LA
ENCARNACIÓN
DEL
VERBO DE DIOS
Algunos errores cristológicos
Este apéndice hace parte de las enseñanzas de la serie llamada “Edificando a la Iglesia”, y fue precedido por un largo pasaje sobre el contenido de la Iglesia, en donde vimos que Dios ha dado un depósito a la Iglesia, el cual consta de varias áreas básicas y algunas verdades fundamentales que son propias de la Iglesia, entre ellas la Trinidad y la encarnación del Verbo de Dios. Habíamos tratado lo relacionado con el Verbo de Dios, pero no de Su encarnación. Por tanto vamos a considerar dos pasajes claves relativos a la encarnación del Verbo de Dios; se trata de dos grandes verdades, grandes dogmas de la Iglesia cristiana, nacidos de la Palabra de Dios: La Trinidad, la existencia de un solo Dios en tres Personas, y la encarnación de esa segunda Persona, el Verbo de Dios. Esos dos pasajes relativos a la encarnación los encontramos en el capítulo 1 del Evangelio según San Juan, y en el capítulo 2 de Filipenses.
“1En el principio era el Verbo (nos recuerda la preexistencia del Verbo antes de todas las cosas), y el Verbo era con Dios (nos recuerda la coexistencia de la persona del Hijo con el Padre antes de la fundación del mundo), y el Verbo era Dios (nos recuerda la divinidad del Hijo de Dios). 3Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. 14Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1,3,14).
La primera consideración que debemos tener en cuenta por causa de los errores cristológicos que se han dado en la historia de la Iglesia, es aquel Verbo; es decir, el Hijo de Dios que estaba con el Padre desde antes de la fundación del mundo, por medio de quien el Padre creó todas las cosas y para quien las creó, como lo dice en otros pasajes: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”; teniendo en cuenta que lo que aquí se traduce «habitó», en el original griego es «tabernaculizó», utilizando el verbo que nos recuerda la figura del tabernáculo. En el tabernáculo aparecía el arca del madera de acacia y de oro, señalando la naturaleza humana en la madera y la divina en el oro que recubre el arca.
Es necesario detenernos en el primer pasaje. No dice que el Verbo descendió sobre una carne, sino que El fue hecho carne. Esto es muy importante entenderlo cristológicamente porque la confesión del Espíritu Santo se distingue de la confesión del espíritu del anticristo acerca de Cristo; es decir, lo que cada espíritu confiese acerca de Jesucristo; lo delata. San Juan dice en su primera epístola 4:1-3a:
“1Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. 2En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; 3y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo”.
También hemos leído en la misma epístola de Juan 5:6a que: “Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre”. ¿Por qué esas declaraciones tan misteriosas de que Jesucristo no vino sólo mediante agua, sino mediante agua y sangre? ¿Por qué esos misterios? Porque dice que el Espíritu de Dios confiesa que Jesucristo ha venido en carne, y aquí dice San Juan en el prólogo del evangelio, “Y aquel Verbo fue hecho carne”. Lo que está declarando Juan allí no es una cosa liviana; está haciendo la confesión propia del Espíritu de Dios acerca de esta gran verdad de la encarnación del Verbo divino; entonces cuando dice que no vino sólo mediante agua, es porque algunos herejes, entre ellos Cerinto y otros gnósticos, decían que el Logos o Verbo había entrado en un hombre; es decir que allá en el bautismo, cuando vino el Espíritu Santo en forma de paloma, fue cuando el Verbo entró en un hombre.
Eso nos dice que estaban considerando a este hombre, Jesús, como un hombre al cual visitó el Verbo, y después el Verbo lo volvió a dejar en la cruz cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?“; entonces están negando que esa persona del Señor Jesús es divina y humana, y la están tomando solamente como humana; por eso esa frase tan sencilla que solemos leer rápido y que suena muy bonita, y que a veces no la discernimos, “el Verbo fue hecho carne”, significa que la persona divina preexistente del Hijo, que estaba con el Padre antes de la fundación del mundo, consustancial, de su misma esencia, porque el Verbo era con Dios y era Dios, y aquel Verbo se hizo carne. No dice que descendió sobre una carne, sino que El mismo se hizo; es decir, El asumió la naturaleza humana desde el vientre de la virgen María; la misma persona del Verbo que era y es el Hijo de Dios, llegó a hacerse el Hijo del Hombre, una misma persona con dos naturalezas, la naturaleza divina en cuanto Verbo de Dios, y la naturaleza humana en cuanto se hizo carne; no son dos personas, una Logos y otra el hombre. Decían que sobre El descendió el Logos; y no es que el Logos descendió sobre un hombre, sino que “el Logos se hizo carne“, “semejante a los hombres”, como dice Filipenses 2:7.
De lo contrario estaríamos dividiendo al Logos uno y al hombre otro. Es como si se tratara de dos personas. Ese es el error cristológico del nestorianismo, que se llamó así porque lo enseñó en la historia de la Iglesia un hombre que se llamó Nestorio, y él enseñaba que Jesús no había sido sino solamente un hombre; que el que nació de la virgen María era solamente un hombre, y que a ese hombre se unió voluntariamente el Logos de Dios; es decir, que el Logos o el Verbo es una persona, y el hombre sobre el que entró es otra persona. De manera que no está confesando que Jesús es el Cristo, sino que Jesús es uno y el Cristo es otro; pero San Juan en el capítulo 2 de su segunda epístola, se refiere a esto mismo, diciendo que precisamente el espíritu del anticristo es el que no confiesa que Jesús es el Cristo.
Falsos cristos
“¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo” (1Juan 2:22).
¿Quién es el mentiroso? El que niega que Jesús es el Cristo; es decir, que hay personas que usan el concepto Cristo por un lado y el concepto Jesús por el otro, sin identificar a Jesús como el Cristo; esto es lo característico de los falsos cristos. El Señor me ha permitido conocer la doctrina de algunos falsos cristos que se dicen así mismo cristos, como por ejemplo los de Abdu-Bahá, de la fe Bahai, o de Baha-Bulá; o William Soto Santiago, que dice ser la segunda venida de Cristo; a Julio Alvarado, de Bolivia, que dice ser el Cristo; a Majertal, de Holanda, que dice ser el Cristo; a Laurey, de la India, que era adorado como Nishu-Khrisna, quien también decía ser el Cristo. Estos personajes tenían en común un detalle: que ellos hablan del Cristo como el Logos aparte de Jesús, pretendiendo ser cada uno de ellos el mismo Cristo que estuvo en Jesús, afirmando que se trata del mismo Cristo que había estado antes en Buda, en Krisna, en Rama, después en Rama-Krisna, y el mismo que ahora pretenden que está en fulano de tal, y que no era otro sino que era el mismo; o sea que ellos separan el Cristo de Jesús y ponen ese Cristo, una vez en Buda, otra vez en Jesús, otra vez en otro personaje, y ahora en un falso Cristo. De esta forma ellos separan a Jesús del Cristo.
Pero la Biblia dice: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?”; es decir, que Jesús es el nombre personal del Verbo de Dios encarnado, Cristo es su posición, es el Ungido, es el Mesías; es decir Cristo es el título propio de la persona de Jesucristo, pero no es otro. El Cristo es Jesús, Jesús es el Cristo, Jesucristo es una sola persona divina-humana; divina en cuanto al Verbo, y humana en cuanto ese Verbo se encarnó; es decir, asumió naturaleza humana. Cuando la Palabra dice que “el Verbo se hizo carne”, está afirmando no que descendió sobre una carne, sino que El mismo fue hecho carne; es decir, que su misma persona divina asumió una naturaleza adicional pero no una persona adicional. La persona es El mismo en cuanto a persona.
Antes de la creación era el Verbo, en la creación era el Verbo; en la eternidad antes de la creación era el Verbo, y desde que comenzó a encarnarse en el vientre de la virgen María continuó siendo la misma persona, el mismo Verbo, solamente que ahora estaba asumiendo, además de su naturaleza divina, la naturaleza humana, pero en su misma persona. Aquel Verbo fue el que se hizo carne; aquel Verbo es la persona de este hombre llamado Jesús; el Verbo de Dios se hizo hombre, entonces Jesús es el Cristo. No que el Verbo sea uno, y Jesús otro; no es que el hombre sea una persona y la divinidad otra persona. La persona divina se hizo humana y es una persona divino-humana. Una sola persona con dos naturalezas: divina en cuanto Verbo, y humana en cuanto se encarnó.
La kenosis de Cristo
Es posible que si uno considera solamente la encarnación a la luz del capítulo I del evangelio de Juan, se podría cometer un error; es por eso que no solamente en ese capítulo se habla en las Escrituras de la encarnación, sino también en el capítulo 2 de Filipenses. Leamos en Filipenses 2:5-7 para ver en qué sentido debemos tomar la palabra “carne” que aparece en Juan 1:14.
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”.
La frase “el cual siendo en forma de Dios”, significa que el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios, como lo afirma Juan. La Palabra “se despojó a sí mismo”, en el griego es “ekenosen”, de donde viene otra palabra que se usa en teología, la kenosis de Cristo; es el despojamiento o anonadamiento a que se sometió el Señor por su propia voluntad, de acuerdo con el Padre, a fin de someterse a una condición de inferioridad. Al despojarse a Sí mismo y tomar forma de siervo, se trata de Cristo Jesús; es la misma persona con forma de siervo. Detengámonos aquí un poco antes de entrar en lo relativo a la cruz y a la resurrección, lo cual requiere una consideración mayor. Por el momento veamos solamente los pasajes relativos a la encarnación.
El versículo 7 dice: “Se despojó a sí mismo”; eso es precisamente lo que se llama la “kenosis“; o sea que Él estaba en una condición de gloria pero se sometió a una condición de humillación. Él estaba en forma de Dios y tomó forma de siervo; es decir, si tomó forma de siervo es porque no lo era; tuvo que tomar forma de siervo. El debe ser el servido, no el siervo. Eso significa que la kenosis consistió por una parte, en tomar forma de siervo, en despojarse; pero fijémonos en un detalle: no dice que se despojó de sí mismo, de su propia persona, de su propia identidad, sino a sí mismo; es decir se humilló a sí mismo. No que Él mereciera ser humillado, sin embargo acepta tomar forma de siervo sin ser siervo, y aceptó ser humillado, aceptó ser obediente y estar en condición de hombre, habiendo estado en condición de Dios. En Filipenses dice: “hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló”; entonces si leemos solamente la declaración de Juan podríamos pensar que lo único que el Verbo asumió de la humanidad sería el cuerpo debido a que la palabra carne es un término que se usa con varios significados; algún día el Señor nos permita considerar los distintos sentidos bíblicos de la palabra carne. De manera que si uno toma esa palabra sólo en el sentido del cuerpo, de que el Verbo solamente se puso un cuerpo, pero que no tenía ni alma ni espíritu humano (porque la palabra carne en griego es sarx), cuando dice: ”el Verbo se hizo carne”, si uno la toma en un sentido literalista, sin relacionarlo con Filipenses 2, entonces, ¿qué sucedería? pensaríamos que el Verbo divino sólo se puso un cuerpo humano, pero que el alma no era humana, como tampoco el espíritu; eso significaría que realmente no sería un hombre, sino sólo un cuerpo; y es por eso que el pasaje de la encarnación de Juan 1 se complementa con el pasaje de Filipenses 2. Es importante aclarar que la carta a los Filipenses fue escrita antes del evangelio de Juan, ya que ese evangelio fue escrito después de la muerte de Pablo.
En Filipenses 2:7 dice: “Se despojó a sí mismo”. Miremos la prueba de que se despojó a sí mismo. Recordemos que en el evangelio de Juan, el Señor oraba diciendo: “Padre, glorificame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). La palabra tuve indica que El estaba antes en una condición de gloria y eso nos da a entender más o menos en qué consistió la kenosis, o sea el despojamiento o anonadamiento a que El se sometió; tomó forma de siervo. Tenía esa gloria pero ahora en vez de recibir gloria es humillado. Estaba en forma de Dios y tomó forma de siervo; estaba en condición de Dios y tomó condición de hombre. Si entendemos ese fenómeno de kenosis aunque sea superficialmente, vamos a percibir algo interesante, vamos a entender el por qué en algunas ocasiones, aunque el Señor es Dios, habla como si fuera menor. Si no hubiera habido kenosis no habría razón para que Jesús mismo dijera, “porque el Padre es mayor que yo”. Notemos que aquí en Filipenses dice que “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”; y eso significa que El es igual a Dios en cuanto Verbo, porque dice que el Verbo es Dios; y si el Verbo es Dios no puede ser menor que Dios, en cuanto Verbo, o en Su divinidad. Notemos que como El se despojó a sí mismo, entonces en Su humillación, en Su encarnación, en Su forma de siervo, en Su condición de hombre, podía decir una cosa: “El Padre es mayor que yo; yo nada hago por mí mismo sino lo que veo hacer al Padre”. El Padre es la cabeza y el Hijo está sujeto a la cabeza. Dios es la cabeza de Cristo; es decir, El tomó la forma de siervo; no la tenía pero la tomó.
La inferioridad, la subordinación que aparece en algunos pasajes es por causa de la kenosis del Hijo; no es inferioridad del Hijo respecto a la divinidad del Padre, porque no hay sino una sola divinidad. Si Dios es Dios y el Verbo es Dios, la divinidad del Verbo es igual a la del Padre, de lo contrario no sería divinidad; pero cuando El se subordina al Padre es porque tomó forma de siervo haciendo a Dios el Padre Su Cabeza.
¿Qué implica la kenosis? El despojamiento tomando forma de criatura; por eso se llama el Primogénito de la creación, pues toma forma de criatura, y como criatura fue tentado, porque como Dios El no puede ser tentado. Entonces entendamos un poco lo relativo a la encarnación. Estando en la condición de hombre se humilló; es decir, todavía más, porque no sólo se despojó a Sí mismo siendo Dios, sino que tomando la naturaleza humana, no se hizo hombre potentado, sino que se hizo siervo, el más humilde; se humilló.
La parte clave es el versículo 7: “hecho semejante a los hombres”. ¿Qué quiere decir eso? Que el Verbo de Dios no solamente asumió el cuerpo humano, sino toda la naturaleza humana, de lo contrario El no sería hombre. Si El no hubiera sido un hombre como nosotros, no habría podido redimirnos porque era necesario que Él desarrollara en Su humanidad las posibilidades de la humanidad en Dios, para luego compartirse con nosotros para que nosotros lo asimilemos y seamos realizados en Él; pero Él tenía que hacerse hombre semejante a nosotros. Por eso dice la Biblia claramente que se hizo carne, no sólo en el sentido de cuerpo, sino que dice: “fue hecho semejante a los hombres”; o sea que el Señor Jesús, que es la persona divina del Verbo de Dios que estaba con Dios el Padre antes de la fundación del mundo, ese Verbo se hizo carne, pero carne semejante a los hombres; es decir, Él no solamente tuvo cuerpo humano, sino también alma humana y espíritu humano; o sea que la persona divina asumió la naturaleza humana con todos sus íntegros componentes, propiedades y operaciones. Por eso Él decía: “mi alma está muy triste hasta la muerte”.[1] O sea que Él tenía también alma humana, no sólo cuerpo humano. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”,[2] significando que Cristo tenía también espíritu humano. Si El no tuviera espíritu, alma y cuerpo humanos, no sería un hombre como nosotros. Él en todo es semejante a nosotros excepto en el pecado, porque el pecado no es propio de la naturaleza humana, sino que fue algo a lo que se vendió Adán y Eva. En las tentaciones sí es semejante a nosotros, por cuanto la Biblia dice que El aprendió la obediencia por lo que padeció, que fue tentado en todo, conforme nosotros somos tentados.
“14Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. 16Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. 17Por lo cual debía ser (debía, de lo contrario no habría podido salvarnos) en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. 18Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:14-18).
Eso indica que El sabía lo que estaba haciendo, y por eso el diablo no quiere confesar que Jesucristo vino en carne para anular toda la obra de Satanás.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).
“7Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:7-9).
Notemos que de la frase: “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia, y habiendo sido perfeccionado”, esas palabras no se pueden decir de Dios, pues de Dios no se puede decir que es perfeccionado, o de que aprende, o que tiene temor, que es liberado, pero cuando se hizo hombre tuvo que crecer, como dice el evangelio de Lucas[3], en estatura, en sabiduría, en gracia delante de Dios y de los hombres; tuvo que aprender la obediencia por lo que padeció, tuvo que ser perfeccionado; es decir, que Él asumió la naturaleza humana y por eso el Mesías no apareció así glorioso la primera vez (excepto en la transfiguración). En la segunda sí porque ya hizo lo necesario. La primera vez El hubiera podido aparecer como quería la gente. Ellos estaban esperando un mesías que se apareciera con poder y echara a los romanos al fondo del mar; que apareciera en la plaza y dijera: Yo soy el Mesías, y miren el poder que tengo. Pero de haber hecho eso, hubiera puesto muy alegres a los judíos, pero no nos hubiera podido salvar. Él tenía que ser engendrado, concebido, gestado, ser niño, crecer, aprender, crecer en estatura, en gracia y sabiduría, ser sometido a la tentación, estar treinta años ahí trabajando en la carpintería. La naturaleza humana antes no era caída, sino que Adán fue tentado, y aceptado el mal, llegó a ser caído. Ahora Jesucristo tomó la naturaleza humana, pero al revés de Adán que permitió que el pecado entrara. El Señor Jesús no permitió que el pecado entrara, e hizo lo contrario de Adán; Él asumió la naturaleza humana, pero no permitió que el pecado entrara. Adán recibió la naturaleza humana pero permitió que el pecado entrara en él; es decir, que la condición de la naturaleza antes de la caída no era sometida al pecado; entonces esa la tomó Cristo pero no la sometió al pecado. Él vino en carne pero sin pecado. Dice Romanos 8:3, que vino “en semejanza de carne de pecado”; es decir, que el Señor asumió el mismo tipo de carne que luego se vendió al pecado, pero esta vez El no permitió que el pecado entrara en Su carne; entonces condenó el pecado en la carne, y por eso es muy importante la cuestión de la encarnación.
Cuando la Biblia dice que “fue tentado en todo”, nos indica que Él fue un verdadero hombre igual que nosotros, pero que Él no aceptó la tentación. Adán fue tentado y cayó; Él también fue tentado, pero no cayó. El Señor Jesús fue tentado por cuanto Él era un hombre con espíritu, con alma y con cuerpo. Él habla de Su cuerpo cuando dice: “un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39); respecto del alma dice: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38); respecto del espíritu dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Vemos claramente que la persona del Verbo asumió la naturaleza humana íntegramente y se sometió a la primigenia inocencia y libertad; para eso fue que El se sometió. Estos dos pasajes de Juan y Filipenses que hemos venido analizando son muy importantes y fundamentales.
Por esa razón el diablo admite confesar que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, pero no que vino en carne. ¿Por que? Porque fue en la carne que Satanás fue vencido, porque Cristo se hizo hombre, porque se sometió, porque el diablo lo llevó y le dijo: Mira, mira acá; y le dejaba por un rato y luego venía constantemente con todo tipo de tentaciones; sin embargo Él no pecó, Él fue fiel. ¿Para qué hacía el Señor Jesús eso? Para nosotros. Dios quiere al hombre con espíritu, alma y cuerpo; Dios no quiere sólo el espíritu del hombre, ni sólo el alma, ni sólo el cuerpo. Dios dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen”; lo hizo espíritu, alma y cuerpo, y el hombre cayó íntegramente, y Dios lo quiere recuperar íntegramente, y para eso Él se hizo íntegramente humano y recuperó en su condición, la condición humana; restauró al hombre en su persona, pero luego hizo algo más, incluso algo más que Adán, porque lo que no había hecho Adán era comer del árbol de la vida, y lo que hizo Cristo fue vivir la vida de Dios. Él pasó a ser la vida del Verbo encarnado, porque antes sólo era del Verbo, y ahora era del Verbo encarnado. De manera que ahora la gloria del Verbo llegó a ser de nuevo del Verbo, pero encarnado; es decir, la humanidad en el Verbo fue glorificada, y por eso la humanidad fue glorificada en la resurrección, ascensión y entronización de Cristo. Él es el Hijo del Hombre, y por eso la Biblia dice que nosotros ya estamos glorificados, porque nuestra humanidad asumida por Cristo fue glorificada en Él, y ahora Él es nuestra vida. Por eso nos alimentamos de Él, y por eso Él mismo dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54); porque nosotros asimilamos de lo que nos alimentamos y eso llega a ser parte nuestra. Todo lo que hizo el Señor lo hizo por nosotros. El mismo dijo: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17:19). Sí, todo el vivir humano del Señor, todo su desarrollo humano, era para llevar a la humanidad, a nosotros, a la estatura del varón perfecto[4]; y ahora nosotros nos alimentamos de Él, vivimos por Él, lo asimilamos a Él, para ser redimidos otra vez a la imagen perfecta de Dios.
La encarnación del Verbo es la gran verdad de la Iglesia; eso es lo más grande, y siendo tan fundamental hay que ponerle mucha atención. La Iglesia tiene ésto como uno de los contenidos centrales de la verdad. El Verbo se hizo carne, no solamente cuerpo, sino naturaleza humana completa.
“37Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: 38cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37-38).
Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret; es decir, que Jesús es presentado aquí también ungido por el Espíritu Santo. Notemos que el Verbo, en cuanto Dios es la segunda persona de la Trinidad, que estaba con el Padre antes de la fundación del mundo, siendo Dios juntamente con Él; y aquel Verbo se hizo carne, semejante a los hombres, y estuvo en condición de hombre asumiendo ahora la naturaleza humana, y además de la divina teniendo también la humana. Una misma persona que se llama Jesús y es el Cristo, con dos naturalezas: la divina en cuanto Verbo, por la que es igual al Padre, y la humana por cuanto se encarnó y se hizo hombre semejante a los hombres, en condición de hombre, por la cual es menor que el Padre; y por eso es que Él a veces dice que “el Padre es mayor que yo”; por eso es que los a sí mismos llamados testigos de Jehová se aferran de los versículos donde Él habla como hombre en Su kenosis, en Su despojamiento, para pretender negar Su divinidad, y no comprenden que lo que pasó fue que aquel Verbo se despojó a sí mismo, no de Su divinidad, sino de Su condición. Él sigue siendo siempre la misma persona, pero la condición humana ya no es lo mismo que la divina. La forma de siervo es una y la forma de Dios es otra; entonces, Él no se despojó de sí mismo, sino a sí mismo. Esto no quiere decir que Él desapareció como Dios y ya no es Dios; ¡no! Él siempre es Dios; por eso les dice a ellos: “antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).
Entonces el Verbo no se despojó en el sentido de que dejó de ser Dios, sino que siendo igual a Dios, no lo estimó como cosa a que aferrarse; no se aferró a esa condición, sino que estando en forma de Dios, tomó forma de siervo. Eso es un despojamiento de aquella gloria que tenía con el Padre; cuando hablaba esas palabras Él estaba en humillación, y por eso le dijo: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Él fue hecho menor que los ángeles. En Hebreos dice ”menor que los ángeles”; eso fue un despojamiento: concebido como hombre, tentado como hombre, se hizo menor que el Padre, como hombre se subordinó, como hombre Él no sabía algunas cosas, tenía que depender de Dios para que se las quisiera revelar, y es por eso que dice (refiriéndose a la segunda venida): “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13:32); pero se dirá, cómo, ¿acaso el Hijo no es Dios? Sí, pero Él está hablando en su kenosis, en Su despojamiento, en Su condición humana.
Entonces hay que verlo en los dos aspectos: Él es Dios y Él es hombre. A veces actúa como Dios, a veces actúa como hombre; pero Él es Dios perfecto y hombre perfecto. Dos naturalezas en una misma persona. El Verbo encarnado que asumió la naturaleza humana, ahora como hombre; como Verbo divino asumió la naturaleza humana, con espíritu humano, alma humana, cuerpo humano, tentaciones humanas, pero sin pecado; también ungido por el Espíritu Santo, o sea, como ese varón. El Espíritu Santo de Dios ungió el espíritu humano de Jesús de Nazaret, que es el Cristo y que es el mismo Verbo de Dios que vino encarnado.
[1]Mateo 26:38
[2]Lucas 23:46
[3] Referencia a Lucas 2:40
[4] Referencia a Efesios 4:13
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Gino Iafrancesco V., 16/X/1992, Bogotá D.C., Colombia.