"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

jueves, 30 de junio de 2011

Documento /: DECLARACIÓN CRISTIANA DE PRINCIPIOS


DECLARACIÓN CRISTIANA DE PRINCIPIOS
EN LO TOCANTE A LA RELACIÓN DE
LA IGLESIA CON EL ESTADO

documento


Los obreros cristianos abajo firmantes, con la aprobación, y en representación de sus congregaciones de la iglesia en Asunción, en las que ejercen responsabilidad, habiendo sometido a examen el tema de la relación de la Iglesia con el estado, y en calidad de miembros del cuerpo de Cristo, en el nombre del Señor Jesucristo, declaran desde su estado actual, según la fecha abajo indicada, y en carácter de confesión y moción, de alcance supeditado al Señor, lo siguiente:

De acuerdo a lo que entendemos ser la fe y conducta cristiana legadas a nosotros por el Espíritu Santo desde los tiempos apostólicos de la Iglesia primitiva, conforme a las Sagradas Escrituras, y en concordancia con la posición de los que, a nuestro juicio, han sido fieles cristianos a lo largo de la historia, creemos, sostenemos y confesamos que Jesucristo es el Hijo de Dios, resucitado de los muertos, Señor sobre nuestras vidas y Legisador en lo tocante a toda nuestra conducta. En obediencia a Él, creemos y queremos nuestro deber dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mt.22:21).

Puesto que reconocemos que Satanás es un pervertidor que usa lo bueno para disfrazar sus propios intereses, discernimos que un versículo desconectado del contexto y del Espíritu, insuficientemente aclarado, puede servir de excusa para extorcionar las conciencias de los cristianos, pasamos, por eso, entonces, a declarar específicamente lo que consideramos ser de César, y estar bajo su jurisdicción según la voluntad de Dios, con el propósito de entregarle todo lo que creemos que Dios le ha otorgado, y reservándose a la vez el derecho de guardar para Dios lo que Dios se reserva para sí exclusivamente.

(1)   Creemos que el César le pertenece a Dios; a Él se debe, y ante Él dará cuentas (Daniel 2:21; 4:32-35).

(2)   Creemos que el César es puesto por Dios, y quitado por Dios, no importa su ideología, conducta, o persona; sin importar tampoco la forma aparente como llegó al poder. Reconocemos que ocupa su puesto de autoridad exclusivamente por voluntad de Dios (Romanos 13:1,2). En consonacia con esto, nos declaramos neutrales en lo político, para poder aceptar así, sin reservas, el designio de Dios. Resistir lo establecido por Dios, es resistir a Dios. Aceptar la autoridad del César no significa, para nosotros, aceptar su doctrina, ni aprobar sus malas obras (Hchs.4:19). Nuestra doctrina exclusiva es el evangelio de Jesucristo, y Él es nuestra norma de conducta, conforme a las Sagradas Escrituras.


(3)   Creemos que debemos a César obediencia y sumisión dentro de los límites exclusivos de su jurisdicción geográfica y moral. Igualmente le debemos respeto y honra, tributo e impuesto, en razón de su servicio instituido por Dios para el orden secular, a la manera de tutor, puesto que no todos los hombres se someten al régimen nuevo del Espíritu Santo (Rom.13:3-7; 1ª Pd.2:13-17).

(4)   En lo que respecta a colaboración con el estado, en lo referente a buenas obras útiles a los hombres, a juicio cristiano, nos sentimos exhortados por la Palabra de Dios a colaborar en forma voluntaria, y en aras de lo conveniente a la gloria de Dios (a Tito 3:1).


(5)   También creemos nuestro deber orar por las autoridades, y por los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente, y para que alcancen la salvación que es en Cristo Jesús (1ª Tim.2:2).

(6)   Cuando César cruce los límites de su jurisdicción, afectando nuestro derecho, si esto no implica comprometer para mal la verdad, estaríamos dispuestos a tolerar y a renunciar a nuestro derecho en aquello que no lesione nuestra exclusiva lealtad a Dios; dejando en claro, por causa de la dignidad, que lo hacemos meramente por concesión (Mt.5:39-44; 17:26,27). Confiamos únicamente en Dios como nuestra verdadera defensa, y nuestro único vindicador, considerando un honor sufrir afrenta, persecución y muerte por causa de Su Nombre, Su evangelio y Su reino.

Hasta aquí lo que creemos que pertenece a César, y estamos dispuestos voluntariamente en el Señor a darle en su totalidad. Mientras la voluntad de César marche paralela a la voluntad de Dios, consideramos a aquella ser esta misma. Cuando César pretenda obligarnos a desobedecer a Dios, creemos nuestro deber escoger, con todo respeto para César, obedecer primero a Dios.

Ya que, aunque César es en toda ocasión puesto por Dios, es, sin embargo, algunas veces utilizado por Satanás como instrumento para sus fines, en razón del libre albedrío (Lucas 4:5,6; 1ª Juan 5:19; Apocalipsis 1º2:9), nos parece necesario definir algunos puntos en los que, como Iglesia, debemos obedecer primero a Dios, antes que desobedecerle fornicando espiritualmente con otros reyes. Lo tenemos que hacer así, puesto que Dios nos pide total lealtad; y no todos los reyes han aprendido a respetar nuestra dignidad conferida directamente por Dios; y es Jesucristo mismo quien, por medio del Espíritu Santo, y a través de la Iglesia, corrige a las naciones hasta muy lejos, según la profecía (Miqueas 4:3).

En lo relacionado, pues, a estas fronteras turbias, declaramos con humildad:

(1)  Tenemos mandamiento de Dios de no jurar en ninguna manera; por lo tanto, debemos obedecer siempre a Dios. Baste a los hombres nuestro honorable sí, o nuestro honorable no. Rogamos a César no se nos obligue a desobedecer a Dios. (Mateo 5:33-37; Santiago 5:12).

(2)  Tenemos mandamiento de Dios de no matar, ni insultar, ni enojarnos pecando; sino, más bien, amar a nuestros enemigos, devolviendo bien por mal, y aún dándole de comer y beber si tuviesen hambre o sed, y entregándoles aún la túnica, si se nos quitare la capa, y yendo dos millas, si se nos obligare a cargar por una. Dios nos manda bendecir, y no maldecir; dar la otra mejilla, al ser heridos en la una; no resistir al malo, y tener paz con todos, en cuanto dependa de nosotros. Nos manda no vengarnos por nosotros mismos, dejando a Dios dar el pago. Creemos que, según las Escrituras, las armas de nuestra milicia, no son carnales, sino espirituales; y que el reino del Señor Jesucristo no es de este mundo, y por lo tanto, no se impone, ni se defiende por la espada. La sentencia de Nuestro Señor es: espada para el que tome espada, y cautividad para el que lleve en cautividad. Por lo tanto, no podemos participar de la guerra, y entendemos por las Sagradas Escrituras que Dios no desea que nos entrenemos más para ella. Respaldar a un solo bando, nos haría cómplices contra otros. Renunciamos, por lo tanto, a todo “beneficio” derivado exclusivamente de la guerra. Nos declaramos neutrales en los casos de ella, y preferimos servir, bajo la guianza de Jesucristo, a favor de todos los hombres sin discriminación. Al tomar esta posición, no confiamos en nuestras propias fuerzas, sino en la gracia de Dios por Jesucristo. (Mt.5:21-26,38-48; Rom.12:14-21; 2ª Cor.10:3,4; Jn.18:36; Ap.13:10; Miq.4:3).

(3)  Sabemos y creemos que Satanás, según las Sagradas Escrituras, está reuniendo por engaño a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, ignorándolo muchos de ellos, para pelear contra el Verbo y Cordero de Dios: Jesucristo, y los Suyos; por lo tanto, preferimos excluirnos cautelosamente de todo compromiso que pueda arrastrarnos a participar de ese complot satánico. (Apocalipsis 16:13,14; 17:12-24; 19:19).


(4)  La Iglesia tiene comisiones exclusivas del Espíritu Santo y la Palabra de Dios, que no deben ser relegadas a un segundo plano, por ningún otro poder; pues afectarían su misma naturaleza; y que, por causa de su dignidad, no pueden ser sometidas al parecer, ni al arbitrio del hombre, ni a la manipulación del estado. Tal es el caso del testimonio pleno, la predicación completa del evangelio, las reuniones de la iglesia, las buenas obras ordenadas por Dios, a pesar de oposición, las prohibiciones divinas, a pesar de compulsiones externas, las funciones particulares de los diversos ministerios. (Mt.10:16-20; Mr.16:15; Heb.10:25; Hchs.4:19,20: Mt.5:10; Dn.3:17,18; Ap.3:8).

(5)  Hay áreas de exclusivo dominio del Señor y la Iglesia, para las cuales le está prohibido a ésta, por la Palabra de Dios, rebajarse a someter tales asuntos al gobierno y al juicio inapto de los extraños. Tal es el caso de la relación de miembros entre sí en lo eclesial, la doctrina, misión, organización y método de la Iglesia. El reino de Jesucristo solamente puede ser dirigido por éste. (1ª Cor.6:1-6; Ef.1:20-23).


(6)  La Iglesia no debe participar en pecado ajeno, ni debe afiliarse o unirse en yugo desigual a ningún tipo de organización y corriente que persiga otro fin que el de Jesucristo, el cual es la voluntad perfecta de Dios el Padre. La Iglesia ha sido liberada del mundo por la Cruz, y aunque es enviada al mundo, ha sido sacada de éste, y separada para Dios; hecha vencedora sobre el mundo, mediante la confianza en Jesucristo. Por lo tanto, es inútil obligarla a servir a los fines mundanos, y pretender utilizarla. Nuestro servicio a los hombres es únicamente por medio de Jesucristo, y en los términos de Éste. (1ª Tim.5:22; 2ª Cor.6:14-18; Gál.6:14).

(7)  Dado que nuestra vida pertenece a Dios, no debemos comprometerla con nada, sino con Él, y por Su causa. (Rom.14:7-9).

Sabiendo que entre las palabras y los hechos puede haber mucha distancia, rogamos a Dios la gracia en el nombre de Jesucristo, para que, dado el caso, podamos exitosamente sellar nuestro testimonio para la gloria de Dios.

Dado en Asunción, Paraguay, en la segunda quincena del mes de octubre de 1980.

Firmado:
Gino Iafrancesco V., Asunción Rivarola, Timoteo Almirón, Rufino Quiñones, Alvaro Cárdenas, Mario Sánchez y Luis Simiani.