"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

viernes, 1 de julio de 2011

(2): A LA PAR DE LOS HECHOS


Capítulo II

A LA PAR DE LOS HECHOS[1]


Habiendo en el sucinto resumen biográfico del capítulo anterior mencionado algunos hechos sobrenaturales, me ha parecido necesario presentar a la par, en honor de la fe perso­nal, algunos otros hechos, los cuales juzgo conveniente tener presentes cuando se consideran asuntos sobrenaturales. Lo que he relatado son simplemente hechos, hasta donde mejor los conozco yo, por contacto directo, conversaciones con involu­crados y/o lecturas referentes al tema tratado. Cuando apenas hago simple mención de hechos sobrenaturales, o que por lo menos tienen esa apariencia, no lo hago juzgando el hecho en sí, es decir, declarándolo correcto o incorrecto, sino simplemen­te presentando la evidencia histórica y neutral de su realidad objetiva. Son hechos encontrados, interpuestos en nuestro camino para ser afrontados, y al relatarlos, no estamos necesa­riamente tomando ningún partido, ni a favor ni en contra. Por el momento apenas estamos considerando lo que ocurrió. Eso no significa, sin embargo que el autor de este escrito no tenga un punto de vista en particular; significa más bien que prefiero presentar el asunto de la manera más honesta que me sea posible, para dejar al lector pronunciarse personalmente. Ocasionalmente, pues, expresaré mi opinión personal (como es el caso que me ocupa en este capítulo, en lo relacionado a eventos sobrenaturales de cualquier índole), por razones de conveniencia, es decir, para que los hechos sean juzgados con mayores elementos de juicio.

Giovanni Papini, en su supuesta traducción de las cartas del inexistente papa Celestino VI, apela contra el "pilatismo” de los historiadores que meramente relatan hechos sin pronunciarse acerca de ellos. Yo personalmente tampoco soy amigo de lavarse las manos cuando es necesario tomar partido; pero lo que quisiera más bien decir es que no siempre hay sólo dos partidos; es decir, no sólo es correcta una respuesta cuando se dice llanamente "sí", o cuando se dice llanamente "no". Tam­bién puede ser correcta una respuesta que diga en honesta expresión simplemente "quizás", o simplemente "no sabría qué decir". Puede ser correcta la siguiente respuesta: "Tengo la pregunta pendiente delante del Señor, y estoy esperando en Él". Esa es mi respuesta en algunos casos y en lo relacionado a algunos respectos; otras veces mi respuesta es "sí", y otras definitivamente "no". No me parece inapropiado hacerlo así; al contrario, me parece prudente, pues si soy del Señor, nada de malo hay en que le pregunte acerca de todo lo que viene delante de mí, pues así, siendo Cristo hecho por Dios Sabiduría para los cristianos, puede Él confirmar lo que sea Suyo, expo­ner lo que sea meramente humano o hasta satánico, y discernir lo aprovechable entre lo desechable. Mi problema consistiría más bien en no sujetarme lo suficientemente a Cristo y en no esperar verdaderamente en Él. Allí radica, creo yo, la responsa­bilidad principal de cada uno. Desechamos, pues, juntamente con el "pilatismo", al "dogmatismo", procurando ubicarnos en el punto medio de la realidad.
En lo relacionado entonces con eventos sobrenaturales de cualquier índole, y en especial con señales y prodigios, milagros y maravillas hechas en el Nombre de Cristo, debemos, a pesar de todo, tener en cuenta las enseñanzas de Jesús al respecto. Un hecho sobrenatural no significa necesariamente que sea del diablo, como lo afirma un cierto sector de la Cristiandad para estos días; ni tampoco significa que sea necesaria y totalmente de Dios, como estarían ingenuamente propensos a creer en otro sector del cristianismo. Bien sabemos que tanto Dios como el diablo pueden hacer señales milagrosas; así que tales señales no son elementos de juicio suficientes en sí para presentarse a favor o en contra de un hecho de tal índole; es necesario tener en cuenta otras cosas, y a eso es precisamente a donde debe­mos atender.

Por un lado, Jesús dijo que quienes creyesen en Él harían Ias mismas obras que Él hizo, y prometió señales que seguirían a los que creyesen; igualmente la Palabra de Dios promete para los últimos días un derramamiento del Espíritu Santo sobre toda carne que manifestaría sueños, visiones y profecías de Dios entre Sus siervos y siervas. Nos dice también la Palabra que el Espíritu gime en los que tienen las primicias, con gemi­dos indecibles hasta la redención del cuerpo. Las lenguas, profecías y la ciencia cesarán cuando venga lo perfecto, pero esto será en el establecimiento del Reino, tras la segunda venida del Señor Jesucristo, corporalmente y en gloria; el día perfecto será cuando ya no veamos, ni conozcamos, ni profeti­cemos en parte, sino cuando conozcamos como fuimos conoci­dos, y eso será cuando le veamos tal cual es, para ser semejan­tes a Él. Hasta tanto, estaremos ejercitando como buenos administradores y mayordomos, todos los talentos y dones, sin enterrar ninguno, ni el más pequeño, hasta el regreso del Señor de la Casa. No pueden cesar las profecías en la misma época para la que el Espíritu Santo prometió profecías: los últimos días.
Por otro lado, Jesús amonestó que en Aquel Día no recono­cería a muchos obradores de iniquidad que presentarían ante Él como credenciales: milagros, profecías y exorcismos en Su Nombre. Vemos, pues, que éstos por sí solos no presentan ninguna garantía. Además también el apóstol Pablo amonestó que aunque un ángel del cielo viniese y predicase, el tal sería anatema si predicase un evangelio diferente, o presentase a un Jesús distinto al Real y Verdadero visto y predicado por los Apóstoles del principio. De manera que la aparición de un ángel del cielo no es tampoco una garantía suficiente en sí misma. Eso no significa que Dios no tenga tales espíritus ministradores a favor de los que hemos de heredar salud; significa más bien que hay otra cosa que tiene prioridad y que es más excelentemente primordial, como elemento de juicio, en la consideración de los asuntos de la índole tratada.
Es de sumísima importancia considerar en primer lugar la fidelidad a Cristo y al Evangelio presentado por Éste y Sus Apóstoles, contenido en las Sagradas Escrituras; tal Evangelio es eterno, por lo tanto inmutable. Es el hombre quien debe adaptarse al Evangelio para ser salvo; no podemos adaptar el Evangelio al mundo hasta el punto de aguarlo, diluirlo y negarlo. La Verdad es trascendental y es válida en toda época y condición. Ningún punto del Evangelio puede ser removido, y la Revelación de Jesucristo no tolerará jamás añadidura ni mutilación ninguna. En Cristo estamos completos y Él es Todo el Mensaje de Dios para los hombres de todas las edades. En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.

Otro detalle que debemos tener también muy en cuenta es que la santidad supera la milagrosidad; es decir, la iniquidad descalifica aun al milagrero más portentoso. La semejanza a Cristo debe, pues, buscarse más en el carácter santo que en los dones y señales milagrosas. Hacer un milagro como Cristo, no significa en la expresión práctica ser tan santo como Él. Sólo posicionados en Cristo somos santos. La manifestación mística y práctica de Cristo a través de la Iglesia debe buscarse, pues, primeramente en el área de la santidad, sí, antes que en el de la espectacularidad. Jesús nos advirtió que en los últimos días vendrían muchos falsos profetas y falsos cristos, haciendo grandes prodigios, señales y milagros de tal manera que engaña­rían si fuese posible aun a los escogidos. Nos advirtió el Señor que se nos intentaría mostrar uno de los días del Hijo del Hombre, diciéndosenos: Helo aquí, helo allí; pero solemne­mente agregó el Señor: Mas no lo veréis, no sigáis, ni vayáis, ni creáis.
Es por eso que todas estas cosas deben ser tenidas en cuenta, para que nunca nuestra fe cambie el pie de su funda­mento, que es exclusivamente Jesucristo, y lo traslade, para mal propio, a una cosa, experiencia o persona diferente de Él. Eso puede ocurrir muy sutilmente sin notarlo el engañado, y a pesar de la sinceridad. Además de la sinceridad, la consagración y la fe, se necesita también el conocimiento de Dios y Su Palabra, para no ser confundidos.
Es también interesante notar que Dios puede probar los corazones de Su pueblo cuando éste se halla frente a hechos milagrosos de evidente claridad. El libro del Deuteronomio en el capítulo 13, los versos 1 al 3, nos dice:
"1cuando se levantare en medio de ti profeta o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodi­gios, 2y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; 3no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Yahveh vuestro Dios os está pro­bando, para saber si amáis a Yahveh vuestro Dios de todo vuestro corazón y con toda vuestra alma".
De manera que es necesario anteponer antes que todo nuestra fidelidad a Dios quien se nos ha revelado exclusiva­mente en Jesucristo, del cual da testimonio suficiente la Sagra­da Escritura. No importa cuán estremecedoras aparezcan las cosas; si éstas nos apartan un ápice de Dios, es hora de depo­nerlas. Israel tenía mandamientos de arremeter con la espada, y sin compasión exterminar el mal de entre sus ciudades, sin que se pegase nada del anatema a su mano; todo debía ser puesto a fuego. Entonces, delante de hechos y eventos de índole sobrenatural, y en especial aquellos que vienen con la apariencia de hacerse en el Nombre de Jesucristo, debemos tener presente, a la par de los hechos, estos dos lados: la promesa divina y la advertencia divina.
Por lo demás, algunas veces las cosas de Dios nos vienen mezcladas con el sabor humano del vaso y con las señales de la intención satánica de confundir. Sólo Dios puede dar a Su Iglesia el discernimiento necesario.


[1]Este capítulo fue escrito en Ciudad del Este, Paraguay, el 17 de febrero de 1981.