CONSIDERANDO ASPECTOS DEL DECRETO
UNITATIS REDINTEGRATIO
DEL CONCILIO VATICANO II
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El observador que sigue con atención los pasos que se están dando en la búsqueda del re-encuentro de la genuina unidad cristiana, no puede sino alegrarse, en caso de ser cristiano, al considerar las directrices que, para los fieles católicos, emanaron del decreto Unitatis Redintegratio dado por el concilio Vaticano II sobre ecumenismo intracristiano, y que papas como Juan Pablo II procuran poner en práctica. Con tal decreto se intentan corregir actitudes negativas, y abrir las puertas para un diálogo fructífero. Para que podamos comprender, pues, un poco mejor este clima postconciliar, deseamos considerar, aunque solo fuese a vuelo de pájaro, debido a lo corto del espacio, algunos aspectos especialmente resaltantes del decreto, en lo que respecta al ambiente cristiano necesario para la deseada reconciliación espiritual y genuina.
Ya en el proemio se declara que precisamente uno de los fines principales del concilio fue la restauración de la unidad de los cristianos. Se reconoce también como impulso del Espíritu Santo este mismo movimiento hacia la unidad entre los hermanos separados. Por todo lo cual, el concilio propone a los fieles católicos los medios, caminos y formas conque se debe responder a la vocación de unidad y a tal gracia del Espíritu.
Reconoce el concilio que a lo largo de la historia surgieron discrepancias, no sin responsabilidad de ambas partes, pero que los ahora nacidos en tales comunidades que viven de la fe de Jesucristo, no son los responsables del pecado de aquella separación; por lo tanto, son abrazados con fraterno respeto y amor por el concilio, pues al creer aquellos en Cristo, estando debidamente bautizados, están en cierta comunión, aunque no sea completa. Tales cristianos, sostiene el concilio, al ser justificados por la fe, en el bautismo quedan incorporados a Cristo y reciben con todo derecho el nombre de cristianos, siendo, por lo tanto, reconocidos como hermanos en el Señor por los fieles católicos. Además, se reconoce que se hallan en tales cristianos la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y también dones del Espíritu Santo, todo lo cual proviene de Cristo, y le pertenece con todo derecho a toda la única iglesia universal de Cristo. Por lo cual, se reconocen como aptos para abrir la entrada a la comunión de la salvación, a muchos de los actos de culto de la religión cristiana practicados por los hermanos separados, y que producen efectívamente, sostiene el concilio, la vida de la gracia. Aunque el concilio vea, pues, defectos en tales comunidades, sin embargo reconoce que no están estas desprovistas de sentido y valor en el misterio de la salvación, pues se ve que el Espíritu Santo se sirve de ellas como medio de salvación.
El concilio exhorta entonces a los fieles católicos a cooperar en la acción ecuménica, y sostiene que se favorece a la unidad con los esfuerzos por eliminar palabras, juicios y actos que no respondan em justicia y verdad a la condición de los hermanos separados, y que hacen más difíciles las relaciones mútuas. En el diálogo, en buen espíritu, los peritos de cada comunidad pueden exponer con profundidad su auténtica doctrina, de manera que el mútuo conocimiento corresponda también a la realidad, y la apreciación mútua sea más justa. Tales atividades e iniciativas, bajo la vigilancia de los responsables, contribuyen, sostiene el concilio, a la equidad, la verdad, la concordia, la colaboración, el amor fraterno y la unidad. Por todo lo cual, los fieles católicos, exhórtase en el decreto, han de ser solícitos por los hermanos separados en la acción ecuménica, dando hacia ellos los primeros pasos, y considerando con sinceridad y diligencia lo que la misma familia católica debe renovar y corregir, en orden a la claridad y fidelidad del testimonio cristiano; pues, por no vivirse en consecuencia con la gracia y la verdad, el rostro de la Iglesia resplandece menos.
Necesario es, pues, también, recomienda el concilio, reconozcan con gozo y aprecio el valor de los tesoros cristianos que se encuentran entre los hermanos separados, pues es justo y saludable hacer tal reconocimiento de las riquezas y virtudes de Cristo en todos los que lo confiesan, algunos hasta el derramamiento de su sangre, lo cual, como obra que es de Dios, es admirable; y además, todo lo que por Su Espíritu Dios opera en los corazones de los hermanos separados conduce también a la edificación de los fieles, ya que lo auténticamente cristiano no es contrario a la fe.
El concilio recomienda a los obispos la participación en la acción ecuménica, y su promoción diligente y prudente, y enseña que el verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior, pues los deseos de unidad surgen y maduran de la renovación interna, de la abnegación y de la caridad. Entonces, aplicándose a sí mismo el pasaje de 1ª Juan 1:10, el concilio, reconociendo sus faltas contra la unidad, declara expresamente: “Humildemente, pues, pedimos perdón a Dios y a los hermanos separados, como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido”. Cuando estas palabras son sinceras, pueden arrancar lágrimas de los que aman a Cristo y a la totalidad de Su cuerpo.
Más adelante, el concilio declara que la conversión y la santidad de vida son el alma del ecumenismo espiritual; además, que es deber católico orar por la unidad de la Iglesia, ya que también es lícito orar con los hermanos separados. Para la práctica del ecumenismo, el concilio dice que es necesario en ánimo benévolo conocer la doctrina, historia, vida espiritual y cultural, y la psicología de los hermanos separados; para lo cual ayudan las reuniones donde se traten, de igual a igual, cuestiones teológicas, bajo la vigilancia de los responsables. De tal diálogo, espera el concilio, puede incluso esclarecerse más cual es la verdadera naturaleza de la Iglesia universal.
Para la formación ecuménica, decreta el concilio, que es necesario que la teología y la historia se expliquen con sentido ecuménico, de modo que respondan más a la realidad; y que los que serán pastores y sacerdotes conozcan una teología bien elaborada y no polémica, especialmente en lo que respecta a las relaciones con los hermanos separados, pues de aquellos dependerá la instrucción de los fieles. Recomienda además que en la forma de expresar y exponer la doctrina de la fe a los hermanos separados, se proceda con amor a la verdad, con caridad y con humildad.
Después de hacer consideraciones sobre los orientales y los protestantes, el concilio concluye deseando auténticamente que los proyectos católicos progresen en unión con los de los hermanos separados, sin que se ponga obstáculo a los caminos de la Providencia, y sin prejuzgar los impulsos del Espíritu Santo. Ante la magnitud de la obra de unidad, que excede a las fuerzas humanas, se eleva la mirada esperanzada en Dios, confiados en el amor del Padre, la oración del Hijo, y la virtud del Espíritu Santo.
Confiamos en que el Espíritu, que busca glorificar a Cristo, y reunir en Él todas las cosas, seguirá perfeccionando Su obra hasta consumarla.
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Gino Iafrancesco V., 1984, Ciudad del Este, Paraguay.