"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

miércoles, 22 de junio de 2011

LA PROMESA DE CONOCERLE

LA PROMESA DE CONOCERLE

No solamente es de primordial importancia conocer a Cristo, sino que también es posible. Es
precisamente una promesa de Dios. Y es una promesa que ha sido revelada, porque es también
un propósito de Dios el darse a conocer y llenar toda la tierra del conocimiento de Su gloria. Es
una meta del Todopoderoso. Así como ha sido revelado el universo, como han sido reveladas
todas las cosas existentes por su propia evidencia, así ha sido también revelado por su propia
evidencia y por testimonios verificables, el propósito de Dios de darse a conocer. Él mismo ha
hecho llegar hasta nosotros la evidencia de Sus promesas, y la evidencia de Su capacidad en
cumplirlas. Siempre que Dios ha hablado, se ha hecho entender y le hemos entendido. Él tiene
la capacidad de hacerse entender; Él mismo diseñó el entendimiento de los hombres. No
podemos ignorar el cúmulo de Sus promesas cumplidas. Hemos conocido el testimonio de Sus
promesas y hemos visto cumplirlas. Tenemos, pues, la garantía de Su Todo-poder. La
omnipotencia es inherente a la Divinidad. El agnosticismo no es lo normal ni lo necesario. Dios
es conocible en Cristo por el Espíritu. Y el conocimiento del poder y la Deidad del Creador y
Sustentador de toda la creación se hace posible inicialmente mediante la evidencia de lo creado
y de su designio.

Y de la misma manera como Dios sabe hacerse entender, sabe también diferenciarse ante los
Suyos de todo lo engañoso y fraudulento. Él tiene Su sello indiscutible y propio, y la naturaleza
de lo Suyo no tiene par, porque sólo Él es Dios. Simplemente lo encontramos y allí está, ¡es Él! ¡y
lo sabemos! Descartes había dicho: "pienso, luego existo"; mas nosotros añadimos: "Dios
existe, ¡helo allí!" Su rastro es inconfundible e inimitable. Inimitable porque sólo Él es Dios.
Atended a Jesucristo con suprema atención y veréis al Padre.
Después de conocerle no hay lugar para equívocos. La equivocación acontece sólo antes de
conocerle. Sus ovejas conocen Su Voz. Si nos hemos equivocado es porque no le hemos
conocido suficientemente; pero cuando Él quiere revelarse, ¿quién puede impedírselo? El
diseñó la estructura de la convicción imperturbable, la convicción de la realidad última. Tal
convicción es como una incrustación de un pedazo de Sí mismo. Tan evidente es que no
podemos escapar a menos que lo hagamos inmoralmente. La absoluta realidad trascendental
que todo lo sostiene es Dios que da, y se da sin disminuir. Creación es Su obra, revelación Su
lenguaje.
Consideremos, pues, al Espíritu de gloria. Dios hizo esta promesa: ”"13¿No es esto de Yahveh
de los ejércitos? Los pueblos, pues, trabajarán para el fuego, y las naciones se fatigarán en
vano. 14Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Yahveh, como las aguas
cubren el mar” (Hab. 2:13,14).
También Dios ha hecho un pacto. “10Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su
corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo; 11y ninguno enseñará
a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán,
desde el menor hasta el mayor de ellos. 12Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me
acordaré de sus pecados y de sus transgresiones” (He. 8:10-12).

Así que ni los proyectos de los hombres, ni todo el trabajo del mismo diablo, impedirán que
Dios llene toda la tierra del conocimiento de Su gloria. ¡Ese es Su propósito y en Él hecho está!
Sus palabras son fieles y verdaderas, y Él es el Principio y el Fin sin estar sujeto a tiempo. No es
que Él era el Principio y llegará a ser el Fin, sino que Él es el Principio y el Fin. De manera que las
cosas temporales y pasajeras serán enrolladas como un antiguo libro para dar lugar a las cosas
eternas y verdaderas que muestran la inmutable gloria de Dios.