"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

lunes, 20 de junio de 2011

LIBERTAD Y CONSIDERACIÓN


LIBERTAD Y CONSIDERACIÓN

Por:
Gino Iafrancesco V.
(Curitiba, Paraná, Brasil)
(7/12/1980)

Al respecto de libertad y consideración en medio de la comunión del pueblo de Dios, tengamos en cuenta los siguientes versículos:

1ª Corintios 10:23:
Todas las cosas me son lícitas, pero no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, pero no todas edifican”.
El Señor quiere conducirnos más allá de lo meramente lícito; El desea conducirnos a lo conveniente, a lo edificante y a lo perfecto. Y n o solo en lo individual; también en lo eclesial, y en medio de la comunión de la iglesia, Dios quiere conducirnos eclesialmente también a lo perfecto, a lo edificante y a lo conveniente. Por lo tanto, sigamos leyendo a      Pablo en el verso 24:
Ninguno busque solo su propio provecho, sino que también cada uno busque el provecho de los otros”.
De manera que nadie, ni yo, ni tú, ni Gino, ni Aniceto, ni Jair, debe buscar solamente su propio provecho, sino que todos debemos buscar el provecho también del otro.

Unos versos más adelante, Pablo nos exhorta a tener en cuenta, además de nuestra propia libertad y conciencia, también la conciencia del otro. En los versos 28 y 29 dice:
Pero, si alguno os dijere: -esto fue sacrificado a los ídolos,- No lo comáis, por causa de aquel que os advirtió, y por causa de la conciencia. Porque la tierra es del Señor, y toda su plenitud. Digo, sin embargo, de la conciencia; no la tuya, sino la del otro. Pero ¿ por qué ha de ser juzgada mi libertad por la conciencia de otro? …”
Hermanos, cuando realmente vemos el cuerpo de Cristo, nosotros no tenemos en cuenta solamente nuestra propia conciencia, sino que tenemos también en cuenta la conciencia de los otros hermanos; e incluso de otras personas no cristianas, pues tampoco a los gentiles, ni a los judíos, ni a la Iglesia de Dios deberíamos escandalizar. Si nosotros no tenemos en cuenta la conciencia de los otros, corremos el peligro de pecar contra el mismo Señor Jesucristo y afrentarlo; pues lo que le hacemos a uno de sus pequeñitos, al Señor mismo lo hacemos. Debo tener en cuenta también la conciencia de los otros. No es suficiente que mi propia conciencia esté limpia. En el plano de Dios, debo tener en cuenta también la conciencia de los otros. Dios quiere liberar mi conciencia; pero también quiere que yo tenga en cuenta, en consideración, la conciencia de los otros.

Pablo, por el Espíritu Santo, se hacía unas preguntas interesantes:
Verso 29b: “Pero, ¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por la conciencia de otros? 

Y en el verso 30 decía: “Si yo con acción de gracias participo, ¿por qué he de ser blasfemado en aquello de que doy gracias?

Pero, entonces, por el Espíritu Santo, que siempre nos conduce al amor, recibimos por respuesta la exhortación y la determinación en el verso 31: “Por tanto, ya sea que comáis, o que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Si no hacemos todas las cosas por amor, no las haremos para la gloria de Dios. De ésta manera se reveló Cristo en el corazón de Pablo. Tratándose de beber, o de comer, o de realizar ciertas cosas, no puedo reducirme a considerar solamente mi propia libertad. Debo hacerlas en amor para la gloria de Dios. Dios nos ha dado mucha libertad, y en muchas cosas tenemos muchas posibilidades de dirección en uno u otro sentido, pero Dios siempre quiere que nosotros nos decidamos por lo perfecto. Tenemos derecho de hacer muchas cosas, pero el Señor desea que escojamos agradarle en todo.

Por otra parte, además, debemos recordar que Dios tiene el propósito de hacernos Uno por medio de Él en Cristo, y ya lo ha hecho en Su Espíritu; por tanto, Él desea que mostremos misericordia unos delante de los otros. Debemos ser canales de la misericordia de Él hacia los otros. Dios quiere que nos tengamos en cuenta los unos a los otros, y que consideremos la condición de cada cual. Hermanos, es mi fuerte convicción, que la Iglesia debe aprender a conocer de Dios este asunto en todas partes. Debemos caminar conforme a nos lo dé el Espíritu. Por lo demás, hermanos, Dios mismo nos provee con todo aquello que necesitamos para andar conforme a lo que Él mismo nos pide. Así que nuestra carne debe ser restringida, de modo que podamos agradar a Dios. A veces tardamos en comprender que solamente por medio de Jesucristo podremos agradar a Dios; tanto en lo jurídico por Su sangre, como en lo orgánico por Su Espíritu.

No obstante, Dios permite temporalmente, cual márgen de error, que pasemos por etapas en las cuales no damos en el blanco, no acertamos en lo conveniente. De esa manera, nos hará comprender cuánto precisamos de Jesucristo, pues fuera de Él mismo, nada tiene el suficiente valor. Es maravilloso descubrir que solamente en Jesucristo hallamos lo verdaderamente valioso. Por tanto, heermanos, debemos obrar para con los otros en Cristo, dando lugar a lo que Él haría. El Espíritu ciertamente va a operar, y entonces podremos encarar todos los desafíos que se nos presentan en el trato con las otras personas. Cristo nos ayudará a reaccionar frente a las molestias que otros traen a nuestras vidas particulares. Pues todos somos diferentes tipos de personas, y Dios va a usar para bien que esto sea así. Habrá cosas, entonces, de las cuales ya hemos sido liberados, pero, puesto que otros todavía no lo conocen, ni lo experimentan, como nosotros mismos pasamos también por esas situaciones en el pasado, entonces Cristo nos conducirá a tener la suficiente consideración con la situación de otros, siendo que nosotros mismos estuvimos en esa condición también ayer.  Pero, lastimosamente, a veces no nos acordamos de que nosotros mismos éramos tal como aquellos a quienes hoy criticamos.

También es necesaria otra consideración. Cuando estábamos presos, como cachorritos acorrentados, dábamos vueltas y vueltas sobre el mismo terreno todo el tiempo. Pero cuando el cachorrito fue liberado, entonces salió corriendo disparado con todo entusiasmo por todas partes, con una gran agitación. Pero, entonces, con el tiempo, regresa a la calma de la normalidad, a la tranquilidad. Es normal para el cachorrito correr disparadamente cuando acaba de ser suelto; pero también es normal, que después de un tiempo, vuelva a la normalidad. Así también nosotros, acabando de ser liberados, corremos con entusiasmo, pretendiendo que los otros nos comprendan inmediatamente; pero luego aprendemos que Dios tiene un proceso particular con cada uno, que no puede ser pasado por alto, y que necesitamos paciencia y consideración. Pasado un tiempo de la liberación, ya no resulta conveniente que sigamos pretendiendo con nuestro entusiasmo natural convertir a todo mundo a nuestra condición aquí y ahora.  Claro que sí debemos mantener el fuego del primer amor y el compromiso de la evangelización y el testimonio, pero debemos hacerlo en Cristo, con la estrategia del mismo Espíritu Santo, y no según nuestras fuerzas naturales. “No con espada, ni con ejército, sino con mi Espíritu, dice el Señor de los ejércitos”.

Pablo, por lo tanto, como recordábamos, continuaba diciendo en el verso 32: “Conducíos de manera que no seáis escándalo, ni para judíos, ni para griegos, ni para la Iglesia de Dios”. Y eso se extiende por analogía a otras situaciones semejantes. Que no seamos tropiezo innnecesario, es la conducción de Dios; si bien, por el pecado del mundo y de la carne, Cristo mismo es piedra de tropiezo y roca que hace caer a los que desobedecen al evangelio y aman más las tinieblas que la luz. Pero en este caso el problema es del mundo, no de Cristo; en cambio, en el caso que denuncio, somos nosotros mismos el problema por causa de nuestra inmadurez. De las dos cosas habla la palabra de Dios. ¿Qué te dice al respecto el mismo Espíritu Santo en tu corazón? El Espíritu Santo da testimonio a nuestros corazones acerca de la palabra que Él mismo inspiró y que se encuentra en las Sagradas Escrituras. Habla de Cristo como piedra de tropiezo por culpa del mundo, y habla también de que no seamos culpables nosotros del tropiezo de otros. Son dos caras de una misma moneda. El equilibrio es Cristo mismo.

Cuando se nos dice que no seamos tropiezo a los judíos, por analogía se nos da a entender que debemos tener cierta medida de consideración con los que son legalistas, sin necesidad de convertirnos nosotros mismo en eso, y también sin estar nosotros mismos sin ley, sino bajo la ley que es Cristo mismo. Pero también se nos dice que no seamos tropiezo a los gentiles que están en el mundo, ni a la Iglesia de Dios. Dios no quiere que nuestra liberación nos haga innecesariamente escandalosos para los judíos, ni para los gentiles, ni para otros miembros del cuerpo de Cristo, sino que seamos sabios y considerados, sin dejar de ser testigos apropiados de la vida y la verdad de Cristo y de Sus caminos.

La palabra nos enseña también que ciertas libertades las debemos tener solamente delante de Dios en privado, por causa de las conciencias inmaduras y escrupulosas de los otros. Sí, Dios nos exhorta a tener consideración con las conciencias de otros. Por una parte, dentro del pueblo de Dios, como lo enseña Pablo a los Romanos en el capítulo 14 de su epístola, hay conciencias que en ciertos respectos, debido a diferentes factores, son débiles en la fe; mientras que hay otros que en esos mismos respectos son fuertes. Casos como los de ciertos alimentos, o días, o cosas semejantes, etc. Se nos enseña a no menospreciar a los débiles en la fe, ni a juzgar a los que con corazón limpio agradecen a Dios por ciertas cosas.

Por otra parte, debemos tener en cuenta la relación que existe entre conciencia y conocimiento. Si un hermano no tiene ciertos conocimientos, es posible que su conciencia sea enredada por el enemigo con ciertas acusaciones y cavilaciones. Si entiende mal, aunque sea sinceramente, cierto asunto, su conciencia le exigirá actuar según su error, hasta que aprenda a oir la voz del Espíritu Santo en su propia conciencia, y las dos voces se hagan una. La palabra de Dios nos habla de conciencias en el Espíritu Santo y buenas, pero también de conciencias malas, corrompidas y cauterizadas. El diablo puede atormentar una conciencia corrompida acusando a su portador y haciendo que este acuse infundadamente a otros. Ese puede ser un defecto típico de los débiles en la fe. Por otra parte, el defecto de los que se sienten fuertes puede ser menospreciar a los débiles y ridiculizarlos.  Así que el débil juzga y critica, y el fuerte menosprecia al débil.

El apóstol Pablo nos enseña por el Espíritu a usar de nuestra libertad para servirnos por amor, y para edificar conforme al Señor a la Iglesia. Dios quiere ver que cuando yo sea libertado, use de la libertad para amar, teniendo en consideración la situación de las conciencias ajenas. Si no tenemos en cuenta la conciencia de los otros, estorbamos y retardamos el trabajo del Señor introduciendo enredos innecesarios. Causamos reacciones fuertes contrarias que pueden provocar un bloqueo, asi sea tan solo pasajero, a la disposicióin necesaria para la revelación. Todos necesitamos de revelación para poder ser libres. Mas si usamos de nuestra libertad sin tener en consideración la situación de las conciencias ajenas, entoces provocamos precozmente reacciones que les dificultarán estar en la disposición necesaria para la revelación. Cooperaremos para mal, para que la revelación les sea escondida y oculta. La verdadera libertad es Cristo. Es necesario conocerlo a Él, y ojalá que lo sea a través de nosotros, y no a pesar de nosotros. Si soy hipócrita, fácilmente seré también imprudente. Ni mi hipocresía, ni mi imprudencia, son Cristo. Un cristianismo meramente intelectual, o meramente emocional, o los dos, pero no espiritual, no cooperará suficientemente con la liberación ajena. La sola emoción no liberta de una mente cautiva, ni el ejercicio de la mera mente puede liberar de emociones fuertes negativas. Es necesario Cristo para ser más fuertes que la mente y la emoción. Quien realmente liberta es Cristo mismo espiritualmente.  Tampoco la osadía de la carne liberta de la cobardía de la carne. Solamente Cristo mismo libera.

Solo avanzando en Cristo descubrimos que fuimos liberados también de la pretendida santidad de las cosas exteriores en sí mismas. La verdadera santidad no está en las cosas exteriores, aunque las afecta para bien; la verdadera santidad es Cristo; Cristo mismo es nuestra santificación.  Solo Cristo nos libera de la aparente e hipócrita “santidad” meramente exterior. La parquedad forzada no me libra suficentemente de la locuacidad. La liberación en Cristo tiene un propósito dentro del cual es necesario también tener en consideración la conciencia del otro.

Veamos el caso de Pablo en Jerusalem, tal como aparece en Hechos de los Apóstoles 21:19-26. En el verso 21 le dice Santiago: “Acerca de ti fueron informados que enseñas a todos los judios que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciendo que no deben circuncidar a sus hijos ni andar según la costumbre de la ley”. Realmente no comprendían a Pablo. Lo que realmente Pablo enseñaba era que la verdadera circunsición, y no solo la tipológica, era la liberación en Cristo del cuerpo pecaminoso carnal en la circunsición de Cristo. Pero Pablo estaba por la Iglesia y se sometió al consejo de los ancianos en Jerusalem, haciéndose como judío para los judíos. Tenemos que esperar que sea Dios mismo quien muda los pensamientos de las personas. Según los versos 22 y 23 le dijeron: “¿Qué haremos, pues? En todo caso es necesario que la multitud se junte, pues habrán oído que viniste. Haz esto que te decimos: tenemos aquí cuatrro varones que han hecho voto. Tómalos contigo y santifícate con ellos…  Pablo sabía que la verdadera purificación es por Cristo. Además, él mismo ya estaba puro en Cristo, pero acató el consejo de los ancianos de aquella iglesia, pues la conciencia de otros no lo veían puro. Ante su propia conciencia estaba purificado, pero ante la conciencia de otros era un impuro. Pensando, pues, en esos otros, le dijeron: “Paga por ellos los gastos para que se rapen la cabeza, y todos quedarán sabiendo que no hay nada de lo que se les ha informado acerca de ti, sino que tú mismo andas ordenadamente guardando la ley”.

Aunque Pablo era judío, de la tribu de Benjamín, era libre en Cristo, aún del régimen viejo de la ley en la carne; pero su libertad no fue lo mismo que una rebelión, sino que su libertad era vivir por Cristo mismo incluso magnificando la ley. Dios lo había librado de depender de guardar la ley en la carne para merecer por sí mismo ser agradable a Dios; mas había aprendido a agradar a Dios por la fe de Cristo, haciendo Su voluntad en Cristo por el Espíritu. En el régimen nuevo del Espíritu ya no estamos obligados a pretender falsamente agradar a Dios por la sola fuerza de nuestra carne caída, lo cual ha demostrado ser imposible, pues no hay ninguno que nunca peque, con excepción del Mesías que es el cordero expiatorio perfecto. Por lo tanto, sólo Cristo por nosotros y en nosotros es el verdadero cumplimiento y magnificación de la Ley.  En Cristo están además incluídos todos los que Le recibieron, y en esa inclusión se implica la consideración cuidadosa que busca no herir las conciencias ajenas. Por eso Pablo escribía que si tenemos libertad, la tengamos privadamente delante de Dios. Mas que debemos tener en cuenta la conciencia de los otros, no molestándonos excesivamente por la debilidad de los débiles, pues Cristo los ha recibido también.

Continúa, pues, el Libro de los Hechos de los Apóstoles en el verso 26:
Entonces Pablo, tomando consigo a aquellos varones, entró al día siguiente al templo, ya santificado con ellos, anunciando ser ya cumplidos los días de la purificación; y se quedó allí hasta que se ofreciese la ofrenda por cada uno de ellos”.  No obstante, Pablo ya se había presentado en lugares celestiales en Cristo ante el mismo Dios, como vivo de entre los muertos; pero aquí en Jerusalem estuvo dispuesto incluso hasta a condescender con los judíos, que presentó la ofrenda que apenas representaba a la verdadera en la cual él verdaderamente se apoyaba, que era Cristo. Pablo había dicho que él se hacía como judío a los judíos, y como sujeto a la ley para los que estaban sujetos a la ley, para ganar algunos, aunque realmente, en su espíritu, él vivía por la fe de Cristo, siendo verdaderamente libre. ¿Seríamos nosotros capaces de llegar hasta dónde llegó Pablo, para que la distancia que hay entre los pueblos se demuestre terminada en Cristo, y para que la distancia entre el legalismo y el libertinaje se termine con nosotros en Cristo? Pienso y creo que no es necesario llegar a tanto hoy en vista de que la misma providencia de Dios intervino para liberar a Pablo de los judíos, permitiendo la destrucción del templo apenas tipológico, y enviándolo lejos a los gentiles, que para provocar a celos a Israel, recibirían al Mesías, manteniendo la verdad y suficiencia del evangelio.

En la balanza debemos, pues, colocar la medida del equilibrio entre libertad y consideración. No podemos permitir que se nos arrebate esta libertad, al  mismo tiempo que lo hacemos con la mayor consideración y el mayor cuidado para con todos, mas sin renunciar a Cristo volviendo a los débiles y pobres rudimentos tipológicos. Debemos, sí, permanecer libres en Cristo, incluso ante los padecimientos qque nois sobrevinieren; pues así como escrito fue llevado a Pilatos, volvió a serlo en Pablo ante los sacerdotes y ante los romanos. Se nos concede, pues, no solo creer en Cristo, sino tambén participar de sus aflicciones. Y esto debemos hacerlo para que la Iglesia sea edificada.
Los espirituales, y tan solo ellos, podrán ver la belleza interior de Cristo; sólo quienes tengan al Espíritu podrán discernir espiritualmente; solo los nacidos de nuevo pueden ver y entrar al reino de los cielos. Pero quien no sea espiritual, no podrá entender las cosas de Dios, ni podrá comprender a los espirituales; pues estos no son comprendidos de los meramente almáticos, los cuales apenas juzgan por las apariencias. Pero nadie quita que algún día puedan ser espirituales, y entonces comprender el testimonio de ellos más adelante. Hoy se necesita infinita caridad.

Uno de los problemas del legalismo es la distorsión de la conciencia. Colar el mosquito y tragar el camello. Ese peligro existe para las conciencias no regeneradas, o para los carnales niños en Cristo. La conciencia humana puede corromperse y cauterizarse. Por eso Dios debe curar nuestras conciencias. Dios se ha tomado tiempo para hacerlo con cada uno de nosotros, y debemos permitir que se lo tome también para hacerlo con otros. El amor de Dios nos ha señalado a todos un plazo para trabajar en nosotros. Lo importante es que no desperdiciemos el tiempo, pues Él no contenderá para siempre con el hombre. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Hay conciencias enfermas que colan el mosquito y tragan el camello, que limpian solo lo de fuera dejando lo de adentro lleno de inmundicia,  que conducen al hoyo ciegamente, según lo denuncia Jesús según Masteo 23.  Precisamos, por eso, de la mismísima ayuda divina y misericordiosa, para que por Él mismo seamos convencidos y a la vez aprendamos a tener misericordia y consideración para con otros. También debemos aprender a no tener en cuenta solamente nuestra propia conciencia, sino a obrar con amor, participando del de Cristo. Aquellos fariseos querían ser muy fieles incluso een el diezmo delo comino, pero su religiosidad carecía de revelación. Y eso puede suceder con cualquiera de nosotros. Por eso las consideraciones paulinas en Romanos 14 son sabias por provenir de la gracia de Cristo. No dejemos, pues, como nos enseña Jesús, lo principal, la justicia, la misericordia y la fe. Fuimos liberados con propósito misionero, para servir por amor, para que podamos cerrar las bocas de los que murmuran de nosotros como de malehechores. Permanezcamos delante del Señor en Cristo, para que Su bendición sobreabunde a través de nosotros a favor de muchos.
Ministrado a la iglesia em Curitiba, Paraná, Brasil, por Gino Iafrancesco V., em portugués, el 7 de diciembre de 1980. Trascrito abreviado, editado y difundido por los obreros brasileños Aniceto Mario franco y Juvenal Moura. Traducido y revisado por el autor.