EL REMEDIO DE DIOS
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Señor Jesús, gracias por estar con nosotros en esta noche; gracias, Señor, por atraernos a Ti. Padre, ayúdanos en esta noche; concédenos, Señor, entenderte; concédenos, Señor, conocer algo más de Ti, conocerte a Ti mismo, Señor. Señor Jesús, hazte conocido a Tu pueblo en esta noche; Señor Jesús, Tú que estás entre nosotros, toca nuestros corazones; pasa con Tu precioso Espíritu y déjanos conocer algo más de Ti. Padre celestial, en nombre del Señor Jesús, nosotros te pedimos, Señor, que nos attraigas a Ti, nos concedas entendertte, nos concedas ser atraídos por Ti; muchas coisas hay en la Tierra, señor, muchas voces; déjanos oir Tu voz, déjanos oir la Voz Tuya, señor. Señor Jesús, atráenos a Ti con Tu Presencia, atráenos a Ti con Tu Espíritu, y sea Tu Presencia, Señor, y Tu atracción, superior a cualquier cosa en la Tierra; superior a nosotros mismos. En el Nombre de Jesucristo, te lo pedimos, Padre. Amén y amén.
Bueno, le hemos encomendado al Señor Jesús que Él gane a todas las voces que hay en la Tierra; ¿no?. Hay muchas voces que nos atraen, muchos programas; y la juventud siempre es el blanco de muchas cosas. Yo le doy gracias a Dios porque hay juventud reunida aquí atraída por el Nombre del Señor Jesús. Tengo aquí la Biblia abierta en la segunda epístola que el apóstol Pablo le escribió a los corintios. Yo sé que muchos hermanos tienen su Biblia. La tengo abierta en el capítulo 4. Voy a leer el versículo 5. Allí el apóstol Pablo dice lo siguiente:
“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor a Jesús”.
No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor. Mire lo que decía el apóstol Pablo; no estaba tratando de atraer gente hacia su propia persona, ni los otros apóstoles; sino tratando de presentar al Señor Jesús. Dios sabe que nada más en esta Tierra, sino el mismísimo Señor Jesús, puede ayudar al ser humano. Hay muchas cosas que se hacen; algunas, inclusive, utilizando el nombre de Dios; pero si no está Jesucristo mismo en el asunto, resultan inútiles, y a veces, engañosas. El apóstol Pablo sabía que solamente Jesucristo mismo es el Señor y es el Salvador, y lo que Él hace es lo que es realmente útil al ser humano. Por eso, la intención de los apóstoles no era llevar a la gente a ninguna otra parte. Los apóstoles no tenían interés en distraer al pueblo. Al contrario, ellos querían llevar al pueblo a la verdadera fuente de vida, al Señor Jesucristo mismo.
A veces nosotros, y lo digo a ustedes que son jóvenes, nos preguntamos: ¿Y por qué es necesario conocer y recibir a Jesucristo? ¿por qué es necesario aprender de Él? ¿por qué Dios tuvo que enviar a Jesucristo? ¿por qué tenemos que poner atención a este asunto de Jesucristo?
Cuando uno es muchachito, a veces el papá o la mamá le hacen tomar a uno una sopa de verduras que el muchachito no se qquiere tomar. Dios sabe que se necesita esa sopa, pero el muchachito no lo sabe. Si fuese por él, se la pasaría comiendo caramelos, pues son tan dulces. El no piensa que comer tan solo caramelos le va a producir diabetes; y en cambio, eso de comer sopa de verduras, con espinacas, zanahorias, habichuelas, eso como que no le sabe tan sabroso. Pareciera que los caramelos parecen más agradables. Sin embargo, el papá y la mamá saben que que el muchachito no solamente necesita algún dulce, sino que necesita los nutrientes de esas espinacas, zanahorias, habichelas y toda clase de verduras, frutas y granos. ¿Pueden concordar con eso?
¿Saben una cosa? Dios sabía que si Él mismo no enviaba a Su Hijo Jesucristo, y si Jesucristo no fuera quien es, y no hubiera logrado lo que logró, todo ser humano estaría perdido para siempre. A veces las personas no saben qué es lo que ha pasado y qué le ha sucedido al ser humano. Sí, nos encontramos que el mundo no anda tan bien, que hay gente que está muriendo, mientras otros están robando y destruyendo, pero pensamos que el mal está solamente por allá afuera, un poco lejos de nosotros. Pero de pronto vamos descubriendo que el mal está también por aquí cerca, y a veces tan cerca, que hasta lo descubrimos en nosotros mismos. Sí, a veces lo descubrimos. Pero Dios sabe mejor que la condición del hombre es una de completa caída.
Hasta tal punto, uno de muchachito como que no se da cuenta de tanto. Uno de muchacho es idealista, y le parece a uno que sería fácil cambiar al mundo con nuestros ideales, con nuestro entusiasmo; pero todos los muchachos se fueron poniendo viejos, y se murieron, y el mundo no mejoró, sino que empeoró, y está cada vez peor. La Biblia sí lo dice con claridad. La Biblia sí dice que hay algo radicalmente malo en todos los hombres. La Biblia no anda con pañitos de agua tibia. La Biblia no dice que somos angelitos buenos que solo de vez en cuando cometemos algún pecadillo. ¡No! La Palabra de Dios hace un diagnóstico certero y verdadero; y Dios no lo hace para condenarnos; Dios no nos dice la verdad acerca del hombre y de su maldad simplemente para que nos pongamos tristes. ¡No!, Dios nos muestra la verdadera realidad, para que nosotros estemos dispuestos a recibir el remedio. Si la persona no descubre el mal que tiene, y piensa que de lo que adolece es apenas de un efímero dolor de muela, que con una pastillita mágica dejará de molestar, entonces la persona no recibe el verdadero remedio que condice con la verdadera condición. Solamente en la medida en que la persona va tomando conciencia de la verdadera situación, estará dispuesta para aceptar someterse al necesario tratamiento, y a recibir los remedios necesarios.
Uno, al principio, como que no se da cuenta de la profundidad del problema; pero Dios sí conoce todo el problema, así como los padres conocen que el muchachito necesita mucho más que meros caramelos. Puede ser que el niño diga: -pero papá, qué anticuado eres; cómo se te ocurre darme cosas tan desagradables.- Él no sabe que necesita esas cosas. Pero por eso Dios nos hece conocer que tenemos necesidad urgentísima de Su ayuda.
Dios no creó al hombre para vivir sin Dios. El hombre fue creado para vivir en unión con Dios. Miremos ese ventilador, o ese foco de luz. El fluorescente o el ventilador no pueden funcionar por sí solos, sin la energía eléctrica. Fueron diseñados para funcionar en estrecha relación con la energía eléctrica. Si la corriente entra en el fluoresacente, este alumbra; pero el fluorescente no alumbra por sí solo. El ventilador tampoco puede funcionar solo. Fue diseñado para funcionar en conexión con la corriente. Así también es con el ser humano. Fuimos hechos por Dios para vivir en estrecha comunión con Él; para que la vida de Dios, y el Espíritu de Dios, sean como esa especie de corriente eléctrica interior que nos lleva a realización perfecta.
Por eso, cuando Dios hizo al hombre en el principio, lo colocó delante del Árbol de la Vida; y esa Vida a la que se refiere el Génesis, es la propia vida de Dios. Dios hizo al hombre para que desde su espíritu el hombre se alimentara de la vida divina. Dios no le dio al hombre alimentos solamente para su cuerpo, cuando le dijo que de los árboles del huerto podría comer, puesto que el hombre es mucho más que un simple animalito. Lo que es más interior y noble en el hombre, necesita también de un alimento apropiado. Por eso el hombre fue colocado no solamente delante de los árboles frutales, sino también delante del Árbol de la Vida divina. Dios desea que la vida divina sea el alimnento que sustenta interiormente al hombre para la eternidad bienaventurada.
Si el hombre decidía vivir sin Dios, pues entonces moriría, de la misma manera como el fluorescente se apagaría si se desconecta de la corriente. El hombre podría ser inmortal y vivir eternamente si se alimenta de la vida divina. Sería como un fluorescente conectado, que alumbra, pues recibe el fluir de la corriente; pero desconectado no alumbra.
La Palabra de Dios nos dice que nuestro espíritu está dentro de nuestro ser; que nosotros tenemos un espíritu que funciona. Yo pienso que cada uno de ustedes, cristianos, ya ha captado la función de su propio espíritu. La conciencia es una función del espíritu. No somos animalitos; tenemos conciencia, incluso los pequeños. Si le preguntas al niño si decir mentiras está bien o mal, aunque quiera hacer trampitas, en su interior él sabe que decir mentiras está mal. El sabe que está bien obedecer a sus padres. No solamente por que lo aprendió de su mamita, sino porque lo tiene escrito en su corazoncito. En su conciencia él va percibiendo que no es solamente un cuerpo, que no es solamente algo exterior, sino que en su interior hay algo adentro, lo cual es el espíritu y el alma. Tú puedes reconocer tu propia alma en este mismo momento. Tú puedes decir: -yo soy fulano de tal.- Ese que está pensando, sintiendo y decidiendo, eres tú mismo, tu propia alma. A veces estás alegre, a veces aburrido, como algunos ahora recién cuando pararon de cantar. El alma es la que prefiere y la que escoge. La que decide es la voluntad de tu propia alma. Tu alma tiene pensamientos, sentimientos y voluntad.
A veces los muchachos se acuerdan solamente de la belleza de los cuerpos, y se olvidan de que adentro hay un alma y un espíritu. Cuanta atención se coloca hoy en el cuerpo, para lo cual se realizan ejercicios y dietas de modo a mantenerse en forma. Los jóvenes tienen más esperanzas que los viejos en ese respecto. Pero ¿acaso no es verdad que somos mucho más que eso? Sí, tenemos cuerpo, pero también alma y espíritu. Por tanto, debemos prestarle atención también a las demás cosas. La Escritura nos compara con una especie de vaso, el cual es un recipiente para contener. Así como este vaso de agua, así la Escritura nos compara con vasos de barro, y dice que los hijos de Dios somos como vasos de barro que contienen un tesoro adentro. Nosotros los seres humanos fuimos creados para ser llenados con Dios.
Pero ¿qué sucede, jóvenes, cuando el vaso está vacío? Llega una edad cuando el vacío se comienza a sentir; algunos se ponen románticos y comienzan a sentir ciertas emociones, de diversas clases; incluso la melancolía. A veces el muchacho aparenta estar contento en el exterior, pero en el interior está sufriendo, como en la conocida historia del payaso que fue a visitar al médico confesándole su tristeza y melancolía, y el médico le aconsejó asistir al circo para alegarse oyendo a aquel payaso famoso; pero el médico no sabía que su triste y melancólico cliente era precisamente ese payaso. Hacía reir a los otros, pero él mismo estaba vacío. Los jóvenes pronto van a darse cuenta de que, sin Dios, hay un abismo profundo dentro del ser del hombre; y van a querer llenarlo equivocadamente con alguna cosa de su mundo exterior; pero la parte más interior del hombre solo puede ser llenada con la vida divina del Árbol de la Vida.
El otro árbol a su lado, del conocimiento del bien y del mal, significaba el vivir solo por sí mismo como si no hubiera Dios. Pero estaba prohibido, pues nos apartaría de la verdadera Vida y realización. Así que concentrémosnos mejor en Aquel que Dios sí quería que el hombre comiera. Dios creó al hombre para que éste pudiera vivir por la misma vida de Dios. La mera vida humana tiene principio y tendrá su propio fin; pero la vida de Dios es eterna y sublime. Pero el hombre debe elegir libremente asociarse con Dios para vivir por la vida divina. Así como el citado fluorescente precisa alumbrar permaneciendo unido a la corriente eléctrica, así el hombre necesita ser llenado del Espíritu de Dios.
Cuando el hombre pecó, se separó de Dios, y algo comenzóma sucederle: su espíritu murió; dice la Escritura que estábamos muertos en delitos y pecados. Es como cuando se desconecta una conexión y la luz se apaga. Antes, ni siquiera se daban cuenta de que estaban desnudos; estaban totalmente brillando en la presencia del Señor, eran inocentes y transparentes; pero después de que el hombre se apartó, comenzó a esconderse, pues tenía miedo de Dios. Cuando la persona ha sido perdonada y está limpia, está delante de Dios con paz y vive a Su luz; pero cuando la persona se aleja de Dios, entra en oscuridad y tiene la conciencia culpable; empieza a esconderse, se hace el tonto, y usa muchas técnicas para disfrazarse, para q1ue no se descubra su oscuridad; pero el espíritu sin Dios está muerto, y por eso el hombre tiene un vacío adentro; de manera que el alma, por sí misma comienza a autoengrandecerse para compensar ese vacío, y se torna en un ego. Ahora el hombre quiere hacer las cosas solo por sí mismo, y se hace el fuerte y el duro, sobrepasa temerariamente los límites. Y el alma del hombre, que había sido diseñada para interpretar y representar el sentir de Dios en su espíritu, cual mayordomo atento al querer de su amo, en vez de consentir a la indicación de Dios en su espíritu, y cooperar con Él, ahora solo hace lo que le da la gana, haciéndose el alma enemiga de Dios, y pretendiendo soberbia la autosuficiencia, a veces hasta pretendiendo ser ella misma Dios. Esto le ha ocurrido al hombre por instigación de la serpiente, que dijo: -seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.- Hoy muchos promueven la auto-superación del hombre por su propia fuerza; pero eso es apenas el payaso inflándose hasta reventar.
El cuerpo del hombre también fue afectado por el pecado, y por eso el hombre muere. Además, dice ahora la Escritura, que en nuestra carne no mora el bien, sino el mal y el pecado. Todo esto sucedió cobn el hombre cuando se rebeló y desobedeció a Dios. Su espíritu, alma y cuerpo fueron afectados. Dios sí sabe lo que acontece con el hombre, aunque éste no conozca cuan torcido ha nacido. Pero ese niñito aparentemente tan querido, buenito e inocente, cuando menos pensamos, le da su pellizco violento a su hermanito o amiguito. Y si los padres se descuidan, los maneja de la oreja. La Escritura sostiene que el pecado del primer hombre constituyó pecadores por naturaleza a los demás hombres. Antes de reproducirse la primera pareja, ya la naturaleza humana fue vendida por ellos al pecado, de manera que el poder del pecado comenzó a operar en el hombre desde el mismo principio en que el hombre por sí mismo le dio lugar. Cuando nuestros primeros padres, Adán y Eva, comenzaron a reproducirse, sus retoños nacimos todos torcidos y malos. Dios sí sabe con que clase de “diablillos” se está metiendo, pero apenas nosotros nos damos cuenta.
Gracias a Dios que Él no fue sorprendido por esto. Él ya sabía todo lo que iba a acontecer, pero nos amó, y como nadie puede frustrar Sus planes, ya tenía preparado un plan de redención, un plan apropiado para tratar con la condición caída del hombre. Dios quiere restaurar al hombre en todas sus partes que fueron afectadas.
El hombre necesita, entonces, por una parte, ser perdonado de lo que ha hecho; pero también ser liberado de lo que él mismo llegó a ser. Pues no solo hace cosas malas, sino que él mismo es malo. Hace cosas malas, porque es malo. Por eso Jesucristo dijo: “¿Cómo podéis vosotros hacer cosas buenas, siendo malos?”. El árbol bueno produce fruto bueno, y el árbol malo produce fruto malo. Por su fruto se conoce el árbol. Y Dios tiene solamente un árbol bueno: Jesucristo. Todos los demás árboles somos malos. Yo sé que esto no es muy agradable decírselo a la juventud, pero ustedes mismos saben que no les estoy diciendo mentiras. Ustedes no son de otro planeta. No hay aquí entre nosotros ningún “marciano”. Pueden levantar la mano los que se creen buenitos. Cuando Jesucristo dijo: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, los primeros que comenzaron a irse fueron los viejos, pero después también todos los jóvenes se fueron. Dios sabe muy bien que tú necesitas ser ayudado, perdonado, liberado, reconciliado, limpiado, regenerado, justificado, santificado, renovado, fortalecido, transformado, configurado a la imagen de Su Hijo. Muchas cosas tiene que hacer Dios con nosotros. Y para hacerlas fue que vino Jesucristo.
Porque Dios vio la condición del hombre, tuvo gran compasión, y decidió poner sobre sí al hombre y pasar por la cruz, para poder así terminar con todo aquello que el hombre se hizo a sí mismo. Entonces resucitar para comenzar de nuevo, siendo ahora, otra vez, el alimento del hombre. Entonces da vida a nuestro espíritu, para que el poder de Su Espíritu regenere el nuestro. Y a partir de allí ir ganando nuestra alma renovándola, vivificando nuestros cuerpos hasta un día glorificarnos con la glorificación con que Él fue gloirificado en Su humanidad que asumió. Porque habíamos sido afectados en espíritu, alma y cuerpo; entonces ahora Dios que dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanzam y señoree…”, cumplirá definitivamente Su propósito, perdonándomos, limpiándonos, reconciliándonos, justificándonos, liberándonos, santificándonos, regenerándonos, renovándonos, transformándonos y configurándonos en Cristo a la imagen Suya. Pues fuimos creados para parecernos a Cristo, al vivir por Él. Ese ha sido el plan de Dios para el hombre, que el hombre fuese como Su Hijo. El Hijo de Dios es el modelo y el contenido para el hombre. Para que esto se dé, el Hijo mismo ha de ser la vida y el contenido del hombre. Fuimos hechos para contenerlo a Él, viviendo en estrecha comunión con Él, en unión mística. Dios en Cristo y por el Espíritu viviendo en el hombre, y el hombre viviendo a Dios en Dios. Cristo siendo la vida y el vivir del hombre.
Pero cuando el hombre está vacío, muere; usted puede ponerle todos los adjetivos negativos, pues allí estarán. Pero el Verbo de Dios vino y se hizo hombre, y como Adán, fue sometido a la prueba. Adán recibió gratuitamente la naturaleza humana libre, pero la vendió al pecado. Al hacerlo, prácticamente traicionó y perjudicó a toda su progenie. Ahora el poder del pecado opera en todo ser humano. Ahora no hacemos el bien que queremos, pero sí el mal que no quisiéramos; como lo dice Pablo a los romanos en el capítulo 7 de su epístola. Cuando se trata de ideales, especialmente los jóvenes tienen muchos. Y decimos: -qué lindas serían las cosas, si fueran así.- Pero al intentar hacerlas, no nos salen las cosas como esperábamos, sino que resultamos tan fracasados como nuestros abuelos, o quizá peor. Descubrimos que no somos tan generosos como ponderábamos, sino avaros como criticábamos. ¿Será que el problema del egoismo es un problema solamente mio? ¿Ustedes qué dicen? También he querido muchas veces ser diligente, pero no sé de donde brota la pereza. Quisiera ser una persona pura, pero no se pueden aprobar todos mis pensamientos y sentimientos. Quisiera siempre decir la verdad, pero a veces le agregamos por aquí y le quitamos por allá. En la valoración de las cosas, resaltamos lo que nos atañe, pero disminuimos lo que atañe a otros. Algo malo siempre aparece en el hombre, y con esto creo que ya será suficiente para entender. Yo no los veo muy tristes; ¿será que es necesario seguir insistiendo? Nos reímos, pero la cosa es para llorar. Dios, que conoce nuestro problema, sabe como arreglarlo. El método de Dios se llama: Jesucristo.
El Verbo e Hijo de Dios se vistió de naturaleza humana; fue tentado en todo como el hombre es tentado, pero en vez de vender al pecado la naturaleza humana, Jesucristo no permitió que el pecado le venciese; y aunque fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza, venció al pecado en la carne. ¡Qué gran trabajo estaba haciendo Dios con Jesucristo! Cuanto debemos aprender a apreciar la obra que hizo el Señor Jesús. Vino a deshacer las obras del diablo, y a realizar al hombre en su persona. El hombre fue restaurado en la humanidad de Jesucristo; por eso Él debe ser nuestro alimento diario. Como hombre, pues no como Dios, Él comenzó a crecer en estatura, gracia y sabiduría. Aprendió la obediencia por el sufrimiento, y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para los que creemos en Él. El hombre, por el pecado, se tornó un viejo hombre; pero ahora, por Jesucristo, ha surgido un nuevo hombre. Antes de la caída, el hombre nomera ni viejo ni juevo; era simplemente hombre. Con la caída nos hicimos viejos; incluso los más jovencitos aquí, son viejos cuando solo están en sí mismos. Para ser nuevos, precisamos andar en Cristo. Y escúchenlo, por favor, las jovencitas; para no envejecer, y permanecer por siempre jóvenes, debemos vivir en Cristo, pues Él resucitó joven para siempre. Él es la novedad de vida. Jesucristo llegó a ser el hombre que Dios esperaba que fuese el hombre. Lo que Adán no alcanzó, lo logró Jesucristo.
Pero, escúchenme bien; todo lo que logró Jesucristo, lo hizo para nosotros. Él se santificó a sí mismo para santificarnos a nosotros. Él desarrolló en sí mismo todas las potencialidades de la humanidad. Él llegó a ser el Varón Perfecto, con el fin de agradar a Dios y poder meterse dentro de nuestro espíritu, y con Su capacidad, darnos nueva vida. Dios siempre ha querido que nuestro contenido sea Jesucristo. Dios sabe que sin Él somos unos perversos. En nosotros mismos estamos dañados y muertos, no importa cuan jovencitos seamos. Toda apariencia es pura paja. En nosotros mismos solamente somos gusanos disfrazados. Pero Dios en Cristo, por el Espíritu, nos da vida como un regalo, recuperando nuestro espíritu que estaba muerto, y comienza a transformar nuestra alma, para retornarla a la semejanza Suya.
Nos perdona por Su sangre derramada en expiación, para que se olvide el pasado. Nos libera de lo que éramos, para que seamos nuevos en Él andando por el socorro oportuno de Su Espíritu. Nos hace, pues, nuevas creaturas. La deformación de nuestras almas comienza a ser transformada en dirección a configurarnos a Él hasta que se forme en nosotros. Lo que éramos lo terminó en Su muerte, y lo que recibimos ahora proviene de Su resurrección por el Espíritu. Cristo en nosotros es el nuevo hombre. Ya murió, pero resucitó y ascendió, y habiendo enviado Su Espíritu victorioso, nos alumbra, regenera, renueva, transforma y configura, haciéndonos un solo cuerpo. El fluorescente ahora alumbra gracias al fluir de la energía. En su epístola a los filipenses, Pablo nos habla de la suministración del Espíritu de Jesucristo.
Amados, desde jóvenes conozcamos que existe algo así como la suministración del Espíritu de Jesucristo. Su sangre nos limpia, mas Su Espíritu nos da vida. Todo lo que Cristo es y logró pasa a ser nuestro gracias a la obra de Su Espíritu. Estas son dos “cosas” muy importantes: la sangre y el Espíritu de Cristo. Eso lo anunció muy bien el apóstol Pedro en el día de Pentecostés, cuando nos ofreció, de parte de Dios, la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo. Dijo Pedro que nos arrepintiéramos y fuéramos bautizados. Así expresamos la fe por la que recibimos las promesas de Dios. El perdón borra lo pasado, la cruz termina con lo viejo, pues Jesús llevó nuestros pecados, el viejo hombre, la maldición sobre sí mismo en la muerte; pero resucitó, porque tiene poder para poner Su vida y para volverla a tomar. El Padre le dio el que tenga vida en sí mismo. Resucitó para resucitarnos, dándonos vida al injertar en nosotros Su Espíritu. Y entonces comenzar a permear nuestras almas, nuestros pensamientos, sentimientos y voliciones. Antes nuestros pensamientos vagaban sin rumbo por caminos de muerte; igualmente nuestras emociones. Pero ahora el Espíritu, desde nuestro interior, nos trae de vuelta al redil. Hija, no cedas al enamoramiento de ese caballero, pues es un hombre casado. Te consuela y fortalece. Caballero, aquella mujer es mujer de otro; no te detengas en ella; y te fortalece para hacerte a un lado y mirar en otra dirección.
Las emociones comienzan a ser puestas en orden por el Espíritu, en unión con tu alma. Comienzas a recibir aquella inspiración que te conduce como un jinete a su caballo. El potro indómito comienza a ser domado. Todos necesitamos que Dios dome nuestra lengua, nuestros apetitos; y ese poder será nuestro por Jesucristo. Como Él ya pasó por la prueba del mundo y de la carne, y ya venció a todo enemigo, entonces es poderoso para socorrernos en nuestras debilidades. La victoria de Jesucristo sobre satanás, es ahora un regalo para nosotros, dispouestro a ser tomado por la fe, en estrecha comunión con Cristo. Él enfrentó la muerte y la venció, para compartir con nosotros. Por eso el Espíritu Santo es un Don que se recibe al creer en el Evangelio. El espíritu Santo fue derramado como demostración de la victoria de Jesucristo, y como garantía de nuestra herencia con Él. Ahora está disponible para nosotros, por la fe que se atreve a contar con Él. Al recibir por la fe al Señor Jesús, le estamos diciendo: -desde ahora, Señor, cuento contigo firmemente.- Cuando sinceramente crees, tú en verdad no haces nada, pues Dios sabe que de ti no puede salir nada bueno por sí solo. Simplemente lo recibes por fe, diciéndole Amén. No es necesario subir de rodillas hasta el monte para merecer alguna cosa. Dios sabe que todo eso es inútil. Lo único que puede ayudarte es recibir a Jesucristo por la fe, contando con Él para todas las cosas y desafíos. Jesucristo es el único que nos puede cambiar. Los que somos genuinos cristianos, ya tenemos a Jesucristo adentro con todas Sus capacidades que están a nuestra disposición, no solamente para imitarlo, sino para vivir por Su mismo Espíritu. Somos fortalecidos en el Señor. Por eso Pablo le escribe a Timoteo que se esfuerce en la gracia. No se trata de una imitación exterior basada en la justicia propia desde la carne, sino de una fe activa que se apropia de la provisión. Por eso el apóstol Juan hablaba a los jóvenes, con fe, diciéndoles ser fuertes y haber vencido al maligno. No les pedía ser fuertes, sino que les comunicaba que en el Señor ya eran fuertes. Ya no estamos más solos, sino que Él está en nosotros, y nosotros estamos en Él, como un café con leche. La leche está en el café, y el café en la leche. Ya no se separan más. Así también nosotros por la fe estamos en Cristo, pues Él está en nosotros al haberle recibido por la fe. Ya no nos separaremos más. Antes el café y la leche estaban separados. Cristo estaba en el Cielo y nosotros en la Tierra. Pero ahora estamos unidos como Uno en espíritu. Contamos con Él, no importa como nos sintamos. Si nos sentimos débiles, pues Él es fuerte y Su poder se manifiesta a través de nuestra debilidad. Si estamos tristes, nos consuela. Si estamos cansados, nos hace descansar. No necesitamos fingir; simplemente confiar, creer y contar sinceramente con Él por la fe.
A veces no sabemos ni siquiera como orar; pero nos enseña el apóstol Pablo que el mismo Espíritu nos enseña a orar con gemidos indecibles según la voluntad divina. El Espíritu está ahí presente. Tú no ves la corriente eléctrica, pero enchufas con confianza y la energía fluye. Acudes al Señor y Él no te echa fuera. No importa cuan oscuro esté un cuarto; si hay una pequeña brechita, el rayo de luz pasará por allí. Así hará el Espíritu Santo. Se nos dio a beber del Espíritu. Él está ahí. No podemos huir de Su Espíritu. También la palabra Espíritu se dice en griego: pneuma. Lo cual podemos asociar con el viento. El aire está ahí simplemente para que respiremos. Así es con el Espíritu. La manera de beber y de respirar es por la fe. Y así como añades a una bebida láctea toda clase de vitaminas y nutrientes, y con solo tomarla, esos nutrientes entran en usted, así también el Espíritu contiene todas las riquezas y victorias de Cristo que pasan a ser nuestras al beber por la fe. Todo lo que necesitamos está allí. No es lo que tú eres lo que te ayuda, sino lo que el Señor es en el Espíritu para ti. Jesús dijo que si creemos en Él, desde nuestro interior fluirá el Espíritu como rios de aguas vivas.
La Iglesia es edificada sobre la roca que es Cristo revelado y confesado. Lo que el Señor es para nosotros, no lo que nosotros somos, es lo que hace la diferencia. Si crees, lo confiesas con tu boca. Cuando una señora va a planchar una camisa, espera a que la plancha se caliente, y para eso debe enchufarla. Si estás frío, acudes al seeñor invocándolo de todo corazón con fe, y permaneces asido de Él. La plancha entonces se calentará y la señora podrá aplanchar la camisa. Permanezca allí confiando. No solo pidiendo, sino creyendo que fue oído y las cosas ya están en camino. Cuando fluye el agua del Espíritu, Su fluir se lleva lo viejo, y trae refrigerio. El Nombre del Señor es una torre firme. Invoquémoslo con fe, pues no está lejos de nosotros, sino en nuestra boca y en nuestro corazón. A Él acudirá el justo (por la fe) y será escuchado. Es decir, recibirá respuesta. A veces acudimos a muchas partes, pero no a Él mismo. Toquemos su manto por la fe y contemos con su socorro.
¡Que el Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu!
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Gino Iafrancesco V., 17/VIII/1997, Sincelejo, Sucre, Colombia.