno es matizarlas con las de Reinhold Seeberg y James Orr, en el contexto de la Historia de los Dogmas. Conozco también los libros de la vertiente moderna latinoamericana llamada también de gnóstica, tales como los del colombiano Samael Aun Beor, y los del chileno luciferiano pro-nazi Miguel Serrano, que sostuvo con C. G. Jung una afinada comunicación. Jung tenía especial simpatía por Abraxas, principado maligno que había tomado posesión de Daniel Mestral,  ya hoy el ex-satanista "hijo del fuego", liberado por el Señor Jesucristo, Hijo de Dios. Haré también mención de los libros de William Schnoebelen, ex-masón y ex-luciferiano, que delata, como otros, el uso de la literatura de C. G. Jung en las iniciaciones luciferianas. Se mantiene esta amplitud heterodoxa en las consideraciones del polifacético gnosticismo, pese a los insatisfactorios Acuerdos de la Asamblea de Mesina en 1966, que intentó delimitar los contornos del Gnosticismo. La dinámica de la realidad desborda los mojones.

Por la Sinopsis del libro “El Dios exilado” de la Dra. Marilia, podemos ver que el libro completo es bien erudito. Mas la misma Sinopsis ya permite percibir el espíritu de ella y de la bibliografía de que se vale. La Nueva Era, que es la vieja era de nuevo, en forma de neo-paganismo, y fomentada por los linajes y clanes ocultistas del druidismo de los Iluminati, es deudora en estos tiempos también de los gnósticos, principalmente por la influencia de personas tales como Carlos Gustavo Jung, el discípulo disidente de Sigmund Freud, afín del Mitraísmo y del Gnosticismo, especialmente de Basílides, cuyo nombre adoptó como pseudónimo para sus “Siete sermones a los muertos”. (Véanse, por ejemplo, los libros: “El Culto Jung” y “Jung, el cristo ario”, del psicólogo clínico Richard Noll, profesor de Historia de la Ciencia, de la Universidad de Harvard, ganador del premio de la Asociación Americana de Publicadores al mejor libro de Psicología; "Recuerdos, sueños y pensamientos” de Jung con su discípula Aniela Jaffé, “Misterium coniuntionis”, “Estudios alquímicos”, "Psicología y Alquimia” y otros del mismo Jung).

La honra que ellos conceden a la insolencia de la blasfemia gnóstica, típica de Carlos Gustavo Jung, permite discernir el espíritu de la Serpiente detrás de todo aquello. Igualmente se percibe la insolente blasfemia en el desconocimiento del Único Dios Verdadero,  Yahveh Elohim, revelado en el Señor Jesucristo de la Biblia. Es fácil percibir la simpatía de ellos por el espíritu ofídico de la Serpiente en el Gnosticismo, y al mismo tiempo la insolencia y blasfemia contra  Yahveh Elohin, el Único Dios Verdadero. La teología modernista y apóstata, especialmente aquella de la llamada “muerte de Dios” (por ejemplo, de Altízer, W. Hamilton, Paul van Buren, por un lado, y J. Robinson por otro), también está detrás de aquellas simpatías pro-gnósticas.

El sitio “Hijo Varón” que mi hermano Paulo Sergio Almeida dirige, es un espacio de la Fe cristiana bíblica ortodoxa, y sería una gran necedad confundir a los lectores incautos, al exponerlos a las sutilezas del espíritu y motivos de la Serpiente, disfrazada de árbol del conocimiento del bien y del mal, pero vacía del Árbol de la Vida. El menosprecio de nuestra Fe es evidente en el espíritu de la Dra. Marilia y de su bibliografía. Pues en la exposición de ellos acerca del Gnosticismo, que puede pretenderse científica, se pueden percibir sus simpatías y las de sus preceptores.

Ellos tienen sus propios espacios para que en ellos se encuentren las aves del mismo plumaje. Pero el espacio Cristiano Bíblico no debe ser ingenuo en prestarse para el espíritu y motivos de la Serpiente. Podemos ser decentes, mas no ingenuos. Personalmente me gustaría tener el libro completo de la Dra. Marilia, e incluso dialogar, si fuese preciso, mas desde una posición clara y definida en la Fe Cristiana Bíblica. El propósito del sitio “Hijo Varón” no es abrir la puerta a cualquier espíritu, pues nuestro inclusivismo es meramente cristiano bíblico, y al interior de la familia de Dios, a la Luz de las Sagradas Escrituras: La Biblia. Somos cristianos bíblicos, no humanistas. Somos teocráticos. No podemos evitar la enemistad impuesta por el Señor Único Dios, Yahveh Elohim, entre la Simiente de la Mujer: El Hijo Varón, y la simiente de la Serpiente (Gn.3:14,15; Ap.12:1-17). Amamos a las personas, pero no compartimos con los deseos propios de los hijos del diablo, de hacerse a sí mismos dioses. Sí somos humanitarios, no humanistas, y procuramos comprender los dramas humanos, en nuestro contacto con la miseria humana; y por eso estamos dispuestos a dialogar desde nuestra Fe; pero no debemos ser ingenuos e imprudentes. Shalom, amado hermano Paulo Sergio. Quedo a disposición de mi hermano. Vuestro en Jesucristo: Gino Iafrancesco V., 2008.

P.D.: Soy conciente de que esta recensión servirá al propósito del pedido de la Dra. Marilia, o su editorial, mas también permitirá mostrar a los estudiosos nuestro ángulo en este asunto.

Traducción ampliada del portuñol al castellano del mismo autor.

ISAGOGIA DE QOHELET

ISAGOGIA DE QOHELET

El libro sagrado de "Eclesiastés" es de especial significado para mí, y le guardo un profundo aprecio, y gran gratitud a Dios por él, pues el Espíritu Santo lo utilizó conmigo de manera especial para preparar mi corazón para la evangelización, cuando era un estudiante de psicología, y me atosigaba con los libros de Freud, Nietzsche, Sartre y demás. Tengo la experiencia espiritual de haber sido tocado por Dios mientras estudiaba atentamente este libro. Aró la tierra en cuanto me despojaba de las falsas ilusiones humanistas con que nos engañamos a nosotros mismos debajo del sol; y tornó mi corazón hacia la búsqueda de Dios mismo.

"Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor…/…Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey? Nada, sino lo que ha sido hecho. Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas. El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como al otro. Entonces dije yo en mi corazón: como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora para hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio…/…Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría? Esto también es vanidad…/…Porque ¿qué más tiene el sabio que el necio?.../…Respecto de lo que es, ya ha mucho que tiene nombre, y se sabe que es hombre y que no puede contender con Aquel que es más poderoso que él…/…Yo, pues, dediqué mi corazón a conocer sabiduría, y a ver la faena que se hace sobre la tierra (porque hay quien ni de noche ni de día ve sueño en sus ojos); y he visto todas las obras de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla. Ciertamente he dado mi corazón a todas estas cosas, para declarar todo esto: que los justos y los sabios están en la mano de Dios…/…Me volví y vi debajo del sol, que no es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos…/…Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala" (Ecl.1:17, 18; 2:12-16, 19; 6:8ª,10; 8:16, 17; 9:1ª, 11; 12:12-14). Y esto, por ahora, solo respecto de la sabiduría debajo del sol, sin lo relativo a muchas otras cosas.

Gracias a Dios que la moneda tiene dos caras: Si por una cara dice: "Vanidad de vanidades", por la otra dice: "Cantar de los cantares". Y el estilo y uso de las palabras es del mismo autor, como veremos; "Cantar de los cantares, el cual es de Salomón" (Cant.1:1); y una misma la inspiración y complementación dentro del contexto general de la revelación divina. A pesar de algunos cuestionamientos subjetivos aislados, el Eclesiastés ha sido reconocido tradicionalmente por el Judaísmo y por el Cristianismo como parte de las Escrituras Sagradas. El Señor Jesucristo, con su declaración general de que la Escritura no puede ser quebrantada (Jn.10:35b), incluye al Eclesiastés bajo Su cobertura. Lo mismo hace el Espíritu Santo con las declaraciones apostólicas (Rom.3:1, 2; 2Tim.3:16, 17). El hecho de que el Libro del Eclesiastés pertenezca al Canon de las Sagradas Escrituras inspiradas por Dios, tiene muchas implicaciones, no percibidas por el espíritu de escepticismo destilado sutilmente, y no tanto, por el modernismo liberal que se expande como un cáncer, arrastrando a la inconsecuencia y sus derivados nefastos. Por eso es necesario "cortar por lo sano". Para el creyente en la inspiración de las Sagradas Escrituras, lo consecuente es atender cuidadosamente las declaraciones internas de ella misma. La hermenéutica debe ser acorde a la hermenéutica revelada intrínseca.

En el juicio crítico acerca de cualquier documento, se debe presumir su autenticidad, hasta que no se demuestre fehacientemente lo contrario, habiendo oído con atención todas las ponderaciones y examinándolas exhaustivamente. El Eclesiastés, al igual que todas las demás Sagradas Escrituras, ha sufrido el ataque inmisericorde del modernismo liberal corrosivo y escéptico. Su verdadera base, la de los ataques, es la sin razón de su antipatía incrédula, vestida de aparente racionalidad; pero ese tipo de crítica ha sido, a su vez, sometida también a la crítica, como corresponde en todo juicio, y ha resultado falsa y nula, dejando a la tradición impertérrida, y sin razones para inmutarse.

Según la evidencia interna, la autoría se atribuye a Qohelet ben David, rey en Jerusalem (1:1): "Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén". "Yo el Predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén. Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo…Miré todas las cosas que se hacen debajo del sol; …Hablé en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mi en Jerusalén; …y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría,…Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes…Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cual fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida. Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y de cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno…Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey?" (1:12, 13ª, 14ª, 16ª, 17ª; 2:1ª, 3-10ª, 12ª). Y así continúa en primera persona, dándonos testimonio de su propia vida privilegiada de rey sabio hijo de David, con la intención manifiesta de ver y enseñar cuál fuese el bien de los hijos de los hombres en el cual ocuparse por el resto de la vida en la tierra. Primero se dedicó a la sabiduría, y entonces también a los placeres y a las riquezas, volviendo luego con reflexiones a la sabiduría, habiendo examinando los desvaríos y la necedad. "He visto…, Entonces dije yo en mi corazón…, Aborrecí, por tanto, la vida…, Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho debajo del sol,…Volvió, por tanto, a desesperanzarse mi corazón acerca de todo el trabajo en que me afané, y en que había ocupado debajo del sol mi sabiduría…Yo he visto…, Yo he conocido…He entendido…Vi más debajo del sol…y dije en mi corazón: al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y todo lo que se hace. Dije en mi corazón: es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias… ¿Quién sabe…? Así, pues, he visto…Me volví y vi…Y alabé yo a los finados…He visto asimismo que…Yo me volví otra vez, y vi…Vi….Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. (Como también aprendió al final el sabio Job a cerrar la boca)…Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque Él no se complace en los insensatos." (3:10ª, 12ª, 14ª, 16ª, 17, 18, 21ª, 22ª; 4:1ª, 2a, 3ª, 7ª; 5:1, 2, 4ª; Job 42:1-6).

Con su volverse constante y progresivo, este rey sabio, hijo de David, y rey sobre todo Israel en Jerusalén, redescubre a Dios. Y por eso entonces aconseja, y por eso entonces continúa en los capítulos 5, 6 y 7 del Eclesiastés, con una serie de proverbios semejantes a los del Libro de los Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel (Prov.1:1ss). Ahora habla con inmenso realismo de lo que aprendió en el parto; tanto de la vanidad de la vida debajo del sol, como de la parte del bien debajo de ella, como también del sentido trascendente de la vida en Dios mismo. "Respecto de lo que es, ya ha mucho que tiene nombre, y se sabe que es hombre y que no puede contender con Aquel que es más poderoso que él" (6:10); "Mira la obra de Dios…" (7:13ª); "He aquí que esto he hallado, dice el Predicador, pesando las cosas una por una para hallar la razón…He aquí, solamente esto he hallado: Que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones" (7:27, 29). Y aquí el autor habla a la vez de sí mismo, tanto en primera como en tercera persona: he hallado; dice el Predicador; he aquí esto he hallado. Y sigue concluyendo: "Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios" (8:12, 13).

Y terminando el capítulo 9, y a lo largo del 10, vuelve al tipo de proverbios semejante al del Libro de los Proverbios de Salomón, como lo venía haciendo en los capítulos 5, 6 y 7; y ahora en el capítulo 11 vuelve a los consejos, también semejantes a los de aquel Libro. Concluye, pues, con la tercera persona, que ya había introducido antes, definida e indefinida, el Predicador, un Pastor, alternándola con la primera literariamente, tal como lo hacemos muchos autores; yo mismo varias veces; "Ahora, pues, hijo mío…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque este es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala" (12:12ª, 13, 14). Y el mismo Libro asemeja el Eclesiastés a los Proverbios: "Cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios" (12:9).

 Cantares, Proverbios y Eclesiastés comienzan de manera similar, pero con contenido progresivo: "Cantar de los cantares, el cual es de Salomón" (1:1). "Los Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel" (1:1). "Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén" (1:1). Podríamos considerar a Cantares un Libro con los bríos de la juventud; a Proverbios un Libro de madurez; y a Eclesiastés un Libro de ancianidad. En Cantares el amor es más importante que el reinado, y en el inicio no se menciona el reinado, aunque en el interior sí; el nombre de Salomón es más importante que el título de rey. En Proverbios el nombre de Salomón se une al de su padre David y al título de rey, conforme a la majestad del apogeo. En Eclesiastés, conforme al espíritu íntimo del libro, aunque el autor se identifica como hijo de David y rey en Jerusalem, como también (v.12) rey sobre Israel, no obstante, prefiere ahora en la ancianidad, ya vuelto de sus andanzas vanas, ocultar humildemente el nombre tras la mera identidad del oficio de asambleísta congregador, lo cual se entiende del título Qohelet, traducido al griego en la Septuaginta como Eclesiastés. De la misma manera que Billy Graham, cuando fue convidado a lanzarse para la presidencia de los Estados Unidos, no se rebajaría de su condición de predicador para ser apenas presidente de la república. Es mejor la humildad del púlpito que la vanidad que rodea al trono. También Jacob, en su ancianidad, actuó de manera humilde y digna ante el faraón; como bien lo resalta Watchman Nee To Sheng en su libro "Transformados a Su semejanza".

Qohelet es una palabra que proviene de Qahal, la cual última significa: asamblea, congregación, grupo, en cuanto sustantivo de origen; en cuanto verbo nominativo, diferenciado del anterior por las señales masoréticas vocales, significa: convocar reunión. Otras palabras derivadas de la misma raíz son: Qehilâ (que también significa asamblea o congregación), como igualmente: Maqhël. La Septuaginta traduce el verbo hebreo Qahal al griego Ekkaleö. Por eso también asamblea se traduce iglesia, de ekklesía; y por tanto, Eclesiastés de Qohelet. Pero la Septuaginta también traduce en varias ocasiones Qahal por: Sinagoga; por lo tanto, podría incluir también: Sínodo. A su vez, Qahal provendría del verbo Qôl: hablar, como aparece principalmente en Ezequiel y en los Documentos del Qumram. La terminación de Qohelet es femenina, como también sucede en castellano con nombres femeninos de extracción masculina, tales como Amparo, Socorro, Pilar, etc. Así Qohelet puede decirse en castellano: asambleísta, con terminación en "a" como los femeninos, pero aplicable a los dos géneros. Viendo, pues, todas las aplicaciones raizales, no está equivocado que algunas traducciones traduzcan Qohelet por Predicador. Y a veces un nombre común se torna propio.

Por lo cual, el Midrás Qohelet Rabbah habla de los tres nombres del hijo de David, rey de Israel en Jerusalem: Salomón, Jedidías y Qohelet (QoR.I:1.3.1.2). Es interesante notar que aunque la terminación hebrea de la palabra Qohelet tiene visos femeninos, no obstante, en el hebreo bíblico generalmente se conjuga con verbos en forma masculina, con apenas una excepción en Eclesiastés 7:27, que algunos sospechan ser quizás una separación equivocada de palabras. (Véase Jack P. Lewis de Memphis, en DITAT; J. Y. Campbell, "Orígen y significado del uso cristiano de la palabra "iglesia" "; Nils A. Dahl de Darmstadt, "Das Volk Gottes"; F. Zimmerman, "La Raíz "qahal" en algunos pasajes de la Escritura"). El texto arriba referido del Midrás Qohelet Rabbah es el siguiente: "Se le llama de tres formas: Yedidías, Salomón y Qohelet. Rabí Yehosúa ben Leví sostenía en cambio que de siete: Agur, Yaqué, Lemuel, Itiel, más los tres mencionados son siete. Rabí Samuel bar Najmán decía a su vez que, en principio, los auténticos son tres: Yedidías, Salomón y Qohélet; admitía, sin embargo, los otros cuatro, siempre que se entendieran como apodo de Salomón, y que fueran dados con la intención de ser interpretados: Agur, porque había acumulado palabras de la Torá; Yaqué, porque vomitaba su discurso, como un cuenco que primero se llena y después se vacía; así Salomón aprendió la Torá primero para olvidarla después; Lemuel, porque habló contra Dios en su corazón al decir: yo puedo aumentar el número de mujeres sin pecar; Itiel, porque dijo: Dios está conmigo, así que puedo". (Traducción castellana de la filóloga complutense Dra. Carmen Motos, del Midrás Qohelet Rabbah, publicado por la Biblioteca Midrásica, N.22, Navarra 2001).

Las opiniones de los rabíes Yehosúa ben Leví y Samuel ben Najmán, de ser siete los nombres de Salomón, no me parece plausible, pues Agur ben Jaqué, Itiel I, Itiel II, Ucal y Lemuel (Prov.30:1; 31:1), son nombres de diferentes personajes: el primero, un sabio profeta; y el último, un rey; y los tres intermedios, los destinatarios de la profecía del primero mencionado. Salomón no solamente escribía, sino que también recopilaba la sapiencia de otros sabios (Prov.24:23; Ecl.12:9-11). Además, muchos de los Proverbios de Salomón, y de los que él recopilaba, fueron a su vez copiados en días del rey Ezequías de Judá (Prov.25:1). Los varones de Ezequías editaron, pues, tales colecciones, como también los Salmos davídicos y los Salmos asáficos (2Cr.29:30).

Sirva de glosa al margen en este momento, la llamada de atención acerca de que toda esta labor escrituraria y editorial de David, Asaf, Salomón, Ezequías y sus varones, incorpora el trasfondo mosaico, como pudo verse, por ejemplo en este escrito, en las alusiones de Salomón a los mandamientos de Dios, al igual que a la Ley en los Salmos; lo cual refuta las hipótesis documentarias de tipo wellhausiano. (Al respecto, véanse de este mismo autor Gino Iafrancesco V., los libros: "Aproximación a Crónicas", "Preliminares a una exégesis cosmogónica" y "Al Principio"). Los asuntos filológicos se verán, Dios mediante, más adelante.

Retomando el asunto de los nombres de Salomón según el Midrás Qohelet Rabbah, el autor mismo anónimo del mencionado midrás, apenas parece reconocer tres: Jedidías, Salomón y Qohelet. El último aparece alguna vez en hebreo con artículo, rebajándolo de la categoría de nombre propio a mero título; aunque también ya dije que a veces nombres comunes se tornan propios. Examinando, pues, la evidencia interna, en lo que respecta a lo dicho por el mismo texto inspirado del Eclesiastés, su autor es Salomón Jedidías Qohelet, hijo de David, y rey de Israel en Jerusalem. Ciertamente que en el caso de libros judaicos no inspirados, y otros, algunas veces el autor asume un nombre que no es el propio, sino el de algún héroe bíblico; pero ese no puede ser el caso en un libro verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo, según es el caso de Eclesiastés, de acuerdo a la enseñanza del Señor Jesús y sus apóstoles, pues se le estarían atribuyendo mentiras al Santo Espíritu. El autor de Eclesiastés fue hijo de David, rey de Israel en Jerusalem. La expresión simple "hijo de David", ciertamente puede aplicarse no solamente a Salomón, sino también a otros hijos y nietos y descendientes de David, etc; pero la expresión "rey de Israel" solamente se puede aplicar a Saul, Is-Boset, David y Salomón, que fueron los únicos reyes de Israel que reinaron sobre las doce tribus. Pero como Saul e Is-Boset no fueron hijos de David, entonces solamente nos queda Salomón, que además fue rey de Israel en Jerusalem. Saul e Is-Boset no reinaron desde Jerusalem. El que Salomón diga que fue rey de Israel en Jerusalem, no significa que ya no lo sea cuando escribe, sino simplemente que lo ha sido, o que ha llegado a serlo. Por otra parte, el hecho de que el autor de Qohelet haya dicho que fue engrandecido mucho más que los que fueron antes de él en Jerusalem, no significa necesariamente, como algunos sostienen, que el plural implica no ser Salomón el autor. Pero debemos tener en cuenta que antes de David, padre de Salomón, que se tomó la ciudad por mano de Joab, ya existieron reyes jebuseos en la ciudad anteriores a David y a la toma de Joab, los cuales también son aludidos en el plural; igualmente debemos incluir a Melquisedec, figura de Cristo. Además, cuando Salomón se refiere a que fue engrandecido más que los que fueron antes de él en Jerusalem, no dice necesariamente que fueron reyes antes de él en Jerusalem, sino simplemente que fueron en Jerusalem antes de él, no necesariamente reyes; por lo cual la frase puede también referirse a todos los que existieron o vivieron en Jerusalem antes de él, sin necesidad de haber sido reyes. Las circunstancias reales que vivió Qohelet hijo de David rey de Israel en Jerusalem, fueron las típicas que vivió Salomón según lo dicho en otras de las Escrituras Sagradas que a él se refieren, como Reyes y Crónicas. No hay candidato mejor.

Por lo tanto solo resta considerar los asuntos filológicos levantados imprudentemente por el modernismo escéptico liberal, refutados, no obstante, suficientemente por la erudición conservadora tradicional. Al igual que lo hasta aquí dicho, las consideraciones filológicas también constituyen evidencia interna. Debemos tener en cuenta, dentro de las consideraciones filológicas, que ha existido una historia arqueológica de descubrimientos lingüísticos, posterior a las críticas apresuradas del modernismo liberal, especialmente de Cornill, Delitzsch, Driver y sus émulos, las cuales han sido acalladas por la evidencia documental. Supuestos neologismos en el Texto Sagrado, se demostraron más bien ser arcaísmos semíticos comunes al hebreo, arameo, babilonio y ugarítico arcaicos. También el codearse salomónico con la cultura fenicia, que ya había rodeado a Hiram (y por supuesto también a Salomón), ha sido puesto de manifiesto especialmente por Mitchell Dahood, James Muillemberg y Margoliuth; de donde se ve que los supuestos arameísmos tardíos alegados, ya eran arcaicamente empleados en las inscripciones fenicias, como las de Eshmunazar y Tabnith. Además, Gleason Archer corrige algunas especulaciones de M. Dahhod, haciendo mucho más claro el contexto fenicio histórico arcaico. Los 97 términos que Franz Delitzsch, desde la supuesta autoridad únicamente de Cornill, alistaba como arameísmos post-exílicos, fueron fácilmente reducidos a una decena por Hengstenberg ya en su propia época, y mucho más por Robert Dick Wilson y Gleason Archer posteriormente ("Investigación científica del Antiguo Testamento" de Wilson, y "Reseña crítica de una introducción al Antiguo Testamento" y "Enciclopedia de dificultades bíblicas" de Archer, respectivamente). Y nadie puede dudar de la solvencia académica y filológica de estos expertos profesores especialistas en lenguas antiguas (Wilson en 45 lenguas, y Archer en 26). El tratamiento de Wilson sobre cada uno de los supuestos y alegados arameísmos tardíos es minucioso y contundente. Véase también al respecto su colección de artículos sobre el tema publicados en 1925 en la Revista Presbiteriana. Por otra parte, los términos salomónicos que reconoce E. Young en Cantar de los cantares, son los mismos que reconoce Archer en Qohelet. La discusión filológica modernista, que a su vez ha sido sometida también a la crítica, ha devuelto, desde la academia y la más reciente arqueología, la bandera de la vanguardia, irónicamente en los tiempos del post-modernismo, otra vez a la tradición judeo-cristiana más conservadora.
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Gino Iafrancesco V., octubre de 2009, Bogotá D.C., Colombia.

viernes, 1 de julio de 2011

F U N D A M E N T O S / prefacio e índice

FUNDAMENTOS


FUNDAMENTOS
G1NO IAFRANCESCO V., 1983
© Los derechos son del autor. Se permite la reproducción total de este documento, con la
única condición de citar la fuente, a fin de que pueda comprobarse y preservarse la autenticidad
del texto.
FUNDAMENTOS
Esquema
De enseñanzas
Cristianas básicas
1983

GINO IAFRANCESCO V.
AGRADECIMIENTOS
Agradezco al Señor por la existencia, la vida, la salvación, el llamamiento y la
oportunidad de escribir este libro y ponerlo a disposición del público.
Gino Iafrancesco V.

Dedico esta obra
a toda persona
que con corazón honesto
se avoque a su lectura.


PREFACIO

El presente esquema de enseñanzas cristianas básicas no pretende agotar el tema; se trata
simplemente de una diagramación panorámica de lo que nos muestra el Nuevo Testamento
acerca de la didáctica primaria que escogió usar el Señor Jesús, y tras Él, sus apóstoles y la
iglesia primitiva.
Se ha hecho abundante uso de citas de las Sagradas Escrituras, generalmente según la
difundida versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, revisión del año 1960; sin
embargo, donde lo hemos creído conveniente en aras de una mayor claridad, se ha usado una
aproximación castellana al texto griego de Wescott y Hort.
Aconsejamos que para un mayor aprovechamiento del presente estudio escritural, el lector
acuda a las Escrituras mismas para cerciorarse de las citas aducidas y observar su contexto. En
el caso muy probable de que el lector sea cristiano, entonces le damos el consejo adicional de
invocar al Señor cuando vaya a leer y orar en el espíritu mientras lee; de tal manera dependerá
del Señor mismo para un mejor aprovechamiento.
Este trabajo constituye un estudio escrito por el autor en el año 1983, en la República del
Paraguay.
El autor asume la responsabilidad gramatical del uso de mayúsculas en las palabras comunes
que se refieren a la Persona y Obra del Señor.

Gino Iafrancesco V.

CONTENIDO

PARTE I
I. Identificando prioridades
II. El Fundamento puesto
III. La Persona
IV. La Obra
V. La Doctrina

PARTE II
VI. Las fiestas solemnes
VII. Pascua: Cristo Crucificado
VIII. Ázimos: Cristo Comulgado
IX. Primicias: Cristo Resucitado
X. Pentecostés: Cristo Glorificado
XI. Trompetas: Cristo Anunciado
XII. Expiación: Cristo Abogado
XIII. Tabernáculos: Cristo Esperado

PARTE III
XIV. Los Primeros Rudimentos
XV. Arrepentimiento
XVI. Fe en Dios
XVII. Doctrina de bautismos
XVIII. Imposición de manos
XIX. Resurrección de muertos
XX. Juicio Eterno


PARTE IV
XXI. El Reino de los Cielos se ha acercado
XXII. La Regla
XXIII. Sobre esta Roca
XXIV. El Sello del firme fundamento de Dios

PARTE V
XXV. La Unidad del Espíritu
XXVI. Un Cuerpo
XXVII. Un Espíritu
XXVIII. Una misma esperanza
XXIX. Un Señor
XXX. Una Fe
XXXI. Un Bautismo
XXXII. Un Dios y Padre

PARTE VI
XXXIII. El Fundamento de los apóstoles y profetas
XXXIV. Las Iglesias de los santos
XXXV. La Doctrina de los Apóstoles
XXXVI. La comunión unos con otros
XXXVII. El Partimiento del Pan
XXXVIII. Las Oraciones

PARTE VII
XXXIX. El Propósito de Dios

I: EL FUNDAMENTO PUESTO


PARTE I
Nadie puede poner otro fundamento
que el que está puesto,
el cual es Jesucristo

1 Corintios 3:11


I
IDENTIFICANDO PRIORIDADES

En todas las cosas existe un orden de prioridades, descuidando el cual, corremos el riesgo de
perdemos por las ramas y alienar el propósito de las cosas. Las cosas verdaderamente
importantes no han sido dejadas a nuestro capricho; decimos con esto que las consecuencias
de nuestras elecciones a las que nos avocamos, pesarán sobre nuestra cabeza y la de aquellos
bajo nuestro radio de influencia, con un peso ineludible. Por todo esto es urgentísimo asumir las
responsabilidades que se nos han concedido, siendo entendidos en el discernimiento de las
prioridades, es decir, de aquellas cosas fundamentales que afectan nuestro ser y destino. Que
nadie sea tan insensato como para suponer o esperar que escapará a las ineludibles
consecuencias de sus elecciones. Es urgente que elijamos lo mejor, identifiquemos lo prioritario,
y comencemos por lo verdaderamente importante y necesario, lo fundamental.
Todos los aspectos de la vida tienen sus puntos básicos, y entre aspectos y aspectos, existe
gradación en los valores. No sin razón reprendía Jesús a los fariseos por colar severamente al
mosquito a la par que tragaban los camellos (Mt. 23:23-26); y a Martha respondía que mientras
ella se afanaba con muchas cosas, María su hermana había escogido la mejor parte, la única
realmente necesaria, la cual no le sería quitada (Lc. 10:38-42). Y entonces a todos nosotros
enseña a buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia (Mt. 6:25-34), avocado a lo cual, el
apóstol Pablo, como perito arquitecto, coloca el fundamento indispensable (1 Co. 3:10-13)
comenzando por aquello que provoca la salvación del hombre para la gloria de Dios, y nos
señala al Hijo de Dios, Señor y Salvador, muerto por nuestros pecados y resucitado (Rm. 1:2-4;
10:8-13; 1 Co. 15:1-8; 2 Co. 4:5; 1 Tes. 1:9,10; 1 Ti. l:15; 3:16).
Todas las disciplinas son ramificaciones graduadas del gran tronco de la realidad, y ésta
encuentra su sustento y significado solamente en Dios; por Él fue creado todo y para Él; por lo
tanto, atender a Su Revelación es lo más sabio que podríamos hacer. Dios se ha revelado
mediante Jesucristo.
Lo que hoy gozamos con inmensa gratitud, o lo que sufrimos como pesada carga, es resultado
de lo que ayer apenas parecía una simple idea, una mera actitud. Y la historia ha rodado desde
allí con todas sus cumbres y sus profundos valles, como resultado del espíritu de las ideas y de
las acciones del pasado. La mediocridad de la indiferencia, la cobardía ante el compromiso, la
ceguera del egoísmo cómodo y pasajero, son culpables del sufrimiento y la miseria de muchos;
cosas que por la Santa Justicia de Dios, recaerán tarde o temprano sobre las hediondas fauces
de los responsables; a cada uno su porción. ¡Ningún hombre escapará de sí mismo! Pero
también, los errores de los atarantados y los delirios de los falsos mesías han hundido a la
humanidad más y más en el dolor, la corrupción y la muerte. Necesitamos por lo tanto volvernos
a la Revelación; ¡es prioritario! ¡Sí, debemos volver a Dios por Jesucristo! Debemos ir
directamente al grano y comenzar por el núcleo. Remendar las apariencias no hará sino
engañarnos más. El hombre esta caído y es perverso; necesita regeneración, necesita a Cristo,
necesita el vigor auténtico del auténtico Evangelio, necesita vivir por el Espíritu de Cristo y
conocer a Dios; entonces amará, y amando se realizará. Pero para amar se necesita más que
leyes y constituciones, más que buenas intenciones, pues el querer el bien está en el hombre,
pero no el hacerlo; por eso se frustran sus más nobles propósitos y se corrompen sus
conquistas. El hombre necesita una resurrección, ayuda Divina y sobrenatural, necesita a Cristo,
el Hijo de Dios, resucitado en la historia, vivo hoy, y vivificante. ¡He allí, pues, el Fundamento! Y
hay que cavar profundo, pues por haber sido meramente nominales y superficiales las
conversiones, no se ha aprovechado el sumo del Evangelio. ¡Cuánto lo necesitamos! ¡pero, qué
máscara deforme hemos presentado!

II

EL FUNDAMENTO PUESTO

"Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1
Co. 3:11). Esto escribía Pablo. Ahora bien, ¿qué es un fundamento? Es algo sobre lo cual se
puede descansar y edificar con seguridad; algo que resiste el peso y que sostiene; algo sin lo
cual las cosas se corrompen desde abajo. Bonito nombre y exacto, dado, pues, por Pablo a
Jesucristo: ¡Fundamento! Fundamento es el principio indispensable, y para nosotros los
hombres, no puede ser menos que Dios, ni menos que hombre. Dios, para sostenerlo y
significarlo todo; y Hombre, para asimilarlo y realizarnos. Debemos, pues, considerar a
Jesucristo, la Luz de los hombres, el Camino, la Verdad y la Vida, la Resurrección.
Al considerar a Jesucristo como nuestro Fundamento, contemplamos en Él: Su Persona, Su
obra, Su doctrina; todo, claro está, indisolublemente ligado. Aprovecharía menos la
consideración de su mera doctrina, si no la consideramos respaldada por Su obra; y de igual
manera, perderíamos lo substancial de Su obra si no la consideramos en el perfecto marco de la
identidad de Su Persona auténtica e histórica, Teo-antrópica. Así que consideramos la
Revelación Divina Fundamental en la Persona, obra y doctrina de Jesucristo.
Sí, porque entre los hombres, ¿quién ha habido como Él? No se levantará filósofo, ni
visionario, ni héroe, ni moralista, ni político, ni mariscal, que pueda compararse con Él en cuanto
a excelencia y en cuanto a frutos beneficiosos para la humanidad. Y si algo bueno tenemos de
los hombres en la Tierra, podríamos rastrear sus raíces y encontrarlo en Jesucristo, trátese de
amor, justicia, libertad, belleza, dignidad, verdad. Conocerle verdaderamente es, pues, la
indagación prioritaria; conocerle personalmente y cómo encaró Su obra, y en qué
fundamentalmente ha consistido ésta; quién es, qué hizo y qué hace. Aprendamos también de
Él, ¿cómo podríamos colaborar eficazmente en Su tarea. "Eficazmente" es palabra clave aquí,
pues cuánta basura hemos servido falsamente en Su Nombre, sin Su Espíritu. Oh, que podamos
con Su ayuda comprender Su obra y colaborar con ella. ¿Cuál es Su obra fundamental? ¿Cuál
también la doctrina y enseñanza de Su sublime persona? ¿Cómo podríamos empezar a recoger
las primeras migajas de Sus rudimentos y hallar su correcta aplicación en Él para todo? A estas
alturas, cuántos descubrimos desengañados lo desdibujado de nuestro cristianismo, que aún no
hemos bebido lo mejor de las aguas vivas, que hemos estado por mucho tiempo adormecidos, y
como embriagados; porque, ¿quién participa realmente de Su intención y de Su método? En Su
luz nos descubrimos como una multitud de traidores.

III

LA PERSONA

Conocer Quién sea la Persona de Jesucristo es absolutamente fundamental, pues si no era
Dios verdadero, ¿cómo entonces iba a revelarlo? y ¿cómo entonces sería justo su sacrificio por
las ofensas a Dios? pues ya que fue el Señor el ofendido y Suyo el perdón, entonces el precio
del perdón, el sacrificio, corresponde al que perdona; he allí Su amor; no corresponde
justamente el sacrificio del perdón a un tercero no injuriado ni injuriador; mas corresponde, cual
amor, a la abnegación del Injuriado, el cual es Dios. Fue Dios quien cargó con los "platos rotos"
y la deuda; fue Él quien por amor y en Su gran paciencia, para ser justo, tuvo que tomar sobre Sí
mismo el castigo de Su justa ira, lo cual fue la expiación. Perdonar sin sacrificio, es decir, sin la
satisfacción por el pecado, sería injusto y libraría el universo a la anarquía. La Justicia debía ser
mantenida y la satisfacción hecha; lo cual tan sólo podía hacerse de dos maneras: una, con el
justo castigo del culpable; otra, con el sacrificio del Inocente injuriado, no de un tercero, pues
sería injusticia contra ese tercero. En el conflicto entre Dios y el hombre no puede mediar un
tercero. O por pecar el hombre, entonces el hombre debe morir, lo cual es perfectamente justo; o
si no, Dios debe hacerse hombre, ser tentado, resultar victorioso e inocente, y entonces, con el
sacrificio de Sí mismo, satisfacer las exigencias de la Justicia, muriendo como legítimo sustituto
del hombre pecador.
Lo más noble fue que Dios mismo, el Injuriado, aceptó ser sustituto y se humilló por amor; mas
tomó el sacrificio como carga propia en honor a Su dignidad. Su sacrificio mantuvo Su dignidad
y Su autoridad. Desechar el hombre tal sacrificio significa la más horrenda injuria, pues afrenta
directamente lo más sacro del corazón Divino, Su Espíritu de Gracia. Así, pues, que la Persona
del sacrificio perfecto no podía ser menos que Dios mismo. Jesús mismo declaró la importancia
de reconocer correctamente Su Persona. Perdonar sin sacrificio hubiera sido hollar Su propia
dignidad y el honor de Su naturaleza inmutable; además hubiera sido abdicar del gobierno de su
creación; hubiera sido casi como dejar de ser Dios, la Suprema Autoridad; pero que Dios es la
suprema autoridad es una realidad inmutable, inconmovible e ineludible; es la realidad misma;
otra cosa no sería realidad.
Jesús, pues, para llevar a cabo Su obra de reconciliación de todas las cosas, y Su obra de
realizar en su plenitud a todas ellas, debe, pues, revelamos a la Deidad y requerir que sea
reconocida la identidad auténtica de Su Persona. Sin tal reconocimiento no puede el hombre
colocarse en el fundamento de salvación, pues fuera de éste quedará librado a su propia locura,
al delirio de su caída y a la acción de la muerte destructora y denigrante. Urge, pues, conocer
espiritualmente a Jesús, y así identificarlo. Él mismo, cuando preguntó a sus discípulos acerca
de quién decían los hombres que era Él, y cuando escuchó de Pedro la confesión: "Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios Viviente",1 entonces añadió que sobre esa Roca edificaría a Su Iglesia.
Pedro fue hecho una piedra para ser edificado sobre Cristo cuando gracias a una revelación del
Padre, conoció y confesó a Jesús como el Cristo y como el Hijo del Dios viviente (Mt. 16:13-18).
Nadie podrá ser edificado sin esta misma confesión revelada que salió de los labios de Pedro
respecto de Jesús; a saber, que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
---1Mateo 16:16---

¿Quién es, pues, el Cristo? ¿Quién es el Hijo del Dios viviente? ¿Qué naturalezas hay en Él?
Cuando pregunto ahora "qué" es porque se pregunta por Su naturaleza divina y por Su
naturaleza humana. Sus naturalezas, la divina y la humana, son los dos irreductibles "qué" de
Su único "Quién", la Persona. La categoría de "naturaleza" difiere de la categoría de "persona".
La naturaleza es un "qué"; la persona es un "quién". La naturaleza (o las) de la persona, es (o
son) el "qué del quién". En el único caso del "Quién" de Jesucristo, un Quién único, este es el
Verbo de Dios hecho carne; en cuanto Verbo Divino participa de la naturaleza divina; es la
Palabra y la sabiduría divina, la imagen del Dios invisible, es decir, del Padre; el Verbo es el
resplandor de la gloria divina, y como tal participa de Su substancia esencial, siendo la imagen
subsistente y de esencia divina de la subsistencia o hipóstasis de Dios el Padre (Jn. 1:2; Col,
1:15; 2 Co. 4:4; He. l:1-3). De manera que el Verbo es Igual al Padre (Fil. 2:6).
Cuando Dios, el Padre, se conoce a Sí mismo, se conoce con un Conocimiento que es igual a
Sí mismo, por el cual se expresa tan perfectamente como Él es; por lo tanto, Su Verbo es la
Palabra que le contiene en la plenitud de Su atributo, con la que Se conoce y por la que se
revela, siendo tal Imagen y Expresión de Sí igual y consubstancial a Él, Dios con Él, idéntico en
esencia, mas distinto en Persona, pues una persona es el Padre que conoce, y al conocer
eternamente engendra inmanentemente desde la eternidad a Su Conocimiento sin principio;
otra Persona es, pues, el Conocimiento del Padre que es de Este Invisible, la imagen,
subsistente cual perfecta reproducción personal, Persona igual en la misma esencia divina;
Conocimiento perfectísimo de Dios que subsistiendo en la esencia divina como tal es el Verbo
que acompaña desde la eternidad al Padre que con Él se conoce y por Él se expresa. Sí, este
Conocimiento que Dios tiene de la plenitud de Sí y de todas las cosas, es la Persona del Verbo
que le está próxima, sí, delante de Sí como en la pantalla de Su mente, a Quien el Padre
participa el todo de Su naturaleza substancial y esencialmente divina. Este Verbo es, pues, el
Hijo del Dios viviente con Quien el Padre participa en un amor común que es tan divinamente grande y pleno que al expirarse es tan pleno como Sí mismo, tan pleno como el Padre y el Hijo
que se conocen y aman dándose mutuamente y totalmente, de manera que ese Divino Amor
que procede del Padre y es correspondido por el Hijo, es idéntico en naturaleza a la Divinidad,
pues subsiste cual el amor mismo de esta Divinidad en cuanto expirado, y expirado a plenitud de
Dios y cual Dios mismo que se da, y es por lo tanto la Persona subsistente del Espíritu Santo,
co-partícipe con el Padre y el Hijo de la única esencia divina así constituida desde la eternidad
sin principio, siendo, pues, Dios uno solo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Ahora bien, aquel Verbo de Dios, el unigénito del Padre, el Hijo, se hizo carne, semejante a los
hombres (Jn. 1:14; Fil. 2:7), idéntico también a nosotros en naturaleza, y tentado en todo
conforme a nuestra semejanza, pero sin pecado (He. 4:15), pues, al contrario de nosotros,
venció al pecado en la carne y lo condenó (Ro. 8:3) sin permitir que el príncipe de este mundo, el
maligno, tuviese nada en Él, y así entonces lo juzgó (Jn. 14:30; 16:11; 12:31); y entonces, como
Hijo del Hombre, y por el hecho de serlo, recibió la facultad de juzgar al mundo (Jn. 5:19-27). Así,
pues, Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, es decir, la imagen del Dios invisible, el Hijo único, el
Verbo, el unigénito Dios (Jn. 1:18, según el original griego), es, en cuanto Verbo: Dios; y en
cuanto Verbo encarnado desde el vientre de la virgen María: Hombre verdadero, sí, con
espíritu, alma y cuerpo absolutamente humanos; Hombre además lleno del Espíritu Santo (Hch.
10:38); por lo tanto: Salvador y Redentor, Maestro y Revelación, Abogado y Juez, Señor y Rey.
Esta es la Persona: Jesucristo el Señor.

IV
LA OBRA

Siendo pues nada menos que ésta la Persona, el Verbo de Dios encarnado, entendemos que
viniendo desde la eternidad y según un plan y propósito eternos, Su obra comenzó con la
Encarnación; es decir, haciéndose Hombre, para lo cual tuvo que despojarse a Sí mismo,
anonadarse. Su despojamiento consistió, pues, en no aferrarse a la exclusividad de Sus
condiciones y prerrogativas divinas, sino que se sometió a condiciones de inferioridad. De ser
igual a Dios en cuanto Verbo, llegó a ser menor que el Padre en cuanto hombre; e incluso, antes
de glorificar Su humanidad, fue hecho inferior a los ángeles (He. 2:9), aunque luego, como
hombre, heredó más excelente Nombre que ellos (He. 1:3-4). Con tal despojamiento (Fil. 2:5-8;
Jn. 14:28) que manifestó la naturaleza de Su amor al Padre y a los hombres, contrarrestó
totalmente la rebelión satánica, que consistió en todo lo contrario a un despojamiento; porque la
rebelión satánica consistió en una usurpación, en una pretensión, en una autoexaltación. Con
Su despojamiento, el Hijo enfrentó, contrastó y juzgó la rebelión angélica y humana. Con Su
encarnación se sometió a las pruebas humanas, pero fue obediente al Padre hasta la muerte,
con lo cual venció en humanidad y para la humanidad que le asimile, al pecado en la carne. Con
Su Muerte expiatoria y sacrificial asimiló nuestro castigo, despojando así a los principados
demoníacos del derecho de acusación que poseían en el acta de decretos contra nosotros por
nuestros pecados y por nuestra naturaleza vendida al pecado (Col. 2:14,15).
He aquí, pues, la obra de la cruz: por Su parte, el Padre no escatima al Hijo, sino que lo
entrega por todos nosotros (Ro. 8:32); el Hijo se ofrece mediante el Espíritu eterno (He. 9:14) y
sin usurpar el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, se humilla haciéndose semejante a los
hombres, el Verbo hecho carne (Fil. 2:5-8; Jn. 1:14); nace, pues, de la virgen María y toma forma
de siervo, menor que el Padre, y aprende la obediencia (He. 5:8); es tentado en todo, mas no
peca; entonces, cual Hijo del Hombre sufre la muerte expiatoria cual postrer Adam, hecho
pecado por todos nosotros (2 Co. 5:21; 1 Co. 15:45), y con su muerte destruye a la muerte (Is.
25:8; Os. 13:14; 1 Co. 15:55,56) y al que tenía el imperio de la muerte, es decir, al diablo (He.
2:14); crucifica también al viejo hombre (Ro. 6:6), a la carne con sus pasiones y deseos (Gá.
5:24), al mundo y sus rudimentos (Gá. 6:14; Col. 2:20), al acta de decretos que nos era contraria
(Col. 2:14); en Su cruz llega a abolir las enemistades de la carne y la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas, haciendo así la paz y reconciliándonos entre nosotros y con Dios
(Ef. 2:13-16); crucificó también la maldición de la ley, la incircuncisión y las cosas viejas (Gá.
3:13; Col. 2:11-13; 2 Co. 5:17); juzga al príncipe de este mundo, exibe y despoja a los
principados y potestades (Col. 2:16; Jn. 16.:11).
Por Su resurrección corporal en humanidad (Jn. 2:19-22; Lc. 24:36-46) dio comienzo cual
segundo Hombre (1 Co.15:47) a una nueva creación (2 Co. 5:17), siendo así la Cabeza federal
de una nueva raza, la de los hijos de Dios (Jn. 1:12), regenerados en su identificación con el
Cristo muerto y resucitado, que perdona y libra, y además restaura, regenera y santifica; imputa
la justicia, pero además la produce, por gracia, recibiéndola nosotros de Él y a Su Espíritu, por la
fe; y manifiesta esta fe y justificación gratuita, en buenas obras preparadas de antemano por
Dios, y hechas en Él como señal fructífera de salvación (Ef. 2:8,10; Tito 2:14).
Nunca olvidemos, pues, que la obra del Señor Jesucristo ha consistido después de Su
encarnación virginal, y su vida sin pecado revelándonos al Padre, en Su muerte por nosotros
debido a nuestros pecados; y después de sepultado, resucitar corporalmente en incorrupción, y
ascender de nuevo a Su gloria, para glorificar en Él a la humanidad, haciéndola nueva y
heredera del Reino; para comunicar lo cual envió Su Espíritu Santo para convencer al mundo de
pecado, justicia y juicio,2 de modo que le reciban los llamados a salir del mundo, los que le
aman. El Espíritu Santo nos participa lo del Padre y Cristo, de modo que lo podamos asimilar y
llenarnos y revestirnos de Él en identificación completa, con miras a la redención total que será
---2Referencia a Juan 16:8--- manifestada al fin de los tiempos.

Hecha, pues, esta obra para Dios y los hombres en Jesucristo, Dios y Hombre, entonces se
anuncia el Evangelio, se proclama y se enseña como ministerio espiritual. Es así que la doctrina
se asienta en la obra de la Persona Teo-antrópica de Jesucristo.

V
LA DOCTRINA

Al considerar la Doctrina de Jesucristo, no debemos divorciarla de la realidad del Espíritu y Su
Persona, sino que se tratará de Jesucristo mismo obrando espiritualmente a través de Su
doctrina. No se tratará, pues, de mera ética o moral, sino de la comunicación hablada y actuada
del Espíritu de Cristo, y por el Espíritu, de la obra del Cristo que se nos da por vida para
reunirnos en Dios. Trátase del mismo Cristo repartido entre nosotros para nutrimos de Sí, lo cual
hoy lleva a efecto mediante Su ministerio espiritual que se prolonga en Su Cuerpo místico que
es la Iglesia, suma de todos los hijos de Dios. La ministración de Su Espíritu mediante el ejemplo
y sus palabras que son espíritu y vida, vivificará a los que percibiendo y oyendo, crean; y
creyendo reciban; entonces recibiendo, obedezcan; y obedeciendo, cumplan en sí mismos, por
la gracia de Cristo, la voluntad del Padre, que es para con nosotros redención total,
configuración a la imagen de Su Hijo Jesucristo, glorificados en Él, y con Él coherederos del
Reino eterno.
El Espíritu de vida utiliza, pues, el ejemplo de Jesús y sus apóstoles, y utiliza sus palabras. Tal
ejemplo y tales palabras, la suma de ellos y su explicación y la de los hechos de Cristo y sus
apóstoles bajo el Espíritu Santo, constituyen la doctrina. El Espíritu, el ejemplo y las palabras de
Cristo, se perpetúan en Su Cuerpo místico, además de haber quedado patentemente
registrados en las Sagradas Escrituras. El Espíritu de Cristo comenzó a manifestarse desde el
Antiguo Testamento, pero llegó a su dispensación perfecta con el Nuevo Pacto, que es ya
anticipo de la definitiva herencia. Tenemos, pues, entonces el Nuevo Testamento, el ejemplo y
las palabras, la esencia del Evangelio, la doctrina de salvación, de lo cual toma la Iglesia cual
depositaria y reparte. Debe la Iglesia repartir perpetuando mediante el Espíritu, el ejemplo y las
palabras de Cristo, aplicándolo a las necesidades de los hombres.
Al repartir, la Iglesia debe también tener discernimiento en el espíritu para edificar eficazmente
atendiendo a las prioridades, y comenzando, también en la enseñanza de la doctrina de Cristo,
por los fundamentos y rudimentos básicos de ella, sin los cuales nada se puede construir. Jesús
comenzó Su enseñanza pública con el anuncio de: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se
ha acercado"; "el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed
en el evangelio" (Mt. 4:17; Mr. 1:15). Esto mismo fue lo que ordenó a sus apóstoles predicar:
"46Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al
tercer día; 47y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en
todas las naciones, comenzando desde Jerusalem" (Lc. 24:46-47). Debían ser, pues, testigos de
Su Persona y obra, y portadores de Su Espíritu, reproductores en Él de Su ejemplo, y
predicadores de Su doctrina.
Pablo comenzó también con aquello de la muerte y resurrección de Cristo (1 Co. 15:3,4). En la
carta neo-testamentaria a los Hebreos se nos enumera aquello que constituía los rudimentos de
la doctrina de Cristo; sí, los primeros rudimentos de las palabras de Dios, el fundamento, lo cual
es: arrepentimiento de obras muertas, fe en Dios, doctrina de bautismos, imposición de manos,
resurrección de muertos y juicio eterno, a lo cual volveremos Dios mediante más detenidamente,
no sin antes reconsiderar los puntos sobresalientes de la gesta de Cristo, como quedan
señalados típicamente en las fiestas solemnes de Israel, sombra de Cristo.

II: LAS FIESTAS SOLEMNES

PARTE II

"16... días de fiesta..., 17todo lo cual es sombra
de lo que ha de venir,
pero el cuerpo es de Cristo"

Colosenses 2:16b,17.

VI

LAS FIESTAS SOLEMNES

Una fiesta se realiza con un motivo especial; un día de fiesta no es un día común; es un día
especial en el cual se quiere hacer sobresalir algo. Los hechos importantes y trascendentes de
la historia de los pueblos y de la vida de las personas son recordados por un día especial de
fiesta, en el cual se señala la importancia de aquello que es motivo de la fiesta. Dios, que nos
hizo y nos conoce, también obró así con los hombres, y en especial con Su pueblo Israel, al cual
señaló como primicia, y para que nos sirva de sombra, figura y tipo. Yahweh Elohim señaló a
Israel ciertas fiestas solemnes, con lo cual quería resaltar siete aspectos fundamentales de la
gesta de Cristo.

Por el Espíritu Santo sabemos mediante el apóstol Pablo, en su carta a los colosenses (2:16),
que las fiestas solemnes de Israel, junto con otras cosas, eran sombra de Cristo. Sí, las fiestas
solemnes de Israel fueron sombra de Cristo, y fueron siete diferentes para señalar la importancia
de siete aspectos fundamentales de Su obra. (Roland Buck testifica que el ángel Gabriel le
apareció y le hizo notorias estas cosas).3
Aquellas fiestas importantes fueron: la Pascua, los Azimos, las Primicias, Pentecostés, las
Trompetas, la Expiación, y los Tabernáculos (ó cabañas), en lo cual vemos a: Cristo crucificado,
Cristo repartido y asimilado, Cristo resucitado, Cristo enviando al Espíritu Santo, Cristo
anunciado, Cristo intercediendo, y Cristo regresando. Examinemos cada aspecto.
---3El testimonio de Roland Buck puede leerse en el Libro: "Angeles en Misiones Especiales". Ed. Fe y Espíritu---.

VII

PASCUA: CRISTO CRUCIFICADO

Pascua, Azimos y Primicias eran tres fiestas que estaban juntas en una, así como la muerte de
Cristo por nosotros y Su resurrección para nosotros y la gloria del Padre, constituyen el centro
del evangelio y de la historia humana. Por esa razón, en las prioridades del evangelio, escribía
Pablo a los corintios:
"1Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también
recibisteis, en el cual también perseveráis; 2por el cual asimismo, si retenéis la palabra que
os he predicado, sois salvos si no creísteis en vano. 3Porque primeramente os he enseñado
lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4y
que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5y que apareció a
Cefas, y después a los doce. 6Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de
los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7Después apareció a Jacobo; después a
todos los apóstoles; 8y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí" (1 Co.
15:1-8).
En esto vemos, pues, la importante declaración apostólica de lo que constituye primeramente
el Evangelio, reteniendo el cual podemos ser salvos.
La muerte y la resurrección de Cristo constituyen, pues, el núcleo del evangelio y el centro de
la historia. La fiesta de la pascua tiene el propósito precisamente de resaltar ese primer aspecto
de la obra de Cristo: Su muerte, por cuya sangre aseguramos el perdón de los pecados, interés
de Dios para que podamos acercanos sin impedimento a Él. La sangre del Cordero en el póstigo
de la casa del pueblo del Señor, era señal para Dios quien hacía que el juicio no cayera sobre la
familia, de manera que estuvieran preparados para la liberación de la esclavitud, rumbo al
reposo provisto por Dios. El apóstol Pablo sostiene que "nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue
sacrificada por nosotros" (1 Co. 5:7). De manera que aquella solemne fiesta israelita que
recordaba la liberación de Egipto bajo la sangre del cordero, era una sombra que señalaba a la
realidad del Cordero perfecto, la verdadera pascua, el Cristo sacrificado por nosotros.
Así que la primera prioridad en el evangelio, en la obra del Señor, es valorar el significado y el
¡gran precio de la sangre de Cristo! Sangre preciosa del Verbo encarnado que habla por sí
misma de la muerte del Cordero inocente de Dios como nuestro sustituto por nuestros pecados.
He allí lo primero que debemos comprender, valorar, señalar y anunciar. Sin la sangre de Cristo
no hay salvación para el hombre ni reconciliación con Dios. Sin aquella preciosa sangre todo
está perdido; ella es el precio necesario de salvación. Por esa causa, el Señor Jesucristo
estableció el memorial de Su muerte por nosotros en el partimiento del pan y la bendición de la
copa del Nuevo Pacto: "Cuantas veces hiciereis esto, la muerte del Señor anunciáis hata que él
venga'' (1 Co. 11:26).
Él estaba interesado en que nunca desapareciera de nuestra memoria el hecho de Su muerte
por nosotros. Sólo por medio de ella participamos con Dios. Nuestra vida depende de participar
con Él, de apropiarnos el beneficio de Su sacrificio que nos libra del juicio y del pecado, del
mundo y de la carne, del diablo, principados y potestades, de la misma muerte, es decir, de la
muerte segunda o definitiva.

El pan que partimos es la comunión del cuerpo de Cristo, y la copa de bendición que
bendecimos es la comunión de Su sangre (1 Co. 10:16). Comiendo Su carne y bebiendo Su
sangre, palabras que en Él son Espíritu y vida, tenemos vida eterna y nos preparamos para la
resurrección del día postrero (Jn. 6:48-63).
Consideremos, pues, a Su Persona y a Su obra comenzando por el valor de Su sangre.

VIII
ÁZIMOS: CRISTO COMULGADO

Íntimamente relacionada con la fiesta de la pascua, estaba la fiesta de los ázimos, o sea, de
los panes sin levadura. Una vez sacrificado el cordero pascual, entonces durante siete días se
celebraba la fiesta de los ázimos, comiendo panes sin levadura. Relacionado a esto escribía
Pablo a los corintios:
7Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como
sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. 8Así que
celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino
con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad" (1 Co. 5:7-8).
Cristo dijo también a sus discípulos que se guardasen de la levadura farisaica de la hipocresía
(Mt, 16:6-12). Fue aquel tipo de pan sin levadura el que tomó el Señor la noche de la última
cena, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: "Tomad y comed todos de él; esto es mi cuerpo
que por vosotros es partido". Cristo, al señalarse a Sí mismo con este pan ázimo, sin levadura,
se nos repartió para que le asimilemos y vivamos por Él, alimentándonos del pan o maná
celestial que es Él mismo, quien asimilado nos nutre de Sí mismo para la resurrección espiritual
y corporal.
El propósito de Su sacrificio pascual es señalado a continuación en los ázimos, y es: La
Comunión.
"21Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean
uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22La gloria que me diste, yo les
he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23Yo en ellos, y tú en mí, para
que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has
amado a ellos como también a mí me has amado" (Jn. 17:21-23).
Así que lo que sigue al sacrificio de Cristo es la reconciliación, la comunión restaurada. Dios
quiere nuestra comunión con Él y entre nosotros; es por eso que toda la Ley se resume en estas
palabras: Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas, y con todo nuestro ser; y al prójimo
como a ti mismo.4 La vieja masa leudada de nuestra humanidad caída y estigmatizada con
maldad, malicia e hipocresía, debe ser desechada a la par que participamos con Cristo de la
---4Cfr. Mateo 22:37-39--- cruz, crucificados con Él al viejo hombre, y reconciliados mediante la crucifixión de las
enemistades en Su cruz, a la cual somos incorporados en el poder de Cristo de manera a
posibilitar por ella nuestra liberación del pecado. La Pascua señala, pues, la sangre que nos
limpia de los pecados o transgresiones, y los Azimos señalan a la cruz que, compartida, nos libra
del pecado, es decir, del poder de la naturaleza caída y cautiva. Dios no sólo perdona, sino que
también justifica y libera. Dios nos libera del poder del pecado por medio del poder de la cruz de
Cristo, la cual compartimos haciéndonos también participantes de sus padecimientos, pues
como dice Pedro apóstol: "Quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado" (1 Pe. 4:1b).
La Victoria de Cristo al condenar el pecado en la carne nos es impartida a nosotros por la fe,
en nuestra identificación con Él en Su muerte y resurrección, lo cual señalamos con el bautismo.
Y como escribía Pablo: "9Ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino
la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; 10a fin de conocerle, y el poder de
su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su
muerte, 11si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos" (Fil. 3:9-11). Y en
Romanos 6:5: "Porque si fuimos plantados con él en la semejanza de su muerte, así también lo
seremos en la de su resurrección”.
La realidad de la comunión con Dios y entre los redimidos se hace posible una vez que
perdonados y limpiados con la sangre de Cristo, nos hacemos partícipes incorporados de Su
cruz, en la cual hallamos además de perdón, también liberación. Esta comunión, este amor, esta
unidad, son, pues, ahora gracias a la cruz, la prioridad, el propósito de la obra redentora para
manifestar a Cristo. Dios quiere nuestra comunión para lo cual nos reconcilió repartiendo a
Cristo entre nosotros, para que una vez asimilado, en perfecta comunión, seamos uno, para lo
cual es también ingrediente importantísimo la resurrección.

IX
PRIMICIAS: CRISTO RESUCITADO

La fiesta de las primicias seguía íntimamente ligada a la de los ázimos, que seguía a la
pascua. Las Primicias representan a Cristo Resucitado: "20Mas ahora Cristo ha resucitado de los
muertos; primicias de los que durmieron es hecho... 23Pero uno en su debido orden: Cristo, las
primicias" (1 Co. 15:20,23b). ¡He allí, pues, lo relacionadamente prioritario! ¡Cristo ha resucitado
corporalmente de los muertos y está vivo! ¡Y porque Él vive, nosotros también vivimos! "Porque
yo vivo, vosotros también viviréis" (Jn. 14:19b). Pascua: por Cristo perdonados; Ázimos: Por
Cristo reconciliados y liberados; Primicias; por Cristo resucitados y regenerados. Vemos, pues,
que estas tres fiestas iban juntas como en una gran fiesta, pues señalaban esos íntimamente
relacionados aspectos de la obra redentora de Cristo: perdón, reconciliación y regeneración;
liberación, justificación y santificación. Dios no quiere tan sólo perdonarnos; quiere también
liberarnos, regenerarnos y entonces también resucitarnos plenamente, para lo cual resucitó
corporalmente a Jesucristo, para que al participar nosotros de Él, seamos con Él glorificados.
Dios apunta, pues, a nuestra resurrección y gloria junto a Él en Su Reino. Por todo lo cual era
necesario también que el Hijo del Hombre, aquel en quien se resume nuestra humanidad, fuese
resucitado plenamente, es decir, no tan sólo en espíritu, sino incluido también el cuerpo. Tal
resurrección, el milagro sumo dentro de la historia y el tiempo, de Jesús de Nazareth, el Cristo,
es la respuesta exacta al problema del hombre: la muerte.
He allí el problema del hombre: ¡la muerte! Su caída es desintegración mortal; depravación,
degeneración, degradación, enfermedad, locura, caos, descomposición, dolor, corrupción, y
¡muerte! Separación eterna de la fuente de la vida eterna, que es Dios. Es la muerte en todas
sus etapas la maldición que encontramos por doquier, y que hace vanas todas las ansias
humanas. Pecar es separarse de Dios; y separarse de Dios es morir. El relato del Génesis nos
describe la caída del hombre: "17Mas del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás../.... 17Por cuanto obedeciste a la voz de tu
mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por
tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18Espinos y cardos te producirá; y
comerás plantas del campo. 19Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la
tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Gé. 2:17; 3:17-l9). He
aquí hoy en nosotros y a nuestro alrededor el verdadero cumplimiento de esta sentencia
verdadera dada al hombre, que locamente pretendió independizarse de Dios: ¡la muerte!
Pero no se nos dejó sin esperanza; he aquí que la Simiente de la mujer aplastará la cabeza de
la serpiente (Gé. 3:15); "He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y se llamará su
nombre Emanuel" (Is. 7:14). Dios con nosotros, tomando humanidad de la mujer, la virgen
María, aplastó la cabeza de la serpiente antigua, al instigador y emperador de la muerte. Por no
pecar, Jesús no se separó del Padre, y tras su muerte por nosotros, Dios lo resucitó testificando
de Su filiación y santidad; entonces nos lo dio por vida, resurrección y gloria. La resurrección fue,
pues, la muerte de la muerte. En vivir por Su resurrección, en la ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús, consiste la libertad, la dignidad y la restauración; lo cual operando desde lo íntimo de
nuestro espíritu ahora regenerado cual hijos de Dios, convierte nuestra alma y domina nuestro
cuerpo, sujetándonos a la voluntad del Padre, en maravillosa alianza que nos da al Espíritu
Santo cual primicias y anticipo, desde aquí en la tierra, creciendo en nosotros y fortaleciéndonos
hasta la estatura que ocupará en el Reino venidero.
La resurrección de Jesucristo es, pues, ¡fundamento esencialísimo! Sin precursor no hay precursados. ¡Nos consta, pues, que Él resucitó! primero, por el testimonio cierto y válido del
Espíritu Santo y de los testigos; y también, por el efecto de Su operación actual en nuestras
vidas. Testigos de primera magnitud, tales son sus apóstoles como: Pedro, Juan, Santiago,
Mateo, Judas Tadeo Lebeo, que comieron con Él después que resucitó de los muertos, de
quienes cuyas palabras y escritos nos ha conservado la Providencia Divina; además, Pablo,
también Silvano, Lucas, Marcos, y toda la pléyade de los que recibieron el testimonio directo de
los mismos testigos oculares y escribieron, con lo cual se robusteció la tradición ininterrumpida
hasta nuestros días. Los doce apóstoles y más de quinientos hermanos testificaron haberle visto
vivo después de padecer; también Pablo, y no faltan testigos posteriores.
Testigos de Su operación actual son todos los cristianos verdaderamente regenerados, que
por virtud de Él han sido liberados de una vida de pecado, y viven hoy en verdadera santidad.
Enfatizamos, pues, la perfecta y completa resurrección de Jesucristo.
Se nos hace necesario en nuestros días estar avisados contra ciertas personas que niegan la
resurrección corporal del Señor; incluso religiosos. Por ejemplo, los russelistas para justificar
una supuesta venida invisible de Cristo en 1914, "celestializada", niegan su resurrección
corporal. Por esta causa nos detenemos en señalar como de capital importancia el
reconocimiento de Su resurrección corporal. Pablo escribía a los romanos: "Si confesares con tu
boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás
salvo" (Rm. 10:9). Se enfatiza la Persona y la obra. La salvación está implicada profundamente
en lo relativo a la resurrección del Señor Jesús, pues, como dice Pablo, si Cristo no resucitó,
somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Co. 15:12-20). Mas, Su
resurrección es la que da sentido escatológico a toda nuestra vida.
En cuanto a que fue corporal Su resurrección, nos lo atestigua también Juan al referirse a su
cuerpo en el siguiente pasaje: "20Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado
este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? 21Mas él hablaba del templo de su cuerpo. 22Por
tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y
creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho" (Jn. 2:20-22). Y efectivamente,
también Pedro, testificando de la resurrección, cita la Escritura: "26Y aún mi carne descansará en
esperanza; 27porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción"
(Salmo 16:9,10; Hch. 2:26,27). Y Pedro, en casa de Cornelio, con las llaves del Reino les abría
también a los gentiles las puertas testificando: "40A éste (a Jesús) levantó Dios al tercer día, e
hizo que se manifestase; 41no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de
antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos"
(Hch. 10:40,41). Es por la corporalidad de Su resurrección que también Lucas en tal contexto
registra con todo detalle:
"36Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo:
Paz a vosotros. 37Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu.
38Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos
pensamientos? 39Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un
espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. 40Y diciendo esto, les mostró las
manos y los pies. 41Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les
dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? 42Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal
de miel. 43Y él lo tomó, y comió delante de ellos" (Lc. 24:36-43).
Juan narra además el incidente de Tomás, el cual fue expresamente invitado a meter su dedo
en la marca de los clavos, y la mano en el costado abierto por la lanza del centurión (Jn.
20:24-29) Por eso el apóstol Juan hablaba de “lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
hemos contemplado, y palparon nuestras manos" (1 Jn. 1:1). Así que Jesús levantó en tres días
su cuerpo, y su carne no vio corrupción, y resucitado así corporalmente comió y bebió, y fue
visto y palpado por testigos que dieron su vida por esta aseveración. Entonces ascendió y Él
mismo prometió volver. Y "si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con
Jesús a los que durmieron en él” (1 Tes. 4:14).
¡Jesús está, pues, vivo! ¡Tratemos con Él!

X

PENTECOSTÉS: CRISTO GLORIFICADO

Juan 7:37-39 nos refiere: "37En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso de pie y alzó la
voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38El que cree en mí, como dice la
Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39Esto dijo del Espíritu que habían de recibir
los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido
aún glorificado”.
De manera que era necesario que el Señor Jesús fuese glorificado para que el Espíritu Santo
pudiese ser derramado sobre toda carne. Y efectivamente, como dijo el apóstol Pedro: "32A este
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33Así que, exaltado por la diestra
de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que
vosotros veis y oís" (Hch. 2:32-33), y en seguida les extiende a los presentes, a sus hijos, a
todos los que están lejos y a cuantos el Señor nuestro Dios llamare, el importante anuncio de la
promesa divina: el don del Espíritu Santo, para que todo aquel que creyendo en el Señor
Jesucristo como el Hijo de Dios, Señor y Cristo, le reciba arrepintiéndose y bautizándose (Hch.
2:38,39). Es por eso que el Señor Jesús dijo:
"7Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8Y cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio. 9De pecado, por cuanto no creen en mí; 10de justicia, por
cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo
ha sido ya juzgado. 12Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis
sobrellevar. 13Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque
no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las
cosas que habrán de venir. 14Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.

15Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber"
(Jn. 16:7b-15).
Así que es de fundamental importancia, ya que Jesús fue glorificado, beber de Su Espíritu
Santo derramado, pues aun cosas que Jesús no habló claramente a los discípulos mientras
estuvo en la tierra, prometió comunicarnos a través de Su Santo Espíritu; y lo hizo en la
revelación dada por medio de sus apóstoles, según consta y se conforma en el Nuevo
Testamento; pacto cuya vida íntima nos es comunicada en la virtud del Espíritu que nos es dado
para conocer lo profundo de Dios y lo que nos ha concedido (1 Co. 2:7-16).
Jesús se iba, pero eso nos convenía, pues así, tras su glorificación, vendría el Espíritu Santo a
tomar Su lugar dentro de cada uno de sus hijos. Dios está, pues, muy interesado en que seamos
y permanezcamos llenos de Su Santo Espíritu, pues es solamente por Su operación que
llegamos a entender y a ser partícipes de la obra de Dios por Cristo. El don del Espíritu Santo es
algo más que perdón y liberación; es vida y unción. La fiesta de Pentecostés, en cuyo día
descendió como un viento recio el Espíritu de Dios para capacitar a la Iglesia, nos señala este
sobresaliente aspecto de la obra de Cristo: Derramar, por Él, del Padre, al Espíritu Santo,
disponible para toda carne; es decir, dado a cualquier ser humano que lo solicite y por la fe lo
reciba obedeciendo, de modo que confiadamente pueda contar con Él, en todo lo que requiere el
camino de la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Dios quiere, pues, que sepamos, y nos lo señala con Pentecostés, que Su Hijo ha sido
glorificado, hecho Señor y Cristo, por lo cual ya no hace falta nada para que Su Espíritu opere en
nosotros Su redención; es decir, que ahora la plenitud de Su victoria puede ya sernos
participada. El Hijo, que vino en el nombre del Padre, ya murió por nosotros, y después de ser
sepultado resucitó corporalmente al tercer día en incorrupción; entonces ascendió para ser
glorificado, y por Su intermediación, obtener para nosotros la in-habitación de Dios, cuya vida
nos restaura y nos devuelve a Su imagen y semejanza profanada con la caída. También el
Espíritu que levantó a Jesús de los muertos, vivificará nuestros cuerpos mortales (Ro. 8:11)
fortaleciéndonos hoy, y resucitándonos cual a Jesús, en el día postrero, corporalmente también.
El Espíritu Santo está, pues, hoy con nosotros en el nombre de Cristo, tomando Su lugar, y es
fundamentalísima una estrecha relación con Él.
Por Su muerte en la cruz Cristo nos ha limpiado con Su sangre, perdonándonos, y nos ha
liberado al incorporarnos en Él a la crucifixión del viejo hombre; mediante Su resurrección ha
dado comienzo a una nueva creación, dentro de la cual somos regenerados; sí, justificados y
santificados en Él. Pero además ha enviado Su Santo Espíritu para ungirnos y capacitarnos, y
anticipar en nosotros los poderes del siglo venidero, de modo que le sirvamos hoy, cual Iglesia,
en la edificación de Su Cuerpo y promoción de Su Reino. ¡Qué importante es la labor del Espíritu
Santo! Al mundo convence de pecado, justicia y juicio, y lo guía al arrepentimiento; revela
además el Señorío de Cristo (1 Co. 12:3) y nos participa la obra de salvación; hace morar en
nosotros al Padre y al Hijo, y Él mismo nos unge para enseñamos todas las cosas y guiarnos a
toda verdad, recordarnos las enseñanzas de Cristo, hacer operar Su ley espiritual de vida que
nos libera del poder de la operación de la ley del pecado y de la muerte en nuestra carne y
naturaleza adámica, contraponiéndole en nuestro espíritu la victoria de Cristo; nos renueva
sujetando nuestros miembros a la disposición de la justicia; produce el fruto que es a la vez
amor, gozo, paz, benignidad, templanza, fe, mansedumbre, bondad, verdad, justicia; y nos
equipa además con dones espirituales; dirige también, en nombre de Cristo, la obra de Dios, y
nos sumerge en el cuerpo de Cristo que es uno; etc., etc. (Jn. 14:15-26; Ro. 8:1-17; 6:13; Tit.
3:5,6; Gá. 5:16-25;1 Co. 12:4-11; Ef. 5:9; Hch. 8:29;10:19; 13:2,4; 15:28; 20:22; 1 Ti. 4:1; 1 Pe.
1:10-12; 1 Jn. 2:20,27; Ap. 1:10; 1 Co. 12:13). Es, pues, de capital importancia recibir de Dios
por Cristo al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es Dios mismo; es el Espíritu de Dios que procede del Padre expirado a
manera de amor pleno y personal, ejecutor; es decir, es Dios que se entrega cual persona. El
Padre ama al Hijo, y el Hijo al Padre con este amor personal que es tal cual el Padre y el Hijo y
subsiste eternamente en la misma divina esencia. Por el Hijo, pues, nos es derramado del Padre
el Espíritu Santo para hacernos partícipes de la naturaleza divina; sí, mediante sus promesas,
entre las que es capital: el don del Espíritu Santo; y no hablo tan sólo de los dones del Espíritu,
sino del Espíritu mismo sin medida cual don (2 Pe. 1:4; Hch. 2:38,39). (Esto es para mucho más
que tan sólo hablar en otras lenguas o profetizar; es para que conozcamos que el Hijo está en el
Padre, y nosotros en el Hijo, y el Hijo en nosotros; y que el que tiene al Hijo tiene también al
Padre (Jn. 14:17-20). Tenemos, pues, por Cristo entrada por un mismo Espíritu al Padre,
llegando nosotros a conformar Su casa, el templo de Su plenitud, y Su familia (Ef. 2:18-22); y por
la asimilación de Cristo: hueso de sus huesos y carne de su carne (Ef. 5:30,32).
Y de la misma manera como el perdón y la liberación la recibimos por fe revelada, también por
esa fe se recibe al Espíritu Santo. "Esto dijo del Espíritu que habrían de recibir los que creyesen
en él" (Jn. 7:39); "Para que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu Santo" (Gá. 3:14).
Para Dios es importante, pues, y para nosotros, que al recibir a Cristo, confiemos además en
que podemos contar con Su Espíritu Santo también; y debemos recibirlo igualmente bebiendo
de Él por fe; los apóstoles solían imponer las manos después de orar por la recepción del
Espíritu por los nuevos convertidos. Él prometió bautizarnos con Espíritu Santo y fuego (Hch.
1:5; 11:16). Hay, pues, para la Iglesia, además de Pascua, también Pentecostés, pues Jesús ya
fue glorificado.

XI
TROMPETAS: CRISTO ANUNCIADO

Pero, ¿qué efecto experimentaríamos de la obra de Cristo si no la conocemos? ¿cómo
aprovecharla si no tenemos noticia de ella? ¿cómo confiar en Su obra y creer sus promesas, si
no hemos alcanzado la oportunidad de conocer y participar (que es el verdadero conocer) del
Evangelio de Jesucristo? Es por ello que también aspecto fundamental de Su obra es anunciar;
para esto el Padre envió al Hijo (Ef. 2:17), y Éste a la Iglesia una vez que esté ungida del
Espíritu. Así que, en la obra de Cristo, después de Su muerte, resurrección, ascensión y envío
del Espíritu Santo, sigue el imprescindible anuncio. Después de la fiesta de Pentecostés seguía
la fiesta de las Trompetas; y así también estableció Jesús: "Recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Sunto, y me seréis testigos en Jerusalem, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch. 1:8). Pentecostés, entonces Trompetas.
En el contexto bíblico, las trompetas sirven para anunciar, congregar, declarar juicio; y esto
precisamente es lo que hace el evangelio de Cristo: Le anuncia para congregar en Él a Su
pueblo, y para dejar sin excusa al mundo pecador (Jn. 15:22). Anunciar a Cristo es, pues,
importante, y es la razón de la comisión que recibió toda la Iglesia, según lo escribe el apóstol
Pedro: "Pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable" (1 Pe. 2:9). Todo el pueblo de Dios debe anunciar el evangelio.
Veamos el ejemplo que de la iglesia primitiva nos quedó registrado en Hechos 11:19-21:
"19Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de
Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a
los judíos. 20Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales cuando
entraron en Antioquia, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor
Jesús. 21Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor".
Cada cual debe, pues, testificar a lo menos a los de su misma condición. Para la perfección de
tal ministerio de todos los santos, y no para anularlo ni monopolizarlo, fue que Cristo constituyó
apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros (Ef. 4:11,12), y esto hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la estatura del varón
perfecto. Por esa razón, toda la iglesia local, al partir juntos el pan y bendecir juntos la copa,
anuncia la muerte del Señor hasta que Él venga (1 Co. 10:16,17; 11:26). Por eso también cada
uno tiene: o salmo, o doctrina, o revelación, o lengua, o interpretación (1 Co. 14:26), y cada uno
debe ministrar a los otros, como buen administrador, la gracia multiforme recibida según el don
de Dios (1 Pe. 4:10-11). Por esta razón también, había en Israel dos trompetas: una relacionada
al ministerio especial de los Ancianos; y otra relacionada a todo el pueblo.
Pero de cualquier manera, si Cristo era anunciado, Pablo se alegraba, como escribe a los
Filipenses: "15Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de
buena voluntad. 16Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando
añadir aflicción a mis prisiones; 17pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la
defensa del evangelio. 18¿Qué pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por
verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún" (Fil.1:15-18).
He aquí, pues, el indiscutible y gran misterio de la piedad: "Fue manifestado en carne,
justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo,
recibido arriba en gloria" (1 Ti. 3:16b).
Que las trompetas den, pues, sonido certero (1 Co. 14:8) para que al anunciarse a Cristo, la
participación de la fe sea eficaz, en el conocimiento espiritual de todo el bien que está en
nosotros por Cristo Jesús (Flm. 1:6).

XII


EXPIACIÓN: CRISTO ABOGADO

Así como la pascua nos recuerda el sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre por el cual
fuimos liberados del Egipto espiritual, es decir, salvados, así también esta fiesta de la expiación
nos presenta la aplicación permanente del precio pagado por Aquel que continuamente
intercede por nosotros. Cada año Israel debía colocarse bajo la protección de la expiación; lo
cual nos señala la necesidad de vivir cubiertos por la sangre del Cordero, para lo cual podemos
acudir a Dios mediante el único mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre. Este
aspecto de Cristo, cual abogado, mediador e intercesor, cual sacerdote perenne según el orden
de Melquisedec, es de fundamental importancia, pues, aunque ya hayamos sido salvos,
liberados y regenerados, y aunque ya hayamos recibido Su Espíritu Santo, e incluso estemos
sirviéndole al Señor, aún queda la posibilidad de fallar, de cometer un error involuntario, de
descuidarnos y desfallecer, es decir, caer; ante lo cual precisamos no quedarnos postrados y sin
esperanza, sino que habiéndonos arrepentido, acudamos a Dios por medio de nuestro
abogado intercesor, para recuperar nuestra comunión perdida. Por eso nos dice la carta a los
Hebreos: "1Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo
sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, 2ministro del
Santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre" (8:1,2). Y en
Hebreos 4:14-16 nos dice: “14Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los
cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15Porque no tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en
todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16Acerquémonos, pues, confiadamente al trono
de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
El apóstol Juan explica (1 Jn. 2:1,2): "1Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
2Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por
los de todo el mundo".
El Verbo, pues, que en el principio estaba con Dios, y era Dios, se hizo carne, hombre
semejante a nosotros (Jn. l:1,2; Fil. 2:5-8), y fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza
saliendo victorioso y aprendiendo la obediencia por el sufrimiento (He. 4:15; 5:8); como Verbo
hecho Hombre y cual hombre murió y resucitó y se sentó a la diestra de la Majestad como
mediador y abogado cual Hombre, además de Señor; sí, Jesucristo Hombre, hecho Sumo
Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec en el poder de una vida indestructible,
de modo que compadeciéndose de nuestras debilidades, habiendo sido Él también tentado,
puede interceder perpetuamente a nuestro favor; es por eso que Juan en su carta primera nos
escribe que "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (2:7); es decir, que
mientras permanezcamos en la fe de Jesucristo y con la decisión de hacer la voluntad del Padre,
Dios nos mantiene cubiertos continuamente bajo la sangre del Cordero, viéndonos a través de
Su Hijo Jesucristo.
Ahora bien, ¿hasta cuándo durará esto así? es importante conocerlo, pues falsos profetas se
han levantado proclamando el fin de la gracia; pero, mientras la ofrenda esté en el santuario y la
sangre en el propiciatorio, el trono es de gracia y no de juicio. Esto en el caso de no afrentar al
Espíritu de Gracia. Y puesto que Jesús es esa ofrenda, en el Santísimo como nuestro
representante y precursor, y en nosotros por la vida de Su Espíritu, entonces, mientras Él esté
en el Santuario a la diestra del Padre, cual Hombre, la puerta de la gracia permanece abierta; y
Él está sentado allí hasta que todos sus enemigos, incluido el último, la muerte, sean puestos
bajo las plantas de sus pies. (ver Salmo 110:1; Mr. 16:19; Hch. 3:21). Dice Romanos 8:34:
"¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". (Ver 1 Co. 15:25-28;
Col. 3:1-4;1 Ti. 2:5; He. 10:12,13). Por lo tanto, recién en la hora en que los suyos seamos
transformados y resucitados venciendo al último enemigo, es el momento en que conste haber
dejado la diestra del Padre para venir como Dios y hombre en gloria y majestad, para dar
retribución. Hasta esa hora, la puerta de la gracia está abierta debido a la presencia del Cordero
expiatorio en el Santísimo. El es Sumo Sacerdote para siempre. (He. 7:21). Aún durante la Gran
Tribulación muchos lavarán sus vestiduras espirituales en la sangre del Cordero (Ap. 7:14).

XIII

TABERNÁCULOS: CRISTO ESPERADO

La fiesta de las cabañas o de los tabernáculos era la última del año, llena de regocijo, y se
llevaba a cabo después de la cosecha. Los israelitas dejaban sus casas habituales y moraban
en tabernáculos, señalando con eso su carácter de peregrinos. Fue en el último día de la fiesta
de los tabernáculos en que Jesús se puso de pie e invitó a Sí al pueblo. Con esta fiesta, la
séptima, se completa el círculo, y cual sombra de Cristo, nos lo señala a Éste regresando. La
segunda venida de Cristo es la que da sentido escatológico a todo el caminar cristiano. La
segunda venida de Cristo es la meta de nuestro peregrinar, pues allí nos encontraremos
definitivamente con Él para estar siempre a Su lado. Es, pues, tiempo de la cosecha y de gran
regocijo, cuando dejando nuestra morada terrestre, seremos transformados y trasladados.
También, si nuestra morada terrestre se deshiciere antes de aquel día, tenemos un tabernáculo
no hecho de manos, eterno en los cielos (2 Co. 5:1).
La fiesta de los tabernáculos apunta hacia el establecimiento definitivo del Reino; por eso
profetizó Zacarías: "Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieren contra
Jerusalem, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la
fiesta de los tabernáculos" (14:16). El perder su vida en este mundo los cristianos, tiene el
sentido en el regreso de Cristo. Él prometió volver, y con esto da la razón de la conducta
cristiana. Su regreso es además el mayor estímulo. Así que la verdad acerca de la segunda
venida de nuestro Señor Jesucristo es de fundamental importancia. Debemos, pues, atesorar tal
esperanza y animarnos con la certeza de Su regreso próximo. Él lo prometió así:
"2Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. 3Y si me fuere y os preparare lugar, vendré
otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Jn.
14:2b,3).
Aunque Él ya ha vuelto en Espíritu desde Pentecostés para unirnos con Él en lugares
celestiales, también regresará corporalmente en gloria y majestad.
Debemos asimismo comprender que es el mismísimo Verbo hecho carne cual Jesús de
Nazareth, el que regresará en gloria y majestad, con ese mismo cuerpo, ahora incorruptible y
glorificado, con el que fue crucificado y resucitado corporalmente, palpado así por sus
discípulos, y ascendido a la gloria. Cuando Él ascendió corporalmente a la vista de sus
discípulos, dos ángeles dijeron a éstos: "Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?
Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al
cielo" (Hch. 1:11). En Su venida todo ojo le verá (Ap. 1:7), pues viene con poder y gloria en las
nubes (Mt. 24:30) para dar retribución (2 Tes. 1:7,8) y establecer definitivamente el Reino de los
cielos. Esto debería bastarnos para no dejarnos engañar por la multitud de falsos cristos, que en
cumplimiento a las profecías de Jesús acerca de falsos profetas y falsos mesías, han aparecido
últimamente alrededor del mundo engañando a muchos (Mt. 24:4,5,11,23-27; Marcos
13:5,6,21-23; Lucas 17:22-26; 21:8).
En Su venida en las nubes, nosotros los suyos que le esperamos, le recibiremos
transformados, junto con los resucitados justos, en el aire; y descenderemos juntos a juzgar y
reinar con Él (1 Tes. 4:15-17). Esta es, pues, la gran esperanza que Dios ha puesto delante de
nosotros, y por la cual luchamos. Con la segunda venida de Cristo, en las nubes, se termina el
curso de la historia universal en su modalidad humana; y entonces toma lugar la modalidad
divina la economía celestial. Enfaticemos, pues, todos estos aspectos de la obra de Cristo.