"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

jueves, 30 de junio de 2011

RESPUESTA A DON ANTONIO COLOM



CARTA ABIERTA AL JESUITA DON ANTONIO COLOM


 
GINO IAFRANCESCO V.




Carta Abierta al Jesuita Don Antonio Colom es el apéndice escrito para el escrito Acerca del Testimonio Conjunto del Espíritu, la Escritura, la Iglesia y la Tradición, de Gino Iafrancesco; apéndice que fue escrito en Ciudad del Este, Alto Paraná, Paraguay, en agosto 12 de 1982.


CARTA ABIERTA AL JESUITA DON ANTONIO COLOM



Carta abierta.
Hemos examinado la respuesta que el jesuita Don Antonio Colom dio por escrito al artículo de autoría personal “ACER­CA DEL TESTIMO­NIO CONJUNTO DEL ESPÍRITU, LA ESCRITURA, LA IGLESIA Y LA TRADICIÓN”. Esta es, pues, nuestra primera respuesta en diálogo a la primera respuesta suya, de la cual tenemos a mano una copia a máquina en cinco páginas, con insertos manuscritos; también una nota dirigida a nuestro común amigo Pedro, a la cual se adhiere una respuesta reelaborada en dos páginas. Por lo dicho a Pedro en la nota: “habiéndote señalado algunos (errores) en las hojas que te entregué escritas rápida­mente al leer el escrito”, entiéndese que la respuesta larga en cinco páginas (que lastimosamente recibimos incompletas) es la respuesta inicial.
I - Comienza el jesuita Colom citando con un pequeño error el párrafo inicial. Cita él: “revelación de la gloria de Dios”, mas decía: “revelador de la gloria de Dios” con lo cual se reconoce de por Sí al Hijo de Dios como copartícipe de la Sustancia (en el sentido de esencia) Divina, que es lo que creemos.
Después de citar el párrafo inicial del artículo criticado, responde él: “El Verbo, que se hizo carne, no es Imagen de la sustancia de Dios...”
En la nota dice Dn. Antonio Colom:
“Dicen que el Hijo de Dios es Imagen de la sustancia de Dios... esto no lo dice la Biblia...”
Más adelante argumenta él:
“Si el Hijo de Dios es imagen de la sustancia de Dios, tiene otra sustancia, y esta sustancia es Dios o no es Dios. Si es Dios tenemos dos dioses...”
En la respuesta elaborada, objeta: “1º La Biblia, ¿dónde dice que el Hijo de Dios sea la imagen de la sustancia de Dios?”

Esta es, pues, nuestra respuesta:
La Biblia (versión Reina-Valera, 1960) dice así en Hebreos 1:1-3:


Dios, habiendo hablado varias veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder... se sentó a la diestra de la majestad en las alturas...” (énfasis del autor).
Así, pues, que el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, es presentado por la Biblia como el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de Su sustancia (en el sentido de hipóstasis); en griego dice: “χαρακτήρ τ_ς _πoστασως α_τo_” (carácter de la hipóstasis suya).
Carácter (χαρακτ_ρ) significa imagen;
Hipóstasis (υπoστασως) se traduce como sustancia también en el sentido de subsistencia; tradúcese algunas veces “ser” y en ocasiones “persona”;
Suya (α_τo_) significa en este caso de El, es decir, de Dios, de quien habla ser el Hijo, el Resplandor de Su gloria y la imagen misma de su sustancia (es decir, de la hipóstasis suya).


Era este pasaje bíblico, y según la versión Reina-Valera 1960 arriba citado, el que teníamos en mente al iniciar nuestro artículo, con el entendimiento que aquí consta. Claro está que nosotros con Don Antonio Colom, entendemos que las citas bíblicas de 2 Corintios 4:4 y Colosenses 1:15, cuando dicen Dios, se refieren al Padre; también con él felizmente concordamos en afirmar que la sustancia (en el sentido de esencia) del Padre, es la misma del Hijo y es una sola el mismo Dios. Pero si a Don Antonio Colom le parece que al decirse imagen misma de la sustancia (en el sentido de hipóstasis) como decíamos basados en Hebreos 1:3, hace al Hijo una sustancia diferente (en el sentido de esencia), u otro dios, eso no nos parece satisfactorio en vista de la cita aducida y nuestro entendimiento de ese pasaje. Entendemos que en la esencia única divina, el Padre contiene en Su seno al Hijo, que es Su misma imagen, de manera que la imagen misma participa de la misma esencia, siendo en ella el resplandor. Este resplandor es de la gloria de Dios, obviamente del Padre que se revela por el Hijo. Así que cuando aludiendo a Hebreos 1:3, decíamos del Hijo de Dios ser la imagen misma de la sustancia (en el sentido de hipóstasis o subsistencia) y revelador de la gloria de Dios, entendíamos obviamente ser el Padre Dios, y el Hijo, imagen Suya, aunque distinto en persona, sin embargo el mismo Dios, quien en la esencia divina es la imagen por la cual Dios se revela a Sí mismo. Tal imagen de Dios (2 Co. 4:4; Co. 1:15) es el Hijo, partícipe de la misma esencia con el Padre. ESTO ES LO QUE REALMENTE CREEMOS, y por lo tanto nos resulta difícil rehusar leer en la Biblia, y repetirlo, que Dios habló por el Hijo...el cual es el resplandor de Su gloria y la imagen misma de Su sustancia (carácter de la hipóstasis suya) (Hbr. 1:3). Sustancia, en este pasaje es traducción de hipóstasis en el sentido de subsistencia. La intención del artículo criticado no era explayarse en definiciones teológicas de ese tipo, puesto que el tema era otro. Claramente se decía en la página 6 que “Dios vino al mundo y se dio a conocer en carne de humanidad por medio de Su Hijo Jesucristo”. Entendemos por Su Hijo al Verbo de Dios que estaba con Dios y era Dios, hecho carne, semejante a los hombres, así que es muy apresurado que se nos inculpe falsamente de negar la divinidad del Hijo. Para una mejor comprensión de nuestro verdadero sentir y pensamiento acerca del importante tema, tenemos otro artículo acerca del Verbo de Dios[1].
Parece que el problema del jesuita Don Antonio Colom acerca de nuestro uso de la palabra sustancia como traducción legítima del griego hipóstasis en el sentido de subsistencia se debe a su enfoque no directo sobre las sencillas Escrituras, sino a través de las especulaciones, no necesariamente erróneas, de los siglos posteriores. En el tiempo cuando escribióse la carta a los Hebreos, la palabra hipóstasis significaba sustancia, y ese era el significado normalmente usado por los filósofos, como lo atestigua también Jerónimo (376) en su carta a Dámaso. Véase también el tomo a los antioqueños de Atanasio. La epístola a los Hebreos se escribió antes del primer concilio de Constantinopla en el año 381, en el cual adoptose la expresión tres hipóstasis en el sentido de personas subsistentes.
La palabra hipóstasis fórmase de _π_ (traducido comúnmente: bajo de, con, de, debajo de, por, etc.) y de _στασω o _στηψι (traducidos comúnmente: puesto, poner, establecer, permanecer, estar, pararse, presentarse, señalar, afirmarse, imputar, ser, perseverar, consistir, etc.). La raíz _πό perfectamente puede traducirse sub; e ίσταvω, sistencia; de donde hipóstasis tradúcese legítimamente como sub-sistencia, lo cual en forma abreviada sería simplemente substancia.
Según Hebreos 1:3, el Hijo de Dios es el Χαρακτήρ (carácter: imagen misma) της (de la) _πoστάσως (hipóstasis: substancia) α_τo_ (suya; es decir, de Dios, según el contexto del pasaje; obviamente del Padre).
Así que Dios sub-yace en las características de Su imagen que es el Hijo, carácter de Su hipóstasis. Tal subyacencia es en la esencia, pues en la subsistencia distínguese tan sólo el Hijo como la imagen que es la exacta representación (del Padre) en el sentido de expresión o Verbo Unigénito. Así que la esencia del Padre subsiste en el Hijo a quien el Padre reconoce ser Su propia imagen por la cual se da a conocer, de manera que el Hijo es verdaderamente, como está escrito, el carácter de Su hipóstasis, es decir, la imagen misma de Su substancia (en el sentido de subsistencia), conforme a la traducción bíblica arriba citada, la cual teníamos en mente al iniciar aquel artículo criticado.


Dn. Antonio Colom dice: “El Verbo que se hizo carne no es la imagen de la subsistencia de Dios...”
La Biblia (versión Reina-Valera 1960) dice en Hebreos 1:3 que:
“...el Hijo...es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su substancia”. (Entiéndese pues en este caso y en nuestro artículo, substancia como traducción de hipóstasis).
El jesuita Colom dice también que: “si el Hijo de Dios es la imagen de la sustancia de Dios tiene otra sustancia...” (Entendemos que traduce esencia \ousia]).  Pero nosotros al leer el citado pasaje bíblico permanece­mos en el entendimiento de que la misma esencia de Dios que subsiste en el Padre subyace también en Su imagen que es el Hijo, por medio del cual se revela, siendo el Padre y el Hijo, con el Espíritu Santo, el único Dios.

II. Dn. Antonio Colom en su crítica de nuestra declaración de Jesucristo como único fundamento de la Iglesia, afirma: “Jesucristo no es el único fundamento de la Iglesia. Es la piedra angular, pero apoyán­dose en Cristo hay otros fundamentos”.


Reconoce, pues, también implícitamente con nosotros, el jesuita Colom, que los otros fundamentos se apoyan también en El (Cristo), y estos “otros fundamentos”, decimos, son aún la Iglesia. Nosotros entendemos también sin ningún problema que estamos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas siendo la principal piedra, la del ángulo, Jesucristo (Ef. 2:20); igualmente creemos que la Nueva Jerusalén descansa sobre doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap. 21:14), pero al declarar a Jesucristo como el único fundamento de la Iglesia, lo hacemos en el sentido de que incluso aquellos apóstoles y profetas son también la Iglesia; los mismos doce apóstoles son la Iglesia, parte de ella, y Pedro mismo es parte de la Iglesia y él descansa, los apóstoles descansan, y nosotros descansamos, ayudándonos y compaginándonos unos y otros, sobre ese único funda­mento que es Jesucristo. No separamos a los apóstoles de la Iglesia, ni tampoco separamos a Pedro de la Iglesia. Todos los santos en Cristo Jesús, incluídos los apóstoles y entre éstos Pedro, somos la Iglesia que descansa únicamente en Jesucristo. Eso no significa que en la estructura de la Iglesia no nos ayudemos unos a otros, por medio de Cristo, sobrellevando incluso en Cristo las cargas unos de otros, y sirviéndonos mutuamente unos a otros según el ministerio de cada cual incluido el de Simón Pedro Bar-Jonás. Mas toda la Iglesia, con Pedro en ella, descansa sobre Jesucristo; y en ese sentido Jesucristo es el único fundamento de la Iglesia (con Pedro y los demás apóstoles formando parte de ella); solamente Jesucristo es el Hijo de Dios que murió por nuestros pecados y sólo en base a su sacrificio somos salvos; solamente en virtud de Su resurrección somos regenerados y sólo participando del Padre en el Hijo, y del Hijo por el Espíritu Santo, y del Espíritu Santo mismo, somos participantes de la naturaleza divina. Es Cristo mismo nuestra justifica­ción, santificación, redención y sabiduría (1 de Co. 1:30), y aparte de El , dice el apóstol Pedro , no hay otro nombre en que podamos ser salvos (Hch. 4:12). Si no participamos de El, no somos salvos, por más amigos que pretendamos ser de los apóstoles. Y tan sólo si participamos de El, viviendo por El, somos miembros de Su Cuerpo que es la Iglesia Universal. Jesús se presentó como el amigo de los pecadores, y hay muchos pecadores que fingen ser amigos de Jesús y Sus apóstoles, que sin embargo no le han recibido aún a El, personalmente, como Señor y Salvador de sus vidas, y que no están viviendo en la virtud regeneradora de su resurrección que obra en nosotros, convirtiéndonos por el Espíritu Santo. Si mi salvación no descansa directamente en la persona del Salvador y en el perdón de Dios por méritos suficientes de la sangre preciosa de Jesucristo, el Hijo de Dios, entonces de nada me sirve forzar contra mi conciencia una aceptación, como infalibles, de montones de documentos papales abiertamente contradictorios unos con otros en varias ocasiones. ¡Qué horrenda herejía hacer descansar la salvación de nuestras almas en otra cosa que en la obra consumada de Cristo Jesús!
Qué diferente es leer en las escrituras al apóstol Pablo explicando el evangelio a la Iglesia, y creerle, que leer las tarifas papales para el perdón de los pecados, de un León X, papa aparentemente ateo, según consta en su escrito al cardenal Bembo, llamando fábula al evangelio y congratulándose del “negocio”, como lo atestiguaba también el cardenal Pico de la Mirandola.


Qué sencillo es entenderle al apóstol Pedro cuando explica en su primera carta: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha ni contaminación...y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra esperanza y fe sean en Dios” (1 Pe. 1:18,19,21), pero qué extraño suena al respecto de cosa tan fundamental la “interpretación” papal, en la práctica, cuando, por ejemplo, Julio II, papa, en sus bulas concede indulgencias a quien hallando a un francés, lo mate, o a un veneciano; o cuando conforme al aviso colocado en los templos en Madrid en 1830, los papas desde 1721 hasta 1827, por 43.000.000 de pesetas habían “libertado” a poco más de un millón de almas españolas del purgatorio o cuando Inocencio VIII (1490) editó en sus principios la tasas papales para el perdón de los pecados, las que años más tarde León X (1520), en tiempo de Lutero, hizo vender por toda Europa. Bajo los auspicios del papa Gregorio XIII se publicaron en Venecia, París y Colonia, 25 ediciones del libro “Taxa cameræ seu cancelaire aposto­licæ”, y a Pío VI le fue dedicado por Audofredo una obra donde enumera las ediciones de este libro publicadas en Roma. Tal libro estipula el precio a pagarse al papa por el perdón de cada pecado; incluso, el soldado católico que no acertase a matar a un “hereje”, debía abonar 36 liras para su absolución. A causa de la Reforma protestante el Concilio de Trento tuvo que acceder a desaprobar (exteriormente) tal libro, contradiciendo así a papas anteriores.
Así que no tenemos la culpa de que nos resulte más fácil entender las dos sencillas cartas de Pedro, que las sospechosas interpretaciones papales, especialmente de los siglos medios.
Por lo demás, en lo relacionado a los doce apóstoles del Cordero, éstos son cimientos no en el mismo sentido en que lo es Cristo, sino que son los testigos oculares de Su vida, pasión y resurrección, fundamento que no puede aplicarse, como pretende Dn. Antonio Colom, a quienes les sucedieron después, y mucho menos cuando varios de los que pretendían sucederles se apartaban del testimonio de ellos, contradiciendo incluso sus mismas Escrituras, a pesar de haber sido ordenados en la línea de ellos. Jesús envió a Judas Iscariote; Pablo, hablando a los obispos de Efeso en Mileto les dice que de entre ellos mismos se levantarían hombres que hablarían cosas perversas para llevar tras a los discípulos; varios de los herejes condenados en los concilios ecuménicos, fueron ordenados “legalmente”; la ordenación humana no garantiza la exacta transmisión de la verdad; ésto sólo puede hacerlo la Providencia divina que está con nosotros directamente todos los días hasta el fin del mundo. Basta comparar entre las obras patrísticas, las de sus maestros con las de sus discípulos, para constatar que en muchas ocasiones su teología difiere; esto por causa del libre examen con que también ellos actuaron. Cada uno responderá por sí mismo al Juez celestial.

III. Don Antonio Colom dice:
“Jesucristo fundó su Iglesia sobre Pedro (y Pedro descansa en Cristo)...” Nosotros por nuestra parte damos gracias a Dios porque al igual que Pedro, también descansamos en Cristo.
Dice además el jesuita: “La Iglesia de Cristo es la sociedad cuyo jefe es el sucesor de Pedro”. También el mismo comienza a esquematizar así:
“La Iglesia de Cristo: Primero, Pedro (...)”.


En la segunda página de la respuesta reelaborada dice: “y sobre Pedro (piedra) tenía que fundar Cristo Su Iglesia para que pudiese resistir todas las tempestades conforme a Mateo 7,24 y 25. Sobre los apóstoles, teniendo Pedro la suma autoridad, se fue fundando la Iglesia...”
Más adelante dice: “Y esta sociedad jerárquica, fundada sobre Pedro y los demás apóstoles, y ahora sus sucesores (tenemos la lista de los papas desde Pedro a Juan Pablo II), tiene que durar hasta el fin de los siglos...”

Comienza nuestra respuesta expresando en primer lugar el punto hasta el cual podemos reconocer por las Escrituras, e incluso, la tradición patrística de los primeros seis siglos de la era cristiana, el privilegio concedido exclusivamente a Simón Pedro hijo de Jonás; pero más allá de ese punto no nos permite la conciencia, por la Escritura y la evidencia de la tradición de los primeros siglos cristianos, no nos permite, decíamos, admitir un énfasis desproporcionado y pretencioso, como el que caracteriza a la institución romano-papista.
Así que en carácter de miembro de Cristo, parte de Su Iglesia universal, y con el acuerdo del mayor porcentaje de las opiniones patrísticas (daremos datos más adelante), y con el contexto general de las Sagradas Escrituras, enfocamos pues inicialmente la exégesis del pasaje de Mateo 16:13-18 en relación a todo el Nuevo Testamento.
El Señor Jesús le preguntó a los suyos sobre lo que ellos decían acerca de quién era El. El contexto ya nos indica que la conversación giraba inducida por el Señor acerca de quién era El; entonces Simón Bar-Jonás respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, a lo cual el Señor Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás (nombre y apellido circunscribiéndose exclusivamente a la persona de Simón), porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.  Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca (no sobre ti) edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt. 16:17-19).


Simón Pedro Bar-Jonás es declarado bienaventurado porque el Padre le reveló de manera que pudo confesarlo que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente; por causa de esta confesión, el Señor le dice a Pedro: y yo también te digo que tú eres Pedro (es decir, piedra). La palabra también en esta frase, liga la confesión de Pedro con la de Jesús. Puesto que Simón Bar-Jonás confesó a Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, entonces también Jesús le confesó a Simón como Pedro, piedra. Ahora bien, el mismo apóstol Pedro declara que también nosotros, todo el pueblo del Señor, somos piedras vivas para ser edificados como casa espiritual y sacerdocio santo (1 Pe. 2:4-5) ¿Qué es lo que nos hace piedras vivas? ¿Qué significa ser conciudadano de los santos e hijos de Dios, miembros de Su familia y de Su casa? El hecho de creer con el corazón y confesar con la boca que Jesús es el Señor, el Cristo, el Hijo de Dios resucitado de los muertos[2], lo cual demostramos en el bautismo voluntario y viviendo en la virtud de Su gracia.
Simón Bar-Jonás fue convertido en piedra cuando gracias a la revelación de Dios (y no meramente repitiendo a carne y a sangre) confesó a Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Al igual que Pedro, nosotros también llegamos a ser piedras vivas para ser edificados juntamente cuando de la misma manera confesamos a Jesucristo (por revelación directa del Padre por el Espíritu Santo), identificándonos en público, voluntaria y personalmente, con El, para lo cual nos sometemos concientemente, cada uno (Hechos 2:38), a su bautismo (que significa inmersión), y procuramos andar en Su Espíritu.


Entonces Jesús, después de haber declarado: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”, (Jesús le dijo a Pedro: “a ti te digo que tú eres Pedro”); le dijo también a él personalmente: “ y a ti te daré las llaves del reino de los cielos”; pero no le dijo: sobre ti edificaré mi Iglesia, sino que le dijo: “sobre esta roca edificaré mi Iglesia”. De usar la segunda persona, pasó a usar la tercera, refiriéndose a aquella revelación del Hijo que Pedro había confesado. La piedra sobre la que Jesús edifica Su Iglesia no es Pedro sino aquella confesión revelada directamente del Padre acerca de Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Tal confesión del Jesús que nos revela el Padre nos liga a Este cual a fundamento. Esto fue lo que le hizo a Simón Bar-Jonás una piedra del edificio, edificado sobre el fundamento, Cristo Jesús, que le reveló el Padre y que él confesó. Esa misma confesión nos hace también a nosotros piedras vivas para ser edificados sobre la misma Roca sobre la que Pedro es edificado. ¿Qué puerta del Hades puede prevalecer contra nosotros cuando el Padre le place revelarnos al Hijo? Jesús dijo: “...todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Jn. 6:45). También dijo Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Esto fue lo que sucedió con Pedro y también con nosotros, gracias a Dios. Hemos venido El, y ¿quién nos arrebatará de Su mano? Creemos con el corazón y confesa­mos públicamente con la boca que Jesús es el Señor, el Hijo del Dios viviente, resucitado corporalmente y sentado a la diestra del Padre; le hemos invocado y hemos sido salvos, limpiados por Su sangre en la cual confiamos; hémosnos identificado con El en el Espíritu, por la fe, y también en las aguas bautismales, sumergidos en El y en ellas, sepultados a la semejanza de Su muerte y nacidos de El y en ellas a la semejanza de Su resurrección, de la cual por la fe participamos realmente en el Espíritu, el cual nos ha bautizado en Su Cuerpo[3] que es la Iglesia universal, una sola, manifiesta en cada época y lugar como las iglesias locales o candeleros, uno en cada ciudad que se compone de todas las “piedras vivas”.
Reconocemos que a Pedro, es decir, Simón Bar-Jonás exclusivamen­te, diole el Señor las llaves del reino, cuyo uso quedó estampado en la vida del apóstol como queda suficientemente registrado en el Nuevo testamento; él abrió las puestas del reino a judíos y gentiles, en Pentecos­tés y en casa de Cornelio, respectivamente; ya fueron abiertas y quedaron abiertas también para nosotros, por las cuales entramos ya, creyendo de corazón su mensaje, cuyo núcleo esencial nos quedó registrado en las Sagradas Escrituras, presentándonos a Jesús. Creyéndo­le a los apóstoles desde sus Escrituras, recibimos a Jesús siendo salvos de la misma manera en que lo fueron aquellos primitivos cristianos con los cuales somos un mismo Cuerpo, creyendo el mismo mensaje y poseyendo al mismo Cristo que nos liga en Espíritu.
Ahora bien, aquel privilegio otorgado a Pedro de atar y desatar en la tierra quedando también así en el cielo, lo tenemos también nosotros igualmente, pues fue dado por Jesús de la misma manera a toda la Iglesia, es decir, a cada iglesia local, como consta en Mateo 18:16-20.
El Señor Jesucristo es pues aquella piedra del ángulo en la cual creemos y sobre la cual, al igual que Pedro, estamos fundados, y por cuya virtud vivimos ligados a El directamente, y en quien somos coordinados vital y espiritualmente con el resto del Cuerpo[4].
Esta exégesis que presenta la Roca sobre la que es edificada la Iglesia como el Hijo revelado y confesado, es la central y más abundante del testimonio de la interpretación patrística. El profesor Lannoy de la Sorbona, París, dio a conocer el resultado de la investigación: ocho de los llamados “padres” de la Iglesia interpretan la roca como todos los apóstoles; 16 como simplemente Cristo; 17 como Pedro; y 44 como la fe que confesó Pedro. En el fondo puede permitirse la suma 16+44=60. Incluso Agustín de Hipona, en sus Retractaciones, a los 74 años de edad, se retracta de haber enseñado en su juventud a Pedro como la roca, y presenta más bien a Aquel a quien confesó Pedro.


Pasamos a examinar ahora el pasaje que nos recuerda la ocasión en que Jesús dijo a Pedro: “apacienta a mis corderos”. Debemos recordar que antes de la triple negación de Pedro, Jesús se lo advirtió de la siguiente manera: “Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc. 22:31,32). Tras esto, Pedro le negó tres veces, pero arrepentido, y llamado del Señor, cuando Este resucitó, fue preguntado también tres veces: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”. La pregunta era específica a Simón Bar-Jonás, la comisión también. No habla aquí de sucesores. Fue Simón Bar-Jonás quien le negó tres veces, pero vuelto, también tres veces se le encomienda apacentar Sus ovejas, lo cual sería el “confirmar a sus hermanos” después de haber vuelto de la caída. Es algo personal y temporal a Simón Pedro Bar-Jonás, de lo cual no hay derecho de extenderlo a supuestos sucesores en tan sólo Roma; además, el alcance de esta comisión es difícil entenderla como universal en vista de las declaraciones del apóstol Pablo en Gálatas 2:7 y 8: “Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomenda­do el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles)”. Pablo hablaba de límites de jurisdicción. El Señor ha repartido Su viña entre Sus siervos y cada uno debe rendirle cuantas por lo que se le encomendó.
No es tampoco extraño para nosotros que el nombre de Pedro aparezca en primer lugar en las listas de los doce apóstoles, en vista de su privilegio de tener las llaves del Reino y de ser llamado a apacentar los corderos del Señor, pero esto no debe entenderse más allá de la persona exclusiva de Simón Pedro Bar-Jonás. También Pablo menciona en otro orden a las columnas de la iglesia en Jerusalén: Jacobo, Cefas y Juan, lo cual sería inaudito si en la mente de Pablo estuviera lo que está en las mentes de los seguidores de la corriente romano-papista del siglo XX, en las cuales se han amontonado siglos de prejuicios.


Al considerar los documentos escriturales y otros de la antigüedad cristiana, nos encontramos con un ambiente bastante diferente al de las pretensiones actuales, y eso a pesar de las interpolaciones, recortes y falsificaciones de que han sido objeto las obras patrísticas. El Concilio de Trento comisionó a inquisidores para expurgar las obras patrísticas de manera que fuesen suprimidas también aquellas frases y hasta párrafos contrarios al papismo. En 1564, Pío IV publicó el primer índice de obras a expurgarse; en 1571 fue publicado otro en Amberes; en 1584, otro en Madrid; en 1588, otro en Venecia, y en 1607 se publicó en Roma la edición especial, o sea, oficial, del catálogo de libros a expurgarse. El papa Clemente VIII perfeccionó el índice de Pío IV. Por ejemplo, las obras de Cipriano de Cartago, quien abiertamente se pronunció contra las decisiones del obispo de Roma, fueron por lo visto de alguna manera manipuladas, habiéndose recibido de la antigüedad distintos textos divergentes precisamente en el asunto del primado de Pedro. También la famosa cita de Ireneo de Lyón aducida en favor de la supremacía de la iglesia de Roma, es abiertamente reconocida como espúrea por reconoci­dos comentaristas romano-papistas. Si se comparan los saludos de las cartas auténticas de Ignacio de Antioquía, se observará que su alabanza a la iglesia caritativa de la Roma de aquella época, en nada es superior a la de los efesios, magnesios, filadelfos, esmírneos y tralios. Basta también leer la carta de los romanos a los corintios por mano de Clemente de Roma para captar el ambiente de dos iglesias hermanas y peregrinas. Así que ni las Escrituras ni la tradición patrística temprana refrenda el pontificado romano. El sumo pontificado se atribuía heredado de Babilonia a los césares como personificaciones de la deificación del estado pagano. Dámaso (366-384) tomó tal título para sí cuando el emperador Graciano rehusó. El obispo de Roma Sirico reclamó jurisdicción universal, pero en sus días el imperio se dividió. Fue recién con el concilio de Sárdica en el siglo IV, de tan sólo occidentales, cuando se aceptó por primera vez la autoridad primada del obispo de Roma. León I (440-461) fue de los primeros obispos de Roma que por las circunstancias de la época obtuvo cierto éxito político con el argumento de que la Iglesia estaba edificada sobre los sucesores de Pedro, a saber, exclusivamente el obispo de Roma; sin embargo, a pesar de todo, al estudiarse los documentos de las controversias de la época, hállase que su autoridad no era aceptada por las iglesias como infalible; poco más de un siglo después de él, aun el poderoso papa Gregorio I, obispo de Roma (590-604) decía que quien se hiciese o pretendiese hacerse obispo universal, es precursor del Anticristo. Sin embargo su sucesor Bonifacio III (después de Sibiniano) era declarado obispo universal por el empera­dor Focas de Constantinopla en un juego político del siglo VIII, al igual que León había obtenido tal reconocimiento del emperador Valentiniano. Fue la autoridad del emperador y no un encargo de Pedro, ni de las Escrituras, ni de la tradición, ni de las iglesias, lo que estableció al obispo de Roma sobre Occidente con pretensión universal siempre resistida. A mediados del siglo VIII, el rey Pipino de Francia, dio a Esteban III el poder temporal. Nicolás I (858-867) fue el primer papa en usar la corona apenas rehusada por Juan Pablo I en nuestros tiempos.


Falsos documentos tales como las falsas decretales pseudoisidorianas y otros, fueron de los que se sirvieron para refrendar la marcha del pontificado en la Edad Media, de manera que logró establecerse. Pero aun así, antes de Pío IX y el primer Concilio Vaticano (1890), los papas no se consideraban todos infalibles, y así lo declaran abiertamente, por ejemplo, Gregorio VI y XIII, Clemente VI y VII, Inocencio II, Pablo IV, Adriano VI; este último dijo que los papas pueden equivocarse y que varios fueron herejes. De hecho, dos sínodos señalaron 16 herejías de Juan XX (1330), y el concilio de Constanza, que quemó a Juan Huss, declaró también hereje a Juan XXIII (1410); León X, abiertamente sospechoso de ateísmo; Liberio (352-60) firmó una profesión de fe arriana negando la divinidad de Cristo; Zósimo se pronunció a favor del pelagianismo (417-8); el monotelismo del papa Honorio fue condenado en tres concilios ecuménicos; Juliano dio el visto bueno a Marcelo de Ancira en su sabelianismo de lo cual Hipólito de Roma había también sindicado a Calixto. El concilio de Trento anatemizó doctrinas de los papas Inocencio I y Gelasio I; Nicolás I y Gelasio se contradijeron en cuanto al bautismo, y Esteban II contradijo a otros papas en cuanto al divorcio; sobre esto se contradijeron también Celestino I, Inocencio III y Adriano IV; Alejandro VI ratificó con bulas sus lascivias conservándo­se de él dos bulas contradictorias fechadas en el mismo día. Los requisitos de Eugenio IV para la ordenación, hacen inválidas las ordenaciones de los primeros 10 siglos cristianos. Pascual II y Eugenio III se contradicen con Julio II y Pío IV en cuanto al duelo; en fin, suficiente para meditar e investigar mejor. Cualquier hombre puede fallar, pero al tratarse de pretensiones de infalibilidad en asuntos de fe y moral, es preciso considerar muy detenidamente los hechos.


Además de esto, ¿por qué precisamente un obispo de Roma sería el sucesor de Pedro? Las Escrituras y los documentos más antiguos muestran que los apóstoles nombraron presbíteros que eran los obispos en las ciudades con iglesia. Tan sólo a partir de Ignacio de Antioquía (siglo II) se diferencian presbíteros y obispos y no en todas partes; es de esperar que Pedro y Pablo nombraran obispos en muchos lugares (generalmente más de uno en cada ciudad es el registro bíblico. Entre todos estos obispos, ¿por qué precisamente el de Roma? La historia muestra a la política haciéndolo, no al apóstol. Además, las iglesias de Siria y Grecia son más antiguas que la de Roma, que se pretende la más antigua; aquellas iglesias no concuerdan con ésta. La forma actual del romano-papismo es más nueva que la misma Reforma protestante, pues apenas se definió en la contrarreforma. ¿Acaso una interrumpida y confundida lista de papas nos asegura la verdad? No puede decirse con toda certeza que tales papas fueron sucesores de Pedro; la mayoría no fueron nombrados como Pedro hubiera nombrado a los obispos; tampoco se puede demostrar que todos se atuvieron a la enseñanza manifiesta del apóstol Pedro; por el contrario, los documentos muestran que le contradijeron en varias ocasiones; varios papas heredaron la “sucesión” al estilo “golpe de estado”, o comprado el puesto, pero el Espíritu Santo no se compra. Otros fueron hechos papas por familias poderosas de Roma, o reyes y emperadores de Francia, Alemania y aun de Constanti­nopla (Focas). Ni la doctrina, ni la vida, ni la ordenación de Pedro corrió demostradamente por aquellos canales; por ejemplo, el papa Crecencio derrocó y estranguló a Benedicto VI; Benedicto IX abdicó por su tío Gregorio VI a cambio de rentas inglesas, pero volvió a reclamar el papado. ¿Estará la infalibilidad sujeta a tales caprichos? ¿Son estos manejos transmisión de la verdad que es la vida, o al menos de la ordenación?  ¡Evidentemente no! Hubo además largos períodos con antipapas rompiendo la cadena. ¿Qué del ministerio de aquéllos ordenados y apadrinados por el papa Formoso? ¿Qué de quienes confiaron en tal administración de sacramentos? Las ordenaciones del papa Formoso fueron anuladas por su sucesor Esteban (896) en el concilio cadavérico en el cual fue juzgado el cadáver desenterrado de Formoso, al cual, después de vestir espléndidamente juzgaron muerto y sentenciaron a muerte cortándole la cabeza al cadáver y los tres dedos de la bendición. ¡Tal tipo de enredos nada tiene que ver con nuestra fe en Cristo!
La verdad divina no depende de tales supuestos sucesores; ella nos ha llegado ya por otros medios más seguros fundamentados principalmente en la Providencia divina, y es una posesión vital actual. Jesucristo está vivo en el presente y tenemos comunicación directa con El, quien es la Verdad y la única Cabeza del Cuerpo, presente en todas partes; contamos con Su Espíritu, con las Sagradas Escrituras, con el Cuerpo de Cristo y aun con lo que en la tradición demuéstrase legítimamente apostólico.
Amamos a la Iglesia universal y somos parte de ella; por medio del Espíritu Santo y la sustancia del evangelio la reconocemos, y nos ayudamos unos a otros a madurar en Cristo como miembros de El. Es con dolor por Babilonia que salimos de ella por mandato de la Palabra divina, para no participar de sus pecados ni de sus plagas, pues los reyes de la tierra y sus naciones se han embriagado con las fornicaciones de la gran ramera vestida de púrpura y escarlata, ebria de la sangre de los santos[5]. ¿No es algo de eso la inquisición?

IV. Por la crítica de Dn. Antonio Colom, parece que él no entiende la diferencia entre la Iglesia universal, una sola, el Cuerpo de Cristo, y “las iglesias locales” tales como la de Jerusalén, la de Antioquía, la de Efeso, la de Tesalónica y las de Galacia, las de Macedonia, las de Acaya, las de Judea, las de Asia, etc.
La Iglesia universal, compuesta de todos los miembros del Cuerpo de Cristo en toda época y lugar, comenzó a partir de Cristo con sus discípulos y el día de Pentecostés tuvo lo que podríamos llamar su “inauguración”, pues a partir de allí fue derramado plenamente el Espíritu Santo, quien es el que nos bautiza en el Cuerpo (1 Co. 12:13).


La Iglesia universal tuvo un solo comienzo al cual estamos ligados todos los cristianos. Y comenzó en Jerusalén, no en Roma; las iglesias de Judea, Samaria, Galilea, Galacha y las de Siria y griegas, etc. son más antiguas que la iglesia de Roma.
Nuestra fe, al nacer del testimonio directo de los apóstoles a través de sus escritos, es tan antigua como cuando Pablo escribía a los Romanos antes de visitarlos. Nuestra fe ha nacido y se nutre por el testimonio directo de los apóstoles a través de sus escrituras; no nos apartamos de ese testimonio; además hemos sido también bautizados en las aguas por miembros de Cristo y de Su parte; el Espíritu Santo nos ha bautizado también, transformándonos y convirtiéndonos del mundo, del pecado y de la incredulidad, al Camino que es Cristo mismo reproduciéndose vitalmente entre nosotros (Juan 14:6). No se nos puede destruir esta fe, pues ha sido el mismo Padre quien por el Espíritu Santo nos ha revelado al Hijo. La sangre de Cristo nos ha limpiado de todo pecado y su virtud nos participa la santificación como experiencia real; incluso, el Espíritu Santo nos ha bendecido con dones espirituales, y a varios ha llamado directamente al ministerio del apostolado. Además, en ningún momento nos consideramos “otra” iglesia; ni siquiera organizamos nada en forma “exclusivista” como supone el jesuita Dn. Antonio Colom en su crítica. No tenemos necesidad de fabricar una organización exclusivista que pretenda ser “otra” iglesia; ¡no! sino que ya pertenecemos a Cristo y El a nosotros, y somos ya parte de Su Cuerpo y recibimos a todos los verdaderos cristianos como una familia universal, respetando la jurisdicción ciudadana de cada candelero. Y como dice el apóstol Pablo: “a nadie conocemos según la carne“ (2 Co. 5:16).
Ahora bien, en cuanto a la iglesia local “a la cual acudir” (Mt. 18:17), es lógico que la iglesia del lugar se funde apenas en la fecha de su comienzo particular, el cual es diferente en cada lugar. Hay lugares donde aún no ha sido fundada la iglesia de allí; cuando lo sea, aunque en el futuro, eso no la hace menos verdadera, una vez que su fe sea la misma que predicaron los apóstoles cuyo núcleo esencial para la salvación está registrado, gracias a Dios, en las Escrituras[6].


Así que tratándose de iglesias locales, es decir, de ciudades o lugares, no nos afecta cuál sea primero o después; lo que sí nos importa es que sea el mismo Espíritu y el mismo evangelio de Cristo y los apóstoles, para conocer el cual acudimos al Señor resucitado, Cabeza del Cuerpo, y a sus pronunciamientos más seguros los cuales están registrados en la Biblia, junto a la explicación de sus apóstoles; tenemos también el Espíritu Santo y apreciamos el ministerio del Cuerpo. No tenemos tampoco problema en ayudarnos unos a otros y recibir ayuda, en Cristo, de cualquier miembro suyo conocido por sus frutos. Si la tradición extrabíblica puede demostrarnos sin lugar a duda algo proveniente de Cristo y de los apóstoles que no se halle en las Escrituras, lo examinamos gozosos; pero una cosa sí decimos: Nada puede pretenderse de origen apostólico que contradiga sus mismas Escrituras. Estamos al tanto de muchas innovaciones y perversiones a través de la historia; el diablo siempre ha intentado pervertir el cristianismo de manera que en parte lo ha hecho edificando a “Babilonia” en vez de a “Jerusalén”.
Nosotros empero nacimos en este siglo, y no tenemos la culpa de lo que ha sucedido en la historia. Eramos pecadores mundanos perdidos, incrédulos e inconversos, pero ahora somos cristianos, y una cosa sí sabemos bien: somos el fruto del Espíritu Santo a través de los escritos apostólicos, y amamos a la Iglesia universal, a todas “las iglesias de los santos” (Ap. 2:23; 1 Co. 14:33; Ro. 16:4) y buscamos en Cristo acrecentar y profundizar nuestra comunión, superando las divisiones creadas por el diablo. Tenemos por cierto que tan solo la verdadera común participación con y en el Cristo vivo efectuará, como es Su ministerio, la perfecta reconciliación entre los verdaderos cristianos, nacidos del agua y del Espíritu, en la genuina regeneración evidente por sus frutos. A tal reconciliación estamos dispuestos; pero pretender una mera unificación externa, política y hegemónica, ajena al Cristo vivo, es vano para Dios y aprovechable para el diablo y su anticristo. Mostradnos a Cristo y os recibiremos.
Dn. Antonio Colom, al parecer justificando los malos frutos de los que fueron rociados sin creer ni querer, decía en su crítica así: “se entra a formar parte de la Iglesia por medio del bautismo. Y en la Iglesia de Cristo hay buenos y malos (véase la parábola de la cizaña, Mateo 13:24 y ss.). La Iglesia de Cristo es la sociedad cuyo Jefe es el sucesor de Pedro”.


En primer lugar respondemos que en la parábola de la cizaña no es la Iglesia el campo con trigo y cizaña, sino el mundo; el mundo es el campo donde el Señor sembró el trigo (Su Iglesia) y el diablo la cizaña (Babilonia); puede verse la interpretación de Cristo mismo en Mateo 13:37,38. Sería un absurdo considerar regenerado a un impostor rociado, incrédulo, cuyo fruto es cizaña cual hijo del malo. Si es hijo del malo (cizaña) entonces no es regenerado, y fue plantado por el diablo en el mundo entre la Iglesia, pero no en ella. Pablo dice que es el Espíritu el que nos bautiza en el Cuerpo (1 Co. 12:13) y éste se recibe habiendo oído con fe (Gá. 3:5,14) mediante la cual invocamos al Señor en el bautismo (sumersión) en Cristo y en agua de parte de Dios. Por eso el apóstol Felipe respondió al eunuco: “Si crees de todo corazón, bien puedes (ser bautizado).
Una ceremonia de rociamiento sin fe (que no es bautismo) no regenera a nadie, pues está desprovista del contacto espiritual. Nadie es regenerado por una fe ajena; es la vida recibida de Cristo, por la fe personal, concientemente, la que regenera.
Don Antonio Colom nos criticaba por decir que la Iglesia es la suma de los regenerados en Cristo, por el Espíritu; y enfatizaba el agua; pues bien, entre nosotros hemos recordado siempre las aguas bautismales, y los que llegan a creer son entonces bautizados (sumergidos) de parte de Dios en ellas, obedeciendo a Cristo; pero nuestro énfasis, sin desconocer el agua, es en la realidad espiritual, la fe personal y consciente, el acto voluntario, pues faltando esto, el agua por sí sola no tiene ningún poder regenerador, como también lo da a entender el apóstol Pedro en su primera carta (l Pe. 3:21). Se trata, pues, del lavamiento del agua por la Palabra (Ef. 5:26), del lavamiento de la regeneración (Ti. 3:5), la cual viene de recibir por la fe a Cristo (Jn. 1:12; 1 Jn. 5:1,4,5); 1 Pe. 1:24,3); tal fe la demostramos y confesamos en el bautismo voluntario. Sostene­mos, pues, la necesidad de nacer no sólo del agua sino también del Espíritu (Jn. 3:5,6). Faltando la sustancia de la fe y de la realidad espiritual, el rociamiento se convierte en un mero formalismo que a nadie regenera. Pablo dice en Colosenses 2:12, que en el bautismo somos resucitados con Cristo mediante la fe en el poder de Dios que levantó a Cristo de entre los muertos. Es esta la razón por la cual al hablar de regeneración, nuevo nacimiento, enfatizamos la fe y el Espíritu, precisamente para evitar la irresponsabilidad de los que se confían en la mera apariencia ritual y externa, atribuyéndole al agua ceremonial el poder regenerador, enajenados del Cristo vivo al que es necesario asirse por la fe, en la realidad espiritual. Aun así, creemos y practicamos también el bautismo en agua, procurando hacerlo con toda seriedad y responsabilidad, pues no son las estadísticas lo que deseamos poblar, sino el cielo.


Ahora, Dn. Antonio Colom contra este contexto nos dice, al parecer ingenuamente, que la Iglesia de Cristo no son los regenerados sino “la sociedad cuyo jefe es el sucesor de Pedro”; nos parece que se engaña y nos quiere también engañar. ¿De qué tipo de sucesor habla? Y, ¿sucesor en qué sentido? Sabemos que se refiere al papa de Roma. Pues, bien, todos los papas actuales, a quienes apreciamos en cuanto hombres e incluso amamos y por lo cual les somos sinceros en la manifestación de la verdad, todos los papas actuales, decía, son sucesores de Martín V, hecho papa por el concilio de Constanza convocado por el emperador Segismundo de Alemania. Tal papa no recibió la sucesión de ninguno de los tres que le precedieron a un mismo tiempo: Gregorio XII de la línea de Roma, Benedicto XIII de la de Avignon y Juan XXIII de la de Pisa. Estos tres fueron depuestos por el Concilio de Constanza. ¿Por qué? ¿Eran falsos? Además, ¿con qué autoridad? Si la línea de Roma desde Urbano VI a Gregorio XII era falsa, está rota la cadena, y si era verdadera, ¿por qué fue desconocida y por qué acató la deposición? ¿Acaso no se supone al concilio inferior al papa? Y si cambian las cosas, ¿qué es lo que sucede? ¿Un título prohibido por Cristo con diversos contenidos? Si la línea de Roma acató la deposición, se consideró a sí misma falsa, y entonces la línea de Avignon sería la verdadera, la cual a partir de Urbano VI pasó a Clemente VII, a quien sucedió Benedicto XIII que no acató la decisión del concilio. Si la línea de Roma no era la verdadera, entonces lo era la Avignon y por eso el papa no acató la deposición del concilio, pero fue igualmente depuesta y repudiada hasta el día de hoy. Los “sucesores” actuales no provienen de Avignon, y si es porque también esta línea era falsa, entonces no era sino comenzar de nuevo con Pisa, lo cual no es sucesión. La línea de Pisa no es heredera de Roma ni de Avignon; no puede serlo pues fueron repudiadas; ¿cómo entonces iba a sucederle a Pedro? Además, la línea de Pisa la heredó Juan XXIII a quien el concilio depuso por hereje y otras cosas, pues incluso negaba la inmortalidad del alma. En nuestro tiempos, otro papa tomó el homónimo de Juan XXIII, lo cual significa reconocer la deposición de la línea de Pisa. Así que Martín V, nombrado por el concilio de Constanza no es sucesor ni de la línea de Roma depuesta con acatamiento, ni de la línea de Avignon depuesta sin acatamiento pero abandonada, ni de la línea de Pisa que venía por el primer Juan XXIII también depuesto. Entonces Martín V, a quien suceden los actuales papas, no heredó ninguna autoridad apostólica proveniente de Pedro, sino que proviene su autoridad política del concilio de Constanza, que demostró mayor autoridad que los papas deponiéndolos a todos y haciéndose de uno nuevo. Así que los que pretendían ser sucesores fueron depuestos y los actuales no vienen de ninguno de ellos, pues ¿cómo suceder a depuestos? Si fueron depuestos no eran verdaderos, y entonces se sucede a falsos o no se sucede a nadie. La pretendida cadena está rota; y pensar que esta no es la única ocasión en que aconteció tal tipo de cosas, sino que es apenas un ejemplo entre varios. Sí, varios papas fueron derrocados por sus supuestos sucesores e incluso condena­dos por estos mismos; varios fueron entronizados por reyes poderosos que no tenían de Pedro ninguna autoridad para constituir. Para nosotros, pues, Dn. Antonio Colom, una lista de papas no significa nada; ¡si se conociese la verdadera historia de cada uno de esos nombres! ¿Son “excátedra” las bulas pontificias? En ellas se permite matar contradicien­do a Cristo, se manda a desobedecer a las autoridades civiles contradi­ciendo Su Palabra, se legitiman mentiras, se anatematizan verdades y hasta hechos históricos, etcétera.


La verdad, la vida, el evangelio, el cristianismo, es muchísimo más que eso y hasta el día de hoy existen herederos de herencias de verdad más antigua que la misma fecha de la visita apostólica a Roma.
¡Qué necedad sería desprendernos de Cristo de sus Palabras seguras por los apóstoles en las Escrituras, y hacer depender nuestra salvación de las ocurrencias inesperadas de una galería tan variada! Un solo Mediador tenemos entre Dios y nosotros: a Jesucristo hombre, en cuya virtud ha de vivirse. ¡ Que nadie pretenda separarnos de este Mediador interpo­niéndose! ¡Estamos asidos a la Cabeza y somos el Cuerpo! ¡Somos la Iglesia! ¡Tenemos Su Espíritu! ¡tenemos voz y voto! Tenemos también responsabilidad por la cual respondemos directamente al Juez de toda carne: el Hijo de Dios, Jesucristo el Señor.
Al estudiar la historia, lastimosamente nos parece que la institución romano-papista ha sido la causa de terribles males, y aún hoy, es también triste decirlo, la multitud de su pueblo que se dice adepto a ella sin conocerla, son en su mayoría indiferentes, atrapados allí sin voluntad propia, y hasta usados para escarnecer, y lo que es peor, no conocen aún el camino de salvación, el Evangelio. Basta una conversación para notarlo. Perdóneme por favor si hubo un desmedido entusiasmo en esta respuesta, pero es así como expresamos nuestro sincero deseo por la genuina salvación de las almas; confiémosnos en el Hijo de Dios y Su sacrificio definitivo, conozcamos por la gracia de Dios la virtud de Su Espíritu que nos convierte verdaderamente a Dios.

V. En el artículo criticado por Dn. Antonio Colom, decíamos que el Espíritu Santo inspira las Escrituras y a la Iglesia; usábase un tiempo presente literario, pero el jesuita nos corrigió diciendo que el Espíritu inspiró (pasado) a las Escrituras y ahora (presente) inspira a la Iglesia. Muchas gracias, es verdad que es en el pasado que el Espíritu inspiró las Escrituras, no obstante también decimos que hoy el Espíritu Santo sigue operando a través de las Sagradas Escrituras.
Y para terminar, el jesuita Colom, preguntaba, qué se quería decir al decirse que “la Iglesia no canoniza el canon; éste es canónico en sí”.
Bien, es esto lo que se quiere decir: No es la Iglesia la que le da el carácter sagrado a los libros de la Biblia, sino que éstos son sagrados en sí mismos, y la Iglesia meramente los reconoce; en ese sentido, la Iglesia no tiene derecho de modificarlos; además, tales Libros hablan por sí mismos. La Providencia de Dios, no tan sólo la Iglesia nos los conservó.


[1] “Opúsculo de Cristología”
[2] Referencia a Romanos 10:8-13; Gálatas 3:26; Juan 1:12
[3] Referencia a 1 Corintios 12:13
[4] Referencia a Efesios 2:20,22; Colosenses 2:19
[5] Referencia a Apocalipsis 17
[6] Juan 20:30,31; Efesios 3:3-6; Gálatas 6:16; 2 Corintios 1:13; Romanos 15:15,16; 1 Corintios 15:1-8; Filipenses 3:15-17; 2 Tesalonicenses 3:14; 1 Timoteo 1:15; 2 Timoteo 3:15;  Tito 3:4-8; 1 Pedro 5:12; 2 Pedro 3:1,2; 1 Juan 1:4,5-10; 1 Juan 2:1-6,7; 1 Juan 3:11,23; 1 Juan 5:10-13; Judas 3; Apocalipsis 22:6-10.