COYUNTURAS HISTORICAS PARA EL EXAMEN DE LA FALIBILIDAD PAPAL
Con el presente ensayo se señalan algunas coyunturas históricas que deben ser examinadas cuidadosamente en honor de la verdad y de la conciencia, frente a las pretensiones de infalibilidad papal que se pretenden imponer a todos los cristianos por la institución romano-papal. No tengo el deseo de polemizar, ni de señalar errores ajenos, pues errores tiene todo hombre. Yo he cometido muchos errores en mi vida y debiera ocuparme principalmente de mis propios errores. Entre los hombres reconozco infalibilidad al Señor Jesucristo. Tampoco quisiera hacer perder el tiempo a otras personas avivando la llama de la polémica. Solamente quiero indicar algunas coyunturas históricas que a juicio de mi conciencia personal merecen un cuidadoso examen antes de poder aceptar las pretensiones de infalibilidad papal que un grupo de hombres propone, no siempre pacíficamente, a todos los demás para reconocerlos plenamente cristianos. Me juzgo plenamente cristiano a la luz de las Sagradas Escrituras; pero ante las exigencias institucionales del romano-papismo encuentro dificultades en vista de las coyunturas históricas que señalo para un examen concienzudo.
Pedro es llamado por el romano-papismo de primer papa. El apóstol Pablo, en su epístola a los Gálatas escribe: “Cuando empero vino Cefas a Antioquía, en persona le resistí, pues se había hecho reprochable. Porque antes de venir algunos de parte de Jacobo, con los gentiles comía; pero cuando vinieron se retraía y se separaba, temiendo a los de la circuncisión; y juntamente fingían con él los demás judíos, de manera que incluso Bernabé fue arrastrado con ellos a la hipocresía. Pero cuando vi que no andan rectamente con relación a la verdad del evangelio, dije a Cefas delante de todos: - “Si tú judío siendo, como un gentil y no como un judío vives ¿cómo a los gentiles compeles a judaizar?” (Gal.2:12-14). Los puntos serios en este pasaje para una reconstrucción de fondo son las palabras de Pablo: 1) “No andan rectamente conforme a la verdad del evangelio” (Hoti ouk ortopodousin pros ten aléteian tou euaggelíon); 2) “¿Cómo a los gentiles compeles a judaizar?” (pos ta etne anagkadseis ioudaidsein). Las palabras fundamentales de Pablo aquí son: “ortopodousin” de “orthos” (recto) y “pous” (pie) en relación a la verdad del evangelio. La otra palabra es: “anagkadseis” (compelir u obligar).
También en el v.11 de Gal.2 aparece el verbo “kategnosménos”, pretérito perfecto perifrásico pasivo de “kataginosko” (contra-conocer, conocer algo digno de reprensión). Pablo conoció algo digno de reprensión en Pedro. Si tal cosa digna de reprensión, si tal ortopodusía carente, si tal obligar a los gentiles a judaizar, fueron apenas conductas y no enseñanza “excátedra”, es algo que el texto no es suficiente para dilucidar en lo histórico, pero sí suficiente para ver el ambiente apostólico del principio, un tanto diferente al actual.
Artemón sostuvo que Víctor (c.190), alistado en las listas de papas romanos, defendió la herejía de los melquisedequianos.
Hipólito de Roma luchó contra la herejía sabelianista por los años 199- 217, en contra de Calixto y Ceferino, también alistados en la lista de los papas de Roma, y que se resistían a condenar tal herejía.
Julio I (entre 337-352), en su encíclica “Anegnan”, aprobó al hereje Marcelo de Ancira en el año 341; después, en el mismo año, el Sínodo de Antioquía, con gran parte de ortodoxos, condenó el sabelianismo herético de Marcelo de Ancira, y del cual su discípulo Fotino dio claras muestras, y por lo cual el Sínodo de Milán lo anatemizó en el año 345.
Atanasio, Jerónimo, Filostorgio e Hilario de Poitiers informan de la caída del papa Liberio (e/352-366) al claudicar bajo la presión del emperador Constancio ante la fórmula arriana de Sirnio en 358, para poder retornar del destierro a Roma.
En el año 417, el papa Zósimo, en su carta “Postquam nobis” declara inocente al hereje Pelagio, y se admira de como “un hombre tan noble” haya sido calumniado. Pelagio le había presentado su confesión de fe en su “Libelus Fidei”. Luego de examinar Zósimo junto con su clero al hereje pelagiano Celestio, escribió la carta “Magnum Pondus” a los obispos africanos liderados por Agustín de Hipona condenando su precipitación en el caso de este pelagiano. Los africanos, viendo engañado a Zósimo, volvieron a pronunciarse de nuevo por la ortodoxia; ante lo cual Zósimo afirmó su “autoridad suprema”, pero también veladamente retrocedió, queriendo que las cosas quedaran como las había dejado su predecesor Inocencio I, de cuya posición él se había alejado y por lo cual el Sínodo Africano le había reclamado. Agustín de Hipona hubo, pues, de reencauzar el pensamiento de Zósimo.
El Sínodo de Cartago (550) excomulgó al papa Vigilio culpándolo de la herejía monofisita al suscribir él “Judicatun” prescribiendo los Tres Capítulos (Teodoro de Mopsuesti, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa). Ante la protesta de occidente, suspendió Vigilio indefinidamente su manifiesto. En una epístola, aunque había jurado ante el emperador Justiniano mantener la condenación de los Tres Capítulos, antes de celebrarse el II Concilio de Constantinopla convocado para tratar el asunto, poco después que Justiniano publicó su confesión de fe condenando los
Tres Capítulos, el papa Vigilio se opuso a él públicamente y huyó de Constantinopla a Roma. El emperador, en el Concilio, leyó un nuevo escrito de Vigilio y no lo acató y desterró al papa; entonces el papa retractó de nuevo su escrito y aceptó al Concilio que siguió al emperador Justiniano.
Tres Capítulos, el papa Vigilio se opuso a él públicamente y huyó de Constantinopla a Roma. El emperador, en el Concilio, leyó un nuevo escrito de Vigilio y no lo acató y desterró al papa; entonces el papa retractó de nuevo su escrito y aceptó al Concilio que siguió al emperador Justiniano.
El papa Honorio (e/615-638) durante la controversia monotelita impuso silencio en sus dos cartas a la ortodoxia de Sofronio de Jerusalem, y en cierto modo apoyó la posición monotelita de Sergio de Constantinopla. Por lo cual, el IV Concilio de Constantinopla (680-681) y otros posteriores medievales anatemizaron como hereje a Honorio I. El papa León II, al suscribir las actas del IV Concilio de Constantinopla (VI Ecuménico), dio por razón al anatema contra Honorio I el que había permitido que la “sede apostólica” fuera afeada con una tradición herética.
El papa León Magno (440-461) impuso obligatoriamente el celibato a todo el clero, incluidos los subdiáconos, pero fue resistido principalmente en la Germania.
Por usar Cirilio y Metodio de Moravia la liturgia eslava, fueron citados por el papa Nicolás I, a instigación de los alemanes, que eran contrarios a ella. Pero su sucesor Adriano II (867) aprobó la liturgia eslava. Su sucesor Juan VIII de nuevo la prohibió, pero convencido por Metodio de Sirmio, la aprobó de nuevo. Muerto, sin embargo, Metodio, el papa Esteban V (916-917) la prohibió de nuevo.
Honorio II, después de 1215, aprobó una cruzada de Cristian de Oliva cisterciense contra los bárbaros infieles de Prusia, pretendiendo convertirlos a la fuerza; pero retirados los cruzados, obviamente los prusianos volvieron al paganismo.
La falsa Donación de Constantino y las falsas Decretales pseudo-Isidorianas, documentos del siglo VIII y IX, con las que refrendose la creación de los Estados Pontificios, fueron usadas por el papa Silvestre II y por el papa Nicolás I. Contra Miguel Cerulario las usó León IX; y Gregorio VII las usó para ciertas exigencias a España. Sin embargo, ya en 1001, al serles presentados tales documentos al emperador Otón III, éste las rechazó por falsas. En la lucha de Eugenio IV contra el rey de Nápoles, Lorenzo Valla demostró su falsedad de nuevo. Los papas Esteban II y Adriano I recibieron del rey Pipino de Francia la restitución de los Estados Pontificios amparados por esos falsos documentos.
En febrero de 756 Esteban II escribe dos cartas al rey Pipino de Francia; y en la segunda se presenta como el mismo San Pedro que pretende protegerlo con su presencia, si Pipino cumple el Tratado de Quiercy de proteger los Estados Pontificios. Pipino lo hace en honor a San Pedro para remisión de sus pecados, como consta en su Respuesta al Embajador de Bizancio que reclamaba el Exarcado.
Pascual III canoniza a Carlomagno (que tuvo 9 mujeres) a instancias de Federico Barbaroja; por lo cual, con consentimiento eclesiástico, se le dio culto en Aquisgrán y alrededores. El rey Luis XI de Francia ordenó bajo pena de muerte celebrar su festividad, y la universidad de Paris en el s.XVII lo hizo su patrón.
De la carta “Non ignoramus” de Juan VIII se muestra éste condescendiente con Focio en relación al Filioque. Algunos apologetas de la infalibilidad papal intentaron declararla entonces apócrifa.
Nicolás I, excomulgó a Wadrada, amante adulterina de Lotario. Adriano II, su sucesor, levantó la excomunión.
Juan VIII excomulgó a Formoso. Su sucesor Marino I (882-884), levantó la excomunión y le consagró obispo de Porto a pesar del juramento de Formoso impuesto por Juan VIII en el sentido de que no ejercería nunca más las funciones sacerdotales. El papa Formoso (891-896) declaró nulas las ordenaciones de Focio, a las que Juan VIII, su anatemizador había validado. Formoso hizo con los aprobados de Juan VIII, lo que Juan VIII había hecho con él. Esteban VI (896-897) no reconoció el pontificado de su antecesor Formoso, el cual le había ordenado obispo de Anagni. Al invalidar su propia consagración episcopal por considerar indigno a Formoso, se hizo partícipe del concepto donatista y tertulianista tenido por herético. Esteban VI desenterró el cadáver de Formoso después de nueve meses y en el Concilio Cadavérico lo condenaron invalidando su pontificado y sus ordenaciones y profanando su cadáver, por lo cual, el pueblo despojó a Esteban VI y lo estranguló. Teodoro II (897), rehabilitó las ordenaciones de Formoso. Juan IX, venciendo a su oponente en la silla pontificia: Sergio, anuló el Concilio Cadavérico presidido por Esteban VI y quemó sus actas.
El papa Cristóbal I destronó y encarceló a León V (903), pero a su vez Sergio III destronó a Cristóbal I y lo encarceló junto a León V. Sergio III desconoció el pontificado de sus dos predecesores a quienes degolló; hizo además revalidar el Concilio Cadavérico, anulando las ordenaciones emanadas de Formoso y sus ordenados, y proclamando la necesidad de una nueva reordenación bajo pena de excomunión y destierro. Por lo cual, fue refutado de sus errores por el presbítero Auxilius en varios tratados. Sergio III había sido, sin embargo, ordenado por Formoso como obispo de Cere. Fue éste quien tuvo con Marocia como hijo al que había de ser el futuro papa Juan XI.
El papa León II (682-683) declaró hereje al papa Honorio I en carta al emperador.
Liutprande de Cremona, cronista de la época e intérprete del emperador Otón I, traicionado por el papa Juan VIII, refiere que el Sínodo de Roma del Año 963 acusó al papa de celebrar misa sin comunión, ordenar a destiempo y una escuadra de caballos, vender puestos episcopales y consagrar para esto a niños, asesinato de cardenal, multiplicación de adulterios, incendiario, beber vino a la salud del diablo, invocar a dioses paganos.
León VIII (963-965) en dos días recibió todas las ordenes menores y episcopales. Bonifacio VIII fue semejantemente acusado por Felipe el Hermoso de Francia.
Benecidto IX hecho papa siendo muy niño huyó en una revuelta causada por sus indignidades; entonces subió Silvestre III; pero luego regresó Benedicto IX y más tarde abdicó recibiendo rentas a favor de Gregorio VI (1045-1046) que fue depuesto en el Sínodo de Sutri (1046). Benedicto IX volvió al papado de nuevo, pero el Sínodo de Roma de 1046 lo depuso. El emperador Enrique III nombró entonces a Clemente II, pero muerto éste, volvió Benedicto IX; pero de nuevo el emperador Enrique III impone a León IX, quien proscribió el matrimonio de los sacerdotes y fue adalid de conquistas efímeras por las armas.
Alejandro II (1063) concede indulgencia plenaria a los soldados del normando Roberto Quiscardo para recuperar Sicilia de los sarracenos.
En la proposición 23 en el sílabos de errores condenados por Pío IX, se condena la declaración de que los papas y concilios ecuménicos han usurpado derechos de príncipes y errado en fe y costumbres.
Benedicto VIII en el Sínodo de Pavia (1018) manda que los hijos e hijas de sacerdotes casados, a quienes se considera meramente de concubinos, sean reducidos a esclavitud o servidumbre. León IX, Nicolás II, Alejandro II y Gregorio VII excomulgaron a los sacerdotes casados si se atrevían a decir una misa. A los fieles prohíben tratarlos y asistir a sus misas. En el Concilio de Letrán (1123) se declara inválido el matrimonio de los sacerdotes, diáconos y subdiáconos, bajo el pontificado de Calixto II, contradiciendo así a las Sagradas Escrituras, con doctrina demoniaca.
El Concilio de Brixen (1080) decretó la deposición de Gregorio VII acusándole de herejía, magia, simonía y pacto con el demonio. Se eligió por sustituto a Clemente III.
Gregorio VII admitía la falsa Donación de Constantino. Véase el “Dictatus papa” extrafalarius.
Urbano II y Adriano III usaban también como Gregorio VII, la falsa Donación de Constantino para pretender propiedad sobre varias tierras al igual que sobre España y Britania lo hacía Hildebrando.
Pascual II (1111), bajo presión imperial de Enrique V, concedió al emperador el privilegio de investir a los obispos, por lo cual, en Roma y Francia algunos lo consideraron hereje, y un Sínodo lateranense (1112) anuló el privilegio. Pascal II quiso abdicar y retirarse; luego, en otro Concilio de Letrán (1116), se retractó confesando su error públicamente y pidiendo perdón.
Gelasio II (1118), concede indulgencia plenaria a los soldados de Alfonso el Batallador que mueran en la conquista de Zaragoza.
Calixto II, que antes de su pontificado había declarado hereje a Pascual II por conceder al emperador la investidura a los obispos, ahora la prohíbe a Enrique V en Borgoña e Italia, y la permite en Alemania, según el concordato de Worns.
Urbano II (1089) concede indulgencia plenaria a los peregrinos a tierra santa.
Juan VIII y León IV dicen que tiene entrada directamente al cielo el que muera luchando por la religión. Igualmente dice el Decreto de Graciano.
Los cruzados se obligaban con juramento bajo pena de excomunión a marchar hasta Jerusalem y no retroceder jamás. Ademar de Montiel obispo de Puy, de rodillas ante Urbano II fue de los primeros en juramentarse.
Gregorio VIII indulgencia la tercera cruzada. Gelasio II indulgencia la Conquista de Zaragoza. Inocencio III indulgencia la reconquista de España. Urbano II absuelve del voto de cruzado a Bernardo de Toledo.
Inocencio II (1139) en el II Concilio de Letrán declaró nulos los matrimonios de clérigos. En su discurso de apertura sostuvo que la Jerusalem terrenal era nuestra madre cautiva por los agarenos, tergiversando así la epístola de Pablo a los Gálatas.
El Concilio IV de Letrán manda bajo Inocencio III sobre las vestimentas de judíos y mahometanos.
Inocencio III introdujo el título “Vicario de Cristo” en vez de “Vicario de Pedro”, aunque ya desde el siglo IX eran llamados así algunos obispos. Joaquin de Fiori había llamado al papa: “Vicario del emperador celeste”.
Inocencio III sostuvo que Melquisedec es figura del papa, por lo cual a éste corresponden las dos espadas: la espiritual directa y la material por medio del emperador. En carta al príncipe de Bulgaria Kelojam sostiene que el papa tiene derecho de quitar el reino a uno y poner a otro. Y falsamente dice que los papas fueron quienes trasladaron el imperio de oriente a occidente en Carlomagno, y por lo cual pueden disponer de la corona.
Honorio III (1219), por instigación de Federico II, dictó excomunión a todos los príncipes cristianos que no se presentasen en camino a Palestina en cruzada, el 24 de junio de 1219. Pero el 27 de septiembre de 1227, Gregorio IX excomulgó al mismo Federico II por no acudir tampoco él a la cruzada. Seis meses después lo excomulgó de nuevo. En 1229 lo excomulgó por tercera vez relevando a los súbditos del emperador del juramento de fidelidad. La excomunión la levanto Gregorio IX en 1230 a cambio de la devolución de los bienes eclesiásticos y un compromiso de no molestar al clero ni las elecciones episcopales. Pero lo volvió a excomulgar por cuarta vez en 1239 por apoderarse de Cerdeña. Inocencio IV indulgenció una cruzada contra Federico II y encargó a un dominico el predicar en Alemania una cruzada contra Conrado IV sucesor de Federico II a quien excomulgó por no haber asistido a una cita a rendir cuentas. Alejandro IV excomulgó a Manfredo por proclamarse rey de Sicilia en la catedral de Palermo, y predicó cruzada contra Ezzelino III. Luego Urbano III (1264) predicó la cruzada contra Manfredo y excomulgó a los genoveses que se ponían de parte de Miguel Paleólogo Bizantino.
Gregorio X (1274) en el II Concilio de Lyon decretó normas para el cónclave de cardenales para la elección papal. Decreto que luego derogó Juan XXI. Los Anales de Colmar hablan del papa Juan XXI (1276) como de un mago.
Martín V (1284) prohibió a Venecia, Génova, Pizza, Ancona y demás ciudades de Italia, comerciar con Sicilia y con el rey Pedro de Aragón a quien excomulgó por invadir Sicilia; lo descoronó y ofreció su corona a cualquier rey católico que invadiere Aragón y la conquistase. También excomulgó a Miguel VIII de Constantinopla a instigación de Carlos de Aragón que deseaba una cruzada indulgenciada para atacar Bizancio. Martín IV rompió así la unificación de Constantinopla y Roma en el Concilio II de Letrán.
Honorio IV (1285) predicó cruzada contra Alfonso IV de Aragón e instigó a Felipe el Hermoso a destronarlo y sustituirlo. Depuso además a los obispos que coronaron a Jaime I de Aragón sobre Sicilia, aunque recibió el reino legítimamente de Carlos II de Aragón, el Cojo.
Por consejo de los cardenales y en especial del futuro Bonifacio VIII, Celestino V (1294) renunció a la tiara pontificia. Subió entonces Bonifacio siendo recluido Celestino, a quien algunos sostienen, se le dio muerte con un clavo en el cráneo por orden de Bonifacio VIII para evitar que retomase la tiara como proponían los celestinianos y juaquinistas. Bonifacio VIII anuló las concesiones de Celestino V a los ermitaños celestinianos y otras concesiones.
En el tratado de Aragón estipulóse (1295) por convocación de Bonifacio VIII el repudio de Isabel de Castilla por parte de su esposo Jaime II excomulgado, para casarse con Blanca de Anjou. A Jaime II ofreció Bonifacio VIII en feudo Córcega y Cerdeña, a la par que prometió ayudarle a conquistarla. Con la bula “Clericis laicos” Bonifacio VIII excomulga a las autoridades civiles que exijan al clero taxas o tributos. La biblia manda pagar los impuestos. Por lo cual Felipe IV el hermoso acusó a Bonifacio VIII de prohibir el dar tributo a César. Entonces Bonifacio VIII con la siguiente Bula: “De temporus Spitiis” (1297) suaviza sus dos bulas anteriores, pues el clero francés se declaraba a favor del monarca godo. Bonifacio VIII con la bula “Etsi de Statu” (1297) deroga su propia Bula “Clerisis Laicos” (1296), permitiendo ahora usar los diezmos en la guerra contra Inglaterra. Bonifacio VIII en 1297 indulgenció una cruzada contra los Colona que no lo reconocían papa legítimo. En 1300 Bonifacio VIII proclamó Jubileo, año de perdón, no obstante, por la preciosísima sangre de Cristo, en cualquier tiempo podemos obtener el perdón de los pecados si nos arrepentimos sinceramente y creemos en El. Pero por la época de este Bonifacio se anunciaba el perdón por la peregrinación a Roma, y por visitar las Basílicas de Pedro y Pablo. Bonifacio VIII (1301) por la Bula “Salvatore Mundi” desempolva de nuevo su propia Bula derogada “Clericis Laicos” revocando las concesiones a Felipe IV. El papa Clemente V hizo raspar de la Bula de Bonifacio VIII “Ausculta Fili” lo ofensivo a Felipe IV. Terribles acusaciones se hicieron contra Bonifacio VIII en Louvre (1303) bajo juramento ante prelados romanistas y Felipe IV. Juan XXI le acusó de fatuo a Bonifacio. Algunos historiadores, como Weick, se atreven a sostener de Bonifacio VIII que era hereje, que no creía en la trinidad, encarnación, eucaristía, virginidad mariana, ni en la vida futura.
Inocencio IV en una Bula del 1º de julio de 1253 se puso a favor de las órdenes mendicantes en su conflicto con la universidad. Año y medio después se puso en contra de ellos con otra Bula, amenazando con la excomunión a quien oyera misa en los templos de los religiosos, a quienes también prohibió predicar en sus templos durante la misa parroquial o sin permiso del párroco. Pero meses después, el sucesor de Inocencio, Alejandro IV, en abril de 1255 se puso de nuevo a favor de los religiosos en su conflicto con la universidad, amenazando a ésta con la excomunión si no recibía en su seno a los maestros dominicos y franciscanos.
Pablo III (1510) sustituyó el voto de castidad de la orden militar de Calatrava aprobado por Alejandro III (1164) y confirmado por Inocencio III (1199) cambiándolo por la defensa de la inmaculada concepción de María.
Alejandro III extendió el decretó de Inocencio III contra los Albigenses confiscándole sus bienes; los confiscó además a los difuntos tenidos por herejes. Alejandro III (1179), después de conceder a los príncipes católicos que apresen a los Albigenses y les confisquen sus bienes, a partir del III Concilio de Letrán concede indulgencias a quienes tomen las armas contra los Cátaros y otros.
Gregorio IX (1224) aprobó la ley imperial de quemar vivos a los lombardos herejes, o al menos cortarles la lengua.
Inocencio IV aprobó y animó la tortura en los tribunales eclesiásticos en su Bula “Ad Estirpand” (1259) contradiciendo a Nicolás I que en su epístola seis tan solo aprobaba la confesión espontanea.
Con la Bula “Rex Pacificus”, Gregorio IX (1254) estableció sus Decretales como la única auténtica colección desautorizando las demás colecciones; sin embargo Raimundo de Peñafort, que fue el compilador de Gregorio IX, eliminó y acomodó textos antiguos añadiendo nuevos.
Contra las opiniones teológicas de Juan XXII en lo escatológico, se levantaron varios teólogos, entre ellos el futuro Benedicto XII que refutaba a Juan XXII en su obra “Del estado de las almas antes del juicio final”. Ante tales reacciones, Juan XXII se defendió diciendo que no había definido nada sino apenas expuesto textos bíblicos y patrísticos para suscitar a un examen teológico. Sostuvo en público consistorio que estaba dispuesto a retractar su enseñanza errada si incluso un niño o una mujer le demostraban su error. De hecho, antes de su muerte y ante los cardenales modificó su antigua confesión manteniendo sin embargo ciertas restricciones a la visión beatífica de las almas de los justos separadas de sus cuerpos; restricciones no reconocidas por Benedicto XII (1336).
Clemente VI (1343) ordenaba por la Bula “Polita retro” a Ludovico de Baviera a despojarse del imperio, luego le mandó que sin licencias de la sede papal no dictase más leyes en su reino y que suspendiese todos los decretos dados hasta allí. Y en Bula posterior “Olem Videlicet”, lo maldijo, excomulgó y declaró sin poderes imperiales. Clemente VI nombró rey de las Islas Canarias, no conquistadas, ni cristianas, ni papistas al conde español Luis de Claramont con la condición de hacerlas vasallos del papa.
Juan XXII (1328) excomulgó al patriarca de Aquileia, y a varios arzobispos, obispos y abades; los suspendió y sometió a entredicho sus jurisdicciones, por no pagar el tercio de su renta anual como honorarios por el nombramiento, o la confirmación de su elección, consagración o traslado.
Urbano IV (1367) concedió indulgencia plenaria a quienes por un poco de espacio llevasen de Asís a Toledo el féretro del cardenal Albornoz, reconquistador de los estados pontificios para el papa.
Gregorio XI excomulgó a los florentinos, prohibiendo conversar y tratar con ellos, o comerciar, o ayudar. Permitió a todas las naciones papistas robar sus bienes a cualquier florentino que viviere allí, lo cual se hiso por instigación del papa.
Urbano VI (1378) amenazaba con la deposición al emperador y a los reyes que no le rindieran homenaje, presentándose como superior a todo el mundo y hasta jactándose de poder excluir a los hombres del paraíso.
Inocencio III acataba el decreto Graciano donde consta que el papa puede ser depuesto por el concilio, si es hereje.
El Concilio de Pizza (1409) condenó a los papas Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Avignon como herejes, perjuros, cismáticos y escandalosos, deponiéndolos y quemando sus dos maniquíes con mitra. Fue nombrado entonces Alejandro VI, pero los de Roma y Avignon no cedieron. A Alejandro VI sucedió Juan XXIII, de quien el Concilio de Constanza anuló sus condenaciones y censuras. Depuso a los ya depuestos en Pizza y aceptó la dimisión pontificia de Juan XXIII prometida, pues ya en la sesión siete, el concilio le consideró hereje, simoniaco, incorregible, escandaloso; en la sesión doce lo depuso, a lo que se resignó Juan XXIII devolviendo el anillo papal y el sello de las bulas, y postrándose ante Martín V su sucesor elegido en Constanza, el cual de nuevo hiso cardenal a su antecesor Juan XXIII. Gregorio XII legitimando al igual que luego Martín V, el concilio de Constanza, abdicó. Gerson por su parte, acusó a Benedicto XIII de Avignon que estaba renuente a abdicar como culpable de herejía eclesiológica. El concilio lo depuso prohibiendo severamente obedecerle. Benedicto XIII anatemizó al concilio y cada “jueves santo” anatemizaba a los que le abandonaban. Hiso jurar a sus cardenales que a su muerte elegirían otro papa, lo cual hicieron con Clemente VIII que luego en 1409 se reconcilió con Martín V.
Eugenio IV (1433) en su Constitución “Dudum Sacrae” revoca presionado por el concilio de Basilea su propia bula que disolvía el concilio al que tampoco pudo trasladar a Bolonia debido a la resistencia cardenalicia. Igualmente, bajo presión conciliarista, modificó su bula “Dudum guidem”, sustituyendo la fórmula pontificia “Volumus et Contestamus”, a pesar de haber expresado al Dux de Venecia que antes de modificar la primera fórmula pontificia preferiría morir a perder la dignidad pontificia. A pesar de todo, el Concilio de Basilea depuso a Eugenio IV, declarando al concilio superior al papa, y declarando hereje a éste y a quienes negaran la superioridad del concilio. Entonces eligió el concilio, para el pontificado a Felix V, un adinerado conde ginebrino laico que luego abdicó después de haberse asegurado la absolución eclesiástica y un cardenalato, del sucesor del depuesto Eugenio IV y Felix V: Nicolás II. Alemania, en concordato con Eugenio IV, había conseguido que éste reconociese decretos de los concilios conciliaristas de Constanza y Basilea. Decretos confirmados luego por Nicolás V quien también confirmó resoluciones de Felix V. Nicolás V (1453), organizando una cruzada contra los turcos a la caída de Constantinopla, concede indulgencia plenaria a quien se aliste o envíe soldados contra Mohamed II.
Martín V (1418) y Eugenio IV aprobaron los ataques portugueses contra los moros del Africa del norte. Nicolás V concedió indulgencia plenaria en la bula “Cum nos in terris” (1452) a quienes ayunando cada viernes ayudasen a defender la ciudad Ceuta de Marruecos de los moros a quienes se la conquistó Juan I. Y con la bula “Dum diversas” Nicolás V (1452) exhorta a Alfonso V a atacar a los paganos infieles y sarracenos y conquistar sus tierras, concediendo indulgencia plenaria a quienes vayan a la guerra. En 1455, con la bula “Romanus Pontifex”, Nicolás V concede al Infante don Enrique el navegante y al rey de Portugal las islas y costas de Guinea y el Africa meridional, sus puertos, provincias y mares invadidos. A los de Castilla concedía las Islas Canarias. Calixto III confirmó las entregas a Portugal, de Nicolás V y las extendió con su Bula “Inter Caetera” (1456). Calixto III mandó a la orden de San Agustín predicar la guerra santa bajo pena de excomunión, pues se había juramentado en su elección a la reconquista de Constantinopla de los Turcos. Ordenó celebrar una vez al mes, misa contra los paganos, y es legendario ya el hecho que lanzó la excomunión contra el cometa Halley cuando este apareció. Dice la leyenda que ordenó Calixto III tocar las campanas contra el cometa excomulgado. La universidad de Paris apeló al concilio universal de las bulas de cruzada de Calixto III, y los príncipes electores alemanes reaccionaron contra la codiciosa explotación de diezmos e indulgencias. Los sínodos de Frankfurt (1456) y Salzburgo concluyeron que la cruzada contra Turquía predicada por Calixto III era solo un pretexto para enriquecer a los nepotes pontificios. Calixto III asuzaba contra los turcos incluso a los no católicos, escribiendo, por ejemplo, al Negus de Etiopía Zara Jacob y al rey de Persia y Armenia: Usunh Assan. Calixto III, en su bula “Romani Pontificis” (1456) confirmando la anterior “Etsi Nonuquam” a Enrique IV de Castilla concede por primera vez indulgencias para los difuntos con miras a la cruzada contra los Turcos.
Pío II (1461) escribió una carta al sultán Mahomed II exhortándole a convertirse al cristianismo y prometiéndole el imperio oriental y de Bizancio, y diciéndole que entonces “habitará el leopardo con el cordero y el ternerillo con el león; las espadas se convertirán en hoces, arados y hazadas”; lenguaje que alude a la época mesiánica.
Sixto IV (1476) concede indulgencias a quienes celebren la festividad de la inmaculada concepción de María, proclamada en el Concilio de Basilea.
Inocencio VIII (1492), recibiendo del Sultán Bayaceto la supuesta lanza que atravesó el costado de Jesucristo, se postró ante ella y la ofreció a la adoración del pueblo.
En el período de Inocencio VIII se falsificaron varias bulas; descubierto el culpable, fueron conducidos a muerte. El cronista Infressura asegura que por aquella época Inocencio VIII publicó una bula permitiendo el concubinato en Roma. Los defensores del papado obviamente las consideran espúreas.
Llegado a este punto de la investigación, percibí claramente en mi espíritu que el Espíritu Santo me desalentaba para no seguir con ella; por lo cual aquí termino.
Gino Iafrancesco V. Paraguay, marzo de 1983