"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

viernes, 1 de julio de 2011

IV: EDIFICADA SOBRE LA ROCA

PARTE IV
 
"16Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Viviente... 17Bienaventurado eres..., porque no te lo
reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos..., 18y sobre esta roca
edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella".
 
Mateo 16:16b,17b y d,18b


XXI
 
EL REINO DE LOS CIELOS
SE HA ACERCADO

Con los rudimentos precedentes de la doctrina de Cristo, vemos que se nos anuncia un Reino
para el cual se nos señala una puerta. Dios ha prometido, pues, un Reino. El plan eterno de
Dios ha sido una Economía donde Su Hijo amado tenga la preeminencia (Col. 1:18; Ef. 1:9-14;
Ro. 8:29; Mt. 22:2; 2 Pe. l:11; Ap. 19:16; 22:3-5). El Reino de los cielos que se acerca es, pues,
el anuncio del Evangelio; fue lo primero que Jesús comenzó a enseñar (Mt. 4:17; Mr. 1:14,15) y
acerca de lo cual enseñó claramente con parábolas (Mt. 5:3,10,19,20; 6:33; 7:21; 8:11; 9:35;
11:11; 12:28; 13:11,19, 24,31,33, 38,41,43, 44,45,47; 18:1,3,4,23; 19:14,23; 20:1,31; 22:2;
25:1,14; Mr. 4:11,26,30; 9:47; 10:14,15; 10:23-25; 12:34; 14:25; Lc. 4:43; 6:20; 7:28; 8:1,10;
9:11,62; 10:11; 11:20; 12:31,32; 13:18,20,28,29; 16:10; 17:20,21; 18:16,17, 24,25,29; 19:12,15;
21:31; 22:16,18,29,30; Jn. 3:3-5; 18:36; Hch. 1:3).
El Reino fue también lo que mandó a los suyos anunciar (Mt, 10:17; 24:14; Mr. 9:2,60) y fue lo
que sus apóstoles anunciaron (Hch. 8:12; 14:22; 19:8; 20:25; 28:23,31; Ro. 14:17; 1 Co. 4:20;
6:9,10; 15:24,50; Gá. 5:21; Ef. 5:5; Col. 1:13; 4:11; 1 Tes. 2:12 ; 2 Tes. 1:5; 2 Ti. 4:1,18; He. 1:8;
12:28; Stg. 2:5; 2 Pe. 1:11; Ap. 1:9; 11:15; 12:10).
Es conveniente seguir atentamente todas estas Escrituras que nos hablan de un Reino;
constituyen una hermosa panorámica dentro de la revelación. El Reino es, pues, el ambiente
normal de la Iglesia, al cual ingresa y dentro del cual se prepara para su establecimiento
definitivo con la segunda venida del Señor Jesucristo.
Ahora bien, ¿por qué se dice que tal Reino de los cielos se ha acercado? ¿por qué dijo del
Señor que el tiempo se ha cumplido y el Reino se ha acercado? Israel estaba familiarizado con
las profecías veterotestamentarias acerca del Reino; Israel esperaba el Reino del Mesías; los profetas habían hablado de él, e incluso, habían señalado los acontecimientos que precederían
a tan glorioso evento. David recibió la promesa de que de su simiente se sentaría el Mesías en
Su trono para siempre, puesto que de la simiente de Abraham serían benditas todas las familias
de la tierra; por lo cual Mateo se apresura a reconocer a Jesucristo como Hijo de David e Hijo de
Abraham (1:1) antes de comenzar aún a enumerar su genealogía.
Isaías (2:1-4; 4:2-6; 9:1-7; 11:1-16; 32:1-8; 33:2-24; 35:1-10; 40:1-11; 41:18-20; 42:1-17;
49:8-26; 51:1-23; 52:1-12; 54:1-17; 60:1-22; 61 y 62; 66:1-24).
Jeremías (23:5-8; 30:7-9; 33:15-17, 20-22,25,26).
Ezequiel (11:14-20; 16:59-63; 20:40-44; 36 y 37 ; 39:21-29; 47:13-23).
Daniel (2:44; 7:9,10,13, 14,18,22,26,27; 9:24; 12:1-3,12,13).
Joel (3:16-21), Amós (9:11-15), Abdías (1:17-21), Miqueas (4:1-13; 5:1-15), Sofonías
(3:8-20), Zacarías (9:9-17; 10:1-12; 12:1-14; 13:1,2; 14:1-21), Malaquías (4:2,3).
Todos éstos describieron las características de este Reino, y lo que sucedería cuando
estuviese cerca. De igual manera, los profetas hablaron del Mesías sufriente y de Sus
padecimientos necesarios antes de las posteriores glorias. Daniel, incluso, en su profecía
acerca de las 70 semanas, señaló el día de la visitación del Mesías, en cuya fecha exacta Jesús
entró en un burrito a Jerusalén; con razón decía: "El tiempo se ha cumplido"; por lo cual Pablo
escribía también a los Gálatas que Dios había enviado a Su Hijo venido en "el cumplimiento del
tiempo" (4:4). La serie de imperios anunciada a Daniel en sus visiones, llegaba a su fin:
Babilonia, Media y Persia, Grecia, y entonces Roma, la última bestia, bajo la cual murió el
Mesías y contra la cual se desbordarían los acontecimientos apocalípticos, de lo cual el apóstol
Pablo ya amonestaba, y bajo lo cual, nosotros hoy en día, nos hallamos inmersos, viendo el
desarrollo perfecto del cumplimiento profético a punto de parir el anunciado Reino de los cielos.
Así que verdaderamente el Reino de los cielos se ha acercado. La Iglesia ingresa en él y lo
anuncia, primero espiritualmente, y entonces, cuando Cristo regrese, ya pronto, quedará
establecido sin oposición alguna; primero, con el milenio, y entonces, para siempre en el Cielo
Nuevo y la Nueva Tierra, con la Nueva Jerusalén, el monte de Sion y el imperio eterno del
Mesías.

XXII
 
LA REGLA

Si bien Dios permitió que las cartas del apóstol Pablo tuviesen autoridad universal hoy, no
obstante, históricamente hablando, el apóstol se dirigía a personas individuales (Timoteo, Tito,
Filemón), o a iglesias locales (Romanos, Corintios, Efesios, Filipenses, Colosenses,
Tesalonicenses); y descontando a "Hebreos", tenemos sin embargo más ampliamente que la
carta a los gálatas iba dirigida ya no a una sola iglesia local, sino a varias dentro de aquella
región donde precisamente Pablo fue pionero con Bernabé: Galacia. El tema de la carta,
además, era nada menos que la regla del evangelio, dirigida a una amplia jurisdicción histórica,
y reconocida tal regla hoy como verdad universal.
En aquella carta Pablo comienza exponiendo su autoridad con la que abordaría el tema: era
apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, no de hombre ni por hombre; y había recibido de
Dios el evangelio por revelación, siendo especial comisionado de Dios para los gentiles; tenía el
respaldo de la diestra de compañerismo5 de los apóstoles columnas, Jacobo, Cefas y Juan,
quienes reconocieron la gracia que le fue dada sin añadirle nada nuevo; hablada, pues, con
autoridad divina. En su carta anatematiza, pues, todo otro supuesto "evangelio" que no sea el
que ellos han recibido de él; evangelio que a continuación expone en su carta, que termina
entonces así: "Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al
Israel de Dios" (Gá. 6:16); entonces, como quien ha dejado todo claro y establecido, añade que
de allí en adelante nadie le cause molestias.
----5Cfr. Gálatas 2:9----

La carta, pues, a los gálatas (que es corroborada por Romanos, 2 Corintios, y el resto del
Nuevo Testamento), es de una importancia vital y fundamental, pues establece "la regla", o sea,
según la palabra griega, "el canon" de lo que es el evangelio cristiano y apostólico, fuera de lo
cual, lo demás es anatema, aunque fuese presentado por un ángel del cielo (Gá. 1:8,9). No
podemos minimizar esto, sino que debemos atenderlo con suma devoción; y en cuanto a
"fundamentos", he aquí, pues, una consideración vital.
El meollo de la carta es la justificación por la fe, que también obra por el amor; el andar en el
Espíritu que se recibe de gracia por la fe en Cristo, y que produce un fruto contra el cual no hay
ley. La nueva creación es la clave aquí, en la que somos libertos de las pasiones de la carne y de
la esclavitud bajo la ley de los rudimentos del mundo. No nosotros, sino Cristo en nosotros. He
allí el evangelio.
La correcta exégesis, bajo la unción del Espíritu Santo, de la carta a los gálatas, es alimento
de primera magnitud para el establecimiento de la verdad. Entonces, la carta a los romanos,
retomando el mismo tema, profundiza la exposición. Nadie puede justificarse ante Dios
pretendiendo haber cumplido la ley, pues todos hemos pecado muchas veces en la debilidad de
la carne. La ley ha puesto de manifiesto nuestro pecado, pero no nos ha dado vida para poder
cumplirla, sino que nos ha condenado. Esta vida nos la ha regalado Dios por Jesucristo
mediante el Espíritu Santo prometido, que recibimos al creer en Cristo, quien al morir por
nosotros llevó también a la muerte la vieja creación caída, y por Su resurrección comenzó una
nueva creación que nos es donada gratuitamente en el Espíritu, si lo recibimos por fe. Tal fe da
lugar a Cristo en nuestra vida, el cual, ahora, por gracia, opera según el Espíritu produciendo el
fruto que es amor y todo lo demás, en lo que se cumple toda la ley y los profetas. No estamos,
pues, ahora bajo el régimen viejo de la letra de la ley, como exigiéndole a la carne que en su
atroz debilidad haga obras espirituales agradables a Dios; ¡no! sino que más bien estamos bajo
la gracia, bebiendo por la fe del Espíritu de Cristo, y obteniendo por la confianza en Él, el don de
la justicia; justicia gracias a la satisfacción del sacrificio de Cristo; gracias a la operación del
Espíritu Santo recibido por una fe viva que obra por el amor. Este don de la justicia es, pues,
fundamento de salvación, ya que somos salvos no solamente por Su muerte sino también por
Su vida. ¡Cristo en nosotros, la esperanza de gloria!

XXIII
 
SOBRE ESTA ROCA

A esta altura de nuestro esquema, quepa ya el momento de volver a considerar aquel
importante pasaje de Mateo 16:13-20, donde el Señor mismo revela sobre qué Roca iba a
edificar su Iglesia. Tratándose nuestro estudio acerca de "los fundamentos", conviene ahora,
después de lo ya expuesto, considerar el importante pasaje de la roca.
En Cesarea de Filipo, Jesús introdujo entre sus discípulos una solemne conversación acerca
de Sí mismo; el tema era sobre Su identidad. Jesús deseaba a propósito que se manifestase el
punto hasta el cual los suyos y los hombres habían logrado identificarle. Su identificación, el
conocimiento de Él, era el contexto preparado adrede por Jesús, pues estaba a punto de hacer
una de las declaraciones más trascendentales para la Iglesia: acerca de la Roca sobre la que Él
iba a edificarla.
Entonces Simón bar-Jonás, ante la pregunta de Jesús acerca de quien decían los hombres y
ellos que era Él, respondió solemne y acertadamente: "16Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente"; a lo cual Jesús le respondió: "17Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no
te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18Y yo también te digo, que tú
eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella". Las puertas del Hades no prevalecerían, pues, sobre la Iglesia de Cristo fundada
sobre la Roca. ¿Cuál Roca?
Cuando Simón bar-Jonás identificó y confesó a Jesús de Nazareth como el Cristo, el Hijo de
Dios, el Señor le llamó bienaventurado por esta razón; llamándole ahora a Simón, en arameo,
Cefas; es decir, piedra, Pedro, en griego. Simón bar-Jonás fue convertido en Pedro, un hombre
común convertido en "piedra", cuando gracias a la revelación divina pudo conocer a Jesús como
el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Esto le hizo bienaventurado. Entonces Jesús añadió: "sobre
esta roca edificaré mi iglesia".
El Señor no le dijo a Pedro: "sobre ti edificaré mi Iglesia", sino que dijo: "sobre esta roca". Usó
con Pedro la segunda persona, "tú", pero ahora, hablándole a él, usa la tercera: ésta roca,
refiriéndose a aquella sobre la que edificaría. No habló, pues, precisamente de Pedro, sino de
aquello que acababa de declarar a Pedro, a saber: "Bienaventurado... porque no te lo reveló
carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. ¡Esa es, pues, la Roca! El Hijo del Dios
viviente confesado por directa revelación divina; Jesús reconocido espiritualmente como el
Cristo, Hijo del Dios viviente. Tal revelación de Cristo confesada, hace bienaventurada piedra
viva para ser edificada en Él, a quien la reciba directamente de Dios; pues ¿qué puede
prevalecer contra aquello que Dios mismo ha establecido? Dios nos establece revelándonos a
Su Hijo para que le confesemos. "No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los
cielos", pues también: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre" (Mt. 3:27), y ninguno puede venir al
Hijo para ser salvo y edificado, si el Padre que envió a Cristo, no lo trajese (Jn. 6:44,45, 65).
Debe, pues, sernos dado directamente del Padre el conocer a Cristo; conociendo al cual,
conocemos al único Dios; conocimiento tal que es la vida eterna (Jn. 17:3). Cristo siéndonos
revelado directamente del Padre y confesado con la boca desde el corazón, ¡es la Roca sobre la
que el Señor edifica a Su Iglesia! Su Persona (Jesús, Hijo de Dios), Su obra y Su doctrina (la del
Cristo) deben sernos enseñadas directamente de Dios para que podamos ser edificados. Sin tal
conocimiento espiritual del Señor Jesucristo es imposible el nuevo nacimiento, el crecimiento y
la madurez cristianos. Tan sólo participando de tan bienaventurada revelación divina somos
asentados sobre la realidad del Reino de los cielos.
Todo lo que no plantó el Padre celestial será desarraigado (Mt. 15:13), pero "arraigados y
sobreedificados'' en Jesucristo, andaremos y seremos confirmados en Él (Col. 2:7). En Cristo
somos, pues, sobreedificados. A éstos, el mismo apóstol Pedro también llama "piedras vivas" de
la casa espiritual de Dios (1 Pe. 2:4,5). Somos hechos "piedras vivas" para ser sobreedificados
en Cristo, de la misma manera como fue hecho "piedra" Simón bar-Jonás: concediéndosenos
confesar al Hijo revelado. Nadie puede llamar a Jesús "Señor" sino por el Espíritu Santo, mas
quien creyendo lo confiese invocándole, será salvo (1 Co.12:3; Ro. 10:9).
Tal revelación del Hijo que Pedro confesó, le abrió las puertas del Reino de los cielos; por eso
Jesús le dijo: "19Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que atares sobre la tierra habrá
sido atado en el cielo; y lo que desatares en la tierra habrá sido desatado en los cielos”. En el
texto griego, el enfático y exclusivista “y a ti daré las llaves...", no aparece; sino que simplemente
dice: "doso soi" [δώσω σoι] (dare-te), o sea, apenas: "te daré las llaves". Tampoco en el texto
griego aparece el futuro perfecto "será atado" o “será desatado" en los cielos, sino que dice:
"estai dedeménon" [εσται δεδεμέvov] (habrá sido atado), lo mismo que dice: "estai leleménon"
[εσται λελυμέvov] (habrá sido desatado); es decir, que el cielo habrá atado o desatado aquello
que revele para hacerse así en la tierra. Esta aseveración a Pedro por parte de Jesús, fue
también hecha a la Iglesia por el Señor según Mateo 18:18; no es, pues, exclusiva de Pedro. La
iglesia local debe, pues, operar según le haya sido revelado del cielo, atando y desatando en la
tierra lo que ya "estai dedeménon" (habrá sido atado), o lo que "estai leleménon" (habrá sido
desatado) en el cielo. Vemos, pues, así a la iglesia, y a cada miembro suyo en particular,
operando bajo la directa gobernación de la cabeza celestial. Por eso es tan imprescindible la
bendita y bienaventurada revelación del Hijo. Dios habla en los postreros días por el Hijo (He.
l:1,2). Las riendas de la Iglesia siguen, pues, tan sólo en las manos de Aquel que está sentado a
la diestra del Padre esperando que todos sus enemigos le sean puestos por estrado de sus pies.
La autoridad radica, pues, en la revelación divina por parte del Padre de la cabeza única del
cuerpo, Cristo Jesús. Cristo reina en el reino de la verdad, sin la violencia de la espada, como
enseñó a Pilato (Jn. 18:36,37), y los que son de la verdad oyen Su voz (1 Jn. 4:6). "A él oíd"
ordenó el Padre (Mt. 17:5). La espada la tiene el Estado para los transgresores, y estará en la
boca de Cristo en su segunda venida.
Desde la gloria el Señor mismo constituye apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y
maestros, revelándose a ellos para que puedan ministrarle espiritualmente al pueblo como
ministros competentes del pacto del Espíritu (Ef. 4:10-16; 2 Co. 3:2-12; 3:17,18; 4:1-6).
El diablo entretanto ha sembrado la cizaña, la cual junto con el trigo debe crecer hasta el día
de la siega (Mt. 13:24-30, 36-43). No obstante, toda planta no plantada por el Padre será
desarraigada en su hora; mientras tanto se nos enseña a hacer el reconocimiento por los frutos
(Mt. 7:15-20); conocimiento según el Espíritu (2 Co. 5:16). El que no haya nacido, pues, del agua
y del Espíritu, regenerado por un nuevo nacimiento, no podrá ver el Reino de Dios ni entrar a él
(Jn. 3:3,5), pues el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios que no puede
entender, pues es preciso discernirlas espiritualmente (1 Co. 2:10-16). El nuevo nacimiento
acontece cuando recibimos al Hijo y confesamos la revelación del Hijo identificándonos con
Él, que ha de formarse en nosotros de gloria en gloria hasta el pleno conocimiento de Dios en la
estatura de Cristo. Tan sólo el Espíritu vivifica (Jn. 6:63), y el fortalecimiento espiritual del
hombre nuevo interior que es el único que rinde frutos eficaces para Dios, deber ser la prioridad,
y es lo verdaderamente valioso. Todo lo demás, lo que haya nacido de la carne y que haya sido
operado en virtudes meramente naturales, es reprobado, ya que no soporta la prueba del fuego,
y por lo tanto no puede formar parte del edificio o casa espiritual de Dios (Jn. 3:6; 1 Co. 3:11-15;
15:50; Ef. 2:18-22; 1 Pe. 2:5). La Iglesia es columna de una verdad que es realidad espiritual
evidente por sus frutos, lo cual tan sólo brota de la suministración del Espíritu por la revelación
divina del Hijo. Sobre esta Roca edifica, pues, Cristo a Su Iglesia, de manera que las puertas del
Hades son neutralizadas y derrotadas por la virtud del Cristo resucitado que vive en cada
miembro de Su cuerpo místico iluminándolo y fortaleciéndolo.
El verdadero magisterio es, pues, tan sólo aquel que ministra de, en y por el Espíritu Santo y
para la gloria de Dios, pues la competencia del ministerio consiste en la ministración eficaz de
vida por el Espíritu (2 Co. 3), lo cual es, pues, lo único que, como decíamos, rinde evidentes
frutos eficaces para Dios, reconciliándole efectivamente todas las cosas, en la realidad, y no
meramente en huecas apariencias. Se nos exhorta, pues, a guardarnos de los lobos vestidos de
ovejas, personas que apenas tienen apariencia de piedad, pero cuya eficacia les es extraña,
pues que en su interior apenas hay rapacidad. Esta rapacidad se manifiesta en el negocio de la
religión organizada carnalmente, que se ornamenta exteriormente y se autoexalta con títulos
altisonantes, como pretexto para su avaricia y vanagloria. Se nos exhorta, pues, a seguir la fe, la
paz, la santidad, la justicia y el amor, con los de corazón limpio que invocan al Señor, conocidos
por sus frutos (Mt. 7:15-20; 23:1-36; 2 Ti. 3:1-9; 2:22).
"Conoce el Señor a los que son suyos; y: apártese de iniquidad todo aquel que invoca el
nombre de Cristo" (2 Ti. 2:19); he allí el sello que auténtica el firme fundamento de Dios; para esto, verdaderamente "nihil obstat".

XXIV
 
EL SELLO DEL FIRME
FUNDAMENTO DE DIOS

Un sello es la señal o marca que autentica oficialmente un reconocimiento o una aprobación.
Cuando algo no es reconocido o aprobado, entonces carece del sello oficial de autenticación,
con lo cual se declara falto o insuficiente, falso o espúreo, peligroso y reprobado todo aquello
que no haya recibido el sello. Los hombres, pues, pretenden hacer descansar el edificio de su
salvación en diversos tipos de fundamentos, sean estos personas, experiencias, opiniones,
métodos, formas, ritos, prácticas, asociaciones, organizaciones, etc.; sin embargo, el único
fundamento que realmente es declarado firme de parte de Dios, es Jesucristo (1 Co. 3:11); de
manera que quienes auténticamente se hallan arraigados y sobreedificados en Él cual sobre
roca fundamental, poseen entonces el sello de autenticación que reconoce y aprueba su
fundamentación. Tal sello es el que citamos en al apartado anterior: "Pero el fundamento de
Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de
iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo'' (2 Ti. 2:19).
El sello tiene, pues, dos caras: "conocidos de Dios", una; y "santidad de vida en los que
invocan a Cristo", otra. Por la parte de Dios, el Señor conoce a los que le pertenecen, a los que
conforme a Su propósito son llamados. Y a éstos que antes conoció, también predestinó, llamó,
justificó y glorificó en Cristo Jesús (Ro. 8:28-30). A su vez, éstos mismos, por la parte del
hombre, son los que aman a Dios guardando sus mandamientos al vivir en Cristo. Los inicuos no
son, pues, reconocidos de Dios. Jesús dijo:
"21No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace
la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Muchos me dirán en aquel día: Señor,
Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? 23Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos
de mí, hacedores de maldad" (Mt. 7:21-23).
Así que la fe verdaderamente viva se muestra en sus obras de amor (Stg. 2:14-26; Gá. 5:6);
así como la circuncisión sirvió a Abraham como señal de su pacto con Dios, así también, la
circuncisión espiritual de corazón certifica nuestra alianza cristiana con el Señor; el corte de "la
carne" y el despojamiento del viejo hombre, hacen públicamente manifiesto en nuestras vidas
que estamos viviendo íntimamente unidos a Cristo. Así que todo aquel que invoca para
salvación a Cristo y se confía verdaderamente en Él, exhibirá espontáneamente un amor a Dios
y a los hombres, que es fruto evidente de su arraigo y fundamentación en Cristo.
La iniquidad es, pues, incompatible con la fuente sustentatriz divina, y por lo tanto no es
reconocida por Dios; atribúyese, pues, la iniquidad a un falso fundamento. Nadie puede
sostenerse en tal arena movediza. El hacer lo que Cristo manda es lo que demuestra la Roca
sobre la que estamos fundados.
Los que aman a Dios y en verdad le siguen, son los mismos a quienes Dios reconoce; Dios
acepta a quienes se hallen verdaderamente en el Amado (Ef. 1:6); éstos mismos son Sus
conocidos que viven por Su gracia, de la cual extraen frutos de santidad que apartan de la
iniquidad. No será reconocida, pues, aquella virgen fatua que pretendiendo esperar a Cristo
apenas duerme y sueña estando desprovista, en su vasija que es el alma, del aceite de Su
Espíritu (Mt. 25:12). Quien no tenga el Espíritu de Cristo, no es de Él (Ro. 8:9); y quien
teniéndolo en su espíritu, lo contrista y lo paga, no andando en Él, verá afectada su recompensa,
y no será reconocido para el milenial reino de los cielos.