"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

jueves, 30 de junio de 2011

TESTIMONIO CONJUNTO


ACERCA DEL TESTIMONIO CONJUNTO DE
EL ESPÍRITU, LA ESCRITURA, LA IGLESIA Y LA TRADICIÓN

Presentamos al HIJO DE DIOS, el Señor Jesucristo, IMAGEN MISMA DE LA SUBSTANCIA[1] Y REVELADOR DE LA GLORIA DE DIOS que se hizo carne en nuestra historia, Único fundamento de la Iglesia, resucitado, ascendido y esperado, en Gloria y Corporalmente.
De Él dan testimonio: El Espíritu Santo, las Sagradas Escrituras y el Cuerpo de Cristo, que es Su Iglesia.  Estos tres testigos concuerdan: El Espíritu respalda a las Escrituras y a la Iglesia; inspira a ambas.  La Iglesia conserva y obedece a las Escrituras, y tiene y obedece al Espíritu.  Las Escrituras manifiestan lo que es del Espíritu y enseñan a la Iglesia.  El Espíritu no contradice a las Escrituras que Él mismo inspiró.  La Iglesia, que es guiada por el Espíritu y obedece a Él, está de acuerdo a las Sagradas Escrituras.
No Iglesia no debe torcer las Escrituras.  El Espíritu hace que reconozca a las Escrituras.  Las Escrituras confirman la guianza del Espíritu y ponen de manifiesto la falsedad de otros espíritus y los desvíos de la Iglesia.
La Iglesia no canoniza el Canon; éste es canónico en sí.  El Espíritu que inspiró las Escrituras es el que hace a la Iglesia reconocerlo y conservarlo.  La Iglesia no tiene autoridad sobre las Escrituras para cambiarlas o hacerlas decir diferente de lo que por sí mismas dicen; es el Espíritu Santo el que tiene Autoridad sobre la Iglesia e impone a Ella las Sagradas Escrituras, enseñándole con ellas, para que ella enseñe al mundo.
La Iglesia es la Compañía de todos los regenerados en Cristo, hijos de Dios, que habiéndose antes reconocido pecadores en el mundo, se han arrepentido y han recibido a Cristo como Hijo de Dios, Salvador y Señor, identificándose con Su Muerte y Vida para perdón de los pecados y regeneración para vida eterna, y en su Gloria, mediante el Espíritu Santo.
Loa redimidos nacen de la Palabra de Dios por el testimonio del Espíritu Santo y/o las Escrituras y/o la Iglesia.  El testimonio indispensable es el del Espíritu Santo, que convence al mundo de pecado, justicia y juicio, y que puede trabajar solo (Omnipotente y Soberano), junto con las Escrituras, o junto con la Iglesia, o junto con las dos, como quiso condescender a hacerlo habitualmente.
Solamente quien participa de la Vida de Cristo por Su Espíritu, es miembro de Cristo y de Su Cuerpo.
Es el Espíritu quien bautiza o sumerge en el Cuerpo; y es Cristo quien nos hace UNO e Iglesia.  No pertenece a la Iglesia o Cuerpo de Cristo ningún no regenerado, ni aunque aparezca nominalmente como un jerarca religioso.  Es identificación con Cristo y no con una organización lo que regenera.  Y sólo los regenerados mediante el NUEVO nacimiento, del Espíritu, por fe consciente, son miembros de la Iglesia.  Toda la compañía de los renacidos en Cristo son la Iglesia.  Esta es la Iglesia de Cristo que cuenta con la guianza del Espíritu, el cual inspiró las Escrituras y el cual las impone a la Iglesia.  Ésta es una, el Cuerpo de Cristo, que abarca a todos los redimidos por Su Sangre, de todo tiempo y lugar, la Esposa del Cordero, regenerados por medio del Espíritu Santo, los cuales, como Cuerpo de Cristo, forman “las iglesias”, una en cada localidad formada por todos los recibidos por Cristo en ese lugar; una iglesia por ciudad, que acoge a todos los renacidos en Cristo.
Los sistemas de organización, sean católicos o protestantes, no determinan los límites de la Iglesia; la regeneración por la Vida de Cristo sí determina tales límites.  Tampoco es cristiano el que en vez de entrar por la PUERTA, que es Cristo, pretende hacerse supuestamente cristiano adhiriéndose tan sólo exteriormente, como por la ventana, sin regeneración interior, a tal o cual sistema organizado.  Fe en la Palabra de Dios es requisito para la regeneración.  “Los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios[2].”

Cristo es la CABEZA que directamente dirige por Su Espíritu a la Iglesia, a cada miembro en particular y a todos en conjunto como el COORDINADOR.  Si la Iglesia le obedece al Espíritu que enseña con la Escritura, es guiada a toda verdad, y hasta donde ella haya sido fiel a Cristo puede testificar de Él al mundo.  El Espíritu testifica de Cristo; las Escrituras testifican de Cristo; la Iglesia, con el Espíritu y las Escrituras, testifica de Cristo el mismo testimonio hasta la medida en que ella misma lo haya aprehendido.  La autoridad de la Iglesia descansa, pues, en la medida en que ella misma esté bajo la autoridad del Espíritu que le enseña con las Escrituras y las establece; asimismo la autoridad de la tradición descansa en la medida en que tal tradición sea fiel al Espíritu que enseña con las Escrituras y las establece.  Cuando la Iglesia pervierte su tradición agregando y/o quitando y/o deformando, siendo infiel al Espíritu y a las Escrituras, cercena la autoridad de su testimonio.  La Iglesia no tiene ninguna autoridad inherente en sí misma que sea independiente del Espíritu y de las Escrituras.
Cristo no nos dejó huérfanos; envió a Su Espíritu para dirigir a Su Iglesia, el cual inspiró las Escrituras y las impuso a la Iglesia para dirigir el curso correcto de su tradición, y para corregir sus perversiones.  Las Escrituras fueron dadas por el Espíritu a la Iglesia para establecer sus tradiciones legítimas y para corregir sus desvíos.  La Iglesia reconoce a las Escrituras y las conserva, dirigida a esto por el testimonio directo del Espíritu.
Las tradiciones que habiendo pervertido su curso o incorporado elementos extraños, entran en pugna con la autoridad del Espíritu y de las Escrituras inspiradas para establecer y corregir con ellas tales perversiones en la tradición, caen bajo el anatema del Espíritu, que habla también desde las Escrituras vivificándolas hoy a y en la Iglesia.
El Espíritu Santo no puede cambiar, es el Mismo e Inmutable; el Evangelio tampoco puede cambiar; es eterno y su verdad es inmutable.  Las Escrituras deben decir lo mismo desde que fueron inspiradas por el Espíritu para establecer y corregir la Doctrina; pero en cambio la Iglesia, cada miembro en particular, puede ser fiel o infiel, perseverar o no, cambiar o no, y un candelero local puede ser o no ser removido.  La historia registra errores de cristianos, de obispos y de papas, de reformadores; errores morales y doctrinales, contradicciones interpapales, pugnas interconciliares, etcétera.  Sin embargo la Iglesia, no tal o cual organización o jerarquía, sino los regenerados, nunca ha quedado huérfana del Espíritu; además, ha conservado las Escrituras hasta hoy, pero ella misma ha sido muchas veces infiel, descuidada y desobediente; algunos han manchado sus ropas; pero siempre, en toda época hubo también algunos vencedores que aunaron su vida y voz eclesiásticas, es decir, de redimidos, al testimonio inmutable del Espíritu y las Escrituras.  Hubo también muchos nominales no regenerados que incluso ocuparon cargos de relevancia en las jerarquías que llegaron a formarse progresivamente y con injusticias; no podemos decir de ellos que son la Iglesia, pues no fueron renacidos.
Una cosa es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, Compañía de todos los redimidos por la sangre de Cristo y regenerados por el Espíritu, y otra cosa es una institución jerárquica y meramente terrenal, muchas veces ajena al movimiento del Espíritu Santo y desobediente a las Sagradas Escrituras; jerarquía que en muchos casos no era ministerio espiritual sino política hegemónica e indigna espiritualmente.
Los límites del Cuerpo los establece la participación con la Vida de Cristo, no la conformidad a las pretensiones de una organización antibíblica, ni mucho menos a las de un usurpador.  Acerca de esta Iglesia de redimidos fundada sobre la Roca de la Revelación y Confesión del Cristo, Hijo del Dios Viviente, Jesús, se dice que será edificada y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
De éstos muestra la historia evangélica una sucesión ininterrumpida hasta nuestros días.  Una sucesión que es comunicación de Vida y de Verdad, no de cargos y títulos altisonantes e ilegítimos, algunas veces conseguidos por dinero o por la fuerza o por engaño, etcétera. ¿Descansa acaso la autoridad de la Iglesia en una lista trunca, enredada y manchada con escándalos, de papas a veces en desacuerdo entre sí? ¿Es autoridad sentarse en un trono fabricado con falsificaciones, hegemonías fraudulentas y énfasis desentonados? ¡No, por cierto!  No es autoridad espiritual ni moral.  La esencia de la autoridad espiritual radica en la evidencia de la Vida reproducida de Cristo y en Espíritu y Verdad, en la comisión directa y personal de Dios, y en la Revelación; ésto nunca contradice las Escrituras ni sobrepasa su Espíritu.
Cristo, como Cabeza de la Iglesia, está con nosotros todos los días, y Él mismo constituye por Su Espíritu, apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.  Él Mismo los llama, los comisiona y envía directamente.  Él Mismo confirma a los que unge, en el corazón de los discípulos que forman “las iglesias de los santos”, y obliga a reconocer la gracia concedida directamente.  Es recién entonces cuando el presbiterio de la iglesia local aparta a los que Él ya ha llamado; la evidencia de la verdad hace que se extiendan manos de compañerismo.

Cristo mismo coordina, y esa coordinación nacida en el Espíritu de Cristo, dirige a la Iglesia a una administración santa cuyos principios fueron revelados en las Escrituras; el Espíritu Santo escoge a los obispos o ancianos de la iglesia de la ciudad, hombres de madurez espiritual, los cuales entonces son constituídos o designados oficialmente con imposición de manos de parte de los obreros apostólicos regionales comisionados directamente también por Cristo, mediante el Espíritu, de entre los presbiterios, y reconocida su autoridad espiritual y moral en la conciencia de las iglesias, las cuales reciben testimonio del Espíritu, expreso principalmente entre sus presbiterios, más maduros para discernir.  La Iglesia prueba asimismo a los que se dicen ser apóstoles y no lo son; los prueba por el Espíritu, la Palabra y la Vida; no sólo por cartas de recomendación o certificados vacíos de contenido espiritual, que sin el respaldo de la evidencia vital, no dicen casi nada.
No podemos avasallar a la Iglesia; no podemos prescindir del aporte de ningún regenerado en Cristo, pues al ser recibido por el Señor, es miembro de Su Cuerpo, que es UNO y que se expresa en el tiempo y en la tierra en “iglesias” locales, es decir, sólo una por cada ciudad, a la comunión dentro de la cual, en Espíritu y administración, somos guiados solícitamente por el Espíritu para que el mundo crea: contra lo cual ciertamente ha pecado también el protestantismo, discriminando entre los hijos de Dios con criterios carnales, pues al hacer girar sus facciones alrededor de centros de compañerismo artificiales y denominacionales, no ha discernido el Cuerpo, estorbando su administración local escrituraria, pues, ya que el Cuerpo es UNO, así, conforme a las Escrituras, sólo puede ser una la iglesia de la ciudad y una su administración; la iglesia, que se reúne en las muchas casas, es única en la ciudad.  En Jerusalén eran varias las reuniones en diversas casas, pero era una la iglesia de Jerusalén; la iglesia en casa de Ninfas era la iglesia de los laodicenses; en Laodicea era uno el candelero; lo mismo en Éfeso, cuya iglesia podía reunirse en casa de Aquila y Priscila.
La Jurisdicción de los obispos o ancianos es la ciudad y en compañerismo coordinado de presbíteros.  Hacia tal integración corporativa apunta el Espíritu Santo, sin dejar de denunciar las herejías y sin dejar de corregir las irregularidades, separando del mundo y liberando de Babilonia.
La Jurisdicción de las compañías de obreros apostólicos es la Región de su Obra, asignada a ellos directamente por el Espíritu.  Entre compañías de obreros debe haber compañerismo; que si bien atiende cada una su redil asignado, según su actividad y operación propias, no por eso levanta murallas ilegítimas que impidan la edificación mutua.  La diestra de compañerismo entre compañías de obreros significa plena comunión; trabajan para Cristo conjuntamente y no para sí mismas, separadamente; sus convertidos son para el Cuerpo, la iglesia de la ciudad, no para ser encasillados en sucursales competitivas.
Cristo es quien directamente por Su Espíritu coordina en Su Cuerpo a los miembros entre sí, en la iglesia de la ciudad o localidad; y Él Mismo también directamente coordina a los obispos o ancianos en el presbiterio de la iglesia de la ciudad; e igualmente, Él Mismo directamente coordina a los obreros apostólicos de la Región de sus respectivas Obras; también Él coordina la comunión de las iglesias entre sí. Su Vicario coordinador que congrega en unidad universal, real y espiritual, es por supuesto únicamente el Espíritu Santo; nadie más que Él lleva sobre sí la responsabilidad del trabajo total.
Cada miembro es responsable a Cristo; cada iglesia local o candelero también; igualmente cada compañía de obreros apostólicos en su obra regional.  La comunión universal sigue la guianza exclusiva del Espíritu según la sazón de Dios.
La Vida de Cristo por el Espíritu, se contiene a plenitud en este odre, y es comunicada ESPIRITUALMENTE por el testimonio íntegro y armónico del Cuerpo todo, conforme a las Sagradas Escrituras.  El Diálogo de la reconciliación se acrecienta en el vínculo de la paz que es Cristo, el cual se hace conocido al Cuerpo más y más en la comunión y edificación espiritual mutua hasta que el mundo pueda ver y creer; entonces las naciones habiendo recibido el testimonio de Dios en Cristo, y por Su Cuerpo en la demostración del Espíritu, se alistan para comparecer en juicio.
Dios ha venido, pues, al mundo y se ha dado a conocer en carne de humanidad en Su Hijo Jesucristo, vencedor sobre el pecado, la carne, el mundo, Satanás y la muerte; ha llevado sobre Sí Mismo en Su muerte el castigo por nuestros pecados, derramando Su Sangre para darnos perdón y Vida.  Resucitó corporalmente al tercer día, y habiendo ascendido al cielo ante testigos, en el tiempo y la historia, en la carne y desde la tierra, ha sido glorificado y hecho Señor sobre el universo todo, visible e invisible.  Intercede por nosotros para salvarnos por gracia mediante la fe que viene de oír Su Palabra.  Ha prometido volver pronto, y ya está cerca.  Derramó Su Espíritu Santo, el Cual promete a todo aquel que crea en Él.  De esto, más, y de Él damos testimonio.  Su Espíritu nos guía a toda verdad, nos introduce al Reino.  El Espíritu, las Escrituras, la Iglesia y la tradición os damos testimonio.


[1] En sentido de “hipóstasis” (Heb. 1:3).
[2] Juan 1:12