"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

lunes, 20 de junio de 2011

(2) LA PASIÓN NECESARIA Y LA SÍNTESIS DE COMPLEMENTOS




CAPÍTULO 2 

LA PASIÓN NECESARIA Y LA SÍNTESIS DE COMPLEMENTOS 


El "ser para sí" del existencialismo es una pretensión cuya acción "a priori" e "in-moral" es motivada en la ignorancia voluntaria de la Causa del "ser en sí". La superioridad supuesta en el existencialismo de la existencia sobre la esencia en el "ser para sí", es una ilusión, puesto que el "ser para sí" debe primer() sostenerse en el "ser en sí". La exis-tencia recibe de la esencia el "ser en sí", y este conlleva "en sí", en forma inherente, su propio "para qué". La angustia evidencia la inherencia del "para qué" en el "ser en sí"; de modo que diferenciar ónticamente el "ser en si" y el "ser para sí" es una ignorancia del esencialismo del propósito, el cual es evidente de por sí, de la misma manera que resulta evidente el "ser en sí". Tal ignorancia voluntaria es un robo que enajena a la misma existencia del "ser en sí", el cual no puede garantizarse la auto-posesión absoluta ante el peso de la contingencia frente al todo. Diferenciar ónticamente el "ser en sí" del "ser para sí" es una triquiñuela astuta, un intento de evasión. El "ser para sí" es por lo tanto inmoral, injusto e incoherente. La auto-posesión del "ser para sí" es una posesión ilusoria y temporal que conlleva su propia auto destrucción. La libertad no consiste en el absurdo del "ser para sino en la realización plena del "ser en sí" que ya conlleva su "para qué" en forma inherente. La razón de esto es porque el "ser" precede a la "libertad". No hay libertad sin ser. La libertad no escoge al ser sino apenas una modalidad de este, realizadora o enajenante. Pretender que la libertad escoge "ser en sí" para poder "ser para sí", es una ilusión, un castillo en el aire. Más bien diremos que al ser se le dio libertad para perpetuarse aceptándose tal como es "en si" incluido su "para qué"; o autodestruyéndose con la negación y enajenación de su "ser en sí" evidente y ónticamente inmutable. Los cambios y modos que afectan la forma del ser, no afectan su esencia, pues solo son posibles los cambios y modos que la esencia misma ha determinado. No puedo convertirme en árbol aunque quiera. La esencia, pues, se enseñorea sobre la forma y la forma obedece a la esencia. Esto, de las creaturas, pues el Creador es Dios y la creatura no se crea a sí misma. El ser no se hace; se descubre. La verdadera dignidad del hombre es la esencia que protesta contra la pretensión de la existencia que intenta rebajar su cualidad inherente. No aceptaremos el trato de animales ni aunque nos lo demos nosotros mismos. La desorientación de la existencia y su náusea acompañante es la sentencia irrevocable contra el delirio existencialista. Nuestra hombredad es esencial y no existencial, en todos sus recodos. La libertad humana simplemente reposa en el océano esencial. Su destino es perpetuarse descubriendo y aceptando con gratitud su "para qué", y
accionar su libertad en la realización de su asentimiento a la invitación del ser. Tal invitación es llamado de la esencia, y por ella, de la Causa divina del "ser en sí", y no debe ser presunción de la existencia. Cuando la existencia presume, se alista a despertar de su delirio enfrentándose a la enajenación, el absurdo y el abismo. Tal encarar la carcoma del agujero de su ser es el vértigo de la existencia, la caída en el abismo. De allí la pasión inútil del humanismo existencialista. El "para que" del "ser en sí" se evidencia en la utilidad, la urgencia, la necesidad, la exigencia y la unidad del ser dentro del contexto total de la realidad. El amor es pues lo contrario del "para sí". El amor eterno es el "para que" del "ser en sí". El amor eterno es el matrimonio propuesto por la esencia recibida a su propia existencia; aceptarse tal cual se es y aceptar a Dios. Es el abrazo del hombre y Dios, propuesto por el Altísimo, la pasión necesaria, la vindicación del sentido eterno del ser, si le responde afirmativamente a Dios. El humanismo teísta, o más Bien, el teísmo humanitario del cristianismo es la respuesta y la exigencia esencial de la dignidad humana; es por lo tanto "la pasión necesaria", alternativa más excelente a la "inutilidad" de la pasión del humanismo existencialista. La "contingencia fundamental" de la existencia, evidente de por sí, honestamente reconocida, marcha a la vanguardia de los enemigos implacables del ateísmo existencialista. El "ser necesario" sigue siendo pues la piedra fundamental de la dignidad humana. La "inutilidad" de la pasión existencialista es pues el gran baldón de execrable desprecio que se vierte contra la dignidad del hombre. Su dignidad es inherente a la hombredad esencial. La dignidad no es la "inutilidad" del "para sí", sino el lugar eterno del ser, su realización plena y satisfactoria. La satisfacción eterna es la exigencia natural de la dignidad humana, y la halla en el cumplimiento del propósito esencial. La vivencia de una "razón de ser" eterna es la copula de la dignidad. La dignidad máxima es ser aceptado para siempre en Dios. Y esto reside en la vida en virtud de Cristo, complacencia declarada del Padre. El existencialismo carece del discernimiento del propósito divino; se ha hecho ante sí mismo huérfano al convertirse en parricida de las evidencias objetivas del Espíritu del Ser Divino, contactadas vivencialmente en el espíritu de los seres humanos. Quienes conocemos a Dios, lo conocemos directamente, sin necesidad de reflejos indirectos; aunque la realidad divina también destella esos reflejos indirectos. Pero a Dios le conocemos tan directamente como conocemos nuestra propia existencia y la existencia del universo. Simplemente declaro que para los conocedores de Dios, éste se ha revelado a sí mismo tan directamente que no necesita explicar su existencia, puesto que ésta se ha explicado a sí misma tan evidentemente que no hace falta inferirla
abstractamente, sino que es vivida realmente. He allí la experiencia de que adolece el post-tomismo, y esa es la falta que le ha hecho deslizarse al existencialismo. El post- tomismo se deslizó de la validez de la experiencia religiosa hacia la mera inferencia filosófica, abstracta y huérfana de las evidencias directas. No necesitamos probar a Dios; El dice por sí mismo: Aquí estoy yo. Cuando El dice así, entonces nuestro sentido le conoce. ¿Habías tornado en serio ese sentido?. La definición de una cosa es su propia evidencia. ¿Qué es pues entonces la mentira? es ese necio pensamiento ilógico de la existencia que se pretende propia en sus pensamientos y sentimientos. Esa petulante e imaginada independencia existencialista, diseminada en las diversas fases de la cultura, no es más que la tristemente burda manifestación de la inmadurez del hombre, su adolescencia. Al racionalismo le engañó el sentimiento de au-tosuficiencia. No obstante, su humanismo es el disfraz de una nostalgia del paraíso. La razón se hace irracional cuando no cuenta con la revelación. El conocimiento empírico solo se hace posible gracias a modos de realidad predispuestos antes de la experiencia y del conocimiento. Tales modos de realidad se hayan diseñados según principios que por afectar la realidad, son ellos mismos reales. Tales principios reales evidencian una causalidad final o teleológica, y por lo tanto suponen un sujeto dueño de los principios tales, el cual es Dios. Aun la disposición de la estructura humana para el juicio estético está diseñada para el goce de la realidad en sí. Después de conocer la realidad, entonces se goza y se posee. Es por eso que, debido a la estructura subyacente, lo que es del hombre lo entiende el hombre; si no es una locura, basta el sentido común. No por ser psicólogo se es más que hombre. Ni por ser meramente hombre necesariamente se es menos psicólogo. Se ha señalado ya la profunda psicología de los grandes literatos. Sin embargo toda existencia lleva sobre si el sello de la contingencia fundamental. Toda creatura trae de hecho una condición inmutable e inherente por causa de la realidad. Si, toda creatura trae esa condición inherente que es como el sello inviolable de la suprema realidad. Y he aquí la condición inherente a toda creatura: Su deuda y obligación; su pertenencia a su Creador. Aunque trate de escaparse, esconderse y escabullirse, toda creatura, tarde o temprano, encontrará sobre sus lomos la marca del sello inexorable de la suprema realidad que es la Soberanía Divina. Y verá la creatura que para siempre es deudora. Su deuda y obligación para con Dios es inherente y permanente dentro de su condición de creatura. Es el peso de la realidad que doblará nuestras rodillas y constreñirá boca a confesar a Dios. Contingencia, angustia y tormento moral son las cicatrices de la herida impresa por la realidad que hay que acatar: Dios es Dios, y nosotros para El. Quien se resista
delirará hasta la destrucción. Morirá arrastrado por el alud de lo que es inexorable, ineludible e inevitable. La estructura subyacente de complementariedad en base a la cual es posible todo tipo de síntesis dentro de la realidad, es una evidencia que derriba la dialéctica del materialismo. La supuesta ley de los contrarios u opuestos dentro de la razón dialéctica es una ilusión o engaño. Dícese que al enfrentar a la tesis, la antítesis, resultará la síntesis. Pero qué es en realidad la síntesis misma?, ¿no es acaso la demostración de que no había tal oposición o contrariedad? pues la síntesis se efectúa en virtud de la complementariedad. Y lo complementario no es necesariamente opuesto o contrario. La razón dialéctica resulta ser pues, no el canal ni el motor de la síntesis, sino el obstáculo de inmadurez que hay que remover para llegar a la síntesis o al descubrimiento de lo que ya era posible gracias a la estructura subyacente de complementariedad. La síntesis es el descubrimiento de los complementos, el fiscal de la ilusión. No merece llamarse por la categoría de opuesto o contrario a lo que es meramente complementario o suplementario. La síntesis ocurre dentro de la categoría de los complementos y no dentro de la de los opuestos. La razón dialéctica adolece pues de inmadurez. Al penetrarse en el proceso dialéctico para sondear la pista del descubrimiento para la síntesis, la dialéctica resulta no ser tal, sino que se presenta más bien como mayéutica socrática. Es decir, deja en entre vista la ilusión de su apariencia. La mayéutica Socrática lleva a la síntesis por los complementos poniendo en evidencia la unidad de la estructura subyacente de complementariedad debido a la cual fue posible la síntesis. La estructura ya era real y permanecía latente durante la ignorancia en el período de la pre síntesis. El período de la pre síntesis no trabaja como una ley sino como una ilusión. El descubrimiento de lo complementario desvanece la ilusión de la ley de los opuestos. Lo que hace es revelar la estructura subyacente. Claro está que no nos vamos tampoco al extremo platónico de la preexistencia de las almas, ni decimos que lo que hacemos al comprender es recordar lo previamente conocido en el llamado mundo de las ideas; pero si queremos decir que en virtud de la Inteligencia del Diseñador el diseño total es unitario y por lo cual las partes son complementarias además de diseñadas según el propósito del Estructurador. Es al ver esta estructura subyacente de complementariedad que vemos la superioridad del amor cristiano sobre la lucha de clases marxista. Bajo el materialismo dialectico subyace más bien una religión panteísta y dualista. Una vez desechado el Dios trascendente por un ánimo maligno, se sustituye el todo creado y contingente por el dios panteísta , el cual lógicamente, al ser confundido con las cosas, descubre en si el bien y el mal, a los cuales acepta como substancia eterna. Con lo cual se llega a equiparar en el dualismo lo malo a lo bueno. Es entonces cuando la barrera moral pierde razón de ser en vista de la igualdad de los opuestos. Aquel ánimo maligno inicial que desechó al Dios trascendente entonces se Lanza por fin definitivamente en la amoralidad y en la depravación de los instintos enarbolando la violencia y construyendo así el reino de las tinieblas, cuya espada, la de su rey, decía haber recibido Marx. Es la fiesta frené-tica del caos que esperaba Nietzsche y que perseguía el Oulanem marxista. Y ¿cuál es el derrotero del existencialismo? Continuar la prole de la serpiente.