"Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra".

(Salomón Jedidías ben David, Qohelet 11:1, 2).

sábado, 18 de junio de 2011

CAMINANTE (2): PRELIMINARES DE PARTO


Capítulo 2
 
PRELIMINARES DE PARTO

Dos proyectos alternos para llevar a cabo se formaron dentro de mí. Uno de los dos sería la
alternativa. La clase de vida que llevaba no me agradaba. Corría ahora 1970. La rutina de la
universidad y el compromiso con el horario de la institución no me dejaban sentirme en libertad. Yo buscaba la libertad, buscaba la vivencia de la luz interior. Entonces pensé en retirarme, dejar la universidad, la familia y la sociedad en que vivía y hacer una de dos cosas: o irme al campo y vivir en una pequeña comunidad de amigos, en contacto con la naturaleza, en una especie de monasterio, o si no, entonces salir de viaje y recorrer el mundo entero, visitar todos los países, conocer todas las culturas, las costumbres, los lugares, las gentes, y en plena libertad de los yugos de la preocupación volverme una especie de místico ambulante.
Ésta última alternativa fue la que pesó más definitivamente en mi corazón. Comencé a
despreocuparme de las clases en la universidad. Ahora corría el primer trimestre de 1971. Ser
autodidacta me parecía mejor que estar manipulado por convencionalismos. Despreciaba los
títulos, los exámenes con calificaciones, los rangos. Me decía yo: -¿por qué he de llamar
presidente a un hombre como yo? ¡que resuelva él! ¡yo escogeré lo mío!. Acaso, pensaba yo,
¿no se trataba de la supervivencia del más fuerte? Y la sociedad, ¿no se había formado de
hombres? yo podía también formar la propia con los míos. ¡Cada uno a lo suyo y defiéndase
como pueda! Ese era mi pensamiento típico en aquella época de mis años de universidad.
Yo ignoraba aún el derecho divino, y también la realidad de la intervención divina directa. Yo
estaba aún ciego a las implicaciones de la Providencia. También estaba ciego a la inmutabilidad de los propósitos de Dios. No obstante, mis inquietudes místicas ya habían enfocado en mibrújula el norte de mi búsqueda: ¡Dios!.
 
El viaje sería, pues, mi peregrinación hacia la libertad. Ese era mi deseo y esperanza. El
ensueño del viaje se apoderó de mí. El corte con la universidad se hizo más pronunciado:
desinterés en las clases, ausencias, preparación de objetos de viaje. Mi interés ahora el morral,
la cantimplora, la marmita, las mantas, la guitarra, la tula, el mapamundi, algunos efectos
personales, y tres libros para llevar durante el viaje: La Cura por el Agua, de Yogui
Ramacharaca, otro de Yogananda, y la Biblia. En aquel momento mi versión, con la que me
había iniciado en su lectura, era de la Watchtower.1
 
El corte más sangrante sería con la familia. Aquel proceso de despedida me hizo manifiestas a
aquellas personas que en verdad me apreciaban. Comprendí que realmente era amado de
algunos de mis amigos y de mis parientes. No obstante, con gran esfuerzo me sobrepuse y corté de mi corazón las ataduras afectivas y fijé firmemente en mi corazón la decisión de viajar. Lafecha de la salida sería el jueves 1º de abril de 1971, pero realmente la postergué para el sábado 3 de abril del mismo año; es decir, dos dias después.

En la facultad tuve que hablar con la doctora profesora de psicoanálisis, para obtener el
certificado de mis estudios, pues papá quería que los terminara más adelante; en ese caso
entonces podrían serme útiles, a pesar de la aversión que tenía por esas cosas. Los demás me
las exigirían. La dra. me dijo que por qué no esperaba unos pocos años para terminar mi carrera de psicología; pero yo volteé el rostro y me sonreí. No era mi interés. Hablé con mamá y con mis hermanos acerca del viaje. Mamá se preocupó de lo que diría y sentiría papá. Yo era su orgullo y esperanza. Se había sacrificado tanto para sostenerme y pagar mis estudios en el colegio y en la universidad, incluído el gasto de libros y demás. Verdaderamente sería un golpe demoledor el que su hijo mayor, aquel a quien tanto quería, le desilusionara de tal manera convirtiéndose en un vagabundo, dejando truncada una promisoria carrera y mutilada una familia. ¡Tanto sacrificio inútil! ¡cuanta ingratitud!.
 
Decidí hablar con papá para comunicarle mi decisión. Esa misma noche, llegado él cansado
del trabajo, le hablé. Le dije que yo no podía continuar viviendo como vivía. Que tal clase de vida y la carrera no me satisfacían. Que todo aquello era muy poca cosa. Que yo anhelaba algo
mayor, algo más grande y sublime. Que yo había sido llamado a un destino superior y tenía que salir a buscarlo. LLoramos los dos juntos. Viendo papá que mi decisión de viajar era definitiva, entonces me pidió que al llegar a Italia u otro país reanudara mis estudios. Yo le dije que visitaría a su familia que él había dejado en Italia, y le consolé diciendole que allá estudiaría de nuevo. Esto, sin embargo, lo dije sin convicción; solamente para consolarlo. Entonces papá me regaló algún dinero. ¡Oh, Señor, Tú utilizaste esto en mi vida! ¡Te dignaste a hacerlo!; ¡pero cuánto dolor causé a mi familia! ¡qué deshonra para mis padres! ¡Perdóname, Señor! Papá salió del cuarto y fue a su pieza y tomó un suéter azul de cuello alto que era de él, que le habían dado en la fábrica de gaseosas donde él trabajaba como mecánico de mantenimiento y reparación, y me lo dio para que no tuviera frío. Me dio también un par de botas nuevas que él había retirado para él. Me las dio para el camino. Fue lo que usé durante el viaje. Me di cuenta de cuán verdaderamente me amaba papá. Yo sabía que él me amaba. No fue porque no me amara que salí de casa. Él quizá se sintió culpable de algo. Lo noté en sus cartas posteriores. Pero él no tenía ninguna culpa; era solamente un llamado dentro de mí.
Mamá supo disimular más su tristeza delante de mí. Solamente se lamentaba por lo que sufría
papá. Mis hermanos no dijeron nada. Cuando llegaron a casa yo ya había partido. Mi honorabl amigo Ricardo Torres, a quien, para viajar, vendí mi colección de las obras completas de Sigmund Freud que me había regalado papá, lloró también cuando nos despedimos. Su madre
preparó para mí una cena de despedida. Aquella despedida me mostró a aquellos que me
apreciaban.
 
El 3 de abril de 1971, a la tarde del sábado, salí de casa. Me acompañaron a la salida dos
amigos: Benigno, que retornó a Bogotá desde Popayán, y Gustavo, que retornó desde las
afueras mismas de Bogotá. Mamá se despidió desde la ventana y yo le hice señas desde el taxi
que nos llevaría a las afueras de la ciudad con nuestras mochilas. Llevaba en mí un sentimiento ambivalente de afectos desgarrados mezclado con esperanzas de libertad espiritual. Este último se sobrepuso.
 
En cuanto viajaba en un vehículo, de pronto, sin proponérmelo, me vi a mi mismo en el espejo
retrovisor y noté en mis propios ojos la tristeza de la separación. No me imaginaba que pudiera yo tener en mi mismo esa expresión de dolor y de tristeza, de desamparo y de incertidumbre. Pero el vehículo avanzaba rápidamente. Era un vehículo ajeno que corría hacia tierras extrañas de gente extraña, devorando rápidamente los kilómetros, alejándome más y más de mi hogar, de mi tierra, de los míos. ¿Hacia dónde? ¡hacia todo el mundo! ¡hacia ningún sitio en particular! ¿Hacia qué dirección? hacia ninguna, ningún conocido, nadie esperándome. No era en la tierra mi meta. ¡Oh, Dios mío; Abraham salió sin saber a donde iba!. Era como si el cordón umbilical hubiera sido separado de mí y mi destino no fuera más dentro de aquel vientre. Ese era mi pensamiento.
 
Habiendo salido de Bogotá, llegamos hasta la carretera que va a Silvania. Descendimos a la
carretera y en un curva al lado del camino nos sentamos entre unos matorrales Benigno,
Gustavo y yo. Joaquín Enrique nos había dado como regalo antes del viaje una cajetilla con
marihuana. Hicimos los cigarrillos y fumamos allí al lado del camino. Fue mi última experiencia con alucinógenos. Experiencia en extremo desagradable.
Parecía desvanecerme en un abismo y un sentir tétrico y diabólico atormentaba mi
pensamiento. Mi vientre se contrajo de nervios y tragué saliva sudando sudor frío. Me arrepentí de haber fumado, pero tenía que soportar el tormento hasta que pasara el efecto. Era una agonía. Me di cuenta que cada vez que había fumado marihuana la experiencia se hacía más y más desagradable. Aquella fue la última, gracias a Dios. Hundido al lado del camino puse mi cabeza entre las manos procurando dominar con mis pensamientos aquel horrible sentir, para que de alguna manera fuese cediendo. Reflexioné recordando mis experiencias antiguas, como bajo el efecto de los hongos alucinógenos me había parecido conocer a Dios, a la totalidad y a laomnipotencia, pero ahora, bajo una nube de demonios, estos me inducían y arrastraban apensamientos horrendos. Querían que me identificase con ellos y renunciase a la gloria de Dios. Pero los pensamientos de ellos los ponían en mí como si fuesen mis propios pensamientos como para engañarme y hacerme creer que yo era como uno de ellos. ¡Conocí la terrible decisión de los demonios cuando renunciaron a la gloria de Dios! y ahora me atormentaban bajo su presión como si fuese yo mismo para que también yo como ellos tomase la decisión derenunciar a la gloria de Dios. Era el hablar de los demonios. No sé de dónde sacaba las últimas fuerzas para rechazar tamaña obsesión absurda. ¡No puede ser!, ¡no puede ser! me decía.
 
Entonces comprendí claramente cómo había enredado mi vida en complicadas e inútiles
complejidades filosóficas e intelectualismos desesperantes. ¡Cómo me había confundido en mis
disquisiciones!. Entonces preferí nunca haber sabido lo que supe, ni leído lo leído, ni pensado lo
pensado, ni haberme metido en tales cavilaciones inútiles que me habían llevado a un
tormentoso callejón sin salida.
 
Gracias a Dios que poco a poco aquella experiencia desvanecíase lentamente; pero yo, ahora
cansado y asustado, llegué a la conclusión de que era mejor de aquí en adelante buscar una
vida sencilla, con la gente sencilla, ocupado en cosas sencillas, lejos de todas aquellas locuras;
pues, ¿a dónde me habían llevado mis disquisiciones? ¡al tormento fatal! ¡Sí, llegué a conocerlo! Me había intoxicado con los alaridos y lamentos de los llamados "grandes" desesperados de la humanidad.